No encuentro explicación al hecho de que en los años cuarenta del pasado siglo, abrumados por las obligaciones que suponían la conducción de la guerra contra Alemania y Japón y simultáneamente gobernar a sus países, los líderes de entonces, principalmente Franklin D. Roosevelt, Iósiv Stalin y Winston Churchill, realizaron una actividad internacional tan intensa como fecunda que les permitió obtener la victoria y diseñar el mundo de posguerra.
Bastaron cuatro conferencias internacionales que, sumadas, no llegaron a quince días para solucionar los más complejos problemas afrontados por la humanidad hasta hoy.
En agosto de 1941, a bordo de un buque de guerra, Roosevelt y Churchill suscribieron la Carta del Atlántico, que sirvió de base a la coalición antifascista y de borrador para la Carta de la ONU. En el propio año, quince países, entre ellos la Unión Soviética, suscribieron el documento. Así, superando enormes obstáculos, surgió la coalición aliada, núcleo de la lucha contra el fascismo en la II Guerra Mundial.
En 1943 los tres grandes de entonces (Roosevelt, Stalin y Churchill) se encontraron en Teherán, donde reflexionaron sobre la apertura del II frente en Europa y por primera vez hablaron del futuro de Alemania derrotada. En 1945 volvieron a coincidir en Yalta, allí se habló del trazado de las fronteras europeas una vez consumada la victoria. Más exactamente de la división de Europa en zonas de influencia y de la ocupación de Alemania. También se esbozó la idea de la creación de la ONU.
Aquel mismo año se reunieron en Potsdam, Alemania. Eran los mismos países, pero otros los líderes. Ya no estaban Roosevelt —recién fallecido— ni Churchill, derrotado en las elecciones. Los sustitutos, Harry Truman y Clement Atlee, continuaron la obra. Los temas fueron, entre otros, la ocupación y división de Alemania y de Berlín.
Entre tanto, expertos de unas 40 naciones elaboraban los acuerdos de Bretton-Wood, incluidos la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT). Otro grupo se encargó de redactar la Carta de la ONU y aquel mismo año, en la Conferencia de San Francisco, sin más dilaciones, nacieron las Naciones Unidas. Todas esas instituciones han sido eficientes y perduran.
En aquel clima floreció la vida internacional, dando lugar a la constitución de una miríada de organizaciones, públicas y privadas (ONG), de carácter económico o político, incluso militares. Algunas de esas entidades agrupan a países desarrollados, otras prosperaron en el Tercer Mundo, donde algunas se solapan, comparten la membresía y temas, realizan eventos multitudinarios, abundantes en retórica, aunque nulos por sus efectos prácticos.
En el mundo de hoy resalta el enorme contraste entre la capacidad de convocatoria de aquellos líderes, su arte para aproximar posiciones y elaborar consensos, así como la competencia para encontrar soluciones óptimas, con la ineficacia, la división, la rigidez, incluso la maledicencia de los de hoy, buenos para la simulación y la demagogia.
Como para muestra basta con un botón, tenemos la recién efectuada reunión del G-20.
Aunque se trata del más importante y representativo espacio de deliberación política y económica del mundo, después del Consejo de Seguridad, actualmente paralizado, el cual reúne a los veinte países más ricos e influyentes, a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a todos los países nucleares, excepto Israel si lo fuera, el presidente Lula, en su calidad de anfitrión, logró encerrar el cónclave en una burbuja al pedir que no se hablara de guerra.
De ese modo, aunque algo se habló de ello, dio un carpetazo y obvió los enormes peligros que entraña la guerra en Europa que está punto de derivar en un conflicto nuclear, omitió la tragedia que se vive en Gaza, la agresión al Líbano y el enfrentamiento entre Israel e Irán.
De ese modo los mandatarios, en cuyas manos está la solución de esos y otros problemas, después de tomarse el importante retrato de familia, tomaron sus aviones y se marcharon a casa. La guerra es fea, cruel y apesta; mejor no hablar de ella. ¡Curiosa solución! Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.