Una de las sorpresas que me deparara mi reciente estancia en La Habana fue descubrir el notorio incremento de rostros negros en la televisión. A toda hora, en espacios noticiosos, culturales, deportivos, ideológicos, humorísticos e infantiles han comenzado a aparecer negros y negras de la más variada tonalidad de piel, unos más graciosos o tímidos o elegantes o desabridos que otros. Han llegado a interpretar importantes papeles en telenovelas y miniseries. Son a veces los anfitriones de ciertos programas; y los hay locutores, periodistas y meteorólogos. Otras son los invitados especiales en espacios de alta audiencia como 23 y M, que estuvo el 23 de julio especialmente dedicado a celebrar Día de la mujer afrolatina, afrocaribeña y de la diáspora, o Ruta 10, donde se extendieron sobre el uso del pelo natural entre las mujeres negras, con la participación del proyecto “Lo llevamos rizo”.
La visibilización de la mujer negra cubana, grupo poblacional tradicionalmente relegado a espacios secundarios o, categóricamente, a la ausencia de los medios, no puede sino aplaudirse. Sentí orgullo entonces al ver en 23 y M a Gloria Rolando, presentando sus proyectos fílmicos no sin antes rendir debido tributo a Sara Gómez, escuchar a las hermanas de la agrupación Son Gálvez, las percusionistas de Obiní Batá, al legendario Síntesis, a Magia López recitando poemas, al dúo La Reina y la Real y al coro Virago interpretando un popurrí basado en canciones de la catalana Rosalía. Fue también instructivo conocer un poco más de los proyectos de afroestética Mafa, Beyond Roots y Bárbara’s Cuba. Coordinada por la Dra. Maydi Estrada Bayona, miembro de la coordinación de la Articulación afrofeminista cubana, esta emisión de 23 y M ofrecía un colorido y jacarandoso homenaje. Casi todas las invitadas llevaban ropa con motivos africanos y turbantes. Hasta Edith Massola optó por el mismo vestuario —“con mi atuendo homenajeando a los ancestros”—, dijo, mientras insistía en recalcar su mestizaje, repitiendo alguna que otra vez la tradicional frase: “el que no tiene de congo, tiene de carabalí”, etc,. etc… Yo la verdad es que no entiendo muy bien los motivos ni de la elección de vestuario ni las intervenciones de Massola. Pero así de sorprendente puede a veces ser la tele. No hay por qué comprenderlo todo, tampoco.
Es sin dudas emocionante la cobertura mediática que en la isla han recibido estas mujeres negras. Me quedé no obstante con sed de un poco más, de algo que irrumpiera de otra manera, descollando entre tanta música, desfiles de moda y explicación de tendencias de belleza. Deseé que, junto a la muy estimada Gloria Rolando, aparecieran otras negras, tal vez actrices, deportistas, obreras, médicos, ingenieras, activistas, incluso dirigentes. ¿Será porque su presencia conllevaría tal vez la explícita discusión de la racialización en la sociedad actual cubana?
No existe una sola manera de ser negra. Las hay que no saben cantar ni bailar, a las que no les agrada llevar pañuelo en la cabeza y grandes pendientes. A otras no les gustan tal vez los batones ni la ropa estampada. En definitiva, Beyoncé va contonéandose de un rincón al otro del planeta con melena rubia, sin perder por ello ocasión de expresar su orgullo de mujer negra. En lo personal, desde hace casi 20 años llevo mi cabello afro, natural, tras toda una vida desrizándolo regularmente; pero tampoco puedo asegurar que nunca vuelva a hacerlo. Aun si hoy mismo me parece improbable, sé que si me desrizo el pelo otra vez será por gusto propio y no por imposición ajena. No me volveré menos ni más negra por eso. Repito, aplaudo el programa, solamente exhortaría a que en el futuro se tuviese en cuenta que ser negra es muy complejo, y nos corresponde sólo a nosotras mismas decirlo.
Poco antes de esos días de celebración me llegó también una nota que me recordó que estas acciones no ocurren en el vacío, haciendo que me preguntase cuál sería la recepción que les acuerda el público. ¿Cómo los cubanos todos, no sólo los negros, respondieron a emisiones como las de 23 y M y Ruta 10?
Una semana antes habían sido publicadas en Juventud Rebelde las lamentaciones del periodista Emilio L. Herrera Villa, a quien preocupa la acrecentada presencia de actrices y actores negros —“minorías”, según escribe— en recientes producciones cinematográficas, televisivas y de videojuegos. Tras triunfante declarar que “el tiempo de la invisibilidad de estos grupos terminó”, nos pide el autor sincerarnos para coincidir con él en que sólo un espíritu comercial se esconde detrás de la mayor recurrencia a artistas negros para cubrir roles protagónicos. De todos los ejemplos que citó Herrera para sostener su teoría, parece que ver a la actriz británico-estadounidense de origen jamaiquino, Jodie Turner-Smith interpretando a la reina decapitada en la miniserie Ana Bolena (2021), fue lo que más acrecentó su descontento. Yo entonces me digo que es una suerte para él que la serie contase con sólo tres capítulos, porque si llega a extenderse por los más de cien que cubre la telenovela brasileña Dulce ambición, no puedo ni imaginarme cuál sería su suplicio. O tal vez sí que puedo, pues es tal vez similar mi frustración cuando capítulo tras capítulo la telenovela de O’Globo se esfuerza en mostrarnos un Brasil de blancos y para blancos donde los pocos personajes negros y mestizos destacan por sus bajas pasiones o ignorancia, interviniendo únicamente para obstaculizar la felicidad de los amados protagonistas. Brasil es el segundo país del mundo, después de Nigeria, con mayor población negra. ¿Califican entonces los negros como minoría?
