Unos le atribuyen esta máxima al rey Carlos III, otros a Napoleón, pero en verdad existen expresiones de similar sentido que tuvieron origen mucho antes.
Por citar un ejemplo, ahí está el axioma de Platón: “Quien mucho se apresura queda en el camino”, todo un llamado a proceder sin precipitación cuando se trata de llevar a feliz término una empresa.
Otro antecedente: la máxima de Chilon que solía repetir complacido el emperador Augusto: “Apresúrate lentamente”. Y también una vieja locución latina cuyo autor no he podido esclarecer: “Festinatio tarda est” (La precipitación retarda la cosa).
Incluso Séneca nos legó una frase que va por el mismo camino cuando en la Epístola 44 recordó que la extrema prontitud se embaraza a sí misma: “Ipsa se velocitas implicat”.
Al final, Carlos III no parece en condiciones de pelear por el copyright del dicho.
Echar margaritas a los cerdos
Sobre este modismo, el Doctor Joaquín Bastús apunta en La Sabiduría de las Naciones que se refiere a “emplear ó practicar cosas buenas y apreciables, física ó moralmente hablando, para objetos viles ó con personas que no saben evalorarlas. Hablar á ignorantes, mal emplear el tiempo en instruir á personas incapaces de comprender razones”.
Según el Evangelio de San Mateo, Jesús el Nazareno fue quizás el primero en apelar a la expresión, con aquello de “nolite dare sanctum canibus, neque mittalis margaritas vestras ante porcos” (No déis lo sagrado a los perros, ni echéis margaritas a los cerdos).
De eso se trata, pues. De no desperdiciar las balas. Si pretendemos imponer a Sabina en un ámbito reguetonero, estaremos echando las conocidas flores al conocido y nauseabundo animalito. O sea, perdiendo el tiempo como si nos sobrara.