Quien se incorpore a la Avenida de los Presidentes del Vedado desde el Malecón de la Habana y mantenga rumbo sur topará al cabo de unos cuarenta minutos si no es una hora de mucho tráfico con mi pueblo, Santiago de las Vegas[1].
Si continúa rumbo sur, sin salirse de la Avenida Boyeros, usted verá justo a su izquierda y antes de empezar la trepada de la loma del Cacahual un restaurante casi en ruinas cuyo nombre es La Tabernita.
Si emprende la subida, después de pasar la unidad militar (que por cierto ha perdido sus tradicionales muros de piedra que eran parte del patrimonio paisajístico no declarado) el viajero distinguirá un espeso follaje y dentro de él, una especie de ruinas que en su tiempo fue otro restaurante, El Rincón Criollo, famoso no solo entre los habitantes originales del pueblo, sino también en la provincia de la Habana[2], pues devino en algo así como un paradigma de los restaurantes campestres de los años cincuenta y de la primera década del sesenta.
El Rincón Criollo fue también parte de la cultura popular y gastronómica de mi pueblo.[3]
Fundado por Rudesindo Acosta, a quien los vecinos del pueblo llamaban Sindito, el lugar se hizo muy popular. El puerco asado y los frijoles negros de Sindito eran como un sello de calidad.
Dice la leyenda que mucho antes de que fundara el restaurante, Sindito era uno de aquellos meseros que, al borde de la carretera, aprovechaban los 7 de diciembre para vender “pan con lechón” a todos aquellos que en esa fecha peregrinaban hasta el monumento al Titán de Bronce, una de esas tradiciones a la que los niños de las escuelas del pueblo nos sumábamos con nuestros maestros en una especie de fiesta solemne que disfrutábamos como el tremendo reto de llegar hasta el mausoleo y que ahora extraño no ver.
Una parte de todo lo que se vendía allí, viandas, vegetales y frutas se producía en los alrededores, en una especie de encadenamiento que nadie planificó, pero que resultó exitoso durante mucho tiempo. Sus empleados, en su mayoría, eran vecinos del pueblo
Pero el Rincón Criollo y La Tabernita no solo eran instalaciónes gastronómicas, sino también lugares de encuentro y distracción de la familia. En el “Criollo” había hasta un parque infantil que sobrevivió incluso hasta los primeros años de los noventa. Hasta allí llevábamos mi esposa y yo, en nuestras bicis a nuestros hijos a hacer un “picnic” con lo que había sobrevivido en nuestro refrigerador de Período Especial.
Todavía en los años setenta muchos de los jóvenes de aquella época llegábamos hasta allí para comer –ya no puerco asado pues en aquella época el “mamífero nacional” andaba bien escaso, pero si otros platos– y tomarnos alguna que otra cerveza.
Muchas de las jóvenes de mi pueblo, celebraron allí sus “quince” en esa época en que las coreografías y los valses eran de buen gusto, aunque siempre con el cuidado de no poner a José Feliciano, pues a alguien en algún momento se le ocurrió prohibirlo.
Allí están ambas ruinas, antes restaurantes emblemáticos de la cultura gastronómica local y hoy monumentos al abandono.
Ha demorado años para que los dos lleguen a ese estado. Recuerdo que Río Cristal hace unos años también estuvo así y fue rescatado por el esfuerzo de varias instituciones.
Confieso que no he preguntado a nadie cuáles son los planes con ambos vestigios de restaurantes. No he ido al Delegado de mi circunscripción, tampoco lo he preguntado en ninguna asamblea de vecinos, ni he ido a pedir alguna explicación a las autoridades del gobierno del municipio Boyeros ni a la Dirección municipal de Gastronomía y todavía menos a alguna autoridad del Ministerio del Comercio Interior. Mea culpa.
He escrito estas notas desde el dolor que me produce tamaño deterioro y desde el estupor que me causa ver cómo dos posibles oportunidades de generar servicios, empleo e ingresos para las personas y para el gobierno local se desperdician.
