La política, los discursos y la lógica de lo real

La política nunca se reduce a un simple espejo de la ideología ni a una emanación de los discursos, cualesquiera sean las consignas.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Decía Don Miguel de Unamuno que “la ciencia nos enseña a conocer y juzgar las cosas tal como son; es decir, como ellas mismas eligen ser y no como quisiéramos que fueran”. También dijo que “cuanto menos leemos, más dañino es lo que leemos”; y que “una gran cantidad de buenos argumentos son estropeados por un tonto que no sabe de lo que está hablando”. Aunque Unamuno no era marxista-leninista, ni neoliberal ni libertario, tenía mucha razón.

No vengo a endilgarle al lector una disertación sobre el papel de la ciencia versus la ignorancia; ni a distinguir una vez más entre la opinión y el análisis, la crítica y el tiro al blanco. Unamuno lo hizo mejor y de forma más elegante.

Quiero apenas volver sobre tres ideas principales: 1) un cambio de época no se puede entender con la misma cabeza, pues ni el presente ni el futuro se reflejan en el espejo retrovisor; 2) las políticas no se contienen en los discursos, ni los discursos son el pentagrama de las políticas que efectivamente se aplican; 3) explicar la política requiere entender su eficacia sobre la dinámica de la sociedad real, traducida en acciones y hechos, su lógica y contradicciones. Porque la contradicción está en su naturaleza.

Entre hechos, conversaciones y reflejos

La mayoría de las afirmaciones sobre la sociedad y la política cubanas de hoy se basan en conversaciones compartidas y autorreflejos. Las redes sociales potenciaron el mecanismo, pero no lo originaron.

Recuerdo cuando un destacado historiador me dijo que, bajo la presidencia de Raúl, era Fidel quien seguía gobernando en Cuba, según pensaba la mayoría de los cubanos. Le pregunté cómo él sabía lo que pensaba la mayoría, me confesó que sus amigos en Cuba se lo decían. Y que además era evidente por la columna de Reflexiones de Fidel que publicaba Cubadebate y reproducían el resto de los medios.

Le pregunté si, además de los temas históricos e internacionales, Fidel escribía sobre los problemas y las políticas cubanas actuales. “Pero es la misma ideología y el mismo Partido”, me replicó. ¿Y de esa misma ideología y Partido se están derivando las mismas políticas?, le respondí. ¿Si Raúl había afirmado que le consultaba a Fidel las decisiones estratégicas, eso demostraba que las reformas venían de Fidel? ¿O que eran “continuidad”? ¿De veras?

Resulta curioso cómo la idea de la continuidad presente en los discursos políticos cubanos se asume por algunos como concepto explicativo de la política. Por ejemplo (una simple comparación y guardando las distancias): un análisis sobre la política de Estados Unidos en 2017-2020 no se limitaría a usar la consigna de MAGA (Make America Great Again) como concepto para explicar la lógica de sus acciones; ni recurriría a la supuesta ideología de su presidente para explicar las tensiones con aliados y adversarios. Porque la política nunca se reduce a un simple espejo de la ideología ni a una emanación de los discursos (cualesquiera sean las consignas); está en las acciones y los hechos en que se materializa.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Otro ejemplo del tipo de discurso especulativo y autorreflejo fueron las predicciones de algunos observadores sobre la elección de Díaz-Canel hace cinco años, más basadas en adjetivaciones ideológicas que en caracterizaciones políticas.

Vaticinaban que la “sucesión autoritaria” lo privaba de “legitimidad interna y externa”, y lo condenaban a paralizar las reformas y dejar todo como estaba (Rafael Rojas, 2018); lo identificaban como “un burócrata del Partido del que nadie sabe nada” (Dan Erikson, 2017); “sin apoyo dentro del PCC ni entre los militares”; (Jaime Suchlicki, 2017); esposado por “Raúl y el resto del clan Castro encima de él” (Paul Hare, 2017). Otros llegaban a vaticinar que “un futuro conflicto entre el Partido y el Ejército pudiera producir un terremoto político, que en teoría generaría una transición política hacia la democracia” (Javier Corrales y Loxton, 2018).

Basta echar un vistazo a la mayoría de las reacciones sobre las últimas elecciones a la ANPP, desde El País hasta las publicaciones de oposición, para apreciar en qué medida los adjetivos y las expectativas prevalecen sobre las explicaciones.

