En busca de un nombre en el cementerio

Antonio Prohías no fue un profeta en su tierra pero entró al cómic norteamericano por la puerta de oro y de ahí nadie lo saca.

Cementerio Woodlawn. Calle 8, SW. La Pequeña Habana. Miami. Foto: Milena Recio.

En la Calle Ocho de Miami hay un par de cementerios. El más famoso es el que está más cerca de la avenida 32 y donde, como decía un viejo fotógrafo de la ciudad, está enterrada la vieja aristocracia. No sé si será cierto, pero un día se me montó en el carro una pareja con el particular interés en saber qué muertos famosos había en la ciudad, con nombres ilustres y me acordé del cementerio. Aunque les aclaré que realmente nombres famosos, lo que se llama famosos, no hay casi ninguno. Los muertos famosos que ya lo eran antes de morirse suelen ser enterrados en otros parajes. O, sencillamente, son cremados.

El asunto es que, me explican los señores clientes, lo suyo es darle la vuelta al mundo e ir a todo cementerio que se les aparezca por el frente. Entiendo, le dije. Un turismo raro, pensé. No, es que están buscando el nombre para el protagonista de una novela que quieren escribir a cuatro manos, me explican.

A ver, que yo también escribo y no necesito ir a los cementerios a buscar inspiración. Pero no comento. Uno no comenta nada con los clientes. Un día le dije a una mucama rusa que estaba diciéndole al niño a su cuidado que se bañara en Miami Beach en plena temporada de tiburones, que no hiciera eso – preocupado con la criatura – y ella me mandó a callar y después me dio la nota mínima. En fin.

¿Qué cementerio nos aconseja? Tenemos uno llamado Woodlawn, puedo desviarme de la ruta que han pedido y paramos allá. Es representativo de la ciudad pero tiene mucha gente hispana. ¿No sé si buscan nombres hispanos? No importa, nombre interesante. Y fuimos.

¿Quién está allá? Me preguntan por el camino. Yo no sé ustedes, mis colegas de Uber, pero uno en estas cosas tiene que estar preparado para todo y Miami es como un imán de locos. Yo puedo aconsejar restaurantes, museos, cafetines, expendios – tiendas, un par de posadas, haute couture, monumentos y hasta casas de conocidos y no tan conocidos. Por cierto, acá tenemos la última vivienda de Al Capone. Desde que se murió la han vendido como cinco veces, cambiado la fisonomía unas dos pero sigue siendo la casa de Al Capone. Lo mismo pasa con la de Richard Nixon en Key Biscayne, donde se entretenía solo con Bebe Rebozo y que hace dos años fue destruida. Ahora en el lote hay otra pero el lugar sigue siendo la casa de Richard Nixon.

Pero guía de cementerios nunca he sido. ¡Qué cosas hay que hacer para satisfacer a la gente! The question is que en ése cementerio están enterrados algunos que ya se me han cruzado por la máquina de escribir. Y les fui explicando.

Miren ahí tienen a Gerardo Machado, un tipo simpático. Fue dictador de Cuba, no llegó a estar 10 años en el poder allá por finales de los años 20 y lo tumbó una revuelta popular. Era un asesino, persiguió a los jóvenes políticos a más no poder. Le llamaban “asno con garras”. Como diría un amigo mío británico, a lovely fellow.

Interesante, dije. ¡No interesa!, fue la respuesta.

Tumba del expresidente cubano Carlos Prío Socarrás en el Cementerio Woodlawn. Calle 8, SW. La Pequeña Habana. Miami. Foto: Milena Recio.

Un poco más lejos tenemos también otro presidente cubano, explico. Se llama Carlos Prío Socarrás y ayudó a Fidel Castro a comprar el yate Granma que lo llevó a Cuba en 1956. Le cuento que se vestía de blanco, desarrolló una fortuna desconocida y dicen que intentó introducir la “civilidad” en la política cubana. El problema es que como los cubanos tienen cuatro opiniones distintas sobre el mismo tema todo depende de la hora del día, y los señores Smith y Wesson estaban demasiado metidos en la política local. El asunto terminó mal. Mis clientes lo pusieron en lista de espera.

Tenemos dos nicaragüenses, por si les conviene, les dije. Padre e hijo, fueron dictadores. Se llaman Anastasio Somoza y su hijo Luis. El primero fue asesinado y el segundo murió enfermo y en el poder. Hay después una serie de gente de la alta sociedad cubana de entonces y del mundo de la farándula.

También está por acá, les revelé, Desiderio Alberto Arnaz, que lo único importante que hizo en la vida fue procrear a Desi Arnaz, el bogonsero cubano que se casó con Lucy Ball, tuvieron dos hijos, un programa de televisión muy exitoso, pero no fueron felices toda la vida.

Fue cuando les expliqué que el que a mí más me importa es el único que a fin de cuentas nos divirtió a todos, nunca hizo mal a nadie y es virtualmente desconocido en Cuba. Es el caricaturista Antonio Prohías.

Y les cuento la historia. Prohías fue quizá uno de los más famosos diseñadores de la, a punto de desaparecer, revista Mad. Si, ésa que tiene como personaje principal a ese personaje de cara de niño con pecas que no hace otra cosa que reírse de la misma forma desde el año anterior al asalto al Moncada.

Prohías creó muchos personajes, pero los dos más famosos fueron el espía negro y el espía blanco, una especie de Yin y Yang de la Guerra Fría que llevaron una eterna batalla entre los dos a ver quién jodía más el otro.

Aunque nunca se mencionaron sus nacionalidades, el hecho de que tuvieran colores opuestos fue visto como una caricatura del enfrentamiento entre las superpotencias de la época. Las peleas entre ambos son de antología, se ganan alternadamente y celebran las victorias con una risa cínica que ya quisieran muchos.

El que no conoce a la obra de Prohías realmente no sabe nada de la historia del cómic americano y se ha perdido la vida de un gran hombre, les terminé explicando.

¿Cómo se escribe? Lo escribí en un papel. Volvimos al hotel. En el camino le dice él a ella: los viajes se acabaron por ahora. Antonio, te la debía de alguna forma.

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