Hace unos cuantos años que publiqué aquel artículo que algunos amigos me recuerdan de vez en cuando. En una cafetería –estatal como todas por entonces- me encontré varias ofertas para saciar mi hambre de gordito perenne y asumido. Había una dificultad, no se ofrecía opción alguna de líquido. “El detergente está en falta, compañero”. Creo recordar que fue la explicación. Y me pregunté –a voz en cuello primero, en las páginas del periódico después- algo bien sencillo: “¿Cómo bajar el pan?”
Ponía además el ejemplo de un hecho que parecía caricatura pero se trataba de realidad monda y lironda. En la céntrica esquina habanera de 23 y 12 (a unos pasos de la célebre cafetería “La Pelota”) ofertaban pan y además queso crema. Los dos productos aparte. La lógica burocrática no llegaba al casi inevitable paso siguiente: destinar un empleado a que abriera los panes y pusiera dentro el cremoso producto lácteo.
El apetito de la gente que repletaba la zona comenzó a guiarse por una dinámica mucho más humana y quitaban el envoltorio a los quesos, abrían el pan con las manos y (a falta de papeleras y de no muy buen humor ante el disparate) tiraban el papel al suelo. Hubo caídas estrepitosas rumbo a la parada de la guagua y mi queja solitaria, que no encontró destino pues como solía ocurrir en esos casos “el compañero administrador está reunido.”
Ahora –a un año exacto sin estar en Cuba- me llegan noticias sobre cambios, cooperativas, inauguraciones. En la revista Espacio Laical encuentro un interesante dossier en el que estalla la preocupación porque nos vayamos al otro extremo y los nuevos dueños maltraten a sus empleados o el Capitalismo –tan ausente como denigrado durante décadas- retoñe con fuerza indeseable.
Comparto la esencia de esa alarma pero primero creo que los que llevamos tantos años sin que nos pongan el pan en el queso, décadas sin saber cómo no atragantarnos; los que hemos puesto la boca sobre el polvo de una lata calentona de refresco o de cerveza, los crecidos y hasta envejecidos en esa desidia, maltrato cotidiano e ineficiencia tenemos la propensión a votar por los cambios.
Y si alguien se llena los bolsillos que sea un dueño o mejor una cooperativa de gente que ofrece buen servicio. Prefiero la solvencia de un empresario de nuevo tipo antes que la del displicente camarero de la boca dorada. Los dientes de oro se convirtieron en uniforme de los que trabajaban en lugares con “búsqueda” para el bolsillo del empleado sin exigencia alguna de eficacia. Es preferible exigir mesura al gestor de nuevo tipo que seguir conviviendo con el siempre reunido administrador; el fecundo no en ardides como el Ulises de la mitología griega sino en frases hechas que se mueven entra la impunidad y la retórica. No hay lugar ya para que se escude en “tenemos limitaciones”, “no está orientado”, “ese tema lo elevamos”. ¿A dónde lo elevaste, mi socio, que no se ve por ninguna parte ni la solución ni el respeto por los consumidores?
Sé que muchos han sido y son honrados y laboriosos, pero en este tipo de personaje abunda el color rosado que no se inmuta ante el rostro gris y desprotegido que se queja; las libras de más hasta en los momentos de pérdida de peso y desesperación por las carencias.
Como el tópico de que la noche es más oscura cuando se acerca el amanecer, a los nuevos tiempos económicos que vive Cuba es lógico que les acompañe el fervoroso aferrarse a esa retórica: “No tenemos orientaciones”, “qué va, compañero, eso no está en mi contenido de trabajo”.
No se trata sólo de “panes con algo”, latas tibias o vasos inexistentes. Cierta vez salí del equipo de una producción cinematográfica por una de esas prácticas de un Socialismo Real. Le dije al final: “Aquí lo que ocurre es que se hace lo autorizado, lo normado, lo admitido. Y poniendo un caso cercano al cine: cuando hacen falta para una escena una mesa y cuatro sillas se percatan de que la mesa no se puede comprar…”. Sillas sí, con las sillas no hay problema. Pues bien, en lugar de lo que necesitan los personajes y la película se compran 8 sillas y como no hay autorización para adquirir una mesa no se usan en la película. Al cabo de un par de años, cuando una de las 6 piezas andan tirada por ahí medio coja, alguien dice: “¿Y para qué se compraron esas sillas?”
Me quedaría preguntarle a cubanos de entre 15 y 75 años. ¿Les recuerda algo? ¿Les suena? ¿No están cansados de esa ineficaz letanía?
Amadito, me parece muy bien escrito, pero con este tema se puede escribir un novela de varios capítulos. Yo intenté hace años escribirla. Le puse un titulo provisional, -cuando aquello no se hablaba del trabajador por cuenta propia- le puse: Monologo del filosofo por cuenta propia. Quisiera hacerte llegar ese borrador.
Monólogo del filósofo por cuenta propia
Agustín Dimas López
Antes de tener el oficio de ahora, – que más que oficio es una obsesión que no me deja tranquilo-, me desempeñaba como asesor, o más bien consejero del padre de un amigo, que había obtenido un puesto importante, por ese milagro de los nombramientos, que mucho tenía que ver con eso que llaman “política de cuadro.” Era allí donde me ahumaba los nervios con el vicio del cigarro., meditando, elaborando ideas para el padre de mi amigo, a quien tenía que decirle jefe, aún en la intimidad del despacho donde se atrincheró, porque creó una estructura protocolar llena de regulaciones y ordenanzas, que para llegar a verlo había que explicarle los motivos a un cvp capacidad disminuida, a una recepcionista distraída, a la secretaría pegada al teléfono, hablando entre susurros; hasta que al fin la jefa de despacho, perfumada y maquillada hasta el dobladillo de los ojos, sin mirarte, ni contestar a los saludos, decía: “El jefe está reunido y no puede atender a nadie, tiene que pedir una cita.” Luego estaba yo, y a él, casi nadie lo podía ver o molestar, porque siempre estaba ocupado detrás de su buró fumándose un tabaco, a la espera de una llamada de un jefe superior. Tenía que ocuparme de recibir al público irritado, que venía por más de una vez buscando respuestas a sus necesidades, darle palmaditas consoladoras en las despedidas, con las palabras mágicas que mi jefe me había dictado de corrido por el intercomunicador: “Dilequeestamostrabajandoeneso”. Con esa mágica oración, donde se omitía al sujeto, logró aburrir e irritar a infinidad de personas, a otras más comprensivas y menos desconfiadas les dio la posibilidad de consolarse por escrito, a través de los buzones que mandó a poner en todas las dependencias subordinadas a la empresa, con el lastimoso y reparador nombre de: “Quejas y sugerencias” Patentizando de ese modo los buzones, que le dieron una dimensión más burocrática a sus funciones., extendiéndose por todos los centros del país esa práctica, generando un papeleo con quejas y lamentaciones, que más bien parecía una sucursal del correo postal de Cuba. Hasta que muchos años después, mi amigo Pepe Alejandro, desde el periódico Juventud Rebelde, se encargó de la sección Acuse de recibo, y trata con sus comentarios de enderezar los entuertos, arbitrariedades, desmadres , indolencias y deformaciones que se siguen cometiendo, con el consuelo de que las tragedias personales alcancen el conocimiento nacional, para que todos de una forma u otra nos veamos reflejados, mientras esperamos expectantes en cada edición las respuestas que desde los finales del siglo pasado aún están pendientes y las más recientes que se pondrán viejas y se convertirán en noticia.