Mas, volviendo a los temores de Herrera Villa en Juventud Rebelde. Para él, constituye una deplorable transgresión histórica recrear el drama de la reina inglesa a través de una actriz negra. Jodie Turner-Smith, a quien recordamos por su magistral desempeño junto al también inolvidable Daniel Kaluuya en Queen & Slim (2019), tiene además una piel de un negro profundo, brillante, hermoso. En la serie Ana Bolena, el vestuario y la fotografía hacen que estos atributos físicos resalten, siendo evidentemente la exaltación del contraste una consciente búsqueda cinematográfica. Entiendo, entonces, mas en modo alguno secundo, el desconcierto de espectadores como el articulista de Juventud Rebelde.
De hecho, el diario escoge como foto acompañante al texto una poderosa imagen de la negra actriz en el trono, desafiante y dura. Yo escojo utilizar otra, en la que han vestido de fuerte amarillo a Jodie Turner-Smith. Es así como nos es presentada en las primeras imágenes de la serie, justo antes de revelarnos que el actor interpretando el rol de su esposo, Enrique VIII, sí presentará rasgos conformes a la imagen de un rey británico; mientras la corte estará plagada de personajes de múltiples orígenes étnicos. Entre las primeras frases pronunciadas por nuestra negra Ana Bolena habrá una que posiblemente también exacerbe el escozor de los puristas. Refiriéndose al hijo que entonces espera, dice la reina: “Tiene nuestras sangres mezcladas. Ni el cielo será su límite.”
¡Tanto escándalo!: la posibilidad del mestizaje, la piel de la reina, los colores de su traje amarillo sobre esa piel, su historia. Podríamos preguntarnos si sería justamente potencializar el escándalo el propósito de sus realizadores.
A lo largo de los tres capítulos de la miniserie no sólo es recreada una trágica historia: el rechazo de aquellos en quienes depositara su confianza, los rumores en torno a sus poderes seductivos y hechiceros, finalmente la condena por adulterio, incesto y alta traición al rey por la que fuera ejecutada. La serie pretende más, resultando difícil no asociar los padecimientos de Ana Bolena en el siglo XVI con la experiencia de la mujer negra en Occidente -nunca comprendida cabalmente, siempre mirada con recelo, silenciada, juzgada por tribunales donde el patriarcado blanco se impone despiadado. Más aún, ¿cómo evitar relacionar el desdén que recibe como mujer con la avivada alteridad que en nuestras sociedades encarna una Jodie Turner-Smith, siendo negra? Es como si la demonización de la Bolena resultara aún más intensamente recreada a través de la aberración atribuida a la presencia de la actriz negra, deslizándose como reina en sus palacios, gobernando pueblos. “Es sólo una mujer”, dice el carcelero mientras la estrangula casi, en una escena reminiscente del asesinato de George Floyd bajo las rodillas del policía Derek Chauvin en 2020. En otra, su principal enemigo, el primer ministro Cromwell, la amenaza: “Tu influencia [política] está en tu vientre, no en tu cerebro.”
Es también interesante que quienes acusan y persiguen a Ana Bolena son en la serie hombres blancos, los mismos que escriben la historia cuya integridad se defiende tan vehemente en la columna de Juventud Rebelde. Es esta la historia oficial, que no ha sido escrita por las mujeres, mucho menos por las mujeres negras. Cabría entonces preguntarse en qué medida la interpretación de Ana Bolena por un actriz negra tergiversa la historia, más allá del color de la piel de una y otra mujer. ¿Destruye, daña de alguna manera la historia?
Y es asimismo curioso que no inspire igual recelo en el periodista la recurrencia al oscurecimiento de la piel de actores blancos al interpretar personajes negros. En Cuba, la tradición del blackface llega del teatro bufo, en la colonia, pero no se detiene con el advenimiento de la República en 1902 ni con el triunfo de la Revolución. Todavía en 1989 Annia Linares se tiznaba el rostro para interpretar a la Dolores Santa Cruz de la zarzuela Cecilia Valdés en el Teatro Nacional de La Habana. Veinte años más tarde, reincidiría en Miami, en el show televisivo “La descarga con Albita”.
Por lo menos, los actores negros mencionados en el artículo de Juventud Rebelde no recurren a polvos blanqueadores, talco o cascarilla para interpretar sus personajes. Los hacen genuinamente suyos, sin necesidad de transfigurarse. Sí, Jodie Turner-Smith puede ser Ana Bolena.
Más aún, si lleváramos al máximo la presunta rigurosidad histórica del periodista Emilio Herrera cuando exige que “se enmarquen los límites entre la realidad histórica y la diversidad”, tendría entonces que recordarse cómo a través de esa misma historia ha sido fabricado y reproducido el concepto de diversidad que, también según el periodista, hay que respetar. Y es aquí donde está la raíz del malentendido: no se trata de conseguir respeto ni de reconocer diversidad; sino de estar dispuestos a ver en toda persona una misma humanidad.
Se les escapa, a los que se escandalizan cuando actores negros no solamente interpretan a personajes negros, que una Ana Bolena negra permite llevar al espectador algo más que el personaje histórico. Hay una humanidad —pasiones, emociones— detrás de cada figura, cualquiera sea su contexto sociopolítico e histórico; y esa humanidad es compartida por todos y todas; los negros y las negras entre ellos.
No permanece pues la Ana Bolena —ni ningún otro ejercicio de recreación histórico desde la contemporaneidad— confinada a la mera reproducción histórica, sino a provocar cambios, a través del cuestionamiento que sin lugar a dudas levanta. La historia no es sólo una recolección de hechos ocurridos en el pasado. La historia no ha terminado. La tomamos, la hacemos hoy; y nos viene muy bien que sean distintas las manos que ahora la tejen.