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“De viernes a domingo, en la presente semana, se presentará en el teatro Hubert de Blanck la obra de Héctor Quintero La última carta de la baraja, con Edwin Fernández, Alicia Bustamante, Silvia Planas y otros artistas. Esta obra ya ha sido presenciada por más de 22 mil espectadores en 68 representaciones”. Así reseñaba Granma, hace casi medio siglo, la puesta de una obra cuyo tema central era la situación de los viejos; o sea, la marginación y el desamparo que sufren muchas personas cuando llegan a la vejez.
En aquella remota Cuba de finales de los 70 y principios de los 80, cuando no solo crecía “la economía” (la macro) de manera incesante, sino el nivel de vida y el bienestar de las personas —no de un grupo, sino de todos los cubanos—, el teatro, una vez más, se adelantaba a poner la llaga en el dedo: los viejos iban quedándose atrás.
En los números y debates que la revista Temas ha dedicado a la pobreza, la desigualdad, el envejecimiento, el género, el racismo, los impactos de las múltiples crisis que atraviesan la sociedad cubana (la policrisis, Mayra Espina dixit), agravadas por catalizadores como la pandemia, así como en un debate reciente sobre la situación de las personas con discapacidad, emergen con mayor intensidad que antes aristas sociales y culturales manifestadas en nuevas relaciones sociales.
Si nos detenemos en esa red de connotaciones y culturales, veremos que, en el espacio común de todas ellas, la cuestión de la dignidad de la persona “brilla con luz propia” —como decía aquella canción de Pablito Milanés—.
Para poner por delante la idea que quiero argumentar en este breve espacio, diría que encontrar el (otro) camino al socialismo depende más de recuperar como punto cardinal la cuestión fundamental de la dignidad de las personas que de halar el hilo dorado para salir del laberinto circular de la crisis económica propiamente dicha.
Por dignidad de la persona entiendo la conciencia que tiene de sí misma, no solo como una condición psicológica, moral o ideológica, sino ligada al conjunto de sus relaciones sociales. Y que se manifiesta en actitudes muy concretas, como el sentido de pertenencia a una sociedad donde se ve reflejada (o no); se siente reconocida como una presencia activa, y no solo con acceso a la protección o al cuidado de otros; puede experimentar determinada prosperidad, que ella misma administra, y que forma parte inseparable de su condición como ciudadano, no solo en la forma de compensación por pertenecer a un grupo vulnerable. Esa conciencia de sí misma de una persona es parte inseparable de su conciencia social, de su condición cívica; así como su autoestima está ligada a la estimación que la sociedad proyecta sobre sí misma.
En otras palabras, podría ser ilusorio que cifráramos en el crecimiento y el mayor nivel de vida la restauración de la dignidad dañada por las sucesivas crisis. Que asociáramos su restauración a una expectativa de mayor riqueza material.
Si bien esa prosperidad repartida fue parte clave de la convocatoria original que suscitó el consenso socialista en Cuba, en su núcleo movilizador estuvo el sentido de autonomía y libertad individual que impregnó a la mayoría de los cubanos. Porque tener un empleo digno, un acceso a la salud y la educación, etc., tuvo un efecto directo sobre cómo las personas se veían a sí mismas.
Fue esa visión de sí mismos, como gente que contaba en la transformación de la sociedad, la que cambió su conducta y la impulsó a participar. Y aunque muchos no tuvieran todavía un nivel de ingreso y unas condiciones de vida que los sacaran de golpe de la pobreza relativa, el sentido de la dignidad como personas reconocidas y capacidad para practicar derechos como ciudadanos los convirtió en protagonistas del cambio social llamado Revolución.
Esa recuperación de la dignidad de las personas estuvo en el centro de la identificacion con el proceso revolucionario no solo entre la gente de abajo, sino en la participación de sectores de la clase media, cuya movilidad social no fue tan significativa en terminos de aumento del nivel de vida material.

Cuando pensamos en los grupos sociales que han visto mermadas esas capacidades que construyen su sentido de la dignidad, aparecen las personas mayores y con discapacidades, la gente pobre de la ciudad y del campo, los vecinos de barrios marginales, los inmigrantes de las provincias orientales en “la capital de todos los cubanos”, pero también negros, homosexuales y otras personas LGBT, trabajadores informales y otros grupos en desventaja, en situación de subsistencia o de discriminación.
