La carencia de una historia documentada de la Revolución cubana vuelve a hacerse visible al conmemorarse el 60 aniversario de la Crisis de octubre de 1962. Brillan por su ausencia documentos de la época, que den suficiente evidencia sobre políticas secretas y personajes, contrastables con la memoria de testigos clave, muchos incluso callados todavía, y con discursos que han construido narrativas sesgadas en todas partes, con lugares comunes y tonadas tocadas de oído sin más pruebas. No solo por la cantidad de cuestiones no esclarecidas, sino por la levedad de algunas obras y expertos de última hora, que proliferan según se acercan los aniversarios.
Recién publicada por el National Security Archives (NSA), de Washington D.C., como parte de los archivos antecedentes de la Crisis de los misiles, el acta de la reunión entre Raúl Castro y Nikita Jruschov,1 en el crucial verano de 1960, resulta un texto revelador, especie de rendija de un momento histórico donde se decidirá casi todo lo importante que viene después.
Aquella conversación y sus actores.
Cuando se encontraron en Moscú, el 18 de julio de 1960, Nikita Sergueievich Jruschov tenía 66 años y Raúl Castro Ruz, 29.
Critico de las deformaciones del socialismo estalinista, de sus errores y abusos de poder, Nikita había sido artífice del llamado deshielo. Fue el primer y casi único líder soviético que intentó reformar el socialismo, modernizar a gran escala la economía sobre la base del desarrollo científico y tecnológico, diversificar el mercado de consumo interno, competir con EEUU en la carrera armamentista y la conquista del espacio exterior, fomentar cierta apertura en el campo de la cultura.
Seis años después de haber remplazado a Stalin, veía como posibles aliados en la Guerra fría a los movimientos anticoloniales en Asia y África. Sabía menos, sin embargo, de América Latina y el Caribe, zona de influencia de EEUU, y solía ver esta región mediante los lentes polarizados de los partidos comunistas locales. En tal coyuntura lo había sorprendido un fenómeno ajeno a las leyes del marxismo-leninismo y de la geopolítica: la Revolución cubana.
Apenas año y medio antes, Raúl había bajado de la Sierra Cristal, al frente de una tropa de guerrilleros; y hacía siete meses que era el ministro de las Fuerzas Armadas en Cuba. Aunque había militado en la juventud comunista del PSP, en 1960 integraba la dirección del Movimiento 26 de Julio, aún separado de las demás organizaciones, un año antes de fundirse en las ORI.
El Ejército Rebelde, convertido en las Fuerzas Armadas, era entonces la única institución donde todas esas organizaciones políticas confluían, bajo el mando de un Comandante en Jefe, desde los primeros meses de 1959. En la escala formal del gobierno, Raúl no era viceprimer ministro o vicepresidente; pero según la línea de mando político-militar, y en términos reales de poder, era el número 2 de la Revolución.
Siendo un joven oficial de la KGB encargado de entregarle verbalmente la invitación de Nikita para venir a Moscú, Nicolai Leónov cuenta en su autobiografía que Raúl andaba en Praga, forrajeando pertrechos de la II Guerra Mundial con los checoslovacos.
El joven ministro trae a la reunión varios mensajes de Fidel, agradeciendo la oferta de comprarle a Cuba todo el azúcar de la cuota denegada en el mercado estadunidense; y de venderle el crudo que las trasnacionales petroleras, bajo la presión del gobierno de Eisenhower, se niegan a suministrar y amenazan con no refinar. Y especialmente por aquel discurso donde el ruso había advertido que los cohetes nucleares soviéticos defenderían a Cuba si los EEUU se atrevían a intervenir con tropas, pronunciado en el congreso de los maestros de la URSS, el 9 de julio de 1960, hacía apenas una semana.
En el centro del mensaje de los cubanos está la certidumbre de que EEUU “no ha abandonado sus planes de una intervención armada contra Cuba. Hasta el mismo Robert Kennedy, secretario de Justicia, ha declarado que hace falta una intervención armada contra Cuba.” Ante esta sombría premonición, Fidel confía a Raúl algo tan sensible que no escribe en un papel: “¿en qué medida la URSS tomará acciones decisivas en el espíritu de lo declarado?”
Casi dos años antes de enviar a Cuba una delegación del PCUS y las fuerzas coheteriles de la URSS disfrazada de expertos agrícolas, para proponer la instalación de los cohetes, Nikita creía, sin embargo, EEUU no se proponía atacar la isla.