En resumen, afirman que no hay cambios porque los que los comentaristas hubieran querido no se produjeron. Apreciar los que sí ocurrieron apenas requiere dejar de mirarse en el espejo, para detenerse a examinar en detalle los datos disponibles.

Entre discursos políticos críticos y políticas aplicadas

No hay males más denunciados en materia de comunicación que el secretismo, la falta de rigor, de debate, de análisis, de investigación, la persistencia de la superficialidad y el triunfalismo.

A pocos meses de su VI Congreso (2011), la Conferencia del PCC se planteaba “lograr que los medios de comunicación masiva informen de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la política del Partido… y supriman los vacíos informativos y las manifestaciones del secretismo, y tengan en cuenta las necesidades e intereses de la población”. Así como “garantizar que los medios de comunicación masiva se apoyen en criterios y estudios científicos, sean una plataforma eficaz de expresión para la cultura y el debate y ofrezcan caminos al conocimiento, al análisis y al ejercicio permanente de la opinión”; y “exigir de la prensa y las fuentes de información el desarrollo de un periodismo más noticioso, objetivo y de investigación”.

Diez años después, en uno de sus últimos discursos como dirigente del PCC, Raúl Castro diría: “Si bien es cierto que nuestros medios de prensa se caracterizan por su apego a la verdad y el rechazo a la mentira, lo es también que persisten manifestaciones de triunfalismo, estridencia y superficialidad en la manera en que abordan la realidad del país”.

Hasta este mayo, un proyecto de ley sobre Comunicación social, en su trigésimo tercera versión, ha estado esperando en la cola, después de haber rotado su turno varias veces, para su discusión y aprobación en la Asamblea Nacional.

A fin de producir estudios científicos sobre los procesos y problemas con que debe lidiar la política del Partido, que contribuyan a suprimir los vacíos informativos y las manifestaciones del secretismo, en pro de las necesidades e intereses de la población, sería útil poder acceder a las discusiones y argumentos que esta ley ha tenido que navegar, y que permitirían explicar su demorada travesía.

El estudio sería tanto más interesante al permitir ilustrar en qué medida los procesos dentro del sistema político cubano no son menos complejos, e incluso contradictorios, que los de otros sistemas. Como se sabe, en ningún país esas dinámicas intragubernamentales son tan transparentes y accesibles a los ciudadanos como deberían, menos aún cuando se trata de asuntos de seguridad nacional. Puesto que este no es el caso, informar sobre el proceso de discusión de la ley de Comunicación podría hacer visibles cuántos factores, enfoques y argumentos diversos han surgido en su creación, y cómo la toma de decisiones en la política cubana está más sujeta a negociaciones y debates de lo que se asume. (Seguro que algún lector escéptico me mirará con sorna, pero estoy acostumbrado).

La Habana, abril de 2023. Foto: EFE/ Yander Zamora.
La Habana, abril de 2023. Foto: EFE/ Yander Zamora.

El discurso sobre lo político inexistente

En una de sus novelas menos mentadas, El caballero inexistente, Ítalo Calvino narra la historia de un hidalgo de las huestes de Carlomagno, llevado hasta tal punto por el sentido del deber, y tan despojado de cualquier otra realidad, que no era sino una armadura vacía. Este cruzado hecho de pura idea y voluntad recuerda a quienes conciben la política como deber ser, construcción teórica y utopía, amalgama de “civismo” y “ética”, nunca en su modo contradictorio de presentarse en la tierra.

En esos discursos de armadura, Martí viene a ser, digamos, una especie de Paulo Coelho del patriotismo, pródigo en frases proverbiales que lo iluminan todo al mismo tiempo y en todas partes, en vez del líder fajado con una unidad casi imposible, entre jefes militares, políticos y grupos sociales separados por corrientes y motivaciones de todos los colores.

A fuerza de someter a crítica los socialismos históricos, y en el supuesto afán de botarles el agua sucia, esos discursos acaban tirando por el tragante la historia real del socialismo. Asemejan a un artista que tira al cesto los bocetos que no le gustan, porque no son más que eso, borradores defectuosos de una idea que viene a él flotando en el viento, por su propia cuenta.

Sin embargo, las ideas y los ideales no pueden entenderse como emanaciones de un pasado profético, sino como parte viva de una sociedad y una cultura que le dan sentido, transmitidos entre generaciones, mezclados de forma inseparable con conflictos de intereses y eventos decisivos que no estaban en ningún plan, de los que muchas veces se sabe poco.

