Adonis Flores (Sancti Spíritus, 1971), artista multidisciplinario, mueve su obra, se mueve en su obra, impelido por un único impulso: el temor a la guerra. Como ha experimentado una conflagración, sabe a qué huele, a qué sabe, cómo suena la guerra. Y dentro del complejísimo entramado de cuerpos despedazados, aldeas arrasadas y hierros retorcidos, se desplaza con alerta estupor, ya que no alcanza a comprender el porqué de la barbarie.
Autorreferencial en una buena parte de su trabajo, el personaje central de sus piezas es un militar de fila, componente minúsculo de un férreo engranaje de ordeno y mando, último eslabón en una cadena que, no obstante, tiene el poder mayor de suprimir vidas y sembrar la desolación, aunque no por propia iniciativa.
Sus fotografías y videos se han exhibido, siempre con éxito, en muestras personales en Alemania, Colombia, Estados Unidos de América, Canadá, México y Cuba. Además de esas plazas, sus performances se han realizado en el Reino Unido y Brasil. Lo mismo se le ha visto bailando el hula-hula con una corona funeraria (Honras fúnebres), que observando las posiciones del enemigo a través de dos rollos de papel higiénico (Visionario) o con el traje de camuflaje estampado con flores (El arte de la primavera) o deambulando por alguna calle concurrida o sembrado, literalmente, en una maceta (Ornamental)…
Su soldado no pertenece a un ejército en específico, usa el uniforme universal de camuflaje, y si por momentos se satiriza, en otras ocasiones puede apreciarse con mirada empática, como quien se observa en un espejo y a veces le gusta lo que ve y a veces —las más—, no.
En 2006 y 2018 Adonis disfrutó de residencias artísticas en Inglaterra y Francia, respectivamente. Y entre las colecciones públicas y privadas que atesoran sus obras cabe citar el Fonds National d’Art Contemporain (Francia), el Museo Nacional de Bellas Artes (Cuba), el Musée des Beaux Arts de Montréal (Canadá), el Museum of Fine Arts de Houston (EE. UU.), el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam (La Habana), la colección del Banco Mundial (EE. UU.), la de la Fundación JUMEX (México), y las colecciones de Ron Pizzuti (EE. UU.), Jorge Pérez (Miami) y la de la Familia Rothschild (Suiza).
Tus padres son personas vinculadas con la cultura. ¿Qué tanto influyeron en ti para que te decidieras a transitar el camino del arte?
Mis padres siempre trabajaron vinculados a la cultura de muchas maneras, y, efectivamente, influyeron en mi decisión de transitar el camino del arte, casi sin proponérselo; pero fue mi decisión, después de pasar por las vivencias necesarias, lo que me hizo decidirme y tenerlo más claro. Creo que ellos realmente no veían en mí un gran interés por el mundo del arte, además de considerar que este campo, en su momento, no ofrecía un desempeño profesional sólido. No veían que se ganara gran cosa como artista. De hecho, hasta sentaba mal que vendieras tus obras. Sólo si eras profesor de arte podías ser remunerado.
Mi madre, graduada de la ENA en Arte Visuales, no tuvo la suerte de ejercer su profesión en La Habana, donde realmente existía la posibilidad de desarrollo para su carrera. Casi inmediatamente después de llegar a Sancti Spíritus, conoció a mi papá. Luego nací yo, y eso generó en ella seguramente más drama respecto a su profesión. Realizó trabajos como guía de museo, como especialista de artes plásticas en la galería de la provincia, investigando, restaurando pintura de caballete, en fin, un montón de cosas que se relacionaban con sus estudios, pero sin fluir en aquello a lo que realmente aspiraba. Mi padre estudió Historia del Arte e hizo otros estudios que lo insertaron en el mundo cultural, y mi hermana desde muy pequeña estudió en la escuela de música.
De niño viví cierta inestabilidad familiar. Sin haber llegado a una edad más consciente, me tocó estar en varios lugares con ellos, hasta terminar quedándome a vivir, desde muy pequeño, con mi abuela paterna, por el reducido espacio en el que vivíamos.
Me mantenía conectado con mis padres y mi hermana los fines de semana y los días que mi mamá organizaba círculos de interés de artes plásticas para niños en el trabajo de turno; días de actividades, conciertos o inauguraciones en la galería o museos en los que ella y él trabajaban.
Nunca tuve la certeza de lo que quería ser, pasaba tiempo aburrido inventándome juegos e historias con plastilina, dibujando y hojeando libros de arte e historia. Era un niño curioso, me la pasaba proyectando y haciendo experimentos, algunos de ellos peligrosos, algo que creo que sigo haciendo, pero de otra manera, reflexionando y ejecutando lo que se puede.
Mi madre hacía tantas cosas como podía. Recuerdo que en ocasiones caía en grandes depresiones, por las que terminaba en hospitales en los que yo la visitaba.
