La teta al garete

Las plataformas de taxi deben ser el mercado laboral más democrático del mundo. Allí hay de todo, como en la viña del Señor.

Foto: Pxhere.

Foto: Pxhere.

¿Por qué en Miami uno se hace taxista? Siendo periodista porque aquí ese curro es ejercido a golpes de miedo y temor, que es lo mismo pero no se escribe igual.

Miami es una de las pocas ciudades del mundo donde a uno lo acusan de ser comunista apenas por decir la verdad. Se supone que todos los periodistas lo sean porque buscan la verdad. Pero es muy difícil, para no decir imposible. Entre otras razones porque en Miami si no eres mi amigo eres mi enemigo y si eres mi enemigo no tienes razón en nada. Es más, si no eres mi amigo todo lo que escribas es mentira.

Miami no era tan radical en eso. El asunto se fue deteriorando cuando la Casa Blanca comenzó a considerar que el periodismo es sinónimo de enemigo del pueblo e hizo del concepto una política de Estado. Al menos del estado de una cabeza que necesita de 11 movimientos de peine y medio spray de laca para terminar pareciéndose a algo así como el nido de una cigüeña y que, tal como el vuelo de las cigüeñas, termina descubriéndose la cruel verdad cuando se sube las escaleras de un avión con el viento en contra. Como en los nidos de las cigüeñas debajo de todo, lo que hay es un calva limpia y brillante. Es lo que algunos podían llamar “la verdad alternativa”, teniendo en cuenta que durante la campaña a Donald Trump le gustaba que las admiradoras le jalaran el pelo para probar que era sólido.

Y de “verdad alternativa” se trata todo en Miami. Es una ciudad con sus ángulos de belleza que contrastan con bolsones de pobreza que nadie quiere ver y mucho menos combatir. Sería ese el trabajo importante de editores y periodistas. No lo es. En primer lugar porque los editores parecen sentirse más a gusto con la “verdad alternativa”, da menos trabajo y no hace falta muchos conocimientos. Segundo, porque como en la ciudad no hay más que tres periódicos y las emisoras de radio y televisión no destinan recursos a la investigación ni a la contratación, terminan levantando sus noticias de la prensa plana. Tampoco da mucho trabajo, solo falta tener vocación para “fusilar”. Si a esto se suma que los dueños creen que pueden disponer de lo que un periodista escribe, terminamos teniendo un pequeño periodismo, vamos a llamarlo así, “domestico-familiar”. Y no nos olvidemos de que acá los políticos deciden solo cuando prometen, porque el verdadero poder lo tienen los empresarios, las élites. Miami es un twilight zone con huracanes.

Por mantenerme en mis trece e insistir en divulgar la verdad, uno tiene mucha dificultad en trabajar y, por ello, termina haciendo otras cosas, como ser chófer de taxi. Es un trabajo noble, hay que decirlo, divertido mientras luchas por sobrevivir.

Miami es quizá la ciudad donde las plataformas digitales de los servicios de taxi están en franco progreso. El desempleo o medio empleo es alto, me han confirmado analistas del mercado laboral, y trabajar para una o las dos plataformas se ha vuelto una alternativa relativamente fácil de alcanzar para todos. Debe ser el mercado laboral más democrático del mundo porque allí hay de todo. Desde médicos a arquitectos, ingenieros, policías, actores, cantantes, diseñadores, empleados municipales, escritores, marineros…

Ingresar a ese mercado es fácil. El problema es nadar porque, como dice el escritor Carl Hiassen, “en Miami todo el mundo maneja bien pero acorde a la regla de sus países”. Y dada la quiebra del mercado laboral las dos plataformas de servicios acá son una especie de Naciones Unidas. Con la particularidad de que cada uno de sus integrantes es apenas embajador de sí mismo. No de la ciudad porque Miami no necesita embajadores. Todo parece muy bonito, pero la verdad es que vivimos en guetos. Los cubanos por un lado, los venezolanos al lado, los nicaragüenses en la otra calle, colombianos arrimados y los haitianos en un lugar bien escondidito, tanto que por la Pequeña Haití no deben circular más de cuatro rutas de ómnibus.

Es así cómo manejar en Miami no es fácil. El tráfico es infernal, los semáforos no están coordinados –tampoco hace mucha falta: el alcalde del municipio condal no suele acudir regularmente a su oficina; prefiere quedarse en casa despachando por teléfono –, y a la policía le encanta pasarse el día tomando café que, siguiendo ese hábito profundamente estadounidense, le es servido sin pagar o parados en un estacionamiento conversando con un colega. El transporte público circula cuando quiere y, por ende, a veces hay cuatro o cinco ómnibus seguidos en la misma ruta dificultando la cosa. Aún así, se puede torear el asunto y la gente de las plataformas son expertos en ello, sin duda porque no trabajan por suma cum laude sino por suma necesidad.

Ingresar a ese mercado es bastante rápido, piden la documentación básica, averiguan tus antecedentes penales o no, te autorizan y al final del día se quedan con un 25% de los ingresos del taxista.

Un sábado de madrugada te lanzas a la calle, abres la aplicación y entra tu primera carrera. La mía me mandó a recoger un hombre en un barrio poco recomendable. Al llegar me encontré con un puticlub, como se dice en las comarcas de Felipe VI. Fue cuando de repente se abrió la puerta trasera derecha, ingresó al auto un bulto oscuro, con poca ropa y una teta al garete.

Salir de la versión móvil