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Refiriéndose a la respuesta iraní al ataque de Estados Unidos con 14 bombas antibúnker de 30 mil toneladas y 30 misiles Tomahawk a una base norteamericana en Catar, Trump comentó: “Los iraníes fueron muy lindos, nos avisaron antes de atacar la base militar… Está bien, les dije que sí…” Al mismo tiempo, en un hecho inédito en casi 80 años, Trump criticó duramente a Israel y al primer ministro Netanyahu por romper el alto al fuego.
Refiriéndose a ambos países, estalló: “No tienen ni puta idea de lo que están haciendo”.
Donald Trump no negoció el alto al fuego, sino que lo ordenó, cosa que hizo a sabiendas de que Irán lo deseaba tanto como la población israelí, mientras Netanyahu y el alto mando de halcones judíos tenían que obedecer, ante el riesgo de que Estados Unidos le retirara la escalera.
Se trata de la misma receta que ha intentado aplicar en Ucrania: negociar con Rusia, sin contar con Ucrania porque, para él, Zelenski no cuenta, como tampoco cuentan el destino de Donbass, Crimea ni el futuro de ese país. Hay quien cree que tampoco le preocupa que la guerra se eternice y mantenga ocupada a Rusia.
Es el poder imperial en estado práctico, ejercido de modo brutal, tanto contra adversarios como contra aliados. Es “Estados Unidos primero” y luego, Estados Unidos.
Ante la declaración de Rafael Grossi, director del organismo internacional de la energía atómica de Naciones Unidas, acerca de que “Irán es el único país no nuclear que, en secreto, produce uranio enriquecido a niveles cercanos al uso militar…”, Israel, que durante años se había preparado para ese momento, decidió atacar con todos los medios disponibles a las instalaciones del programa nuclear de Irán.
Trump no dio la orden, sino que encendió la luz verde y miró a otro lado.
La respuesta de Irán, valiente y solvente, fue eficaz para dañar decisivamente a Israel, pero no para defender su territorio e impedir los bombardeos israelíes. Entre tanto, Israel podía golpear a todas las instalaciones, menos las de Natanz, Fordow o Isfahán, protegidas por impenetrables corazas geológicas reforzadas con acero y hormigón en las cuales, presuntamente, se enriquecía y se almacenaba el uranio y se resguardaban las instalaciones y el equipamiento para producirlo.
En tales circunstancias, Israel acudió a los Estados Unidos que, según se afirma, contaba con los medios necesarios, bombas, aviones y misiles para cumplir semejante misión.
Esa fue la orden de Trump y con la cual los objetivos relacionados con la neutralización del programa nuclear iraní podían darse por cumplidos.
Según sus palabras, a Trump no le interesa un cambio de régimen en Irán, ni la destrucción del país. “…Un cambio de régimen lleva al caos… Los iraníes son muy buenos comerciantes, muy buenos hombres de negocios, y tienen mucho petróleo. Deberían estar bien. Deberían ser capaces de reconstruir y hacer un buen trabajo… Un arma nuclear es lo último que tienen en mente en este momento”.
Los doce días que median entre el devastador ataque de Israel contra Irán y el instante en que el presidente de los Estados Unidos ordenó cesar el fuego quedarán como un paréntesis.
La única certeza respecto a ese episodio, que terminó de modo tan repentino como comenzó, es que nunca se sabrá qué ocurrió en realidad.
En cualquier caso, las armas callaron entre ellos, aunque siguen su macabro rugido en Gaza y Ucrania, donde otra vez Trump tiene la palabra y, tal vez, la influencia para imponer la paz.
En algo tiene razón: la guerra es un mal negocio. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.