Estudios culturales, sociológicos y demográficos han acuñado el término baby boomers para designar a una abundante generación de estadounidenses nacida aproximadamente entre 1946 y 1964, básicamente como expresión de confianza y bienestar de la posguerra.
En 1946 en Estados Unidos hubo 3,4 millones de nacimientos, un 20 % más que en 1945. Un año después vinieron al mundo 3,8 millones de bebés; 3,9 millones nacieron en 1952 y más de 4 millones nacieron anualmente de 1954 a 1964. El resultado demográfico no se hizo esperar. Para entonces, había 76,4 millones de baby boomers en el ambiente, esto es, un incremento de más del 50 % de los habitantes que tenía Estados Unidos en 1945.
Vivieron y protagonizaron el movimiento por los derechos civiles, la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, el festival de Woodstock (drogas, sexo y rock and roll), el feminismo, el escándalo de Watergate, la revolución conservadora de los 80, la caída del muro de Berlín, la pastilla anticonceptiva, Internet y la democratización de las computadoras, entre otros. Y produjeron presidentes como Bill Clinton (1946), George Bush Jr. (1946) y Barack Obama (1961); músicos y cantantes como Jimi Hendrix (1942-1970), Janis Joplin (1943-1970), Jim Morrison (1943-1971), Cher (1946) y Madonna (1958); actores como Meryl Streep (1949), Denzel Washington (1955) y George Clooney (1961); innovadores y empresarios como Steve Jobs (1955-2011), Bill Gates (1961) y Jeff Bezos (1964).
“Forever Young”, aquella famosa tonada de Bob Dylan, fue como un manifiesto generacional sobre la eterna juventud. Un baby boomer podía llegar a las estrellas si se lo proponía:
May your wishes all come true
May you always do for others
And let others do for you
May you build a ladder to the stars
And climb on every rung
And may you stay
Forever young
Forever young
Forever young
May you stay
Forever young
Pero como todos los manifiestos, duró poco. La hora del envejecimiento le llegó a la avanzada de los baby boomers alrededor de 2011, el momento en que empezaron cumplir 65 años, lo cual afectó la distribución por edades de la población en Estados Unidos. Le llaman “el factor baby boomer” en el envejecimiento poblacional.
Comentan algunos demógrafos: “En 2020, diez años después el grupo de edad de 65 a 74 años era el mayor de los grupos de mayor edad con 33,1 millones de personas, lo que representa más de la mitad de la población de 65 años y más en Estados Unidos”, es decir, 1 de cada 10 personas.
Y para 2030, concluyen, ya todos los baby boomers tendrán 65 años o más. Con una implicación adicional: “se prevé que en ese momento el crecimiento de la población de mayor edad va a empezar a desacelerarse”.
En fenómeno tiene, por supuesto, repercusiones en la vida social toda, incluida la política. Digamos, por ejemplo, que la Constitución de Estados Unidos establece que ninguna persona puede ser senador si no ha alcanzado la edad de 30 años. Sin embargo, no fija una edad máxima para permanecer en el cargo.
Estados Unidos tiene ahora mismo el Senado más viejo de su historia debido a la sostenida presencia de baby boomers: 64 de sus 100 miembros tienen una edad igual o superior a la edad media de jubilación. La edad media de los miembros del primer Senado (1789) era 47 años. Hoy anda alrededor de los 64. Si bien a las gerontocracias se les suelen reconocer sus méritos del pasado (por ejemplo, en Vietnam o las luchas por los derechos civiles o de las mujeres) lo cierto es que el sistema creado por los fundadores favorece la antigüedad al recompensar la permanencia en el cargo y permitir reelecciones infinitas.
Tampoco puede olvidarse que se trata de una actividad redituable. El salario promedio de un senador ronda los 174 mil dólares anuales, es decir, 14 500 dólares mensuales, más ingresos procedentes del lobismo, perfectamemte legales en el escenario estadounidense. Digamos solo a manera de ejemplo que la Asociación Nacional del Rifle (NRA) ha contribuido monetariamente a las campanas de varios senadores republicanos, un amplio espectro que comprende a Mitt Romney ($13,647,676), Richard Blurr ($6,987,380) y Marco Rubio ($3,303,355), entre otros.