Supongo que ella no quería que corriera su misma suerte, y cuando vio que fui fichado para cursar los Camilitos por tener un buen rendimiento académico y deportivo, pensó que sería mejor para mí ser cualquier otra cosa en lugar de artista o algo cercano al mundo del arte.
También yo lo había pensado así. Me había decidido porque en mi secundaria había muchos chicos y chicas problemáticos con los que debía lidiar. Mi contexto allí era conflictivo. Pensé que ese iba a ser un mundo de más disciplina y orden, pues tales escuelas eran muy buenas respecto a la educación en ciencias y deporte, cosa que realmente encontré. Lo que no me pasó por la cabeza es que perdería en parte mi autonomía. La obediencia constante y excesiva de las órdenes nos lleva a eso.
Fuiste camilito, te enviaron a Angola como combatiente, terminaste un año en la Escuela de Cadetes Antonio Maceo. Conoces la vida militar por dentro. ¿Cómo pasaron esas vivencias, al parecer intensas, a tu obra? ¿Fue un proceso natural, un ajuste de cuentas con tu pasado o un modo de superar ciertos traumas?
El mundo militar lo viví en distintas etapas. Me hizo madurar al ver algunas de las miserias humanas. Te lleva a resolver un conflicto creándote uno personal: el trauma. En la dominación del hombre por el hombre no siempre manda quien tiene la razón, sino quien tiene el poder; los grados obtenidos por el tiempo de servicio y tus méritos como militar determinan. Existe la frase tan repetida de que las órdenes se cumplen, no se discuten. La base de ese sistema, desde muchas aristas, es la obediencia y el cumplimiento de las órdenes por encima de todo; si no, te conviertes en un insubordinado y lo que toca es demérito o celda.
No faltan los juramentos a los que eres sometido, en los que una mente fresca, noble, es vulnerada, moldeada fácilmente y comprometida al punto de ofrecer la vida por una causa justa, en el mejor de los casos.
La preparación de una generación viene dada por las actividades en las que es involucrada y por las que es evaluada constantemente; se miden ideología, habilidades físicas, mentales, valores morales… Pero todo esto carece de sentido al observar el mal uso del poder desde el mando superior.
Hace muy poco, mi padre me entregó diplomas y pequeñas tarjetas mías que él guardaba. Yo no las recordaba, pero me hicieron pensar que mi preparación había comenzado desde antes de que yo tuviera conciencia. Comenzó en el círculo infantil Los Muñequitos, en el que participaba en tablas gimnásticas o recaudaciones en apoyo a los niños angolanos.
En fin, después de los Camilitos, a mis 18 años llegó el servicio militar, parte de él en Angola: la cima de mis experiencias en el mundo militar. Allí la realidad de la guerra, con todas sus situaciones, te hace recapacitar y pensar más conscientemente en aquello que puede separarte de la vida.
Las vivencias en Angola superaron mi visión infantil de lo que es una guerra y me generaron muchas preguntas sin respuesta. La principal: ¿cómo, con tantos años de evolución, los seres humanos seguimos jugando ese juego absurdo sin cambiar? Allá supe que no quería ser militar y que, si lograba regresar con vida a Cuba, cambiaría mi destino. En gran medida, mis experiencias en la vida militar marcaron el antes y el después.
En la elección de cada cual está el ser humano que es. Por eso hice mi juramento personal en silencio: me apartaría de ese mundo. Sin embargo, esa es otra historia, que no ocurrió tan rápidamente. Debía sortear ciertas trabas lógicas de ese sistema; salir de lo militar sería otra odisea.
Fuimos muchos los que tomamos esa decisión, pero pocos intentamos reenganchar los estudios universitarios por la vía civil, otra batalla con pocas posibilidades de éxito. Por suerte, después de un año más dentro del sistema y otro de recuperación de conocimientos, se hizo la luz y resultó.
Después de mi aventura militar y de estudiar Arquitectura por la vía civil, decidí dedicarme al arte a tiempo completo. Había entrado casi totalmente en este otro mundo, participando no sólo en exposiciones, sino también vendiendo alguna que otra obra, y aunque no fuera suficiente, me sentía como pez en el agua. Este paso fue mi salto al abismo de la vida en el arte.
El gran vacío era evidente. No había trabajo permanente ni seguro; resolvía con lo que vendía cuando se podía, y en esa incertidumbre viven los artistas. Mi decisión seguía siendo muy peligrosa, ya que había abandonado la idea de trabajar como arquitecto en un buen centro laboral. Pero, por suerte, mi paracaídas se abrió casi como ala delta, y encontré corrientes favorables. Así mantengo mi vuelo, observando mi pasado y presente, con el arte como autoanálisis y terapia para la sanación interior.