Con el ajetreo de sus responsabilidades, encontraba cobertura para su distracción y no le prestaba atención a los asuntos, las inquietudes, que por escrito y en orden de prioridad, le ponía sobre el buró cada mañana, junto con la agenda de la jefa de despacho, con las afectaciones del día y recordatorios en círculos rojos de asuntos urgentísimos. Era ese el tiempo cuando la jefa de despacho lo acompañaba a todas partes en el carro. Yo me quedaba contándole mentiras a la gente, justificando que tal o más cual asunto se iba a resolver, “queestamostrabajandoeneso” y el jefe anda por provincia en un consejo de dirección ampliado. Cuando ya se filtraban los comentarios sobre la construcción de una casa a una de sus queridas, de las bacanales en las casas de visitas, de las remezas de alimentos que sobraban de las actividades y que se perdían en el maletero de su carro, junto a las botellas de ron y de cervezas.
Un buen día, de modo constructivo, intenté hablarle sobre el mal uso de los recursos, cuando ya había sucumbido ante el embrujo hipnotizador de la jefa de despacho, que le acompañaba en las reuniones fuera del centro, o salía con ella a un problema personal., el caso es que siempre inventaban razones para salir juntos. Las murmuraciones y comentarios eran escandalosos, hasta llamadas de mujeres resentidas y engañadas por sus amores furtivos había tenido que atender. En un arranque de autosuficiencia, abuso de confianza, o de poder, no sé bien, porque me lo dijo soltando una bocanada de humo y hablándome como si yo fuera el tabaco: “Yo te pago para que me aconsejes, pero a partir de ahora te voy a seguir pagando para que no me aconsejes más”. Con la misma confianza de siempre, pero esta vez con voz autoritaria, me mandó como a un muchacho al pantry a buscarle el termo de café, porque la pantrista había salido a la esquina a rellenarle una fosforera., al final me dijo más sentenciosamente: “No le hagas caso a los chismes, eso es una forma de hacer contrarrevolución”. De ese modo dejé de aconsejarlo. Me convertí en su ayudante personal, sin voz ni voto, preocupado en sus detalles más elementales, llegué a sorprenderme soplándole el café, para que no se fuera a quemar la lengua. Aguantando a mi mujer cuando le comentaba las incidencias del día y me respondía: “Tracatán.”
En su larga carrera de dirección, siguió venciendo los obstáculos de los controles y ayudas, que paradójicamente, lo ayudaban más, a controlar menos. Utilizaba el recurso de involucrar a todos con el centralismo democrático, haciendo copartícipes de sus errores a la mayoría, sumándolos a sus arbitrariedades, y ellos, quizá, por el temor a perder la confianza del jefe, que tan bien parado estaba, y aunque olvidara saludar a los obreros y empleados, ellos, los más allegados, con ingenuidad lo justificaban., porque siempre entraba con la cabeza cargada de preocupaciones, el portafolio lleno de papeles y el bolsillo de la camisa con la pluma y los tabacos, para calmarse la ansiedad en la intimidad del despecho. Esos subordinados más allegados, lo adoraban como a un dios, porque era capaz de reconocer los errores con una inocencia de estreno, que más que criticarlo, había que aplaudirlo., creando de este modo una excusa infalible para justificar los incumplimientos de los planes, el caos de la producción, cuando la asamblea estallaba en acaloradas y escabrosas discusiones. El, tomando la palabra los hacía responsable de lo bueno y de lo mal hecho, los calmaba con una dosis de autocrítica, capaz de quitarle la voz y la irritación al secretario del sindicato, que en la votación debía levantar la mano para estar de acuerdo. Creó un estilo de equivocaciones en el trabajo, que casi podíamos afirmar: “el que no se equivoca no trabaja bien”. Lo que hace falta es el valor para reconocerlo, autocriticarse, y se golpeaba el pecho como un cristo desclavado. Aquel acto de valentía arrancaba los aplausos de la presidencia y de la masa, para dar por terminada la asamblea, olvidándose las contradicciones, y las iras, cuando en la actividad recreativa, organizada por el sindicato, con el apoyo de la dirección, que prestó el transporte para arrastrar el termo de cerveza., todos disfrutábamos de la alegría entre la embriagues y el ritmo de la música que salía por los baffles, desde el tocadiscos del Director, que tan entusiastamente sacó de sus despacho y me nombró sonidista de las actividades, recomendándome que le tuviera cuidado con el tocadiscos y los long play, que por cierto casi se gastó el de la Monumental, con el prendan, prendan el mechón, mientras él atendía en el salón de protocolo a “los factores” invitados a la actividad.
