Venida al mundo en Carolina del Sur el 20 de enero de 1972, Nimarata Nikki Randhawa, más conocida como Nikki Haley, es la candidata que hoy compite en New Hampshire contra Donald Trump en la carrera hacia la Casa Blanca por el Partido Republicano.
“Soy la orgullosa hija de inmigrantes indios. Llegaron a Estados Unidos y se establecieron en un pequeño pueblo del sur. Mi padre llevaba turbante. Mi madre vestía un sari. Yo era una niña morena en un mundo blanco y negro. Enfrentamos discriminación y dificultades, pero mis padres nunca cedieron ante el agravio y el odio”, dijo una vez.
En efecto, nacido en la región de Punjab, la India, su padre, Ajit Singh Randhawa, obtuvo una maestría en Biología antes de moverse a Canadá para hacer su doctorado. En 1969 se mudó para Bamberg, Carolina del Sur, por haber logrado una plaza como profesor en Voorhees College. La madre de Nikki, Raj Kaur Randhawa, también del Punjab, creció en el seno de una familia adinerada. Obtuvo una licenciatura en Derecho y en Carolina del Sur al principio se ganó la vida enseñando estudios sociales en escuelas públicas. Luego abrió una tienda de regalos que terminó convirtiéndose en una boutique de moda con ganancias de alrededor de un millón de dólares.
Cuentan que en el kindergarten al que asistía Nikki, un Día de Acción de Gracias le dieron el papel de Pocahontas. Los niños a su alrededor hacían lo de siempre; es decir, reproducir el canto de los indios americanos con la mano en la boca tipo Pow Wow the Indian Boy. “¿No se dieron cuenta de que yo no era ese tipo de india?”, se preguntó. “¿Por qué yo no podía ser una de las peregrinas?”. Otro día quiso jugar fútbol con sus compañeros de clase. “Puedes jugar con nosotros, pero tienes que elegir un bando”, le dijo una niña. “¿Eres blanca o negra?”. “¡Ni lo uno ni lo otro. ”¡Soy morena!”, respondió.
En su temprana juventud, siendo estudiante de Clemson University, conoció a Michael Haley, el que sería su esposo. Sus padres querían casarla con un hombre de su origen y religión, la de los sikhs. Pero al final le dijeron al muchacho: “Michael, eres un buen hombre. Si realmente quieres casarte con nuestra hija, tienes que conseguir un trabajo, tienes que comprar una casa, tienes que comprar un auto y no puedes verla ni tener comunicación con ella durante un año. Si puedes hacer todas estas cosas, puedes casarte con ella”.
Sin embargo, la pareja no lo tomó en serio. Salieron durante dos años sin el permiso de los mayores. Cuentan sus biógrafos que un día Nikki les dijo: “Si creen que pueden encontrarme a alguien que me quiera más que a él y que me cuide mejor que él, entonces los escucharé”.
Se casaron en 1996, primero en un servicio religioso en un templo sikh en Columbia y un mes después en una ceremonia en la Iglesia Metodista Unida St. Andrew By-The-Sea en Hilton Head Island. Tienen dos hijos, nacidos bajo la fe cristiana: Rena (1996) y Nalin (2001).
Ahí se resume, simbólicamente, una característica de su vida política y social, marcada por el cruce migratorio y por ese eclecticismo de melting pot que la define en medio de un credo republicano tradicional en temas de impuestos, rol del Estado y valores familiares conservadores.
En 2010 se postuló para gobernadora de Carolina del Sur con el respaldo del Tea Party, en particular de la inefable Sarah Palin. De entrada, recibió el 49 % de los votos, lo que obligó a efectuar una segunda vuelta, que ganó con el 65 %. Fue entonces —con Susana Martínez— de Nuevo México, la primera gobernadora no blanca en la historia de Estados Unidos. Y también la segunda gobernadora de origen indio después de Bobby Jindal, el gobernador de Luisiana.
En 2016, fue seleccionada por el Partido Republicano para responder el discurso sobre el estado de la Unión de Barack Obama. Y durante las elecciones presidenciales de ese año respaldó al senador estadounidense Ted Cruz y criticó a Donald Trump, una vez elegido presidente, por su llamado a prohibir la entrada a los musulmanes a Estados Unidos (Muslim ban).
Sin embargo, en noviembre de 2016 el presidente Trump la seleccionó como su embajadora ante Naciones Unidas. A pesar de tener una experiencia bastante limitada en política exterior, en enero de 2017 fue confirmada por el Senado con una votación de 96 a 4. Inmediatamente después renunció como gobernadora de Carolina del Sur.
Como embajadora de la ONU, apoyó la decisión de Trump de retirarse del acuerdo nuclear con Irán. Pero en octubre de 2018 anunció que se iba del puesto.
En enero de 2021 criticó la respuesta de Trump a los sucesos del Capitolio de Estados Unidos. Y dos años después anunció que se postularía para la presidencia en 2024. Ya era “hora de una nueva generación” de líderes republicanos, mensaje con el que ha llegado hasta aquí.
Una mujer republicana desafiando a Trump para la presidencia del país. “Uso tacones, pero no es una moda”, dijo. “Les duele más cuando llevas tacones”.
Tanto, que Trump decidió torpedearla cuando percibió que la altura de esos coturnos le estaban arrojando cierta sombra. Acudió a reciclar una vieja estrategia suya: asegurar que Haley no era elegible para la presidencia porque sus padres no eran ciudadanos estadounidenses cuando nació. Una suerte de déjà vu. La primera vez lo hizo con Obama, por haber nacido supuestamente en Kenya y no en Hawái. La segunda, con Ted Cruz, de padre cubano y madre estadounidense, según Trump inelegible para la presidencia porque había nacido en Canadá. Y la tercera con Kamala Harris, venida al mundo en Oakland, California, de padre jamaicano y madre india; por lo mismo que Haley.
El problema es que este discurso opera en ciertas huestes a contrapelo de que la Enmienda 14 de la Constitución establece que “todas las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos son ciudadanos”. Pero se trata de una “revisión” típica del esencialismo y el nativismo que Trump ha incorporado, en particular a partir de exabogados suyos como John Eastman.
“Las acusaciones contra Nikki Haley son totalmente infundadas como cuestión legal y constitucional”, dijo el profesor de la Facultad de Derecho de Harvard Laurence Tribe. “No puedo imaginar lo que Trump espera ganar con esas afirmaciones, a menos que sea jugar la carta racial contra la exgobernadora y embajadora de la ONU y aprovechar las fuentes del prejuicio antinmigrante recordando que los padres de Haley no eran ciudadanos cuando ella nació en Estados Unidos”, subrayó otro académico.
Esta andanada contra Haley ocurre en el contexto de las primarias de New Hampshire, estado proclive a un republicanismo más moderado y caracterizado por sus votantes independientes. Varios expertos coinciden en señalar que estas primarias semiabiertas podrían atraer a más votantes centristas, eventualmente desanimados por el abultado expediente legal de Trump y por su lenguaje crecientemente autoritario. Y además por el sempiterno disco rayado de las elecciones fraudulentas.
Según una de las últimas encuestas (en este caso, una de CNN y la Universidad de New Hampshire), el expresidente Trump tiene el 50 % de apoyo entre los probables votantes primarios republicanos, frente al 39 % de la exgobernadora Haley.
En las primarias de New Hampshire este martes por la noche su tarea central consistirá en intentar cerrar esa brecha para tener alguna posibilidad de frustrar el impulso de Trump. Dependerá de un factor clave: el comportamiento de los votantes independientes.