Según datos del Ministerio de Trabajo y Economía Social de España, en noviembre de este año el número de desempleados registrados en las oficinas de servicios públicos se situó en 2 734 831. Representa, aproximadamente, una tasa de parados del 11,84 % de la Población Económicamente Activa (PEA), dato sobre el que inciden efectos del escenario global como la ralentización de la economía, las altas tasas de interés y la inflación, que volvió a subir en septiembre pasado.
El punto es que esos datos terminan accionando como el clásico motor de combustión interna al liberar gases por el tubo de escape. Por ejemplo, de acuerdo con fuentes oficiales, en 2020 emigraron 1 489 823 españoles (el 53,16 % mujeres y el 46,83 % hombres), en especial hacia otros países primermundistas como Francia, Alemania y el Reino Unido. Pero también hacia América Latina, región donde la contigüidad de lazos culturales, empezando por la lengua, está al alcance de la mano, como siempre lo ha estado.
En efecto, visto de manera retrospectiva, entre 1904 y 1913 más de un millón de españoles embarcaron con destino América Latina y el Caribe, impulsados por las contradicciones propias de una España rural y espesa, subdesarrollada y agraria. Pero no solo con el objetivo de escapar, sino también de enriquecerse si era posible —la idea de “hacer la América” en los códigos de entonces.
“Nada detiene la constante huida de españoles a otras tierras: ni las duras condiciones de trabajo, ni los terribles desengaños de millares de desgraciados. La injusticia y la miseria que aquí padecen aterran más que todas las negruras que fuera les aguardan”, sentenciaba en 1914 El Correo de Madrid.
Este proceso añadió nuevas huellas y herencias a las existentes desde la Colonia y la independencia, sobre todo en Argentina, Cuba y Brasil, tres de los destinos preferenciales de un flujo compuesto en lo fundamental por hombres jóvenes, solteros y pobres que se insertaron en la parte más baja de la pirámide social y acabaron reforzando la hibridez y el mestizaje. En el caso cubano, aprovechando un proceso destinado a blanquear la población, vigente desde inicios del siglo XX, según el proyecto modernizador de sus elites.
Gallegos, asturianos, canarios, catalanes y vascos emergieron entonces con intensidades varias en los respectivos panoramas nacionales latinoamericanos, aun cuando buena parte retornara a sus respectivas comunidades de origen para terminar asentándose en las llamadas barriadas de indianos. Bajo el franquismo, al cabo de un exilio que se refugió en naciones como México, entre los años 50 y 70 del pasado siglo los españoles experimentaron una nueva eyección hacia países como Suiza, Alemania, Bélgica e Inglaterra, hecho hoy visible en la cantidad de ciudadanos de la tercera edad que tienen en sus chequeras el aval de haber trabajado allí, generalmente en empleos de baja calificación y magros salarios, pero siempre superiores a los de su país de origen.
Hoy la mayor población emigrada se concentra en Argentina (99 066), históricamente el principal destino de las oleadas de españoles, un resultado de la crisis económica que azotó al país entre 2008 y 2014. Le siguen Brasil (39 028) y México (24 731). Pero, sin duda, uno de los rasgos distintivos de la actual emigración española es la vía estadounidense.
No se trata de un hecho inédito, pero Estados Unidos no fue tierra de promisión para los peninsulares; de ahí que ese movimiento migratorio específico haya sido menos conocido y estudiado que el de América Latina. No muchos españoles decidieron probar suerte en este país entre finales del siglo XIX y principios del XX, comparados con otros flujos migratorios sólidos, como los de irlandeses e italianos. Con todo, hubo asturianos trabajando en las minas de West Virginia y las fábricas del Rust Belt; andaluces en los cañaverales de Hawái y la industria de conservas de California; vascos en los campos de Idaho y Nevada; y gallegos y valencianos en los muelles neoyorquinos…
Una de las excepciones a esa regla fue Ybor City, en Tampa, un verdadero boomtown proyectado nacional e internacionalmente gracias al auge de la industria del tabaco y a la labor de su fundador, Don Vicente Martínez Ybor (1819-1896). Era un valenciano originalmente emigrado a Cuba en los años 30 del siglo XIX, donde no mucho después de insertarse en la industria tabacalera llegó a fundar una de las marcas más famosas y distinguidas del bello habano: Príncipe de Gales (1853).
En 1886, por un conjunto de factores, Ybor City emergió en el mapa socioeconómico y demográfico de Estados Unidos, una operación bien pensada que en un tiempo impresionantemente breve rindió sus frutos. El primero, una ciudad industrial surgida como por encanto de los pantanos y el polvo. En 1882 Tampa no era sino una villa soñolienta de apenas mil habitantes. Ocho años después, hacia 1890, tenía una de las poblaciones más grandes del estado de la Florida. Y con una latinidad galopante, compuesta de forma abrumadora por inmigrantes españoles, cubanos e italianos; estos últimos, procedentes de Sicilia. En definitiva, un verdadero emporio multicultural cuyas implicaciones llegan hasta el día de hoy.
Según el Pew Research Center, hace dos años unas 990 mil personas que tienen sus orígenes en España —es decir, inmigrantes o ascendencia familiar en ese país— residían en Estados Unidos. Se trata de la novena población de origen hispano, que ese mismo año representaba el 1 % de la población hispana en toda la Unión. Entre 2010 y 2021 la población de origen español aumentó un 40 % al pasar de 71 mil a 990 mil. Al mismo tiempo, la población de origen español nacida en el extranjero creció un 33 %.
De acuerdo con fuentes oficiales, “desde el año 2012 el Consulado General de Miami es el que cuenta con un mayor número de ciudadanos españoles registrados. Según datos de enero de 2020, el número de residentes inscritos es de 58 940 (frente a los 54 504 en el año 2019), lo que representa un incremento de más de un 8 %. La segunda demarcación consular por el número de residentes españoles es Nueva York, en la que figuran 42 930 españoles inscritos (frente a los 41 016 en el año 2019)“.
Justamente en el aeropuerto LaGuardia, Nueva York, una vez di con un ingeniero vasco que trabajaba como taxista. Lo mismo que hacen hoy otros coterráneos suyos en lugares como Eslovenia o Croacia.
Al cabo de un viaje no muy largo hasta Manhattan, el hombre —que llevaba una boina negra y bigotes de manubrio, lo juro— terminó confesándome que un hermano suyo se había casado con una cubana, y que vivían felizmente en Bilbao después de haberlo hecho durante un tiempo en La Habana.
Las empatías. Al final la serpiente se muerde siempre la cola.