Por mi parte convertido en el correveidiles de sus caprichos y encargos, tenía que soportarle sus gracias, cuando se burlaba en mi propia cara diciendo: “Hay quien nace para mandar y otro para hacer mandados” Y se ponía a leer el periódico de hoy con las noticias de siempre, envuelto en una nube de humo. Ya para entonces estaba desencantado, pero a dónde iba a ir a esta altura a buscar trabajo. Amarga había sido mi experiencia cuando me quedé en la calle, por culpa de la reducción de plantilla y el nuevo director amparado en la lucha contra los errores y tendencias negativas, suspendió contratos y redujo la plantilla a sus antojos, para al cabo de unos meses inflarla de nuevo con socios que trajo, amparado en la confiabilidad, como un recurso extra laboral, solo al alcance de los jefes que deben tener sus chóferes, secretarias, jefes de despacho, económicos, todos confiables, mientras yo me deshacía en preguntas y reclamaciones a todos los niveles, sin respuestas, mirando el humo del cigarro, ajeno a las lamentaciones de mi mujer, prediciendo que iba a terminar loco. Yo tratando de llevar a la práctica la teoría de hacer más con menos. Sin trabajo, pasaba la mayor parte del tiempo en el muro del malecón, con el carrete en la mano, ansioso por coger un ronco, con una carnada reseca por el sol, cuando él en su carro, se parquea y me gritó: ¡Camagüey! mi apodo de estudiante. Me abrazó con un entusiasmo afectivo, como en nuestra amistad de juventud, preguntándome: Coño qué es de tu vida. Me invitó al bar del 1830 y entre trago y trago me contó que luego de sus estudios en la universidad de Lomonosov, allá en Moscú, trabajó como profesor en Ciudad Libertad, hasta que lo designaron director de un pre allá en Alquizar, y allí estoy. Me daba palmadas de afectos, mientras yo le contaba que me gradué de técnico medio, y había terminado el servicio social en La isla de Pinos, en una planta de cerámica, luego regresé por la lejanía de la familia y empecé en una fábrica en Guanabacoa. A esta altura ya me había tomado más de dos líneas de ron matusalén, le dije que llevaba seis meses sin trabajo, que había pensado ponerme a limpiar parabrisas en los semáforos, para buscarme la vida. Tal fue mi catarsis de infortunio, que se me aguaron los ojos contándoles las calamidades, de la forma injusta que me dejaron fuera,
de mis reclamaciones., porque aún pensaba que me iban a pagar con carácter retroactivo, sabiendo que el nuevo jefe había llenado la empresa de gente y creado nuevas plazas. Mira que yo me había sacrificado, que participé en todas las movilizaciones en la escuela al campo, la zafra del 70, los trabajos voluntarios en el Plan cordón de la Habana, el cien por uno en la isla, sembrando toronjas en los pedregales de la Melvis. Esa misma tarde me presentó a su papá. Desde entonces es mi jefe. Por la deuda de gratitud con él, y su hijo, aguanté tantos arranques de impotencia, pero ya lo tenía calado y no me atrevía a contestarle lo que pensaba, porque a esta altura no sabía si me iba a entender cuando le dijera, sin ánimo de aplastarlo: El que sabe, sabe. El que no, es jefe. Tratar de ponerme a salvo de sus burlas insolentes, que me hacia delante de sus amigotes. Porque yo sé muy bien que nunca fui su amigo, solo un compromiso de su hijo, una petición al padre, que gozaba del esplendor del poder, sin tener que sacrificar nada personal, uno más en la cadena de mandos, un cuadro, como los anteriores jefes que conocí y los que aún no he conocido. Quería borrarme esa palabrita que inventó mi mujer cuando le contaba los trajines del día, y ella apagaba la luz, al tiempo que tiraba la cabeza contra la almohada, mal humorada, diciéndome tracatán: esta vez a causa de una llamada telefónica a casa del vecino, para salir a esta hora de la noche, a resolverle un problema personal, porque no sabía ni cambiar una zapatilla de la pila, ni cerrar la llave de paso para que no se inundara la casa. Para colmo, no mandaba ni el carro a recogerme. La palabrita se me quedaba dando vuelta en la cabeza, cuando cogía la guagua para llegarme hasta su casa, con las herramientas en un bolso y arreglarle el salidero del agua. Esa palabrita: tracatán, se multiplicó como un virus, porque hasta en la correspondencia de los buzones, cuando ya nadie los revisaba, me la encontré escrita con los trazos chapuceros de los anónimos, donde decían horrores de sus desmanes. Estaban, además las risitas y las murmuraciones, que me obligaban a fingir haciéndome el sordo, cuando entre los pasillos, el trasiego de las oficinas, o en el comedor, sorprendía a mis compañeros haciéndose los de la vista fina, para fijarse en el termo, los tabacos, el periódico, o cualquier encargo que le llevara al jefe, más por oficio, que
por eso de la tracatanería. Pero es que las evidencias eran así. Seguí luchando en el más desamparado abandono, sufriendo por todo y debatiéndome en las contradicciones., de seguir callando sabiendo tantas cosas, o de olvidarme del inmenso favor que me había hecho y mandarlo al carajo, para estar tranquilo con mi conciencia., callarles la boca a la gente y a mi mujer. Pero no me decidía. Seguí haciéndole favores a él y todo aquel que me lo pedía, solo, rumiando las ideas que me asediaban sin hallar el modo de darles cause, porque ni a mi mujer podía convencer de que tenía ideas propias.
Cuando lograba su atención y pensaba que me atendía, se me quedaba dormida en el sofá, sin haber tomado el diazepan, que dejó de tomarlo y desde entonces me encargo de dormirla con mis conversaciones, con la obligación de contarle en la mañana, en qué terminó la novela, o qué tal estuvo la película del sábado.
