“¿Ya te dio el Oropouche?”, le pregunto a Yolexis en nuestra primera conversación de la semana por WhatsApp. “Dicen que eso anda sato en Cuba ahora mismo”, añadí.
“Solavaya, brother —me responde en la distancia mi vecino habanero—. No me pongas esa letra, que como están las cosas por acá el colmo sería que me diera también el virus ese.”
“A unos parientes de Dania que viven en Cienfuegos les dio y acabó con ellos —me cuenta—. Los tiró en la cama varios días, con tremenda fiebre y dolores en todo el cuerpo, y cuando parecía que ya estaban mejor, echaron para atrás, con vómitos incluso.”
“Fíjate cómo es la cosa que al Oropouche le dicen Ruperto, como el personaje de Vivir del Cuento, porque cuando estás saliendo, hecho polvo, vuelve y te muele más todavía”, añade.
“Uff, fea esa —me preocupo—. Cuídense bien por allá, que algo así no es juego”.
“De gracioso no tiene nada —reafirma Yolexis—. Ni me quiero imaginar que le dé a la niña. O a los padres de Dania, que ya tienen sus achaques y se pueden complicar. Y tú sabes que caer en un hospital en estos tiempos es una película de terror y misterio…”
“El problema es que con la llovedera de las últimas semanas los mosquitos andan revueltos y, por más que uno se cuide en la casa, si no fumigan no resolvemos nada —se lamenta—. Pero si no hay combustible ni para las termoeléctricas, menos hay para la fumigación.”
“¿Y en La Habana, por fin, hay o no hay Oropouche?”, inquiero.
“Oficialmente no, tú sabes… Pero claro que hay. Eso está regado por todo el país, y con la cantidad de gente que se mueve siempre para La Habana, y más en el verano, eso debe estar aquí al segurete —reflexiona—. Y, para rematar, también hay dengue, y ese es menos gracioso todavía.”
Flashazo: De “lagunas” y basureros desbordados en tiempos de Oropouche
“Y como está la basura, brother —me comenta—, mucho peor que cuando tú te fuiste. Entre eso, los salideros y los charcos por dondequiera, los mosquitos están happy. Y eso que el huracán que andaba en zona nos perdonó…”
“Pues sí —concuerdo—. Cuando vi que Beryl iba para allá me preocupé cantidad. Y supongo que en Cuba la gente debe haber estado en un hilo.”
“Claro, brother, si el Beryl ese entra en Cuba nos hace flecos. Ese bicho llegó a ser categoría 5, un animal. La verdad libramos por un pelo”, me dice Yolexis, aliviado.
“Solo con lo que había llovido unos días antes, aquí en La Habana hubo unos cuantos derrumbes. Imagínate con vientos de 200 kilómetros por hora —apunta—. Eso llega a pasar nada más por un borde de Cuba y nos barre: no quedan en pie ni techos, ni postes eléctricos, ni matas de plátano, ni nada. Una cagástrofe”.
Escucho su última palabra —cubanísima ocurrencia convertida en expresión habitual en la isla a fuerza de los sinsabores y desastres cotidianos— y no puedo evitar reírme, a pesar de lo dramático del panorama. Yolexis me descubre y no lo pasa por alto.
“No te rías que la cosa es seria. Tú estarás por allá con los jeques millonarios y los supermercados de bote en bote, pero aquí la pelea está cada día más dura —me reprende—. Imagínate si además el huracán acaba con lo poco que queda…”
“Ahí sí que una mano de plátano burro se pone a 500 pesos y la libra de frijol como a mil, y la carne de puerco a lo que les dé la gana a los carniceros”, advierte.
“Terrible”, atino a decirle, imaginando cuánto podría comprar a esos precios con el dinero que ganaba oficialmente en Cuba y cuánto podrían hacer, incluso sin huracán, tantos cubanos con mucho menos salario y cuadros familiares mucho más complicados. Como el propio Yolexis.
“Es lo que hay, como diría Piqué, pero con eso hay que seguir, brother”, me responde mi vecino con una entereza admirable, aprovechando la oportunidad para colar una referencia al fútbol, su pasión declarada a prueba de crisis.
“Vamos a ver ahora qué pasa con los precios topados que acaban de anunciar, aunque yo, la verdad, no me hago ilusiones”, me sorprende, volviendo al tema de los precios cuando pensé que tomaría el rumbo futbolístico.
Topan finalmente los precios del pollo y otros productos, y libran de aranceles a sus importadores
“Verdad, que ya los anunciaron —lo sigo—. Fue rápida la cosa, porque cuando les pusieron el freno la semana pasada dijeron que los seguirían analizando con las mipymes. Igual por lo que leí cuando se filtró lo del tope, casi nadie parecía contento con eso.”
“Es que topar precios nunca ha funcionado en Cuba, brother, eso lo sabe todo el mundo”, me contesta Yolexis. “Lo único que ha conseguido el Gobierno cuando lo ha hecho es que esos productos se pierdan y aparezcan más caros en el mercado negro. ¿Quién quita que ahora no vaya a ser lo mismo? De hecho, dicen que ya está pasando en algunos lugares.”
“Además —agrega—, los precios que pusieron son bastante altos, supongo que para que las mipymes no chillaran demasiado. Pero eso a la mayoría de la gente no le da la cuenta, no le mejora prácticamente nada, y para las mipymes, aunque les hayan quitado los aranceles de aduana, al final, sigue siendo un ‘llaveo’.”
“Si mañana el dólar se manda a correr de nuevo, que por suerte ahora anda bastante tranquilo, o suben los precios internacionales del pollo por cualquier cosa, ya se les fastidia el margen de ganancia limitado que tienen ahora. ¿Y qué crees que va a pasar?”, reflexiona. “No se van a quedar tan campantes mientras pierden dinero, porque, a fin de cuentas, la inversión es suya, no del Gobierno.”
“Tremenda película esa de los precios”, le digo apenas desde el otro lado de la pantalla, apabullado al mismo tiempo por su cruda agudeza y por las posibles implicaciones que se desprenden de su análisis.
“Eso no es una película, brother: es una saga más larga que La Guerra de las Galaxias”, me dice Yolexis todavía con ánimo de hacer bromas. “Ya te contaré como sigue la cosa y cómo le va a mi billetera. Porque igual, aunque topen unos pocos precios, hay otra pila que sigue loma arriba, así, tan happy como los mosquitos. Menos mal que el huracán nos tiró un cabo y se fue por allá abajo, porque si no…”