No negaré que las colaboraciones me hacen feliz. Es un signo de que hay quienes disfrutan estos textos. Tal vez tanto como disfruto yo al escribirlos. Me envían enlaces, pistas para que dé con jugosos disparates de comunicación. Y cuando puedo, complazco peticiones.
En la adolescencia leí con profundo interés Un hombre de verdad, el famoso libro de Boris Nikolajewitsch Polewoi. No hacía mucho la televisión cubana había emitido el documenta La Gran Guerra Patria de Roman Karmen y mi espíritu antifascista y prosoviético andaba por las nubes. Aquellos inverosímiles héroes daban la vida más fácil que los buenos días. El libro me permitió ejercer una devoción más lenta y contenida, al ritmo que mi espíritu demandaba. Repasando las escenas las veces que fuera necesario. Cuenta la historia del piloto Alexey Maresyev. Un auténtico héroe eslavo que a pesar de haber perdido sus piernas consigue seguir volando, derribando aviones —incluso de la división Richthofen—, la élite de la aviación nazi. Terminó la guerra con 86 misiones y once aviones abatidos. Recibió la Estrella Dorada de Héroe de la Unión Soviética, entre decenas de condecoraciones. A nadie le quede duda de que fue “un hombre de verdad”.
Narra la historia que cuando estaba en el hospital recuperándose de la amputación de sus dos piernas conoció a otro soldado que luchaba desesperadamente por su vida. El que más se esforzaba, el de mejor ánimo, quien cumplía celosamente todas las indicaciones de los médicos. Se ejercitaba a diario, se lavaba el rostro y el pecho con agua helada y respiraba profunda y acompasadamente. Para atrapar un impulso vital lleno de misterio. Nadie puso más empeño para vivir en aquel hospital y sin embargo, no pudo lograrlo.
Es lo más duro de toda la historia. Nunca he olvidado esa digresión heroica.
En el Politécnico “Manuel Rojo” del municipio Rafael Freyre, concluyó por su parte, la VII Feria de Habilidades y Conocimientos en los Servicios. Son continuidad, viven y renacen, tampoco quedan dudas. Repartieron certificados y estímulos morales. Demostraron habilidades y conocimientos en un número considerable de pruebas y exámenes. Una feria de sonrisas, alegrías y aprendizaje, concluyeron los organizadores. Estamos de acuerdo.
Pero mi sonrisa es, cuando menos amarga. Porque por un lado valoro muchísimo el impulso laborioso, la concienzuda atención al detalle, la increíble cantidad de gestos simbólicos con que procuraron acompañar la exhibición. Lo intentaron… una y otra vez, en ese entorno limpio y soleado. En serio que lo hicieron y casi salto y casi aplaudo. Por otro lado me entristece, porque aunque se esforzaron —se ve perfectamente en las fotos— están demasiado enfermos para salvarse. Llevan el despropósito en la sangre y el desatino les come los huesos. Selecciono tres fotos para con ellos llorar de pena.
Los cortes del huevo duro. Es tan lamentable dedicarle todo este esfuerzo al huevo duro. La decoración del tablero, los lazos, las rayitas… Abajo, a la derecha, nos enseñan cómo cortar un huevo duro a la mitad. El llanto arrecia.
La presentación de habilidades rectoras en una tablilla de cafetería rezuma candor y las habilidades matan: empanar, rehogar, sellar, asar, hervir, saltear, espolvorear, sazonar… El cocinerito no da crédito. No lo puede creer. Su boquita es un botón. Así de cerrada, así de cosida. Detrás la reina, la cocina victoriana, sobre la que reposan los grandes de la culinaria cubana contemporánea: el huevo y la cabeza de un cerdo acocodrilado con el morro tiznado. Que nos mira, por cierto, con un cansancio y una resignación de antología. No queda duda de que hornear un pastel bajo un cartón de huevos puede ser una idea para resolver un almuerzo familiar multitudinario.
El tálamo nupcial. Los jóvenes no solo son la esperanza, sino el sostén de la Patria. Combinar los rojos de la Patria con los del lecho insigne no deja de ser toda una sutileza semántica. Que se acelera con los de la lycra y el nasobuco de la vecina. Tanto calor no parece entusiasmar al pobre novio, pues su cara es la que define la desolación en Wikipedia. Detallazo la publicidad de Victoria’s Secret a un lado de la cama. ¿Para qué más?
Como el soldado rojo… lucharon por la cordura. Y casi lo logran. Quedan para el estudio de futuras generaciones. Quién sabe si hasta para los invasores extraterrestres. Tuve la certeza de que tras el Gran Desfile de la Compota se le podía poner un bozal a esta creatividad rabiosa. Pero no… ahí sigue… rompiendo monte en cueros y en el puño un corazón.