“Es el Oxford. Parado se le ve noche y día, / presto sobre mis aguas al manotazo rudo, / como si Cuba fuera una tierra vacía / y mi fusil enhiesto la garganta de un mudo”.
Pregunta de los 64 mil pesos para lectores curiosos: estos versos, ¿de quién son y de qué hablan?
No sé si los cronistas literarios de estos tiempos podrían contestarla sin titubear, como hizo Denia García Ronda cuando le pregunté, a la vieja usanza de los estudiantes de Letras en épocas remotas.
Claro que ahora, con Internet, esta y otras miles de preguntas ignoradas son fáciles de responder. Aunque, en honor a la verdad, no siempre en Internet se encuentra lo que se busca.
Por ejemplo, si uno googlea “US spying on Cuba” (EE. UU. espía a Cuba), las primeras quince pantallas pueden recoger una avalancha de artículos sobre “la base de espionaje china en Bejucal”, una docena sobre Ana Belén Montes, “la espía de Castro en el aparato de defensa de EE. UU., recién liberada”, y finalmente, algunos más sobre los U-2 que fotografiaron los cohetes en la Crisis de los Misiles (también “en Bejucal”). Sería exasperante o cómico, si no fuera desolador.
Quizá sea que, a fuerza de ocurrir, eso de EE. UU. espiando a cualquiera ha pasado a formar parte del sentido común. De manera que no va en la primera plana de “all the news that fit to print”, según proclama el NYT, sino en la página 8. O en ninguna.
Lo que sí rebota como la clásica pelota de ping pong en una mesa de trampas para ratones es el descubrimiento de “una base china donde mismo estuvieron los misiles rusos hace sesenta años”. En efecto, The Wall Street Journal, Miami Herald, NYT, Reuters, Voz de América, BBC, CNN, Washington Post, France 24, Infobae, etc. se han dedicado a repetir desde hace dos semanas el mismo patrón autorreferente sobre esa “base espía china oculta en medio de la jungla”, propiciado por el inevitable clima de thriller de la Guerra fría que el aniversario de la Crisis, hace apenas seis meses, trajo consigo. “Primero como tragedia, luego como comedia”, diría aquel alemán.
Da la impresión de que mientras más se excava en archivos y se escriben nuevos libros sobre aquel acontecimiento crucial de la era bipolar, y crece la sensación de que sabemos más, nos alejamos de la verdad, al punto de que establecer lo que pasó se vuelva más difícil.
No voy a volver con referencias y explicaciones sobre la Crisis de Octubre, publicadas en esta columna y otras partes. Me limitaré a subrayar que después de 1962 se configuró un status quo EE. UU.-URSS-Cuba en materia militar y de seguridad, incluida la recogida de información estratégica en Cuba mediante medios electrónicos. Y que esta relación establecida no se caracterizó por generar puntos de conflicto significativos respecto a la cooperación militar Cuba-URSS o Cuba-Rusia. Miremos un momento hacia atrás.
El “Centro de inteligencia electrónica de Lourdes”
Como ha señalado el profesor Juan Sánchez Monroy, después de la Crisis y con Nikita Jruschov aún en el Gobierno de la URSS, se concretaron dos acuerdos bilaterales de importancia: la dislocación de la brigada motorizada soviética nombrada “Campamento 12”, el 29 de mayo de 1963, y la firma, un año más tarde, para la instalación del “Centro radioelectrónico de Lourdes”.
A diferencia de lo que muchos asumen y repiten, a la URSS no le gustó en absoluto la reacción cubana ante la intervención del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, en 1968, al punto de presentar una nota de protesta ante la cancillería en La Habana. Lo que hizo cambiar la actitud soviética hacia Cuba a partir de 1969 fue precisamente el significado de aquel centro radioelectrónico en el marco de las negociaciones sobre control de armamentos URSS-EE. UU.
Según el analista ruso Serguey Teleguin, “el centro de localización radioelectrónica en Cuba aportaba a Rusia el 75 % de la información estratégica sobre EE. UU.; y fue el principal instrumento de control sobre el cumplimiento de los acuerdos de desarme firmados con los Estados Unidos; jugaba un importante papel en el sistema de defensa antimisil, permitiéndole a la URSS monitorear todos los lanzamientos de cohetes, los despegues de aviones y el sistema de comunicaciones en los Estados Unidos, etc.”.
Como apunta Juan Sánchez, también “para Cuba era vital contar con un apoyo frente a la agresividad de Estados Unidos”, en el clímax de la guerra de Vietnam y del aislamiento total en el hemisferio. Sobre la base de esos intereses mutuos, no de meras “afinidades ideológicas”, a partir de ese momento las relaciones políticas y económicas soviético-cubanas empezarían a distenderse.