No sé si en el caso del Rincón Criollo, donde vi tendederas de ropa puestas al sol en sus antiguos salones del comedor hoy sin techo y sin nada, sigue estando dentro del patrimonio local y sigue siendo propiedad de todo el pueblo o pasó a ser otra cosa. Ojalá que al menos alguna familia necesitada esté usufructuando el lugar, para mi sería mejor noticia.
El contraste viene cuando usted regresa a La Habana y en los elevados sobre la avenida de Rancho Boyeros toma la calle 100, luego se incorpora a la Avenida 31 y después de cruzar la calle 41, dobla a la izquierda y toma la calle 70. Entonces, sin desviarse, llega a la calle primera en Miramar y allí a la derecha, levantándose desde los arrecifes aparecen varias cafeterías y restaurantes en una zona de puro diente de perro. Hace apenas unos meses nada de eso existía, excepto unos paseos de concreto y algunos bancos que facilitaban el acceso al mar de aquellos que arriesgaban sus piernas entre erizos y rocas.
Alguien me dijo que todo aquel movimiento obedecía a un proyecto de desarrollo local. Ahora aquella explanada de roca vive las veinticuatro horas, da servicios y oferta productos todo el día y la noche, genera empleo para la ciudad y la localidad, y recursos fiscales que engrosan el famoso 1% con el cual el gobierno local puede impulsar otras iniciativas.
Es una alianza entre el sector público (el gobierno local), que tiene el recurso suelo y el sector privado, que tiene otros recursos además de su capacidad emprendedora.
Hay regulaciones formalmente establecidas por el gobierno local, “reglas de juego” que el regulador se ocupa de fiscalizar, pero sobre todo hay una tremenda oportunidad de poner en valor un terreno que nada producía, de incrementar los servicios que se le prestan a la población sin comprometer un centavo del presupuesto local — que podrá quedar para mejorar escuelas y policlínicos o casas de la cultura. Es una nueva oportunidad de mejorar y de crecer sumando lo mejor que el Estado puede aportar en este caso y lo mejor que puede generar el sector no estatal.
Tampoco el Estado tendrá que invertir ni un centavo del pueblo en reparaciones necesarias con cierta sistematicidad. Menos aun tendrá el gobierno del municipio o la dirección correspondiente que nombrar varios administradores y pagarles a ellos y sus respectivas secretarias, ni destinar un centavo al combustible para que los compañeros “se muevan”, ni dinero para reparar esos vehículos, ni el omnipresente e imprescindible jefe de almacén y a su “cúmbila” el “almacenero” y menos aun gastar dinero en un ejército de custodios que apenas custodian.
La Dirección de Gastronomía de la provincia o del municipio para nada tienen que preocuparse por los abastecimientos, ni del transporte, ni del uso racional del agua y la electricidad. Esos son cargos que van al costo de esos negocios y reducen sus utilidades, por lo que ellos, los emprendedores, se encargarán de minimizarlos y quizás hasta alguno se aventure a instalar un sistema de paneles y calentadores solares para reducir aun más ese gasto.
Esos nuevos emprendimientos, generan nuevos encadenamientos que van apareciendo también sin planificación central, que se forman, como se dice en esta jerga de los encadenamientos del cliente final al proveedor de bienes y servicios, pero donde “lo público” podría influenciar muchísimo promoviéndolo y facilitándolo a través de incentivos adecuados que pongan en valor otras tierras incultas del municipio o aquellos emprendimientos agrícolas de los barrios o la agricultura urbana y otros empleos que presten los servicios necesarios para complementar aquellos otros.
El proyecto, con todos esos restaurantes le agregará valor a la zona, en especial el nuevo hotel propiedad de todo el pueblo que se construye a apenas 10 metros, cruzando la calle.
De pronto la compañía que gerenciará ese hotel podrá internalizar ese nuevo entorno, mientras que aquellos emprendedores que han arriesgado su capital y puesto el esfuerzo y el tiempo en el proyecto, incrementarán sus ingresos cuando el hotel sea inaugurado y los turistas curiosos salgan del cascarón del hotel. Esos emprendedores pagarán más impuestos y quizás hasta tengan que incrementar el personal contratado, todo lo cual contribuirá a la economía de los habitantes del municipio. Y que conste, se ha hecho cuando el bloqueo de Estados Unidos es peor, cuando el apretón financiero es más duro, cuando Mr. Trump y Mr. Marcos Rubio ensayan nuevas maneras de ahogar a Cuba; se ha hecho cuando menos hay para hacer.
