Demasiado tiempo llevamos acostumbrándonos a sobrevivir inmersos en la oscuridad; día tras otro a duras penas despertando, sólo para ver cómo nos acercábamos a uno de los peores escenarios apocalípticos inventados por el más imaginativo de los escritores. Pero el dúo Biden/Harris ha ganado las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, entreabriendo al menos una puerta a la esperanza. Sólo eso necesitábamos muchos: la posibilidad de imaginar que el fin de esta era oscura en que vivimos desde hace casi cuatro años tenga término; de volver a concebir el horror como anormalidad en lugar de una experiencia cotidiana; poder confiar en nuestra humanidad y la de nuestros vecinos y colegas y amigos y conciudadanos.
En vilo hemos permanecido hasta el anuncio de la victoria; pues si algo se aprende de tanto desastre recientemente sufrido es que todo es precario e impredecible, que nada podremos conservar si no se lucha, con uñas y dientes, por ello.
Reñidas en efecto han sido estas elecciones y eso debe mantenerse presente incluso en medio del jolgorio. Obsérvense en el mapa las extensiones rojas, fundamentalmente rurales y suburbanas, correspondientes a los distritos ganados por el partido republicano más bien en el centro y el sur; y las zonas costeras y urbanas, azuladas, donde los demócratas triunfaron: es un país dividido en dos mitades casi iguales. Ya lo era al alcanzar Barack Obama la presidencia en el 2008, así es que Trump encontró un fértil terreno. Sus diatribas fueron escuchadas; su ira, amplificada. Ahora, unos 70 millones de estadounidenses, por diversas razones que confluyen en el pánico que sienten a existir en un mundo desconocido, no más regido por la inmutable supremacía blanca, porta orgullosa las gorritas punzó. Uniformados marchan.
De un lado de la calle celebra la gente el desenlace de las elecciones que mayor número de votantes ha tenido en toda la historia de los Estados Unidos, del otro, los interpelan amenazantes quienes piden que solamente los votos que les garanticen la victoria sean considerados (es esa la intención, aunque explícitamente no lo formulen). Entretanto, los abogados de Trump se afanan en revertir los resultados, yendo de corte en corte, las manos vacías de pruebas del fraude electoral que alegan. Dos imágenes pues de los Estados Unidos: una baila y la otra exhibe armas de fuego; una concilia y la otra odia.
Tampoco es ajena la profunda escisión nacional a quien recuerde cómo las milicias y grupos supremacistas, a quienes Trump dedicó un esperanzador “stand back and stand by” durante el segundo debate presidencial, permanecen dispuestas a comenzar una guerra civil en defensa del hoy derrotado presidente. Mas sólo desde la voluntad de unirlo, en lugar de avivar la animosidad entre unos y otros, se puede enmendar el cuerpo roto de la nación. Por eso el llamado a la unidad permeó el discurso victorioso de Biden y Harris, el pasado 7 de noviembre, en Wilmington, Delaware. “Démonos los unos a los otros una oportunidad”, dijo el presidente electo antes de alinear las prioridades de su gobierno: vencer la pandemia de COVID-19 y recuperar la economía, gobernar con justicia y decencia, respetando la educación, la ciencia. “Es tiempo de sanar”, nos asegura Biden.
Y no podemos retener el suspiro de alivio.
Pues era necesaria una alegría, aunque induzca ésta otras preguntas o se mantenga vaga. Por eso, desde que el viernes 6 de noviembre devenía evidente que Pennsylvania se tornaba azul —disolviendo las esperanzas de Trump, que contaba con el voto rojo del estado— la gente se abrazaba, reía, cantaba y bailaba por las calles de Philadelphia. Y quizás el estruendo de la fiesta no permitió que el mundo prestara mucha atención a otra ceremonia, que tuvo también lugar el victorioso sábado, en la mañana, en la misma ciudad: el entierro de Walter Wallace Jr., cuyo asesinato el 26 de octubre por dos policías levantó intensas olas de protesta. ¿Qué hacer? Cada victoria, siempre, impone la celebración. Es una cuestión energética, tal vez. Pero tampoco hemos de dejar olvidado el cadáver del joven Wallace. ¿Dónde situarse? ¿Adónde ir? Creo que podemos estar en ambos sitios sin necesidad de hacernos un holograma o poseer el don de la ubicuidad. Podemos celebrar sin quedarnos prostrados bajo la piñata. Hay que sacudirla. Los caramelos no caerán del cielo, porque hay que ganárselos.