Por esas y otras razones no muchos se plantan frente al problema con la actitud del propio Romney, quien anunció que no se postularía de nuevo en 2024. Dio sus razones: “Al final de otro mandato, tendría ochenta y tantos años. Francamente, es hora de que surja una nueva generación de líderes. Ellos son los que necesitan tomar las decisiones que le darán forma al mundo en el que vivirán”.
Joe Biden y Donald Trump forman parte de ese proceso. El primero es el presidente más longevo de la historia estadounidense. A sus 78 años ganó las elecciones de 2020, acaba de cumplir 81 y tendrá 86 si logra reelegirse.
Donald Trump es solo cuatro años menor, el segundo hombre más viejo en llegar a la Casa Blanca (a los 70), pero tiene la ventaja de disponer de una maquinaria bien montada que se encarga de recordarles a los receptores aquel anhelo imposible de los baby boomers: forever young. Empezando por figurar en afiches, jarras de tomar café y T-shirts que lo presentan en el cuerpo de Rocky Balboa como un joven boxeador armado con un par de guantes, siempre listo para la pelea de hacer a Estados Unidos más grandioso.
El empresario neoyorquino proviene, en efecto, del mundo de los medios y es, por lo mismo, un experto en sus técnicas, incluida la de modular su imagen. Ha logrado ocultar su calvicie con implantes de pelo y sus arrugas y manchas en la piel con maquillajes celosamente dispuestos en su cuarto de baño, como hicieron notar en su momento ciertas trabajadoras de servicios indocumentadas a las que, por cierto, les pagaba la poco estimulante suma de 10 dólares la hora.
Por oposición, la misma estructura se encarga de insistir de cara a los votantes, de manera casi obsesiva, en que el oponente es un viejo lento y soñoliento (sleepy Joe), tomando ventaja de que el político liberal que tiene enfrente, racionalista como muchos, ha renunciado, de hecho, a competir en ese terreno. La lógica de Biden es otra. Pero tiene un problema: aparecer casi siempre a la defensiva.
Los medios del mainstream cumplen el rol de cajas de resonancia al vehicular esos mensajes (y otros) de Donald Trump, aun cuando puedan disentir editorialmente de sus acciones y proyecciones. Si a lo anterior se suma el rechazo de la sociedad contemporánea a las personas de la tercera edad, se estaría en presencia de la fórmula perfecta para colocar a un candidato contra la pared. Muchas encuestas así lo evidencian: no quieren que “un viejo” se reelija como presidente, mucho menos con esas características.
Con todo eso en mente, se está a la espera del más mínimo gazapo, el mínimo tartamudeo, el mínimo resbalón. Del pie trabado en la bicicleta o de la caída en un escenario por un bulto en el medio. Y si en un informe políticamente motivado se afirma que el candidato tiene una memoria “borrosa”, “defectuosa”, “pobre” y con “limitaciones significativas”, ello no hace sino llevar más agua al mismo molino. Todo lo anterior es necesario para demostrar lo que se sabe de antemano sobre Biden, más allá de los indicadores económicos, el índice de desempleo o el manejo de la pandemia de la COVID-19. No son datos relevantes. No existen.
Con todo, el mensaje no es omnisciente. Una encuesta reciente encontró que el 59 % de los estadounidenses cree que tanto Biden como Trump son demasiado ancianos para el cargo.
Y que conste: dar cuenta del hecho no implica partidarismo, ni simpatía por los demócratas, ni aversión por los republicanos. Significa apenas constatar las obvias asimetrías del caso, en las que muchísimas veces no se repara.
Estamos hablando en el fondo de un problema que es todo menos reciente: el desplazamiento de la sustancia por la imagen. Como concluyó en su momento Leslie Janka, la diferencia entre Reagan como “gran comunicador” y Carter era que el primero “entendía que la política era comunicación con liderazgo, y por consiguiente priorizaba la comunicación sobre la sustancia. Carter hacía lo opuesto”.
Fue, sin duda, una de las razones por las que el político demócrata sureño fue derrotado por un ex actor de Hollywood en aquellas elecciones de 1980.