Las reflexiones sobre la democracia y otros temas afines, frecuentemente presentan el defecto de asumir los entendidos de las fuerzas y corrientes que, en lugar de promover la idea y considerar válidas las alternativas, insisten en una exclusividad que tratan de imponer.
Existen países que no son democracias al estilo occidental y, no solo son viables, sino exitosos. Ningún ejemplo mejor que el de China donde la apertura conllevó a la conciliación con Occidente: iniciada en 1972, cuando Mao Zedong recibió a Nixon, se profundizó en 1971 cuando la ONU reconoció la existencia de “una sola China” y fue coronada con las reformas iniciadas en 1978 que sumaron fuerza, velocidad y excelencia al progreso basado en la apertura y la liberalización; empeño al cual se consagran los líderes y el pueblo chino.
La democracia es un producto cultural, aunque tardío: una de las más decisivas y fecundas creaciones humanas.
Sin ella, probablemente la humanidad se abría devorado a sí misma. Se trata del más eficaz regulador de la desmesura del poder y un complemento sin el cual el Estado sería un engendro maléfico. Es el poder colegiado, modo en el cual los pesos y contrapesos regulan fueros y competencias del Estado y la sociedad civil. Sin separación de poderes, la democracia es un organismo mutilado.
Una de sus características es que garantiza la legitimidad de los gobiernos, no su eficiencia ni su probidad; tampoco es inmune a los demagogos, sino que se sostiene en las instituciones legítimas y bien establecidas. Mientras ellas resistan, los sistemas políticos soportan todas las pruebas.
Pilar de la civilización y de la convivencia, como la especie humana, la democracia se originó en un punto y luego se difundió por el planeta. Ya sea que fuera creada por Dios o resultado de la evolución, la especie humana debutó sola e indefensa, iletrada, ágrafa y sin habla, aunque dotada con ignotas e infinitas potencialidades que, con libre albedrío e innata propensión a lo gregario, se desarrolló por sí misma hasta llegar a hoy.
Lo mismo que el trigo es de Mesopotamia y el número cero se introdujo en Babilonia, la democracia se originó en Europa, primero como prédica de pensadores que exponían ideas acerca de la fe, la cosmogonía y la filosofía, la astronomía, la medicina, incluso las matemáticas y reclamaban el derecho a sustentarlas, difundirlas e incorporarlas a los saberes de los tiempos.
La libertad que reclaman sabios y creadores, incluye el derecho a difundir, compartir y asumir obras y conocimientos, convirtiéndolo en convicciones y valores. De la libertad de prensa disfruta el que escribe, pero también los millones que leen, el maestro y los discípulos.
La libertad para enseñar es inseparable de la que se ejercita al aprender. Cuando se censura a un periodista o se regula un escritor o artista, se perjudica a toda la sociedad.
Con el tiempo y el progreso, los conocimientos se especializaron, se separaron de la filosofía y surgieron las ciencias particulares, física, química, astronomía, economía y otras, convertidas en esferas del saber.
Como parte de esos procesos, no exclusivamente epistemológicos, insignes personalidades se aproximaron a las esferas sociales, el derecho y la política. El conjunto de sus pensamientos, sumados a los preceptos sociales del cristianismo, dieron lugar a las doctrinas humanistas, a lo cual se añadió la contribución de economistas que, como John Stuart Mill, Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, contribuyeron a la configuración de los modelos políticos vigentes.
La democracia no es un asunto exclusivo de las élites ilustradas y de las cátedras, sino un fenómeno social vitalmente asociado a las masas que, integrado con las luchas de clases, asume contenidos ideológicos y nutre a las grandes corrientes.
Sin democracia no hubieran existido ninguna de las grandes corrientes características de la modernidad, entre ellas el liberalismo, la socialdemocracia, el pensamiento socialcristiano, el socialismo, el marxismo y el comunismo.
El elemento clave de la democracia es la integridad de las instituciones que además de favorecer los consensos sociales, limitan el poder de los gobiernos, los mandos militares, los servicios especiales y las organizaciones financieras, especialmente los bancos, todos con fuertes tendencias a invadir la esfera de los derechos de los ciudadanos.
Es también refractaria a la discrecionalidad y la selectividad en las facultades de los funcionarios públicos, los agentes del orden y la administración de justicia. Aunque allí donde están presentes tendencias autoritarias no lo admiten, las sociedades menos reguladas, donde la permisividad es más importante que las prohibiciones, la gobernabilidad es más viable.
Admito que, sin democracia al estilo común, en determinadas coyunturas históricas, pueden existir líderes y gobiernos legítimos y eficaces, pero también es cierto que esos mismos equipos serían mejores, y más capaces de proveer felicidad con las bienhechurías de la democracia. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.