También tengo miedo

Los bandoleros acechan a los choferes y todo cuidado es poco.

Foto: Pxhere.

El anochecer suele ser sinónimo de recogimiento, sea para ir a descansar, leer un libro, ver televisión, amar, un sinfín de cosas. Pero cuando manejas Uber o Lyft es hora de ir a trabajar para que otros se diviertan.

En todo este tiempo dedicándome parcialmente a recorrer la ciudad con clientes dentro del carro me ha permitido constatar un fenómeno interesante. Es obvio que no todos los clientes son iguales pero se parecen mucho. Siendo Miami, pese a todo, una ciudad alegre, de gente relativamente despreocupada y distendida, cuando ingresan al carro se vuelven, súbitamente, ginebrinos.

Raramente hablan, no manifiestan gusto por una estación de radio en particular, no les interesa lo que pasa a su alrededor, dentro y fuera del auto. Normalmente se encierran en su celular sea mirando películas o navegando por Facebook, sin intercambiar una palabra con quien conduce.

Pero los que hablan, esos suelen ser entretenidos y divertidos. Un fin de semana de estos me tocaron dos muchachas jóvenes de Minnesota y montarse en un Uber fue toda una aventura. Resulta que era la primera vez que lo hacían –parece que donde viven en Minnesota no hay Uber– y quisieron compartir la experiencia con su familia allá. Y como las nuevas tecnologías están para complacerlas, llamaron a sus padres por video ycompartieron la aventura.

La madre de una de ellas estaba de veras impresionada. Lanzó toda una avalancha de preguntas sobre lo que es un Uber. Ellas explicaban que era un servicio sensacional, great y cute, que hay en Miami. Al parecer tampoco saben que la cosa es mundial. En determinado momento por poco me distraen de mi trabajo porque la madre quiso conocerme. Le dije hello a la señora y que su hija estaba en buenas manos. No se si me creyó. Pero me hizo una pregunta extraña. Me preguntó si no tenia miedo de los clientes.

Le dije que no. Pero a decir verdad es algo en lo cual nunca había pensado detenidamente. ¿Miedo? Es cierto que Miami es una ciudad relativamente segura pero también tiene su grado de violencia. En la primera semana en que comencé a manejar, dos clientes se fajaron a piñazos por un problema de racismo. Un hispano insultó a un negro y la cosa terminó conmigo teniendo que llamar a la policía. El juicio fue la semana pasada. El juez impuso una multa a cada uno y cada cual se fue por su lado.

Ahora, los bandoleros también asechan. Un truco que usan es crear una cuenta Uber o Lyft con un nombre falso, casi siempre el de una mujer y le ponen una fotografía atractiva. Solicitan el servicio y se ponen a esperar que uno aparezca y roban el carro a punta de pistola porque saben que es lo único que hay. Uber no funciona con dinero al contado.

Casi siempre el escenario es el mismo. Lo citan a uno en un barrio lúgubre de la ciudad y cuando llegamos al destino, de repente, estamos cercados. Por eso yo no acepto viajes para algunos barrios de Miami, me da pena porque a lo mejor son clientes legítimos con una necesidad de desplazarse, alguna urgencia, pero –y creo que la madre de la chica de Minnesota puede tener algo de razón– a veces me da miedo. En el fondo es eso. No es cautela. Es miedo. Pero seguimos al timón.

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