¿Podría haberlo hecho el gobierno local? Es probable, pero siguiendo lo que está planteado en los documentos rectores de la política económica de Cuba, ese pedazo de arrecife no es decisivo para el desarrollo, la vitalidad y la sostenibilidad del país y no compromete la seguridad nacional. Entonces ¿qué sentido tiene que sea “estatal”?
¿Es acaso perfecto el proyecto? Para nada, estoy convencido que es muy perfectible en muchas cosas, desde la publicación de la licitación, las formas de participar en la misma, los plazos de construcción, el tiempo de duración del arriendo, las normas de funcionamiento, etcétera.
Este es, sin dudas, un ejercicio de “aprender haciendo”, entre otras razones porque la cultura y el conocimiento sobre las alianzas público-privadas en Cuba es aun insuficiente. Porque muchas veces, existiendo, no las reconocemos como tal, y porque otras veces se impone la inercia y el miedo a tomar riesgos.
Pero, no obstante, pensando como territorio, que es también pensar como país, se ha hecho. Y yo aspiro a que proyectos así prosperen, sin esperar por lo perfecto de leyes que demoran demasiado en alguna gaveta. Quizás uno de esos proyectos, de los que no esperan por aquellas leyes, permita recuperar esos dos pedacitos del patrimonio local de mi pueblo.
Notas:
[1] La villa fue reconocida como tal en 1725 con el nombre de Santiago de Compostela de las Vegas, luego de casi cincuenta años de asentamientos de campesinos productores de tabaco, y reconocida como ciudad por Fernando VII en 1824.
[2] En realidad, eran cuatro los restaurantes que existían desde el inicio de la subida, estos eran, La Tabernita, El Rincón Criollo, Las Brisas y El Palmar.
[3] El lechón asado del Rincón Criollo, junto al pollo asado del Rancho Luna de Wajay, con esa salsa especial que la mamá de Sergito volvió a reproducir luego, muchos años después, en el que fuera famoso y casi único restaurante El Aljibe, manejado por la familia durante décadas, eran platos conocidos y famosos en toda la Habana.
Increible! tantos sentimientos
Excelente artículo. Nací en Santiago de las Vegas, y fui de aquellos que pudo disfrutar de El Rincón Criollo y La Tabernita. Ciertamente la nostalgia me invade al pensar en las décadas gloriosas de nuestro pueblo, y por otra parte la tristeza me carcome al ver en qué se han convertido estos centros, abandonados a su suerte en el desgaste, destrucción, y el olvido. Este mal ha corrido en expansión, como una plaga silenciosa, por los rincones históricos que colocaron a un resplandeciente Santiago de las Vegas, como centro del Grito, de Edvard Munch. Recuerdo haber sido uno de aquellos que, junto a un grupo de artistas y miembros de Cultura Municipal, interesados en la restauración y reanimación de El Rincón Criollo, gestó un proyecto gastronómico y multi-cultural, cuya respuesta ejecutiva fue nula, al considerarlo ‘demasiado imponente’ y ‘muy por encima del presupuesto posible’. Sería grandioso que la diapositiva tomara colores una vez más, sea cual fuere el modo, para darle a toda generación el toque correspondiente: remembranza en buena lid a quien lo vivió, y buenos recuerdos a quienes van y están por venir.
Naci y vivo en Stgo delas Vegas, coincido con C. Mendizabal q este es muy buen articulo, yo diria q hacen falta muchos mas como esto para ver si se logra la atencion q merece esta localidad por la historia q tiene, brevemente resumimos algunas, tuvo su primer periodico en 1863, alumbrado publico en 1875, su primera orquesta en 1879, fue aqui donde Juan Tomas Roig desarrollo la mayor parte de su obra, podria extenderme pero mi mayor interes es llamar la atencion de las autoridades para eliminar la desidia y el abandono q ha sufrido y sufre este lugar
Sindito murió en Miami.