Para esos discursos de armadura, no es raro que la historia de esta Revolución se represente como un tren de olas arrastradas por una ideología autoritaria y un liderazgo que lo controla todo, incluidos eventos y situaciones arbitrarias. Y nunca como acciones y decisiones tomadas en un contexto real, atravesado por corrientes políticas en pugna, y una sociedad cambiante, cundida de contradicciones que pueden tocarse con las manos, y ante las cuales la política reacciona como puede, y a veces de modo contraproducente.

Una variante escolástica de estos discursos se representa la realidad como una pizarra, o una pantalla con diapositivas, donde resulta muy simple entender no solo la economía y las relaciones internacionales, sino además la sociedad, la política interna, la seguridad, la cultura cívica, la salud, la educación, el arte y la literatura, etc.

En esa pizarra no aparecen nunca los profundos cambios que tienen lugar en las relaciones laborales, la economía familiar, el consumo, la vida cotidiana, la convivencia entre distintas formas de propiedad, los cambios tecnológicos, la modernización de las comunicaciones, el entra-y-sale migratorio.

Tampoco aparecen, desde luego, las diferencias territoriales, regionales, locales. La Cuba A y la Cuba B de que hablaba Juan Pérez de la Riva. O las diferencias en el comportamiento político que emergen cuando se observan en el microscopio la estructura local de la votación en las últimas elecciones.

Típicamente, esa variante de pizarra o Power Point soslaya esas dinámicas complejas, para imponer, por ejemplo, la conveniencia de adoptar el modelo chino o el vietnamita. Solo que despojado de algunos “inconvenientes indeseables”, como pueden ser Xi Jinping o el Partido Comunista de Vietnam. Digamos.

Foto: Otmaro Rodríguez

Algunas ideas “sin ton ni son”

Confieso al lector que, como todo el mundo, también tengo ideas políticas, aunque me esfuerce en evitar que se metan en el medio para entender la lógica de la sociedad y las políticas que me rodean.

He comprobado que la medida de la eficacia de las políticas no radica en su grado de apego al sentido común, que casi siempre se representa las cosas de manera intuitiva, repitiendo lo que oye decir. Aunque sí tiene que tenerlo muy en cuenta, porque está implantado en el tejido conectivo del consenso. De la misma manera, tiene que proponerse minimizar el daño que todo cambio conlleva.

Digamos que un médico no puede esperar a que el organismo se haga cargo de extirpar el mal; pero en caso de que se requiera operar, la primera opción debe ser el mínimo acceso. Demorarse en hacerlo hace correr el riesgo de que se haga demasiado tarde, y deba recurrirse a terapias calificadas como “muy invasivas”. En cualquier variante, el deber del médico es ganarse la voluntad del paciente, no decidir intervenirlo como si fuera un gato.

Los llamados a la ética, al civismo, al control, la aplicación de la ley y el orden, etc., se explican y hasta se justifican. Pero ninguno, por sí mismo, extirpa el mal. Por otra parte, las terapias “muy invasivas” pueden dejar secuelas. Y en todo caso, asumir que el organismo intervenido sigue siendo el mismo es un error que se paga, tarde o temprano. Las fortalezas de un sistema no radican en hacer lo que podía hacer veinte años atrás, sino en aprender a aprovechar las potencialidades actuales, que no son las mismas.

Para entender con otra cabeza la sociedad cubana y el mundo que la rodea, en vez de mirar el pasado como si fuera un mapa rutero hacia adelante, las políticas tienen que construirse desde abajo; en vez de adoptarlas y luego tratar de convencer a la gente que no intervino en su fabricación. Una cosa es identificar el beneficio, y otra sentirse parte.

Un último detalle: no hay construcción de consenso ni acción política reales en cámara cerrada. Así como las decisiones sobre la defensa nacional requieren discreción, lo público es inherente a la creación política. Las lecciones de la pandemia enseñan que la participación y la cooperación de la gente solo pueden asegurarse con transparencia y gestión comunitaria. Querer gestionar los desafíos políticos solo mediante la ley y el orden es como hacer descansar la soberanía y la seguridad nacional solo en la ingeniería de trincheras.

Más allá de los artículos de la Constitución, el papel clave de las instituciones políticas se decide cada día, en la acción y el debate públicos, en su eficacia para alcanzar los corazones y las mentes de esa gente diversa que son los ciudadanos, donde precisamente la hegemonía tiene su asiento.

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