Para adelantarse a una posible impresión soviética de que los cubanos estaban alarmados por los ruidos de las armas en Washington y podrían exagerar la amenaza de EEUU, Raúl subraya que, por el contrario, “la responsabilidad del gobierno cubano es aun mayor, y debe actuar con la mayor cautela.” Se ha previsto y advertido públicamente por el propio Fidel la alternativa de “confiscar todas las propiedades norteamericanas si es necesario,” en el contexto de “las amenazas de EEUU de cortar la cuota azucarera cubana [en el mercado de EEUU].” Sin embargo, y a pesar de que ya el gobierno de Eisenhower se ha negado a autorizar la compra de “700 mil toneladas de nuestro azúcar, hasta ahora no hemos adoptado estas medidas de respuesta en la práctica.”
Portador del mensaje de Fidel al líder máximo de la URSS, Raúl le dice a Nikita que “no lo hemos hecho porque no sabemos cómo reaccionarían los camaradas soviéticos a esta decisión. Quisiéramos saber su opinión en todo lo referente a nuestras acciones.”
Algunos se preguntarán si, como ocurrió con la traducción al ruso de algunas cartas de Fidel a Nikita en octubre de 1962, este acta es 100% confiable, y no distorsiona nada de lo que dijo Raúl realmente. El registro taquigráfico de la conversación contiene algunas imprecisiones. Por ejemplo, cuando el acta se refiere a “un viejo almacén de municiones que explotó recientemente en La Habana,” debe tratarse de la explosión del barco La Coubre, ocurrido cuatro meses antes. Especialmente en el lenguaje políticamente correcto para el lado soviético, algunos matices pueden haber sido obra de los traductores de entonces. Sin embargo, los principales tópicos de la conversación recurren de ambos lados, en diferentes frases, diciendo lo mismo.
Nikita responde que “haremos todo para no permitir la intervención contra Cuba. Pero no queremos la guerra. Sin embargo, hay que tener presente que uno puede desencadenar una gran guerra por defender a Cuba. ” Y agrega: “A nuestro juicio, Estados Unidos no quiere tampoco la guerra. Advertimos seriamente a EEUU que no deberían ni pensar en una intervención contra Cuba. Pero ustedes, la dirigencia cubana, deberían también moderarse, para no dejarse provocar.”
Le dice al joven Raúl que “esperamos que lo tengan en cuenta. Si Cuba tuviera fronteras comunes con la URSS, las cosas habrían tomado otro camino, pero como sabemos, sus fronteras son los EEUU. Y [esa situación] exige un tratamiento muy bien meditado en todas las cuestiones de política exterior, incluida la que usted me plantea.” Y agrega: “han hecho bien en no poner en práctica las nacionalizaciones [de todas las empresas norteamericanas]. Lo más probable es que EEUU no lance una intervención contra ustedes.”
Nikita elogia la política cubana de apelar al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para quejarse sobre las acciones agresivas de EEUU. Y le sugiere no retirarse de la OEA, y aprovechar sus reuniones para seguir haciendo oír su voz en la región. Esta última idea parece estar inspirada por Anastas Mikoyan, viceprimer ministro presente en la reunión con Raúl, quien comenta la conveniencia de usar la Carta de la OEA para denunciar la intervención estadunidense. Los soviéticos piensan que “hay que evitar una intervención de parte de los países latinoamericanos,” manipulados por EEUU. “¿Cuál de ellos podría amenazar a Cuba con una intervención militar?” Raúl responde que ninguno representa una amenaza, solo tropas norteamericanas con el brazalete de la OEA podrían lanzar un ataque, como hicieron en Corea.
Nikita volverá varias veces sobre el punto de no responder al bloqueo económico con las nacionalizaciones, y “darles tiempo a los americanos y a la opinión pública mundial para procesar esta advertencia;” y añade que la declaración de no intervención de EEUU reacciona directamente al discurso suyo afirmando que la URSS responderá con sus misiles si intenta una intervención militar en la isla.
Raúl les dice que Cuba está tratando de reaccionar “sin prisa,” evitando dar “pasos en falso.” Afirma que Cuba vivió “una lucha sobre el camino correcto de la revolución” en 1959. Y que su presencia en Moscú refleja haberlo conseguido. Pero que “ese acercamiento a la URSS es la razón por la que las fuerzas del imperialismo nos atacan cada vez más.” Añade que “la dirigencia de la Revolución reconoce que se han dado una cantidad de pasos en falso,” y “que ha anunciado que responderá a cada acción agresiva,” lo que “nos ha llevado a ir un poco más allá y más rápido de lo que necesitábamos,” y ha sido interpretado “incorrectamente por la opinión pública mundial.”
En cuanto a la responsabilidad cubana, Raúl añade que la ayuda soviética a Cuba “nos fuerza al mismo tiempo a pensar en el interés del movimiento revolucionario mundial, para ser cautelosos, razonables… Por eso, creo yo, antes de dar pasos decisivos, debemos buscar la opinión de la URSS, y consultarle, porque es el líder del movimiento revolucionario internacional.”
