Cambiar la cabalgadura a mitad del río

La OTAN no es una organización europea, sino “atlántica” y Europa no es, colectivamente, el miembro más importante de ella, sino Estados Unidos que la financia y la arma.

El ahora ex Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg durante una conferencia de prensa con el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, en Washington el pasado 18 de junio. Foto: EFE/EPA/MICHAEL REYNOLDS.

La sustitución de Jens Stoltenberg como secretario general de la OTAN en medio de la guerra en Ucrania es una decisión difícil y arriesgada. Entre otras cosas porque aparentemente la organización no tiene nada que ganar y puede perder la difícil cohesión alcanzada en la guerra que libra contra Rusia.

Según lo acordado, el jefe militar de la OTAN, comandante Supremo Aliado en Europa, siempre ha sido estadounidense y el secretario general europeo. El primero de los jefes militares fue Dwight Eisenhower, comandante aliado en Europa durante la II Guerra Mundial y el actual, el general Tod D. Wolters. Entre ambos, hubo 18 comandantes.

Por su parte, los secretarios generales han sido 13, todos europeos. El primero fue el general británico Hastings Ismay, nacido en la India, asesor de Winston Churchill y el actual el ex primer ministro noruego Jens Stoltenberg.

En la práctica el comandante aliado, jefe militar de la OTAN, estaría a cargo de los aspectos castrenses de la organización y, en caso de guerra, de las operaciones militares, lo cual no ocurre ahora porque, ni Ucrania es parte de la OTAN ni la entidad está oficialmente en guerra contra Rusia. El hecho de que un civil ejerza la dirección de la organización es consistente con el precepto liberal de mantener a los militares separados de las decisiones políticas.    

Lo curioso de esta nomenclatura y el gran dilema de la organización es que la OTAN no es una organización europea, sino “atlántica”. Europa no es colectivamente el miembro más importante de ella, condición que poseen los Estados Unidos que financian y arman a la organización. Paradójicamente, el secretario general de la OTAN pude ser de un país que no es miembro de la Unión Europea, a lo cual, entre otros, se opone el presidente de Francia Emmanuel Macron.

Por haber sido designado en 2014 Stoltenberg, cuyo mandato fue prorrogado en dos años sucesivos, ha estado al frente de la organización durante diez años, lo cual lo ha colocado en el momento de la guerra en Ucrania y de la expansión de la OTAN en particular con las adhesiones de Suecia y Finlandia.  
 
Ante los patrocinadores de la organización, el mayor mérito del secretario general es haber sorteado exitosamente los desacuerdos circunstanciales y amagos de disidencia de algunos países miembros que como Turquía y Hungría han mostrado desavenencias respecto al suministro de armas a Ucrania, algunas sanciones a Rusia y el empleo de las armas avanzadas contra territorio ruso.

En meses pasados se dio a entender que Estados Unidos, una especie de “gran elector” prefería como sucesora del actual secretario general a la alemana Úrsula von der Leyen, ex ministra de defensa de Ángela Merkel. La propuesta se ha disuelto no porque le falten méritos y competencias, sino por la cuestión del consenso.  

Debido al carácter de la organización, que es una maquinaria de guerra, su líder nunca será un pacifista y, en las circunstancias actuales deberá ser partidario de Ucrania, pronorteamericano y visceralmente anti ruso.

Mark Rutte, ex primer ministro de Países Bajos durante 13 años y con 57 de edad, suena como probable nuevo secretario general de la OTAN. Según trascendidos Rutte, otanista convencido, cercano a Estados Unidos, y militante de la causa ucraniana posee credenciales para el cargo.

Aunque según se afirma es un negociador, respecto a Ucrania, nunca ha hablado de paz sino de derrotar a Rusia. Quizás fuera mejor si no hubiera perdedores. Allá nos vemos.


*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.

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