El siguió una larga carrera como director, aumentando su autobiografía o curriculum vitae, como le gustaba decir. Yo no pude seguirle en todas sus andanzas por fábricas, institutos, ministerios, organismos y empresas, porque estaba facultado como cuadro para mandar en cualquier actividad, aunque solo supiera utilizar la facilidad de envolver a la gente con los teques demagógicos., el arma infalible de su larga trayectoria. Había que callarle la boca a los que se molestaban por su nombramiento. Los tildaba de resentidos, faltos de confianza en las decisiones de arriba. Acusaba de apolíticas tales manifestaciones y así siguió campeando. Hasta que ya, más hastiado que cansado, monté mi personaje de desajuste psiquiátrico y pedí un peritaje médico y dejé en dudas a la comisión. Convertido en un ser extraño, que apenas conversaba, lo más que decía eran los saludos y a veces saludaba tres veces a la misma persona. Para ganarme el apodo del quemao. Era así como esperaba, con un estipendio del estado, convertirme en jubilado, que es como decir filósofo por cuenta propia. Para aquel entonces estábamos en un teatro, en una nueva escalada de su currículo. Hube de acompañarlo por eso de la gratitud. Porque me lo pidió de buena fe, dándome a entender que yo tenía alma de artista, con lo que estimuló mi ego y la apatía de mi mujer, mi jefe como administrador, en pleno período
especial, mientras yo atendía la programación, esperando que la comisión médica dictaminara mi incapacidad, para que me bajaran mi chequera, como al coronel de la novela de García Márquez. Ahí fue donde me dio por escribir y dejar plasmadas las ideas que me asediaban. Tenía el tiempo para conversar conmigo, analizar las causas y los efectos, vaya filosofarme un poco para prepararme y recibir la vejez con ideas rejuvenecidas, porque me desencolaba el animo tener que soportarme las niñerías de los viejos: malas crianzas, de que haya que darles las comidas como si se les olvidara comer, soportarles que se meen y caguen donde quieran, para tener que esconderlos en cualquier rincón de la casa, como a un mueble roto, y ocultar así la pena que ocasionan cuando llegan las visitas y preguntan: ¿Cómo está el viejo? Y halla que responderle con una sonrisita hipócrita de agradecimiento: Está ahí, figúrese, con los achaques de la vejez. En vez de contestar: está allá atrás escondido, porque se ha cagado hasta la cabeza, y todavía no han puesto el motor.
Mientras pensaba y escribía, después de haber visto en el lobby otro buzón, envuelto en el polvo del olvido, lleno de cartas con reclamaciones y acusaciones de todo tipo, decidí elaborar una idea proyecto, a partir de las propias experiencias del centro, para contribuir a eliminar esos buzones llenos de quejas, anónimos con cascarilla, comejenes y que nadie se digna a retirar. Están ahí como un símbolo de la desidia y la burla, una trampa para cazar ingenuos inconformes, pensando que al escribir le van a tomar en cuenta, que sus ideas pueden ser más geniales que las de un jefe. Tontos de pacotillas, dejando recaditos y pidiendo lo imposible, para colmo, la mayoría sin firmar, para no dar la cara, qué poco conocen el centralismo democrático.
De modo que luego de haber leído infinidad de escritos, con críticas sobre obras y puestas en escenas de dudosa calidad, de malos tratos de los empleados, de los vendedores y revendedores que copaban el portal, del abandono de los baños, de la pena que daba cómo se destruía una institución, puse todo mi empeño en la Idea Proyecto, como la nombré.
Consistía en un documento que no viene al caso ahora detallar en todas sus partes, donde exponía que las entradas a los teatros no se cobraran a la entrada, (valga la redundancia) si no a la salida., para darle oportunidad al espectador, que pagara si la actividad le había sido grata, de lo contrario la administración estaba en la obligación de resarcirlo con una indemnización, por hacerle perder el tiempo, para ello debía pagarle un por ciento del salario que devengaba en su puesto de trabajo, por el tiempo mal empleado en ver la función.
En caso de no tener vínculo laboral, o ser jubilado, se le pediría disculpas por escrito, solidarizándose con su situación económica, pero dejándoles claro que el teatro no se podía convertir en un centro de beneficencia, que el Estado debía asumir esa responsabilidad. Eso sí, quedaba terminantemente prohibido, decirles ese lema que crearon los gastronómicos, ironizando con los clientes: “Gracias por su visita”. Así proponía no engañar a nadie, ni justificar cambios de elencos, ni de espectáculos a última hora, que a pesar de haberse publicitado por espacios estelares de la televisión., la Comisión de Evaluación, por un exceso de confianza, o descuido, no llegó a ver antes del estreno y ahora se comprueba por la crítica y los espectadores, (que dicho sea de paso nunca coinciden) pero dice la crítica escrita y radial, que adolece de la calidad artística, que no logra llegar con su mensaje y demerita el contenido que pudo tener oculto en el vestuario y el uso y abuso excesivo de luces, quiere cegarnos con sus efectos. Dice además que, es una pena luego de casi un año sin estrenos, se bajen con una obra que va a endeudar el teatro cubano. En un arranque de entusiasmo casi solidarizándose con mis ideas, el crítico clama porque el artista sea el encargado de renumerar al estado, porque ha sido un rotundo fracaso el estreno, sugiriendo además con un final abierto: ¿Qué hace ahora la comisión?
Aparte de este desastre estaba la posibilidad que el espectador, convencido, conmovido e identificado con la obra vista, pudiera aplaudir, hacer los comentarios en alta voz, es decir entrar en catarsis, al estilo Aristotélico, sin el temor a ser regañado por las acomodadoras, que no las
dejan dormir, por lo que regañan sin compasión, creando, sin proponérselo, al estilo Brechtiano, el famoso efecto quinto, de igual modo, después de gritar bravo, puestos de pie y aplaudiendo, con la alegría más desbordante, se convirtiera en contribuyente voluntario de una propina, mayor incluso, que el valor real de la entrada. Esta acción así, con desenfado, creará una reacción que otros imitarían, no porque les haya gustado tanto, si no por el complejo de parecer ignorantes.
Así se podrá crear un fondo, para ser repartido a partes iguales entre todos los trabajadores, desde el portero, hasta el más distraído utilero, incluyendo por supuesto a los actores, sin distinción de categorías, para evitar que siga creciendo ese daño que hemos creado con eso, de que yo soy A, y tu eres B, coger el alfabeto para crear disputas sobre el valor de las letras. Burocratizar el arte y alimentar un estrellato que no llegue a brillar, porque estrella comienza con e y tiene la a al final. Así que mira tú, el mierdero que hemos armado, por no confiar en los aplausos de los espectadores.