Si se sumaran todos, veríamos que la minoría no son ellos, sino los demás.
Ahora bien, más allá de su condición mayoritaria en términos relativos, lo que quiero argumentar es que su común denominador, en cuanto a la dignidad de la persona, atañe a su capacidad para representarse a sí mismos, tomar decisiones y reflejarse como tales en el espejo de la sociedad en su conjunto.
Y aunque las políticas sociales y legislaciones pueden compensar sus desventajas y asegurarles protección, siendo necesarias e imprescindibles, no equivalen a permitirles restaurar esa dignidad fundamental.
Al problema de la pobreza, así como al racismo, la homofobia, el desprecio por los orientales (denominados peyorativamente “palestinos”), el rechazo hacia la gente de barrios marginales llamados “repas”, les ha costado trabajo emerger a la conciencia colectiva.
La política no ha ayudado lo suficiente al fomento de esa conciencia en la mayoría de los casos. Las palabras pobreza, barrios marginales, trabajadores informales, marginales, personas con discapacidad, así como desventajas asociadas al color de la piel o el género, no estuvieron en el vocabulario de los Lineamientos Económicos y Sociales (2011), la plataforma de base que supuestamente ha guiado el proceso de reformas.
No digo que hayan estado ausentes de las políticas sociales aprobadas y aplicadas; sino que no se colocaron en el foco de la política-política. Digamos que aparecieron en ese radar cuando las protestas del 11J; es decir, al adoptar la forma de “amenazas” a la seguridad nacional. Sin embargo, esa luz no necesariamente aclara y entiende los problemas, y difícilmente permite erradicarlos o lidiar con ellos.
Las crecientes desventajas que han marcado la dinámica global de la desigualdad, de la pobreza estructural de determinados grupos y del empobrecimiento de otros segmentos de la sociedad que han perdido el nivel de vida de que gozaban, han sido documentadas por las investigaciones, las publicaciones de las ciencias sociales y los debates académicos, por lo menos desde el Periodo Especial para acá. Si bien esa ha sido la principal contribución para entenderlas, seguramente no ha sido suficiente para visibilizarlas.
Sin embargo, una revisión somera de la prensa cubana, medios oficiales y no oficiales incluidos, permite identificar todo tipo de crónicas, reportajes e incluso trabajos de investigación (Cubadebate, 2019) acerca de algunas manifestaciones de esa pobreza. Por ejemplo, los deambulantes y los “buzos” (buscadores de cosas en los tanques de basura).
Claro que ver a una persona hurgar en los latones de basura o dormir en el quicio de un edificio abandonado provoca una mezcla de sentimientos, el mejor de los cuales es la conmiseración. Esa visión se nos queda grabada, pues aunque no es un fenómeno tan reciente, seguimos sin aceptarlo como parte de una “nueva normalidad”. Y pensamos que, si bien la franja de personas en situación de vulnerabilidad ha aumentado, ha sido rara la pobreza extrema.
Esa visión, por otra parte, refuerza una imagen instalada desde tiempo inmemorial acerca de la pobreza como algo sucio y degradado. Véanse las fotos que acompañan los textos sobre estas prácticas y la caracterización de los sujetos que las ejercen para comprobarlo.
Pero, aun si esas descripciones fueran respetuosas con la dignidad de esas personas, y si el análisis de sus casos no se limitara a achacar sus causas al Gobierno y ya, la comprensión del problema de la pobreza permanecería en la superficie. No solo porque la mayor parte de los pobres no duermen en los parques ni se dedican a hurgar en los latones de basura en busca de materiales reciclables. Como demuestran las investigaciones, los factores de base que la reproducen están instalados en la sociedad cubana y no han cesado de manifestarse desde el Periodo Especial.

Aunque se sabe más que nunca, en términos de investigación y acumulación de saber institucional, sabemos menos de lo que creemos acerca de lo que nos pasa como sociedad. Al mismo tiempo, la nube de percepciones compartidas socialmente es la que construye sentido común; y ese es el que prevalece. Esas percepciones son el espejo de un momento de alta confusión ideológica, donde la lucidez es un bien escaso.
