No es la primera vez que Ucrania se involucra en asuntos nucleares que ponen en riesgo su seguridad. En la época soviética, durante la Guerra Fría, fue hospedero de unas 3 mil ojivas y misiles, lo cual la convertía en blanco de la destrucción mutua asegurada.
En 1994, siendo ya un país independiente, renunció a las armas nucleares a cambio de garantías de seguridad que no fueron honradas y ahora puede ser el lugar donde, por segunda vez, se empleen armas atómicas, cosa que dudo.
En 1991, Ucrania proclamó su independencia de la Unión Soviética y era gobernada por Leonid Kravchuk, un ex aparatchik que, de buena fe, inició las negociaciones para entregar a Rusia los miles de armas nucleares heredadas de la URSS.
El impresionante arsenal nuclear que quedó en su poder convirtió a Ucrania en la tercera potencia nuclear mundial, sólo superada por Estados Unidos y Rusia. La temida proliferación nuclear que, desde 1945, en parte, había sido controlada por los líderes occidentales y soviéticos, se realizó de un modo que nadie fue capaz de prever.
Conscientes del enorme peligro de aquel fenómeno que también involucró a Bielorrusia y Kazajstán, los líderes de Estados Unidos y Gran Bretaña realizaron enérgicas gestiones ante los mandatarios de Rusia y de aquellos países para lograr su desarme nuclear.
El presidente de Ucrania cedió a los reclamos para que entregara tales armas, tal vez porque comprendió la incapacidad del país recién independizado, que enfrentaba problemas económicos, políticos e institucionales, para lidiar con aquel enorme arsenal nuclear, cuya seguridad y mantenimiento conllevaban enormes gastos, requería recursos técnicos y personal calificado de los que entonces no disponía.
Así, en 1994, fue convocado un encuentro en el cual Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán acordaron el desarme nuclear de los tres países ex soviéticos. El entendido asumió la forma del Memorándum de Budapest, en virtud del cual Ucrania entregó a Rusia todas las ojivas, misiles y otros materiales nucleares de carácter militar y accedió a adscribirse al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP).
A cambio, Rusia y las potencias occidentales se comprometieron a respetar la independencia, la soberanía y las fronteras de Ucrania, absteniéndose de la amenaza o el uso de la fuerza contra ese país. Ucrania cumplió escrupulosamente lo pactado. Los otros no.
Al respecto, Volodymyr Tolubko, un excomandante militar ucraniano, argumentó ante el parlamento de su país que la desnuclearización completa de Ucrania a cambio de promesas de seguridad era “romántica y prematura”.
Desde 2022, cuando Rusia inició operaciones militares contra Ucrania, en reiteradas ocasiones, las partes han mencionado la posibilidad de que, en territorio ucraniano, sean empleadas armas nucleares, lo cual no deja de constituir una paradoja y da lugar a especulaciones acerca de que Ucrania pueda dotarse de armas nucleares, cosa que el presidente Zelenski ha negado.
Debido a las desavenencias y la falta de voluntad de cooperación, en unos años, los gobernantes de Estados Unidos y Rusia han desmantelado la arquitectura de seguridad colectiva fundamentada en acuerdos sobre limitaciones de armas nucleares que comenzó a construirse desde los años sesenta del pasado siglo.
Una buena noticia es que el nuevo presidente de los Estados Unidos que en breve tomará posesión, parece decidido a trabajar para poner fin a la guerra en Ucrania.
Cuando ello ocurra y mediante acuerdos se reconstruyan los mecanismos de seguridad colectiva, las armas nucleares volverán a ser ociosas y regresará la esperanza de hacer del mundo un lugar más seguro. Allá nos vemos.