Sólo utilicé el tema militar en mis obras de una forma conscientemente crítica al pasar algunos años en la vida civil, después de haber experimentado en medios como el dibujo, la instalación o el performance. El tema vino como antídoto a mi miedo al posible retorno obligado a la vida militar.
Mi mente no daba crédito a la imagen de la caída de las Torres Gemelas. Fue algo que me impresionó; pensaba constantemente en ese hecho. La acusación de varios países considerados dentro del “eje del mal”, y Cuba siendo mencionada en ese contexto no era cosa de juego. Supuse que iba a ser una alarma para muchas naciones y yo podría ser llamado nuevamente al ejército por mi experiencia como militar en Angola. Lo vivido allí y el desastre de las Torres acoplaron de tal forma que terminaron generando un despertar de toda esa información que había sedimentado en mi memoria, y la convertí en performances, fotografías y videos, obras que tomaron forma para librarme del miedo a la guerra.
¿Tienes problemas con la aceptación de la autoridad, cualquiera que sea esta?
Lo negativo de la autoridad se manifiesta cuando te exigen que seas una pieza fácil de mover sin que importe tu criterio o tu manera de pensar.
La autoridad es usada de muchas formas. En el mundo militar comienza con el uso de las voces de mando. Son practicadas con el objetivo de sincronizar a un colectivo, disponiendo de ellas para usarnos como dardos. Esto de la autoridad me recuerda a los circos, sus domadores de fieras; ese control obsesiona y se convierte en un gran espectáculo terminado con risas y aplausos.
Me gustaría vivir en una sociedad sin ejército, sin autoritarismo, algo difícil de encontrar en las sociedades actuales. Siempre eres controlado. Prefiero tener la autonomía de mis actos. Prefiero la autoridad que es culta, flexible y no se usa para aplastar, sino para convencer.
¿Cómo se expresaba tu sentido artístico de la vida en el ejército? ¿Creabas? ¿Eras visto como un “raro”?
En el ejército fui más bien un dibujante, y tallaba pequeñas esculturas sin ambición alguna, a lo largo de varias etapas en la vida militar, tanto en los Camilitos de Sancti Spíritus como en Angola, la escuela de cadetes Antonio Maceo en La Habana o el Estado Mayor del Ejército Central en Matanzas, siempre como soldado, el eslabón más débil de la cadena.
En mis tiempos libres hacía mis dibujos en agendas, fondos de gorras e interiores de uniformes, casi siempre usando bolígrafo o centropen. Se trataba de un relajamiento mental, con poco análisis. Creaba escenas algo surrealistas fundiendo personajes de nuestra historia con relatos o personajes de las mitologías griega y romana.
No sé cómo era visto por mis iguales en el ejército. Lo que sé es que cuando me ponía a dibujar, muchos de ellos me traían sus gorras y un bolígrafo para que les hiciera mis dibujos. Tuve algunos amigos sensibles en el ejército a quienes les gustaba escribir; otros eran muy buenos lectores, pero los artistas visuales escaseaban.
¿Por qué te decides por la carrera de Arquitectura y no por la educación artística en cualquiera de sus niveles? ¿Mientras estudiabas en la Universidad Central de las Villas, cuáles eran tus vínculos con el arte nacional?
Me habían otorgado, al finalizar los Camilitos, la carrera de Ingeniería en Obras Fortificadas, una fusión entre la Ingeniería Civil y la Arquitectura en el ámbito militar.
Aunque participaba en exposiciones no me sentía artista. Era sólo una manera de canalizar mi energía y niveles de tensión. El arte era algo ideal que me relajaba, pero no lo contemplaba como una carrera. No pensaba que podría vivir del arte; lo profesionalmente más cercano que encontré era la arquitectura. Fue una decisión de la que no me arrepiento.
Mis vínculos con el arte nacional e internacional comenzaron desde muy temprano en mi vida. Al principio fue un vínculo pasivo; puedo decir que existió desde el momento en que hojeaba los libros y revistas en la casa de mis padres; después los libros de la galería Oscar Fernández Morera, de Sancti Spíritus; hasta en Angola recibía información sobre arte: siempre mi mamá me enviaba recortes de revistas con artículos completos y críticas de arte. Ella seleccionaba páginas que me enviaba en sus cartas y luego, en la universidad, seguí informándome. En esa etapa uno de los libros que tuve fue la compilación de Gerardo Mosquera Del pop al post.
Para mí, vincularme al panorama del arte en La Habana de momento no era posible, pero participaba en eventos y muchas exposiciones a mi alcance en provincias, ya con algunos reconocimientos.
La arquitectura me dio herramientas para comprender el arte con otra mirada. El espacio público y el interior es mucho más fácil de dominar cuando eres arquitecto, por los conocimientos que te aporta. Piensas en la función del espacio según las necesidades humanas, y en ello va también el uso de las metáforas.
