A menudo citamos a estos tres misteriosos personajes, sin la menor idea sobre sus identidades. ¿Quién diablos fue Fulano? ¿Quiénes, los otros dos? ¿Existieron, o se trata tan solo de una suerte de ‘pronombres indefinidos’ que denotan a personas inciertas?
Según el Doctor Joaquín Bastús, “créese que Fulano se deriva del dios Fabulino, divinidad a la que invocaban los paganos cuando los niños empezaban a hablar, y Zutano de otro numen llamado Estataro, que era el que presidía la infancia de aquellas gentes”.
En cambio, la Real Academia ofrece una explicación más convincente. Dice allí que Fulano fue expresión traída por los árabes (fulán – “un tal”), extraída del egipcio. Que Mengano proviene igualmente del árabe (man kán –“quien sea”-). Y que Zutano brota de la expresión “citano” (del latín scitanus, “sabido”).
Lo seguro es que todos estos señores –lo mismo que sus parientes Perengano y el muy cubano Esperancejo-, sirven para referirse a lo desconocido, tanto como Juan Pérez, Don Nadie o John Doe.
Es decir, que no es nada agradable que nos digan Fulano, Mengano o Zutano. Ni siquiera si lo hacen con el erotismo inmejorable de Jessica Rabbit.
¡Salud!
De pequeño siempre me inquietó la razón por la que mis abuelos decían “¡Salud!” o “¡Jesús!” cada vez que alguien estornudaba. Era como un ritual forzoso en que, casi al mismo tiempo que el archiconocido “aaaaachísss”, había que pronunciar las (aparentemente) mágicas palabras.
Ocurre que estornudar siempre ha sido indicio de enfermedad. Así, durante la Edad Media, cuando las plagas eran tan comunes como el pan del desayuno, la gente solía desearle bendiciones a quienes estornudaban.
Se cuenta que en el año 591, bajo el pontificado de Gregorio I, en Roma hubo una gran epidemia de peste, y los afectados morían estornudando. Es tal vez desde entonces que cuando alguien estornuda, la gente pide a Dios que aparte ese peligro.
No obstante, se sabe que los egipcios y griegos veían en el estornudo una señal. De ahí que fuera bueno estornudar por la tarde, mientras que era nefasto hacerlo al levantarse de la cama o de la mesa. Aquel que había estornudado al nacer era tenido por dichoso, mas quien lo hacía hacia la izquierda, arrastraba sobre sí la mala suerte.
En cualquiera de estos casos, los griegos exclamaban “¡Vivid!” y “¡Que Zeus te conserve!”, a lo que los romanos respondieron posteriormente con “¡Salve!”. Y ahora hablando como los locos, ¿se imagina a Nerón con un ataque de coriza ante el Senado? ¿Se imagina lo lindo que sonaría aquel coro?
Lo de Nerón es genial…salve César, y ¿el caballo?, bueno, supongo que tendría que relinchar…jajajajaja…