Rusia lanzó sobre un complejo industrial de la ciudad de Dnipro, la cuarta más poblada de Ucrania con 980 948 habitantes, a 391 km de Kiev y a unos mil de Moscú, un misil denominado Oréshnik (avellano). En tiempos de la Unión Soviética, la urbe fue un centro industrial, sede de plantas nucleares y de la fabricación de armamentos. Debido a ello, en algunos medios occidentales se le conocía como “Rocket City”.
El arma empleada fue un misil hipersónico que, según trascendidos, vuela a una velocidad de Mach 10 (diez veces la velocidad del sonido) y puede alcanzar de 3 mil a 5 500 kilómetros, con lo cual, desde Rusia, puede impactar en toda Europa, no así en Estados Unidos, que está fuera de su alcance.
Según datos de la inteligencia ucraniana, el misil puede haber sido lanzado desde la región rusa de Astracán (1400 km de Moscú) y recorrió alrededor de mil kilómetros hasta el blanco; el tiempo de vuelo fue de unos 15 minutos. Además del poco tiempo de exposición, Ucrania no cuenta con sistemas capaces de interceptarlos.
Debido a que carecía de carga explosiva, el cohete no causó daño alguno, aunque sí miedo, operando con intenciones disuasivas, advertencia o amenaza, sin resultados militares inmediatos. El hecho de que el anuncio de la operación fuera realizado por el presidente Vladimir Putin añadió estridencia a la acción y confirmó la afirmación de la revista Forbes de que: “Los misiles balísticos son singularmente aterradores…”.
El ministro de exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, declaró que “Zelenski, el presidente de Ucrania, tuvo miedo”.
El misil Oréshnik es un arma estratégica, diseñada como portadora de un sistema de ojivas múltiples dirigidas contra blancos diferentes. Obviamente, se trata de un vehículo de reentrada múltiple (MIRV), capaz de salir a la estratosfera y regresar, alcanzando una velocidad hipersónica de Mach 10, o lo que es lo mismo, diez veces la velocidad del sonido.
El hecho de que el blanco, a unos mil kilómetros del punto de lanzamiento, estuviera al alcance de otros misiles más convencionales y que el cohete ruso estuviera vacío indica que se trató de una prueba, lo cual sugiere que pueden no existir muchos de estos ingenios propios de otro tipo de guerra.
Es la primera vez que un misil de este tipo es utilizado en un conflicto real, constituyendo la respuesta de Rusia a la autorización concedida por Estados Unidos y Gran Bretaña a Ucrania para atacar las profundidades de su territorio con misiles de largo alcance, HIMARS/ATACMS y Storm Shadow, brindando además asistencia satelital para su empleo.
Ante el hecho, el presidente Zelenski declaró que “el mundo debe reaccionar”, y añadió que “por ahora no hay una respuesta firme”. Mientras, el canciller alemán, Olaf Scholz, dijo que se trata de “una terrible escalada que demuestra lo peligrosa que es esta guerra”.
Por intermedio del portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores, como es habitual, China pidió a todas las partes que muestren moderación y llamó a los contendientes a “crear condiciones para un pronto cese de las hostilidades”.
Debido a las preocupaciones creadas por el misil ruso, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, convocó a una reunión del Consejo OTAN-Ucrania para el próximo martes 26 de noviembre. Este grupo es una especie de “gabinete de crisis” de la OTAN.
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Obviamente, un cohete de alcance medio vacío carece de significado militar inmediato, y su empleo puede resultar ocioso debido a que las posibilidades rusas en materia de misiles son tan conocidas como temibles.
La prueba aporta poca evidencia para la inteligencia occidental, aunque sí puede tener un gran efecto mediático y en círculos de la opinión pública internacional.
Para el público ucraniano se trata de una amenaza creíble de lo que puede esperarse en caso de una escalada de la guerra y para los rusos, la perspectiva fatal de convertirse, de observador a blanco nuclear.
Se atribuye a Einstein haber dicho: “No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.
Cierta o no, la expresión es dramáticamente cierta. La humanidad que en un momento trágico conoció las masacres nucleares de Hiroshima y Nagasaki se encuentra en lo que puede ser el umbral de una nueva tragedia.
Ahora el misil empleado estaba vacío; de haber llevado carga nuclear, el mundo lamentaría no menos de 100 mil muertos en segundos.
Una mala noticia es que una acción así no hubiera concluido una guerra local, sino iniciado una mundial. Probablemente se conocerán respuestas no menos letales.
Los líderes saben lo que se traen entre manos y a qué exponen a sus pueblos. Ellos, los que tienen poder sobre los misiles, disponen también de la autoridad para detener el conflicto. ¿La ejercerán? Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diario ¡Por esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.