Eres autodidacta. ¿Qué tan buena es esa condición para un artista? ¿Si pudieras reescribir ciertos pasajes de tu vida, contemplarías la posibilidad de cursar San Alejandro o el ISA, hoy Universidad de las Artes?
Diría que crecer en un medio apropiado para desarrollar tus capacidades profesionales no equivale a acelerar o forzar el proceso de aprendizaje. Se trata de madurar de una forma natural. Pienso que fui cocinado lentamente por lo que me rodeaba, y no cultivado en escuela de arte. Desde cierta lejanía, mi familia me mostró el camino que debía recorrer, y por mi cuenta experimenté otros mundos a mi ritmo, no al que me impusiera ningún sistema. De mis vivencias nace lo que hago.
Después de hacerme arquitecto fui a hacer las pruebas del ISA para estudiar artes visuales, pero me dijeron que ya tenía una carrera, y aunque unos amigos consideraron que había sido un error de quien me dio la respuesta, no me importó demasiado; seguí trabajando. Fue mi único intento de entrar en el sistema de enseñanza artística. Para mí sólo significó el curso usual de la corriente en contra con la que siempre he lidiado.
Los artistas, en este río revuelto, somos los salmones. Nadamos contra la corriente tratando de mostrar que el obstáculo mayor para llegar es dejarse arrastrar.
¿Cuándo te asumiste como artista? ¿Estás cómodo con el hecho de que se te considere como tal?
Nunca había pensado en cuándo fue que me asumí como artista. Ese acto de conciencia en mí debe haber sucedido en un momento que aún no he podido definir. Me parece que uno nace con cierta chispa; es la manera en que ves el mundo. De niño fui un poco introvertido, pero eso cambió con el tiempo.
Crear es lo que te hace ser un artista, y eso nace con las experiencias, tu modo de ser y de desarrollarte en la vida. Hay muchos artistas que no saben que lo son. El arte está en un simple pensamiento y en el modo de manifestarlo o materializarlo.
Existen los artistas que se preparan para ser visibles y hay también muchos anónimos, sin visibilidad.
Tu obra, basada mayormente en la fotografía, es autorreferencial. ¿Te cuesta trabajar con modelos? ¿Descartas la posibilidad de documentar y reelaborar la vida de los otros?
Casi todo lo que hago, incluidas esculturas, performances y fotografías, es autorreferencial. El usarme como modelo no me ha bastado, al menos en lo que a performances me refiero, ya que desde hace un tiempo he utilizado a asistentes voluntarios con y sin entrenamiento para ello. Me ha ayudado a transmitir mis experiencias y que las interiorice alguien ajeno a mi mundo. Es decir, ya no sólo lo llevo a un público pasivo que simplemente observa, sino que este público puede entrar en mi obra de forma activa.
La performance supone cierto entrenamiento. ¿Dónde, cómo has adquirido esas habilidades?
Sobre el entrenamiento y las habilidades para hacer performance te diría que de niño practicaba judo, y eso me llevaba a un tatami en competiciones. El tatami estaba siempre rodeado de un público que observaba y vociferaba; para mí era como el Coliseo romano, salvando las distancias. Pero eso hacía arder mi sangre bajo mucha presión. El estar consciente de quienes te rodean y observan, supongo que haya sido mi primer enfrentamiento al peso de las miradas y a la evaluación de mi actuación, en este caso deportiva.
Al pasar los años, en otro contexto, preparaba junto con un amigo karateca simulaciones de combates, y esto sí obedecía a un guion. Eran combates con más matices de realidad. Estas actuaciones o demostraciones de artes marciales eran performance; las hicimos en muchas oportunidades frente a varias compañías en Angola.
Pero el llegar a esta modalidad como arte lo entrené en la calle, fue en Sancti Spíritus y después en La Habana. Fueron retos personales. Se trataba de transmitir ideas que fundían el absurdo con el drama y el humor. Lo hacía para la fotografía, el video y en el espacio público, donde enfrentar la reacción de personas que nada saben de arte generaba problemas de poca conexión; unas reacciones eran positivas y otras, adversas. Estas obras las hacía sin protección o respaldo de un evento la mayoría de las veces.
Tuve suerte, y para ello tienes que tener muchas cosas en cuenta al salir, pero todos los problemas que se presentaron pudieron ser resueltos, hasta los que tuve con las autoridades. Mi objetivo era documentar el proceso, y pasar a través de las reacciones de un público sin conocimiento de lo que es una intervención pública o una performance; lo probé y me probé experimentando en el espacio con varias obras. Esos fueron mis inicios. Ya después ejecuté performances con más preparación en eventos internacionales.
¿Puedes resumir con una frase la temática central de tu obra?
Sí. Es de Lennon: “Imagine all the people / Livin’ life in peace”.