Hasta Google Maps sabe que en la Universidad de Ciencias Informáticas, a pocos pasos de la Rectoría y de la empresa digital Softel, se encuentra un edificio preservado por su interés histórico, y que cualquiera que visite la UCI puede ver, donde radicaba el centro de inteligencia electrónica soviético en Cuba.
Situado donde antes estuvo la “Escuela reformatoria juvenil” de Torrens (que era el nombre geográfico correcto, no Lourdes), el centro radioelectrónico estuvo funcionando, sin levantar ninguna polvareda, durante toda la Guerra fría posterior a la Crisis de los Misiles. E incluso sobrevivió al fin de la URSS (1991).
El Informe de la Comunidad de inteligencia de EE. UU. titulado “The Cuban Threat to US National Security” de 1997, afirmaba que “Cuba tiene un acuerdo con Rusia que le permite a Moscú mantener una instalación de inteligencia de señales en Torrens, también conocida como Lourdes, que es el mayor complejo de este tipo fuera de la Comunidad de Estados Independientes”. El mismo informe consideraba que “las FAR mantienen fortalezas de combate residuales cuya naturaleza es esencialmente defensiva”.
En sus conclusiones, la Comunidad de Inteligencia afirmaba que “Cuba no representa una amenaza militar significativa para Estados Unidos ni para otros países de la región. Cuba tiene poca motivación para participar en actividades militares más allá de la defensa de su territorio y sistema político”.
Sin embargo, “Cuba tiene una capacidad limitada para participar en algunas actividades militares y de inteligencia que serían perjudiciales para los intereses de los EE. UU. y que podrían representar un peligro para los ciudadanos de los EE. UU. en determinadas circunstancias”.
Cinco años antes, en 1992, las últimas tropas rusas del “Centro 12”, que permanecían en la isla desde 1963, habían partido. Cuatro años después del informe, a raíz del 11 de septiembre de 2001, el Gobierno de Putin tomó la decisión unilateral de retirar la estación radioelectrónica de Torrens (Lourdes). Al Gobierno cubano no le complacería en lo absoluto, y así lo expresó en su momento. Conviene recordar que esta retirada ocurría en medio de una cruzada recién desatada contra el terrorismo. Y, aunque para el mundo Cuba no tenía nada que ver con ningún terrorismo, EE. UU. la mantenía en su lista negra (en la que, por cierto, en 2001 no estaba Afganistán).
La “base espía china en Bejucal”
En su libro Un minuto antes de medianoche: Jruschov, Kennedy y Castro a punto de la guerra nuclear, el periodista Michael Dobbs muestra fotos (disponibles en National Security Archives) y comenta testimonios de oficiales soviéticos, contrastándolos con informes desclasificados de la CIA. Estas fotos y testimonios desclasificados confirman lo que EE. UU. nunca supo, a pesar de su vasto caudal de inteligencia sobre las bases estratégicas en Cuba: la existencia del principal polvorín de cabezas nucleares al nordeste de Bejucal.
De todos los lugares posibles para establecer una estación radioelectrónica en Cuba, parecería extraño que China hubiera preferido uno que tuviera un significado histórico, donde hubiera incluso cierta chatarra de la época de los misiles soviéticos.
El reportaje de Reuters tomado como referencia principal para la noticia rebotante afirma sucesivamente que la Federal Communications Commission (FCC) documentó esta instalación china en noviembre de 2022; luego que la FCC lo cita de un informe de la U.S.-China Economic and Security Review Commission, de 2018, diciendo que “parecen ser” del tipo de equipos usados para inteligencia electrónica; y finalmente, que fue Marco Rubio quien, en 2016, le exigió al Gobierno cubano “que sacara la estación de escucha china enclavada en Bejucal”.
Afirma además que China ha modernizado (upgraded) sus instalaciones de recogida de inteligencia en Cuba. Aunque el National Security Council no ha confirmado que esa modernización esté ocurriendo precisamente en “la selva” y las estructuras herrumbrosas de Bejucal: “Un domo metálico oxidado, del tipo que esconden antenas, en medio de la selva oscura (sic), adornado con triángulos negros invertidos por los costados”.
Más allá de este bosque de periodismo investigativo, lo que me intriga es que los guajiros de Bejucal no parecen haber visto a ningún chino por los alrededores. Claro que en esa “Zona militar” ellos, los vecinos, saben que hubo rusos (el reportaje no aclara cuándo). Naturalmente, en los alrededores de aquellas bases, en 1962, los lugareños veían trasegar a montones de militares rusos soviéticos, a los que estaban habituados y con los que compartían entonces. Pero los ingenieros militares chinos que operarían esas instalaciones ahora brillan por su ausencia.