Esto creó serias dificultades, temores y contradicciones al jefe económico, porque estaba habituado a sus modelos y planillas tradicionales. Le daba tiempo a todo su personal de salir y merendar en la calle, sin que se atrasara el trabajo, ni aún en los cierres de mes, que había que informar hasta las colillas de cigarros que se llevaban los becados de los ceniceros. Que la merienda era una conquista del sindicato, en coordinación con la administración, que había dado la oportunidad de disfrutar de una hora, en vez de quince minutos como orientaba el reglamento, para que diera tiempo a coger una pizza caliente, porque el comedor es un sueño convertido en pesadilla. Dijo además que tendría que crear todo un sistema. Mandar a imprimir modelos, papeletas de devolución, nóminas de propinas, resúmenes de indemnizaciones, informaciones para la onat, desgloses para los estados de cuentas en el banco… con tanto trabajo iba a tener que suspender la hora de merienda y eso sí que era sagrado. Así que en ese punto, la discusión se perdió con otras disquisiciones y nos salimos del orden del día. Aquella discusión se parecía al éntreme Las aceitunas, no sabíamos qué hacer como Mesiguela. Hasta que por el hambre, hubo que dar un tiempo para que el consejo saliera a comer algo y fumar, porque
aquella oficina parecía un horno. Después del receso y las bromas mientras meaban en el baño, entramos con nuevos bríos al debate. Al final se adujo un elemento de última hora que jugó un papel determinante, para que junto con todas las trabas expuesta por el jefe económico, diera al traste con mi proyecto. El elemento en cuestión lo planteó el jefe de los cvp diciendo: al espectador no se le puede dejar mucho tiempo dentro del teatro, molestando a las acomodadoras. Ellas tienen que hacer su trabajo a tientas, porque las baterías están por divisas y no se consiguen en moneda nacional, ( que dicho sea de paso ) hay que comprar bombillos para las linternas, porque dándole golpecitos para estimular las baterías, todos se ha fundidos. Las acomodadoras trabajan cuatro horas por las mañanas y cuatro por las noches, para justificar el salario. Ha muchas se les ha permitido vender maní dentro del teatro, con el compromiso de trabajar voluntario, recogiendo los papeles que desconsideradamente tiran al piso los usuarios-espectadores. Con el trabajo que da barrer una alfombra., porque ya ni con la aspiradora se puede contar. Y la compañera de limpieza tiene capacidad disminuida, desde que se enredó con el cable y se cayó encima de la dichosa aspiradora rusa, que más que una aspiradora, parece una combinada cañera. Nadie puede imaginar lo que acarearía eso: dejar al espectador dentro del teatro esperando una reclamación. Sobre todo los espectadores del interior, que tanto les gusta la capital. Vean tanto espacio disponible., que les dé por armar escenografías y conviertan el teatro en un solar. Que acaben con los telones, las bambalinas, las patas, los equipos de luces y sonido. Que se metan incluso en los baños clausurados y a los más listos se les ocurra alquilar la cabina de audio que tiene aire acondicionado independiente. Allá el que se haga responsable con aprobar ese desorden. Sacudió las manos como quitándose responsabilidad, con lo cual creó el temor y el quórum, para que por unanimidad y no por mayoría me engavetaran mi proyecto, a pesar de haber votado en contra.
Al bajarme la chequera, se me abrieron las puertas de las inquietudes, no para seguir convenciendo a funcionarios y jefes, donde me había desgastado las razones, sino para encaminar mis teorías por otros derroteros., que por lo menos me diera la oportunidad de disfrutarlas al tiempo que ayudara al prójimo. Así me gané el apelativo de candil de la calle y oscuridad de la casa, que por supuesto me lo puso mi mujer y me lo repite cuando le resuelvo un problema a un vecino que no sabe orientar la antena del televisor, o le cargue la jaba con los mandados a cualquier vieja de la cuadra, siempre en mis ratos libres. Porque el resto del tiempo se lo dedicaba a la lectura, a mis apuntes sobre la vida, la risa, el llanto, la muerte, y a la confección de los cigarros tupamaros para mi autoconsumo. El dinero de la jubilación no me alcanzaba para este gusto, porque la caja se había puesto a treinta pesos en el mercado negro y me las veía negro con el dinero, para que me alcanzara para las pastillas del tarjetón de mi mujer. Así que cuando se me acaban los cigarros de la cuota, salía a dar mi recorrido hasta la Terminal de ómnibus, mientras meditaba y estiraba las piernas recogía algunos cabos para hacer los tupamaros del día.
Cierta vez logré que me invitaran para impartir una conferencia en un asilo de ancianos. Tema que ya venia trabajando. Me resulta alarmante el modo grosero y abusivo que los jóvenes emplean contra los ancianos. Se burlan de ellos, sin conocer que el que no llega a viejo es porque se queda antes.
Mi conferencia versaba sobre los orígenes del miedo y el miedo a la soledad. Pero cuando más concentrado estaba exponiendo mi introducción por los caminos de la felicidad, los viejitos rompieron a llorar a coro, con un llanto de abuelos desconsolados, como si se hubieran puesto de acuerdo, o estuvieran en cadena igual que los canales de televisión, perdonen el símil, pero lloraban con la poca fuerza de sus sollozos, lo mismo los abuelos que las abuelas. Ninguno podía adaptarse al asilo, me daban a entender que no se acostumbraban a la idea de que los hijos no se ocuparan de ellos. Verse despojados de sus casas, que sus nietos los vieran de lejos, como animales del zoológico. No pueden imaginar la que pase. Aquello
parecía un círculo infantil, al punto, que no sabía si darle un vaso de agua, o decirle que le iba a comprar un chupa chupa a cada uno. Quería atajarles el llanto y calmarlos, para seguir, pues tenía la certeza que estaban identificados con el tema. En esas dicotomía estaba, cuando llegó la directora encima de unas plataformas, que más bien parecían un par de ruedas, que un par de zapatos y que hacían juego con las argollas que le colgaban de las orejas, y me acusa públicamente de haber molestado y asustado a sus viejitos, porque así los nombró y los chiqueo, mientras les iba pasando los dedos por los cabellos canosos, con una parsimonia como para no dañarles la mollera. Ya para entonces las empleadas les iban sirviendo en los jarritos de aluminio, el yogurt se soya. A muchos hubo que dárselo en cucharaditas, porque no podían con los temblores sostener el jarro. No pude convencer a la directora que yo no era responsable de ese desequilibrio emocional de los abuelos. La causa era el abandono familiar. La falta de cariño y el olvido. Ella me gritaba que nunca los había visto temblar así. Que no le hablara del mal del parkinson cojones. Que estaban así por culpa mía. La vi tan alterada, que me quedé con mis papeles en la mano y más preocupado por ella que por los abuelos, que a esta altura de la discusión se habían dormido en los sillones. Nunca me había sucedido nada igual, lo juro. Lo que más había experimentado era la impotencia de que no creyeran en mis ideas, la apatía con que me trataban algunos cuando se dignaban a escucharme y esa costumbre enfermiza de mi mujer, de no poderme atender porque el sueño la duerme, y en honor a la verdad, algún que otro chiflido o bostezo involuntario sin mayores consecuencias para venir a evocarlos. Fue después de esto que empecé a desgastarme el celebro
como un niño cuando empieza a buscar razones en los por què.
