La brevedad de la vida humana no permite comprender por experiencia propia que la evolución de las civilizaciones son dilatados procesos históricos entre cuyas peculiaridades figuran los cambios constantes. Debido a ellos la provisionalidad y la condición de no hecho o inacabado, es el rasgo más persistente en las estructuras y relaciones de las sociedades y la humanidad en su conjunto.
Afirmar que el actual modelo de organización social y política, basado en la democracia y en los derechos humanos, políticos y sociales y que aún no ha madurado ni se ha desplegado a escala global, será trascendido no es un descubrimiento, sino la constatación de un hecho civilizatorio. El problema es comprender cuándo, hacia dónde y cómo serán tales cambios.
El primer hecho civilizatorio que la humanidad realizó conscientemente ocurrió al concluir la II Guerra Mundial, cuando el fascismo fue derrotado y el mundo libre, formado por unos 50 países, logró consensos para encausar, no sólo su desarrollo, el modo de realizar tal hecho y de convivir en paz, y no únicamente para ellos, sino para todo el planeta.
La narrativa según la cual el actual modelo de desarrollo y las instituciones a través de las que se realiza fue resultado de algún tipo de imposición es falsa. Con sentido del momento histórico y comportamientos políticos esencialmente democráticos, los líderes que condujeron la II Guerra Mundial y aquellos que se aliaron con ellos, a pesar de diferencias ideológicas, políticas y culturales y de grandes asimetrías económicas, diseñaron e hicieron funcional un modelo político mundial.
Lo atinado de aquellas decisiones, así como la idoneidad demostrada del modelo y las instituciones creadas propiciaron la pluralidad necesaria para la coexistencia de sistemas sociales diferentes, la descolonización afroasiática, el auge económico y el progreso general que hicieron de la posguerra la época más fecunda en la historia de la humanidad.
Quienes, llevados por el optimismo generado por el boom civilizatorio, sin guerras entre las potencias, sin colonias ni dictaduras, por el cese de la guerra fría y la instalación de la globalización, creímos que la humanidad había llegado a un estado civilizatorio cuya estabilidad no podía ser alterada por eventos circunstanciales, fuimos devueltos a la realidad por tres catástrofes: el fin del socialismo real, el colapso de la Unión Soviética y la guerra en Ucrania.
Los hechos asociados a la remisión del socialismo real y al colapso soviético, un cataclismo geopolítico que afectó a unos 50 países y puso fin a la existencia el sistema mundial del socialismo, una alianza político militar unida por factores ideológicos, concertaciones políticas e intereses económicos, evidencian la precariedad de proyectos políticos emergentes. Por su parte, la guerra en Ucrania es resultado de incomprensiones, espurios intereses hegemónicos y apetencias territoriales, incoherentes con el desarrollo alcanzado.
De la situación mundial contemporánea forman parte confusiones acerca de la culpabilidad de Occidente respecto a lo que ocurre y a la capacidad de alguna entente formada por menos de media docena de países, ninguno de los cuales, ni todos juntos, posee capacidad de convocatoria para realizar la audaz propuesta de crear consensos y liderar la edificación de un nuevo modelo de organización política para todo el mundo.
No tengo dudas de que en algún momento en la inmensidad del tiempo por venir el actual modelo de organización política y económica del mundo será trascendido, pero no será ahora ni será a cañonazos, tampoco porque una potencia hegemónica sea sustituida por otra. El futuro de la humanidad es la paz, o son las cavernas.
*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.