¿En qué medida la libertad que la gente siente, en un momento determinado, se traduce en hechos y vivencias compartidas, y cómo eso se relaciona con la fe? Comenté esta interrogante, ilustrándola con mis sucesivas creencias, en el cristianismo católico romano, el protestante y el comunismo, antes y durante el proceso de cambio que fue la Revolución. Y volví sobre ideas de la doctrina de Jesús; en especial, algunas sistematizadas por el apóstol San Pablo en el Nuevo Testamento, fundadas en la aceptación del otro y no en una regla unilateral y excluyente. Me referí, por último, a algunas posiciones de una parte de los religiosos cubanos, eclesiásticos y laicos, que no se llevan muy bien con el espíritu de reconciliación preconizado por el apóstol. Y aludí a la Cuba que se refleja en el espejo de las políticas de Estados Unidos, donde aparece en una lista negra de violadores flagrantes a los principios de libertad religiosa que la Constitución consagra.
¿Libertad para creer? Cuatro notas sobre fe, política y personas (I)
Nota 3
Si las iglesias, denominaciones y religiosos mencionados mantienen o no amistad con el Gobierno de EE. UU., es lo de menos. El hecho es que su convocatoria a la armonía y el entendimiento mediante el conflicto y la condena de lo que no sean sus creencias, así como su coincidencia en que no existe libertad religiosa en Cuba, contribuyen a fomentar esa libertad tanto como la política estadounidense hacia la isla.
Los criterios para incluir a Cuba en la lista negra del Departamento de Estado se basan en un principio demasiado simple: todos los religiosos que aparecen involucrados en acciones de calle, incluidas las más violentas; en organizaciones, medios de difusión o alianzas políticas con actores extranjeros, que operan en contra de la ley vigente en Cuba, están siendo privados de libertad para ejercer su fe.
Digamos, que los condenados por el 11 de julio convictos de agresión y violencia contra las autoridades y fuerza en las cosas, en caso de que tengan alguna creencia, son víctimas de represión religiosa. No importa que no se les hubiera prohibido ejercer ningún culto, ni colaborar con las revistas y otros medios de difusión de que disponen iglesias y denominaciones, ni practicar o difundir su fe de otra manera.
La primera pregunta sería cómo resuelve la ley en EE. UU. o en cualquier país la cuestión de acciones y derechos legítimos que entran en contradicción con las conductas preconizadas por alguna doctrina religiosa. Como antes apunté, ¿es que el Código de las Familias “propicia la tolerancia sistemática de las violaciones actuales y escandalosas de la libertad religiosa”?
Visto así, esta ley no estaría colocando a Cuba entre el puñado de treinta y pico países que consagran los derechos familiares de menores, ancianos, gais, madres y padres solteros, etc., y que promueven una educación avanzada en valores y normas de convivencia, sino reprimiendo la libertad religiosa de iglesias y denominaciones que se oponen a estos derechos como excluyentes con su lectura fundamentalista de las Escrituras. O sea, ahondando “la herida en el alma de Cuba que es la crisis de las familias”, como proclaman algunos religiosos.
La segunda pregunta apunta a la vieja cuestión del doble rasero en el enjuiciamiento de las cosas cubanas. Digamos, ¿cómo el Gobierno de EE. UU. juzga la libertad religiosa en otros países? Tomemos uno cualquiera, por ejemplo, Francia. Dice así el Informe del Departamento de Estado en 2022:
“El Gobierno [francés] disolvió por decreto varias organizaciones musulmanas a las que acusó de ‘incitar al odio, la violencia y la discriminación’ y dijo que había cerrado 672 establecimientos musulmanes desde febrero de 2018 hasta octubre de 2021, incluidas 21 mezquitas desde noviembre de 2020… el número de actos antimusulmanes aumentó en 38 %… los actos anticristianos disminuyeron a 857, y los actos antisemitas cayeron un 14 % a 589”.
En lugar de condenar el alto grado de conflictividad religiosa en Francia, y las medidas del Gobierno, EE. UU. estaría contribuyendo con el entendimiento interreligioso mediante “proyectos que reunieron a jóvenes de diferentes religiones y una mesa redonda con líderes religiosos, y haciendo uso de las redes sociales para transmitir mensajes que destacaban cuestiones relacionadas con la libertad religiosa”. En vez de preferir algunas iglesias y religiosos por encima de otros, y de echar fuego a sus diferencias con el Gobierno, en el caso de Francia EE. UU. estaría propiciando el diálogo, incluido el interreligioso.
Esa visión oficial estadounidense tampoco se suele confundir cuando juzga conflictos de índole aparentemente religiosa en otros países; digamos, México. El Informe del Departamento de Estado de 2022 afirma:
“funcionarios de Gobierno, organizaciones no gubernamentales (ONGs) y representantes evangélicos y católicos romanos estuvieron de acuerdo en que las raíces de estos conflictos frecuentemente se encuentran en una combinación de disputas políticas, étnicas o por tierras, las cuales con frecuencia están relacionadas con los ‘usos y costumbres’ tradicionales de las comunidades indígenas”.
No se requiere mucha sutileza para advertir que si Cuba se trata como un “caso crítico” en materia de libertad religiosa, algo tiene que ver con su colocación en el paisaje de las preferencias y gustos políticos de EE. UU.
Una tercera cuestión que suscita el uso irrestricto del concepto “represión a la libertad de credo” en Cuba es más bien simple: ¿Y qué será lo que sabe el Gobierno de EE. UU. sobre las religiones y la religiosidad en Cuba para pronunciarse de esa manera?