Finalmente, el reportaje in situ añade que Putin “podría decidir reabrir la base de espionaje escarranchada (once-sprawling) en la isla durante la era soviética, en Lourdes, otra reliquia de la Guerra fría, y cerrada a principio de los años 2000”. La afirmación sobre las intenciones de Moscú de reabrir la instalación que ahora forma parte de la UCI carece de fuentes.
Como si ocurriera en otra dimensión del tiempo y el espacio, mientras todo este asunto de la hipotética base de espionaje rebota sin pausa, el secretario de Estado de EE. UU., Anthony Blinken, visita Beijing. ¿”Otro misterio”, digamos? ¿Es que la noticia de una base china en Cuba tiene más que ver con torpedear las intenciones de la Administración Biden de reducir tensiones con la RPCh? ¿Quizá las declaraciones de Blinken advirtiendo que no van a permitir que los chinos desplieguen medios de inteligencia militar en la isla busca contrarrestar estas fuerzas que, dentro de EE. UU., se oponen al acercamiento? ¿No sería lógico que, si se tratara de evitar que ese despliegue tuviera lugar, se dedicaran a hablar con el país que supuestamente alberga las bases? ¿Y que todo eso transcurriera por los canales de la diplomacia discreta, donde ese tipo de problemas se puede dialogar, negociar, resolver; en vez de lanzándoles advertencias a dos Estados que no se caracterizan por reaccionar favorablemente ante discursos amenazantes? Si tanto les preocupara el crecimiento de la cooperación y la alianza de Cuba con la RPCh y con Rusia, podrían dejar de propiciarla, como han hecho de manera más bien contraproducente durante sesenta y pico de años.
¿Es que EE. UU. ha espiado a Cuba?
El libro de Dobbs también documenta las operaciones de un destructor estadounidense equipado con la tecnología de rastreo de inteligencia más avanzada de su época, que antecedió a la Crisis de los Misiles. Diseñado para realizar investigaciones en la recepción de ondas electromagnéticas; es decir, para recopilar señales electrónicas de inteligencia militar (SIGINT), cuando este buque se terminó, fue enviado directamente desde el Comando del Atlántico, en Norfolk, Virginia, en travesía de prueba a un puerto del sur de Cuba llamado Guantánamo, cinco meses después de Playa Girón.
Estaba dotado con los últimos sistemas de antena y dispositivos de medición, que lo convertían en una estación móvil capaz de operar en cualquier rincón del mundo, como parte del “programa integral de proyectos de investigación y desarrollo en comunicaciones” de la US Navy. O sea, espionaje electrónico. Toda su actividad estaba clasificada como top secret.
El 15 de septiembre de 1962, un mes antes de que el famoso U-2 volara sobre San Cristóbal, Pinar del Río, los radares de este buque espía detectaron la presencia de un radar soviético P-12 en la isla, según anota Dobbs. Naturalmente, digo yo, eso no significaba que formara parte de una base soviética, pues en la época había ya un número considerable de armamento soviético avanzado en Cuba; y menos que revelara la presencia de armas nucleares.
Desde entonces, el susodicho buque espía se dedicaría a navegar, “trazando números ocho en el mar” (Dobbs dixit) frente a las costas de La Habana, tan cerca que podía vérsele desde el Malecón.
Los cubanos de entonces podían creer, primero, que estaba allí para meter miedo, y luego, que era parte de los 240 barcos de guerra que rodearon la isla en octubre y noviembre. Realmente, sin embargo, su misión era interceptar las comunicaciones cubanas por microondas. Para hacerlo, contaba con los documentos de la Radio Corporation of America, que había instalado el sistema de microondas en época de Batista. Podía escuchar todo lo que emitía la Marina, la defensa antiaérea, la seguridad del Estado, la policía y la aviación civil cubanas.
En 1964, más de dos años después de la Crisis de Octubre, cuando JFK había sido asesinado y Johnson empezaba a escalar la intervención en Vietnam, el supersofisticado buque espía seguía parqueado frente al Malecón, recordándoles a los cubanos que, aunque habían dicho que no invadirían, estaban ahí, vigilándonos.
Ahí lo vería entonces Nicolás Guillén y le dedicaría aquel poema suyo, “Frente al Oxford”, que vale la pena leer o releer; aunque sea para no olvidarlo en esta era de satélites e inteligencia artificial.
El pueblo de cuba pudo aceptar la bases en su territorio : si o no ? Eso es lo importante…