Por qué no puedo hospedarme en un hotel, qué ley me lo prohíbe, sino este absurdo custodio que recibe ordenes de arriba, que nadie sabe quien las dio, y me mira con recelo cuando entro al lobby del hotel. Este hotel que no puedo disfrutar, porque no soy extranjero, quién me explica, para que logre convencerme de este absurdo en que padezco y sufro recordando los versos de Guillén, pero es que yo no tengo lo que tenía que tener, y me acostumbro amor, a desordenarme, no como Carilda, sino en este mar de las incomprensiones donde naufrago con mis frustraciones de ciudadano.
Cuando lo más lógico es que me dejen hospedarme con este dinero mío, que para colmo me lo gané en el extranjero, ya sabemos que el nuestro no alcanza ni para comprarme el pan liberado Pero que pueda hospedarme con un familiar que vino de vacaciones y me invita a quedarme en el Hotel y no hallo el modo de explicar para que entiendan los de afuera que yo no puedo hospedarme, hasta me invento una historia de consuelo para los amigos de otras latitudes, que antes si, en la década del ochenta el hotel costaba veinte pesos la noche y la mesa sueca diez y casi nadie venia al hotel, ni comía en la mesa sueca repleta de carnes, peces, arroces y frutas que apenas si se vía el mantel, que la culpa es del bloqueo por eso tuvimos que recorrer al turismo para recaudar divisas, que nos ha llenado de vicios y lujos que no necesitamos, sin darme cuenta pluralizo, pero es que con la divisa que entra del turismo costeamos la Salud que por cierto:
Por qué si somos una potencia médica es tan malo el servicio de atención en los hospitales, por qué hay que repararlos todos a la misma vez, y halla que entrar a los cuerpos de guardias con el pañuelo en la boca porque el polvo no te deja respirar.
Por qué tengo que ser recomendado por alguien para que un médico me haga una prueba urgente ante una enfermedad que me acoquina y tengo que ser atendido en un cuerpo de guardia por un estudiante de otras latitudes, cuando espero que me atienda un médico cubano con experiencia en la medicina de tantos miles que se han graduado en cuarenta y siete años de Revolución, y tengo que sentir la inseguridad, el temor a que un estudiante masticando malamente el español me reconozca para que al final no sepa decirme el mal que me aqueja, hasta que me receta una duralgina y la enfermera medio dormida me echa una mirada cuando le muestro el método, tengo que decirle: ¡Duralgina! La saco del letargo, prepara la inyección, me la tira o me la pone no sé bien, ni ella tampoco, pues se graduó en sólo 6 meses y salgo echando del cuerpo de guardia, con un ardor en la nalga, de madruga, a pie para la casa, porque no hay taxis, ni guaguas, ni bicitaxis, ni un cojón, a esta hora de la madrugada es más de tranca y voy hablando solo de toda esta mierda que me agobia.
Por qué no puedo comer langosta, camarones o cualquier pez insignificante del mar, para que me aumente el fósforo, a ver si se encienden las vitaminas que se me apagan en el cuerpo, por la falta de fibras cárnicas, ya no te hablo de la carne de vaca, porque según las noticias que llegan de Europa por el Granma, allá anda el mal de las vacas locas y aquí el mal es que la gente está loca por comer vaca porque allá el que crea que la soya es
carne, amén de sus riquezas proteicas, pero es que nosotros estamos ansiosos por chocar con la fibra, porque por mucho que avance la ciencia la carne siempre va a ser carne , por eso en el campo se roban en pedazo hasta los caballos y descuartizan vivo a cuánto animal de cuatro patas se entretenga. Que sigan con las pastillitas de polivit para combatir la neuritis y pensando allá arriba que con la cuota que se llama canasta básica se puede vivir el mes comiendo con desayuno, almuerzo y comida, cuando todos sabemos que en los mejores años de la cuota sólo se podía comer diez días a lo sumo, y entonces había que inventarla, cada cual a su manera para no morir de hambre, con el forrajeo y la bolsa negra para chocar con la fibra, el trueque por ropa, jabones y botas rústicas en el campo para conseguir el arroz , los frijoles y la carne de cerdo. Figúrate ahora con el Periodo Especial, que es casi nada lo que nos toca por la libreta, y hay que comprar de contrabando casi todo, mientras en las Shoppings hay hasta chorizo en pomo, como antes en el capitalismo, que se nos iban los ojos por la vidriera. Vivíamos con la ilusión de que quizás mañana ocurriera un milagro para poder comprar, como ahora: hacer maravillas para conseguir el chavito, comprar aunque sean los cuadritos de caldos para hacer una sopa con sabor a sustancia de carne y entretener el paladar con sabores sintéticos como los sobrecitos de refrescos instantáneos que intentan borrarnos los sabores de jugos de frutas naturales que no hay que importar porque son cubanos como las toronjas, naranjas, mandarinas, guayabas, fruta bombas, piñas, mangos, marañones, melones, limones, nísperos, guanábanas, chirimoyas, anones, ciruelas… y todos los demás que no logro enumerar, para hacernos más refrescantes los veranos. Pero no es así,
y ahora solo se consigue algún jugo adulterado con agua, en un timbiriche de mala muerte, categoría séptima donde reposan en los mostradores de fórmicas sucias, las moscas de todos los veranos. (Ah, porque también nos llenamos de categorías en la gastronomía y hay digestiones primera categoría y otras séptimas con diarreas incluidas)
Pero por qué si la tierra está casi toda en manos del estado, en cooperativas y granjas los precios de las frutas están por las nubes, cuando son frutos de la tierra y la libra de fruta bomba está a cuatro pesos, la guayaba, el melón ni se diga… El colmo es que el aguacate oscila de de cinco, a veinte pesos. figúrate tú, si el precio de esta ensalada volátil como un peo, está así, el resto de los productos son impagables para las familias de bajos ingresos, que son la gente de a pie, hacinadas en barbacoas, cuarterías, solares y albergues, esperando que terminen un edificio que lleva treinta años en construcción, que cuándo lo vayan a inaugurar hay que clausurarlo por filtraciones y otros desperfectos constructivos. Estamos rodeados y no es de agua, de mierda burocrática, papeles, demagogia e indolencia. Hemos cultivado la doble moral como un escudo a prueba de balas.