Según sus fuentes, el Informe del Departamento de Estado en 2022 afirma que 60 % de los cubanos son católicos, solo 5 % son protestantes, la mayoría pentecostales y bautistas. En cuanto al 35 % restante, ahí se reúnen judíos, musulmanes, budistas, seguidores de la fe baha’i, etc.
Llama la atención que en este minucioso inventario, basado en fuentes tan independientes como las propias iglesias, el lugar ocupado en la religiosidad cubana por la santería, regla de Ocha, Palo Monte, abakuás, se limita a lo siguiente: “muchas personas, en particular los afrocubanos, practican religiones con raíces en todo el mundo… Estas prácticas religiosas están entremezcladas con el catolicismo y otras formas de cristianismo, y algunas requieren bautismo católico para la iniciación completa, por lo que es difícil estimar con precisión su membresía total”.
Con esas frases despachan el principal componente de la religiosidad cubana, según ha sido descrito por antropólogos de todas las tendencias políticas, antes y después de 1959.
“Creencias de negros que en realidad son cristianos, porque se bautizan”.
Nota 4
Caminar este terreno movedizo y sujeto a fuentes tan diversas —a menudo sesgadas— requiere recurrir a la sociología de la religión. Así que converso con dos investigadores, Pedro Álvarez Sifontes y Yuniel de la Rúa, ambos autores en el equipo que recién concluyó un estudio de largo alcance sobre la libertad religiosa en Cuba, producido por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).
Para quienes aprecian los profundos cambios que han caracterizado a la sociedad cubana desde los años 90, no son sorpresivos los que se expresan en el panorama religioso. Lo primero que afirman las investigaciones es la insuficiencia de los datos que se manejan —muchos de ellos distorsionados por la visión de las propias iglesias con mayores recursos. Algunas instituciones católicas internacionales —también citadas por el Gobierno de EE. UU. — afirman que 61,7 % de la población cubana es cristiana, 17,2 % es agnóstica, 3,9 % es atea, 16,7 % es espiritista, y 0,5 % profesa otras religiones.
Yuniel de la Rúa comenta que ese cuadro es imposible: “No puede ser que más de la mitad de la población cubana sea cristiana, aunque sabemos que ha crecido mucho, especialmente los evangélicos; y, sobre todo, no vemos representadas las religiones cubanas de origen africano, que también es evidente que han aumentado mucho”.
Para ambos investigadores, la prueba más fuerte sobre la libertad de la religión en Cuba es la proliferación de iglesias, denominaciones y expresiones religiosas de todo tipo.
Según Pedro Álvarez Sifontes, la cifra de 2022 incluía “cincuenta y seis denominaciones religiosas inscritas en el Registro de Asociaciones del Ministerio de Justicia”. Esto es solo un fragmento del paisaje religioso cubano, pues “hay entre treinta y cuarenta denominaciones o expresiones de origen evangélico por todo el país que no están registradas”. En esa lista de asociaciones no está, por cierto, ni la iglesia católica, ni los Testigos de Jehová, ni muchas otras iglesias cristianas protestantes.
“Si englobáramos todas las protestantes en una sola, incluidas las evangélicas más recientes, encontraríamos entre cuarenta y cincuenta expresiones religiosas diferentes”, añade. Pero “si las contáramos en sus individualidades diferenciadas, según se identifican a sí mismas, habría bastante más de cien”.
En ese mar de denominaciones separadas están metodistas, presbiterianos, episcopales, adventistas del séptimo día, luteranos, el Bando Evangélico de Gedeón, cuáqueros, el Ejército de Salvación, federaciones de bautistas occidentales, orientales, libres, la Primera Iglesia de Dios, la Iglesia de Cristo Científico, hasta veintisiete iglesias pentecostales diferentes. Además de las asociaciones y templos consagrados a la santería, que multiplican exponencialmente a los cristianos en todo el país. Así como los de la Fe Baha’i, Hare Krishna, musulmanes, budistas, católicos ortodoxos griegos y ortodoxos rusos, judíos…
La dificultad para trazar un mapa fiel —no solo de iglesias y denominaciones, sino de manifestaciones religiosas en el país— se relaciona con la forma en que se experimenta la religiosidad en la cultura cubana. Pedro y Yuniel me aseguran que es común encontrarse, en sus recorridos por el país, personas que creen “en varias cosas a la vez”. Esa multirreligiosidad, dicen ellos, es típica de la religiosidad popular en Cuba.
“Cristianos por cuenta propia” que no van a ninguna iglesia; “individuos que practican siete cosas a la vez, incluida la santería y la lectura de la Biblia”, y otros casos que le dan un tinte particular a las creencias religiosas y a la cuestión de la libertad.
Aprovecho que los tengo delante para acribillarlos a preguntas. ¿En qué momento estamos en las relaciones entre el campo religioso y la política? ¿Están claramente definidas las regulaciones existentes para la realización de los cultos? ¿Disponen las iglesias de medios de difusión para hacer llegar su mensaje a la población? ¿Qué actividades educacionales, culturales, sociales, pueden realizar? ¿Cuáles instituciones y manifestaciones plantean un mayor conflicto de intereses con la política establecida? ¿Persisten prejuicios o diferencias culturales respecto a las iglesias y religiones entre las instituciones y decisores a nivel de base? ¿En qué medida las diversas denominaciones religiosas e iglesias comparten hoy posturas comunes respecto a la libertad religiosa?
Podría seguir el interrogatorio; pero prefiero dejarlo ahí. Nos vemos en una coda a estas cuatro notas.
Continuará…
Primera entrega de la serie: ¿Libertad para creer? Cuatro notas sobre fe, política y personas (I)
Tercera y última entrega de la serie: ¿Libertad para creer? Una coda