En su argumentación ante los soviéticos, Raúl les asegura que “hay muchos comunistas en Cuba ahora, y algunos ocupan altos cargos, aunque no tengan un carné del partido. Lo hacemos así para no darles a los imperialistas extranjeros un pretexto para decir que los comunistas tienen a Cuba en sus manos.”
“Como decimos aquí, las sanciones de EEUU están empujando a Cuba por el camino del comunismo,” apostilla Nikita.
Respondiendo a la invitación de Raúl a opinar sobre la política cubana, Jurschov comenta que, si Fidel está preocupado por un ataque de EEUU, podría aparentar, sin embargo, que cree en su declaración de no tener intenciones de agredir, lo que atraería la atención de la opinión pública mundial al respecto. De manera que si el ataque ocurriera, EEUU quedaría expuesto ante el mundo “como violador de su propia palabra y agresor.” E insiste en que, según la información de que disponen, el gobierno de Eisenhower tiene “aprehensiones” respecto a lanzar una intervención directa contra Cuba, “aunque, naturalmente, uno nunca puede estar seguro sobre ellos.”
La conversación termina con los soviéticos ofreciendo más ayuda económica a Cuba, y la invitación cubana al Primer ministro para que visite la isla. Nikita acepta, pero “no este año,” aunque está de acuerdo en anunciarla en el comunicado conjunto que firmarán a raíz de este encuentro, para que los EEUU piensen que ocurrirá en cualquier fecha.
Aquel momento
Como se sabe, Jruschov nunca visitó Cuba. La próxima fecha que fijó sería, dos años después, para anunciar el acuerdo cubano-soviético que amparaba la instalación de los misiles nucleares, en noviembre de 1962. Fidel había propuesto no esperar a esa visita para publicar el acuerdo, que, según el derecho internacional, legitimaba la presencia de armas nucleares defensivas en la isla, en un texto cuyo borrador él mismo redactó a mano, nombrándolo “Tratado de defensa mutua entre Cuba y la URSS.” No haberlo hecho, convirtió la instalación de los cohetes en una movida oculta “bajo la capa del engaño y el secreto,” como diría JFK, que dispararía al máximo su alarma, y provocaría de la peor manera el bloqueo aeronaval a la isla, medida altamente peligrosa, como se demostraría durante la crisis.
La insistencia soviética en moderar la reacción cubana ante las sanciones económicas, en espera de una reacción favorable de “la opinión pública mundial,” respondía a la nacionalización de las compañías petroleras extranjeras dos semana antes de la reunión con Raúl. Como narra el último embajador de EEUU en sus memorias, Philip Bonsal, Exxon, Texaco y la británica Shell estaban listas para refinar el petróleo soviético, pero obedecieron a las orientaciones del Secretario del Tesoro, que les pidió no hacerlo. La ley que las nacionalizó estaba promulgada antes de 1959, para casos en que una entidad extranjera no cumpliera con el interés nacional. La política de Guerra fría hacia Cuba en el verano de 1960 prevalecía ya sobre el simple interés de las corporaciones.
En efecto, cuatro meses antes de la conversación entre Raúl y Nikita en Moscú, el presidente Eisenhower había rubricado el plan de Bahía de Cochinos, que incluía la intervención militar directa, una vez que la Brigada 2506 controlara un territorio donde desembarcar “su” gobierno. Playa Girón era una profecía autocumplida, que estaba en curso, aunque la inteligencia soviética no la hubiera detectado, y la URSS no hubiera enviado aviones modernos, lanzacohetes, lanchas torpederas, kalashnikovs, como haría luego, sino solo consejos diplomáticos aplicables en el teatro de la OEA y la ONU.
Finalmente, la lógica de las esferas de influencia y el orden geopolítico pactado entre el Este y el Oeste en Yalta está en el mismo centro de la respuesta soviética. La solidaridad y el entusiasmo con la Revolución cubana en la URSS, y el interés personal de Jruschov en capitalizarlo incluso en un contexto político doméstico, señalado por algunos expertos en días recientes,2 no disminuye el mérito de una política de apoyo económico y militar a la Revolución cubana, que iba a contrapelo de ese orden geopolítico, vital para su sobrevivencia en una etapa decisiva.
Sin tiempo para haberlo aprendido bien, Cuba y sus dirigentes se vieron de pronto en esa ligas mayores de la política mundial, obligados a jugar un juego del que dependía la Revolución, y también la independencia y soberanía de la nación. Haberlas defendido con inteligencia política y determinación, aunque pagando un alto costo, estuvo en su mayor legado, en camino a una gran estrategia.
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1 Desclasificado del Archivo estatal de la Federación Rusa, traducido al inglés para el NSA por Svetlana Savranskaya.
2 Intervención del profesor Juan Sánchez en panel La Crisis de Octubre a los 60, organizado por la revista Temas y la UPEC, 7 de octubre de 2022.