Sin más espacio para discutir este pozo de problemas, quiero apenas mencionar que esto de la dignidad de la persona no es una visión utópica, una doctrina o un atavismo ideológico que carece de sentido en el mundo real.
Hace dos años, un congreso sobre las personas mayores y con discapacidades ponía en el centro la cuestión del derecho a la autonomía personal (II Congreso Estatal sobre el Derecho a la Autonomía Personal, España 2023), entendida como el alcance de una verdadera emancipación, autodeterminación del propio proyecto de vida y participación en la sociedad con las mismas condiciones que las demás personas. Además, proponía “instaurar una nueva cultura de transformación social y la mejora de la calidad de vida de las personas con discapacidad en su proceso de envejecimiento”, transformar la longevidad en un periodo de “emancipación, activismo y bienestar”, y hacer de ella “una oportunidad para el progreso social y económico del país”.
Aunque lo que ahí se dijo sobre las personas mayores y con discapacidad no abarca a todos los grupos llamados vulnerables, vale para pensarlos a todos. Más allá de sus ostensibles diferencias, la recuperación de la dignidad de la persona es el cristal para mirarnos como sociedad, poder entendernos, y reencontrar la marca de origen de una sociedad diferente y más justa.
Que estemos a tiempo (o no) de jugar esa baraja de manera que nadie sea irremisiblemente la última carta, depende de que todos podamos jugarla.
Muy importante la mirada a temas que desbordan nuestra realidad. Estoy seguro de que existen muchas otras visiones al abordar la relación de la dignidad humana y la pobreza en nuestro contexto. Por ejemplo la “pobreza” en soñar y crecer proyectos de vida en generaciones que observan como se esfumaron los sueños de muchos que los antecedieron.
“La dignidad del individuo consiste en no ser reducido al vasallaje por la largueza de otros” Antoine de Saint-Exupery autor de El Principito. La dignidad de cualquier persona esta referida al.reconicimiento como si mismo ante la sociedad, muy ligada a la honestidad, y teniendo eso como principo discrepo completamente cuando asegura “Y pensamos que, si bien la franja de personas en situación de vulnerabilidad ha aumentado, ha sido rara la pobreza extrema”, la pobreza extrema en Cuba esta muy bien oculta cuando se utilizan para todos por igual, toda esos parametros engañosos de Salud, Educacion y servicios sociales “gratuitos” que TODOS sabemos que es completamente falso.
Coincido con usted en que “No solo porque la mayor parte de los pobres no duermen en los parques ni se dedican a hurgar en los latones de basura en busca de materiales reciclables. Como demuestran las investigaciones”, Esa parte visible en crecimiento es solo la imagen mas visible de miles de pensionados que viven con 1500 pesos moneda nacional, en una sociedad donde el costo minimo de vida esta calculado 10 veces superior, y es aqui donde pregunto, que tiene que ver el supuesto “Socialismo” con un gobierno que cada vez que intenta reformar sus fracasos económico aplica medidas capitalistas de marcada exclusion social.
Gracias por tu comentario, Livio. Solo para aclarar los términos. Los sociólogos le llaman pobreza extrema a ese nivel de miseria en que la gente se muere o se enferma de desnutrición y enfermedades curables, carece de lo más elemental para vivir incluido el techo. Como es obvio, si hay gente sin casa y comiendo de la basura es que la pobreza extrema es menos rara ya de lo que pensamos.
En cuanto a que lo demás, si se trata de esa pobreza extrema, difícilmente es invisible o se oculta. Si lo hace, es porque la gente vive en parajes remotos. Supongo que tú hablas de los pensionados y los pobres de los barrios marginales porque son visibles, no porque te los imaginas.
No suelo discutir los comentarios a lo que escribo. En este caso, solo pretendo aclarar los términos y lo que está dicho.
Gracias otra vez por comentar.
La dignidad es un núcleo central de la justicia. La laceración de la dignidad colectiva, más aguda en grupos sociales vulnerables, es parte de la precarización creciente e imparable, de la vida cotidiana que experimenta el país