Por qué no puedo vender el carro decrépito que me gané hace treinta años, que ya no puedo mantener y lo hago violando una ley que nadie a leído pero que todos conocen y tengo que hacerlo escondido, para que el comprador venga todos los días a la casa a preguntarme si no me voy a ir del país, qué por favor no lo embarque. Tenga que vivir con la zozobra de que el nuevo dueño de mi carro desconfié de mi, al extremo de hacerle firmar un papel donde hago saber que yo se lo vendí por mil fulas, que me
los he ido comiendo poco a poco, como el óxido que se comía la carrocería montada en burros en el garaje, y que yo le garantizo por medio del escrito que jamás se lo voy reclamar, como si mi palabra de hombre honesto no fuera suficiente, porque no puedo hacer el dichoso traspaso de la circulación de ese tareco que se llama Moscovich . Porque los cuentos que se oyen por ahí sobre carros vendidos y vuelto a vender, porque hay de todo en las viñas del señor. Es así como se arma la cadena de desgracias que se convierten en dolores de cabezas y delitos, por no autorizar que uno haga lo que le de la gana con lo que es de uno.
Por qué no puedo permutar sin tantos trámites y revisiones mi casa por otra más grande o más pequeña según las necesidades de los interesados y tengo que recurrir a un notario u abogado del bufete y ofrecerle dinero para que me haga los papeles tan rápido como yo los necesito, iniciar una cadena de engaños y delitos, coño si yo no voy a llevarme la casa para el Yuma, yo lo que quiero es acercarme a mi familia del Vedado que vive en zona congelada y yo vivo en Centro Habana con un calor de pinga y las calles asfixiando, por que en cualquier esquina hay un basurero, un charco de aguas albañales con olor a mierda.
Por qué nos podemos dar el lujo que un sereno de una firma venda su merienda de pan con jamón y refresco enlatado y gane más que mi salario de un día.
Por qué la política de cuadro no se cumple por los que deben aplicarla.
Por qué nuestra prensa es tan contemplativa y elogiosa con las tareas y metas que se convierten en globos, inventando eufemismos, tales como: desvío de recursos, faltantes, y otros giros del lenguaje para no nombrar el robo por su nombre y más recientemente en el periódico provincial en cada edición semanal, publica una relación de centros laborales, donde un grupo de expertos descubren las pupas y las larvas en plena metamorfosis acuática, para convertirse en mosquitos Aedes Aegiptys, que azotan con sus picadas creando el caos con la epidemia del dengue hemorrágico. Resulta alarmante y bochornoso que hasta en farmacias los expertos descubran este proceso de formación del mosquito y solo se le ponga una multa al centro, que al final la paga el propio estado.
Por qué históricamente los dirigentes se caen hacia arriba rompiendo con la ley de gravitación universal, y tienen la facultad del conocimiento para dirigir en cualquier empresa u organismo.
Por qué si la libreta industrial desapareció, la ropa, el calzado y los productos de aseo hay que comprarlos en divisa, de dónde sale ese dinero,
si el pago en moneda nacional no alcanza para compra los vegetales para hacer la ensalada de todos lo días, y sin embargo todos vestimos y calzamos y usamos estos productos que se pagan en divisa. Los que reciben remezas, trabajan en el turismo, viajan, o son artistas, cuentapropistas, jineteras, o negociantes de bolsa negra, tienen la forma de hacerlo, ¿pero el resto de dónde saca el dinero?
Por qué se vende más pizzas en un día en toda la Habana, en pizzerías particulares, si la harina es importada y el pan sigue normado con una calidad que roza la falta de todo tipo, y el estado no puede mantener las pizzerías que florecieron en otros tiempos de bonanzas.
Por qué si mas del noventa por ciento del transporte que circula es del estado, es tan deplorable el transporte de las personas, y prácticamente se burlan de los inspectores estatales que se derriten al sol con las tablillas y muy pocos les paran para recoger a alguien. Cuando paran se justifican con argumentos falseados en hojas de rutas, y siguen gozando y gastando gasolina, hasta cobrando cuando recogen a alguien en pleno boteo y cuando le das los diez pesos por la carrera, te hacen compadecerte cuando dicen: “Yo también tengo que vivir” A ver por qué no se le pone un impuesto y que ganen un por ciento, mantengan el carro, cumplan con su trabajo, hablo de carros ligeros, camiones y ómnibus. Estoy seguro que mejora el transporte y se alivia la economía de tanto robo y despilfarro.
Por qué si subió el pago de la tarifa eléctrica, para acabar con el despilfarro, promover el ahorro y denunciar a los que utilizan los servicios de paladares y hospedaje de viviendas y pagaban el consumo eléctrico en moneda nacional, no se hizo una ley particular para estos casos y se le cobró a ellos este servicio en divisas, para buscar equidad, pues es que la moneda nacional para ellos es risible cuando pagan dos mil pesos de consumo en un mes y ganan en un día de alquiler este gasto, mientras el de bajo salario cuando le llega la cuenta con el nuevo refrigerador, las ollas, el ventilador y demás enseres eléctricos, le da el infarto, por cierto, si le ponen marcapaso, creo que no tienen contador eléctrico, sino es mejor que se muera una sola vez.
Por qué casi después de medio siglo tengo que llevar las jaba para que me despachen los mandados de ¿la canasta básica? Y ya nadie se acuerda de los cartuchos y las bolsas de nylon me las venden como un producto más y hay personas que tienen montado su negocio en los mercados vendiendo jabas que se roban o compran y revenden, como tantos productos que se venden y revenden que no podría enumerar.
Por qué son tan bajos los salarios del bodeguero y por qué todos sabemos que nos roba y nos vende a sobre precio los productos normados y no somos capaces de denunciarlo porque si lo denunciamos entonces no podemos comprar esos productos.
