Cuando Donald Trump haya sido acogido por el olvido, el golfo seguirá allí besando las costas de México, Estados Unidos y Cuba; la montaña Denali o McKinley continuará siendo la mayor altura de América del Norte y el Canal de Panamá aun exhibirá su lema: “Pro mundi beneficio”.
El mar y la montaña son frutos de la naturaleza; el primero con una edad de unos 300 millones de años y la elevación con cerca de 100 millones, mientras el canal, una proeza de ingeniería moderna, cuenta con 111 años.
El Golfo de México fue descubierto en la época de las grandes aventuras oceánicas y explorado por primera vez en 1508 por Sebastián de Ocampo que, al circunnavegar a Cuba, avistó aquella masa de agua a la que se refirió como “Mar oculto”, su primer nombre. En 1513 Juan Ponce de León lo navegó y desembarcó en La Florida.
Se trata de una especie de mar interior de 1 550 000 km², que contiene una fabulosa biodiversidad, inmensas riquezas en forma de petróleo y gas, compartida entre México, Estados Unidos y Cuba.
Como parte de la exploración del entonces llamado Seno Mexicano, fue cartografiado y apareció en el “Mapa de Pineda” (Francisco Álvarez de Pineda). El Seno Mexicano es el nombre que dieron los españoles al explorar, desde Jamaica y Cuba, entre 1515 y 1520, los inmensos territorios que bordean el golfo, y que incluían los territorios de Tamaulipas, Veracruz y Texas, Louisiana y Florida.
Lo históricamente más trascendente en esa porción del océano Atlántico ocurrió en 1519 cuando, navegando desde Cuba, se inició la conquista de México que para Trump parece no haber concluido.
Entre los fenómenos más bellos y relevantes de esa porción de mar, figura la Corriente del Golfo, un fluido superficial, derivado del movimiento de rotación y traslación de la Tierra, formada por una masa de agua de unos 80 millones de m³/seg, sumamente cálida, de 1000 km de ancho, que se desplaza a una velocidad de unos 1,8 metros por segundo.
Esta corriente originada en el Golfo, cerca de México y Cuba, se desplaza por el extremo sur de La Florida, bordea las costas orientales de Estados Unidos y, a la altura de Terranova, gira y cruza el Atlántico avanzando unos diez mil kilómetros, transfiriendo calor desde el trópico hasta el océano Ártico y el mar de Barents, para lograr que Múrmansk, una magnífica ciudad rusa, la mayor del círculo polar ártico y su puerto, nunca se hielen.
Tal vez, de enterarse de que, debido a su posición geográfica, Cuba es conocida como la “llave del golfo”, Donald Trump quiera cambiar, además del nombre, esa condición. Para más señas, el golfo de México aparece representado en el Escudo Nacional de Cuba, iluminado por un sol naciente, sinónimo de optimismo, que alumbra a México, Estados Unidos y Cuba.
Hace unos días comenté sobre las gestiones de Trump para obtener los hielos de Groenlandia y ahora, brevemente lo hago sobre el cálido Golfo de México por el cual, rumbo a Campeche, navegué una vez. Les debo las notas sobre el Monte Denali (ahora McKinley) y el Canal de Panamá. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.