La democracia, decía la senadora Kamala Harris citando al congresista negro recientemente fallecido, John Lewis, “no es un estado sino un acto”, y precisa ser conquistada pues no está nunca garantizada. La urgida agencia, la necesaria salida del impasse en que ha permanecido empantanado el país desde febrero del 2017, impulsan cada gesto de los representantes del recién electo gobierno. Harris —que nunca ha perdido una elección— subió al escenario siguiendo el poderoso ritmo de Mary J. Blige en “Work That”, ágil sobre los altos tacones, manteniendo aquel elegante estilo, tan aplomado como relajado, con que ripostaba firme a un tiempo que observaba posarse un moscardón sobre el pelo blanco de su contrincante, el vicepresidente Pence, durante el debate televisivo del 7 de Octubre.
“Con frecuencia me critican por el color de mi piel”, podía escucharse en voz de Mary J. Blige, a punto de alcanzar Harris el podio desde donde anunció que, aun siendo la primera mujer que fungiría como vicepresidenta de los Estados Unidos, no sería la última. Kamala Harris, de madre hindú y padre jamaiquino, es consciente de las estructuras obsoletas de un poder obstinadamente blanco y patriarcal que su elección resquebraja, como confirmara en su discurso. Que fuese entonces la joven profesora negra, lesbiana y de origen haitiano, Karine Jean-Pierre, a quien escogiera para dirigir su gabinete durante la campaña presidencial, no ha de sorprendernos. A las mujeres negras, de hecho, hizo particular referencia recordando cuán menospreciada es su agencia política.
“Columna vertebral” de la democracia llamó exactamente Harris a las mujeres negras en su discurso; haciendo difícil sacudirse de la mente la imagen de Stacey Abrams, ampliamente difundida en los medios desde que Georgia se perfilara como otro posible estado azul. Su sostenido trabajo por más de 15 años contra la supresión de votos ha sido sin dudas clave en la movilización de votantes demócratas, principalmente negros, que posibilitó los inesperados resultados en un estado donde por casi tres décadas ha prevalecido el voto republicano.
El agradecimiento hacia Abrams se volvió viral en las redes sociales. Ya era una deuda.
Pero deseo también que tal actitud perdure si un día Abrams excede su posición de heroína nacional y decide exigir, específicamente, sus derechos como mujer negra; si, alguna vez, su extraordinaria energía choca con los intereses de quienes no han experimentado el racismo y la racialización que son parte de su experiencia, y se vuelve más fácil tildarla de mujer negra rabiosa, antes que entender las razones de su furia. Lo mismo pienso al tropezar con la suerte de adoración que hacia todas las mujeres negras que juegan un papel decisivo en la arena política actual se está profesando. No es justo que descanse en ellas el peso de la nación, si esta nación no puede o no pretende, en reciprocidad, ofrecerles el espacio y el tiempo sobre el que les sea dado a ellas, a su vez, reposarse.
Habrá entonces que aprender a apoyar en sus luchas, en tanto mujeres negras, a estas guerreras que, como nuestras antepasadas esclavizadas, luego cimarronas, tanto sudor y sangre han dejado y continúan dejando en la construcción y mantenimiento de las naciones americanas. Naciones que, recordemos, no fueron levantadas para que formásemos parte de ellas; sino, solamente, para que barriésemos sus escombros y la limpiáramos con fuerza, incansables, hasta hacerla brillar.
Entonces, cuando nos toque brillar por nosotras mismas, déjennos hacerlo. Si no van a cooperar, manténganse en la orilla; y sobre todo piénsenselo dos veces, si es que por casualidad va a ocurrírseles protestar.
Podemos alegrarnos porque la política de Trump para con Cuba ha sido extremadamente hostil. Pero, (1) hasta que Biden/Harris no muestren señales claras de deshielo no se puede cantar victoria. (2) Lo simbólico puede confundir. Lo realmente importante no es el color de la piel de quién esté en el poder nominal, sino el color de quién sufre más o menos y eso no ha cambiado. Es importante ir al fondo y ver toda la mierda que hay detrás de Biden, no hacerse ilusiones, y trabajar en una agenda propia, completamente desacoplada de lo que pase al otro lado del estrecho. Esa es la verdadera Luz. Lo demás son ilusiones.