¿Por qué están tan deterioradas las bodegas?
Por qué si hemos conquistado la independencia, la igualdad social, la reveindicación de la Mujer a la sociedad sigue proliferando la prostitución con nuevos matices, que viene desde los años hermosos y felices cuando los Jefes o Pinchos con sus carros y posibilidades inventaron la tití manía, le pusieron casas y confort a las queridas, con los recursos que el estado había puesto en sus manos y que él creía poder derrochar y disfrutar por que se jugó la vida contra Batista. Bajó de la Sierra con grados en los hombros, menos de sexto grado, pero con mando y autoridad, se fue superando poco a poco, aprendiendo a decir discursos con una fonética de de entonación que se ha reproducido como un mal genético en las nueva generaciones. Luego como todos sabemos se fueron a vivir a las grandes residencias de los Batistianos, que tanto repudiamos esos gustos burgueses de piscinas y grandes salones con estatuas y pianos de colas. Aquellas residencias que en un principio fueron escuelas donde entraron en masa los humildes jóvenes del campo, asombrados en el brillo de los pisos, y que hoy al cabo del tiempo, son habitadas por la casta de jefes, en activo y en retiro, y pueden alquilar los retirados al turismo por el módico precio de trescientos CUC el día.
Por qué fuimos incitados a despreciar a todo aquel que abandonaba el país en los años de crisis rumbo al norte y al cabo de los años arriban como turistas y disfrutan en Cuba de lo que a mi me es negado.
Por qué antes el ateísmo científico, el materialismo histórico y dialéctico aprendidos en del marxismo leninismo, eran el centro de mi filosofía, y me diferenciaban del resto de los creyentes, a los cuales los veíamos con recelo por tener problemas ideológicos, que era como una enfermedad y ahora sin tratamientos han curado de ese mal y son más revolucionaros porque son más religiosos.
Por qué se persiguieron, se condenaron y reprimieron a tantos homosexuales, que fueron a parar a el UMAP y vivir toda una vida marginados, como si con ello se desterrara esa condición humana y genética que habita en los humanos y que cuando aflora tienen que reprimir.
Por qué nadie pregunta qué pasó con Ubre Blanca, y aquellas vaquerías allá en la Victoria en la Isla de Pinos con aire acondicionado, música indirecta, para que las tetas (Valga la redundancia) de ubre blanca se relajaran y el periódico pudiera todos los días sacar un nuevo titular, rompiendo su propio record, hasta que se le secaron las tetas por las succiones de las mangueras provocándole un cáncer y hubo que sacrificarla, por expertos en taxidermia., disecarla, para enseñarla en la Feria del pabellón Cuba, petrificada por el formol, para que la gente viera de cerca ese prodigio de la ganadería, por la cual casi se decreta duelo nacional, hasta que el comején se la comió en un almacén que nadie recuerda. Solo perdura su imagen en mármol, que a golpe de cincel y mandarria logró darle el chino Abelardo, allá en el Taller que paradójicamente se llamó El Rodeo, donde rumia su inmovilidad como un queso blanco con tarros, y en los periódicos Victoria y otros órganos nacionales. Por qué caño se fue el río de leche de los años setenta para tener que comprar a sobreprecio la leche en polvo para el mínimo desayuno de cada día durante tantos años, que parecen interminables, y ya está a un cuc la libra del preciado polvo. Mientras crecen los trastornos digestivos y se diagnostican úlceras, gastritis y males estomacales, por falta del preciado líquido y halla que esperar que el médico dictamine el mal que te aqueja,
para que te den una dieta de leche en polvo, y cada mes tengas que desesperar, para que llegue a la bodega con un atraso imprevisible, la leche que te toca. Tengas que recurrir a comprársela al propio bodeguero en bolsa negra, hasta que llegue la que te toca.
Por qué nadie se acuerda del Plan Cordón de la Habana y el café Caturra, que supuestamente iba a resolver el problema del café en Cuba, porque ya habían desaparecido las cafeterías de esquina con el café de tres centavos y luego a cinco que ya era agua tibia lo que vendían… hasta que desaparecieron y surgieron los vendedores clandestino que te asaltan en las terminales y colas con sus termos y tasitas plásticas de dudosa higiene, para endulzarte la espera de las colas con un buche de algo que tiene el color del café, por el módico precio de un peso.
Por qué tuvimos que tomar café mezclado tantos años, cuando ya la hemorragia de chícharos nos había entretenido el hambre de los años setenta.
Por qué ha pesar de ser uno de los mayores productores de Azúcar en años de esplendor teníamos y tenemos el azúcar racionada.
Por qué tengo que tener un permiso de salida para viajar por un tiempo limitado, si no tengo asuntos pendientes con la justicia, pasar por comisiones a todos los niveles que miran y revisan si tengo las condiciones para hacer un viaje al extranjero y dictaminan si puedo o no puedo viajar y si por una de esas casualidades me paso un día después del permiso no puedo regresar.
Por qué si queremos y pregonamos ser una potencia Cultural yo no tenga acceso a Internet y mucho menos a poder comprar una computadora.
Por qué tengo que pedirle a un extranjero que me saque una línea de teléfono celular y yo no la puedo sacar si tengo el dinero y la necesidad del servicio porque en mi barrio no hay pares y cuando aparece el par, llegan los técnicos de etecsa y me dicen la instalación que van a poner no me
corresponde, porque viene asignada de arriba a otra persona, que se mudo recientemente y casi no se le ve en el edificio, porque el cargo de gerente no le da tiempo ni de asistir a las reuniones del comité y me dejan fuera, en zona de silencio.
Por qué si todos los meses se publica en Granma el alto nivel de nuestro sistema educacional y la maravillosa preparación de los profesores ahora desde primaria hay que pagar profesores particulares que repasen a los muchachos lo que no aprenden en las aulas. ¿Por què?
Amadín muy buena tus reflexiones uno de los desafios que tiene es el sistema es lograr la eficiencia en la producción y los servicios., algo más que anunciado a nivel de discurso pero casi nunca llevado a la práctica. La falta de constancia nos come muchas veces comezamos muy bien pero después las administraciones se deterioran hasta llegar al piso quisiera que esa piedra saliera de nuestro zapato.