Adonis Muiño (La Habana, 1986) ha empacado lienzos y pinceles y se ha ido a vivir al sur del sur, casi donde termina nuestro continente. En muestras personales y colectivas, su obra ha podido apreciarse en Cuba, Estados Unidos, Letonia y Polonia. De 2022 es su solo show Un día después, San Telmo’s Gallery, Sebastian, Florida, Estados Unidos; y de 2023, Un día antes de lo absurdo, Galería Uprint, Santiago de Chile.
Su obra me parece de las más sólidas del panorama artístico actual de Cuba. Se distingue por un alerta sentido de la experimentación y por el compromiso con el venero que ha recibido de generaciones anteriores. Sus cuadros dicen, pero sin emular a la literatura, pues cada arte tiene sus especificidades, sino a su modo propio, velado, sugerente: profundo.
Vamos al diálogo.
¿Cuándo y de qué forma te acercaste al mundo de las artes visuales?
Fue a una edad muy temprana. Siempre tuve una marcada inclinación hacia el mundo visual. Me gustaba hacer trazos, dibujar, rellenar espacios con colores, crear personajes. Entrando en preescolar, los profesores empezaron a notar que tenía ciertas habilidades. Sobresalía un poco en ejercicios de clases que requerían de alguna destreza para el dibujo o la pintura.
Creo que traje incorporado el chip de la pintura, algo que me causó problemas durante de mi etapa estudiantil, y fue un sufrimiento para mis padres: mis libretas solían tener más dibujos que clases escritas. Me salvaba el rendimiento académico, que siempre fue muy bueno.
¿Alguna persona, familiar o no, artista o no, tuvo influencia decisiva en el desarrollo de tu vocación?
Mi madre. Ella tuvo la visión, o quizá no le quedó más remedio que alentar mi vocación para que la dejara hacer las labores domésticas en paz. Según me cuenta, un día tomó algunas hojas de papel, crayolas y lápices, colocó todo encima de una mesa y me condujo hasta allí. Entonces “sucedió” algo de lo cual se vanagloria todavía, un despertar consciente, una pasión que dura hasta hoy.
¿Desde cuándo te consideras artista? ¿Pesa esa condición? ¿Supone una perspectiva especial frente al mundo objetivo y abstracto que te rodea?
No suelo emplear el calificativo de artista relacionado con mi persona. No me considero artista, quizá porque me persigue el fantasma de mis años de rebeldía escolar, cuando los compañeros que estudiaban conmigo artes visuales se autodenominaban así. Eran muy visibles sus ansias de convertirse en artistas, aunque en muchos casos tuvieran talentos limitados.
En cambio, sí me propuse ser un creador dentro de las artes visuales, en pintura o cualquier disciplina afín. Hay un “mundillo” dentro del arte muy complicado, lleno de adjetivos, etiquetas y términos falsos. Para mí el término artista no es aplicable. Hay personas o público que me catalogan como tal. No los corrijo, simplemente es su elección.
El mundo del arte es una gran burbuja, se crean y se construyen falsos artistas, falsas tendencias, modas, algunas amparadas o financiadas, por decirlo de alguna forma, por el mercado. Hoy día, las redes sociales han contribuido a globalizar aún más la institución arte. En estas plataformas digitales podemos encontrar “artistas” de todo tipo y para todos los gustos.
En cuanto a mi perspectiva o a la forma de ver el mundo objetivo y abstracto que me rodea, mi postura es, ante todo, la de quien sabe que es un ser social, un individuo con sus lados oscuros y sus lados iluminados, con sus pasiones, con sus creencias —tanto políticas como de otra índole. Formo parte de ese sistema como cualquier otra persona.
El artista es, ante todo, un individuo que no puede estar aislado de la realidad; tampoco, sentirse especial o mirar por encima de los demás por su intelecto, capacidades, habilidades, o inteligencia. Es mejor estar conectado con ese mundo al que pertenecemos todos, dominar un poco los egos.
¿Padecen los artistas de cierto tipo de hiperestesia?
No creo. En la mayoría de los casos sí se percibe una sensibilidad diferente. Los sentidos o la condición sensorial, unido a un intelecto cultivado, crean un ser distinto, con otras características, con una capacidad de interpretación distinta; lo que, sumado a una inteligencia artística individual, hace posible la creación de la obra. Esto aplica solo en el caso del “artista verdadero”, que es aquel que tiene estudios más allá de la formación académica, que investiga, que explota su intelecto, que domina poéticas y narrativas.
Traza someramente el itinerario de tu formación profesional. ¿Cuáles serían las fortalezas y las debilidades del proceso educacional al que te has sometido en Cuba.
Mi formación como como creador tuvo sus altas y sus bajas. Pertenezco a aquella primera generación que marcó la reapertura o el reinicio de las escuelas de Instructores de Arte (EIA), allá por 2001. Fui de aquellos primeros egresados que estuvieron presentes en las escuelas de todo el país como parte del sistema de enseñanza artística.
Cursé estudios en la EIA Eduardo García Delgado, en Boyeros. Ahí comenzó una gran aventura que cimentó las bases de lo que vendría después. Fueron mis primeros pasos y mis primeras encrucijadas dentro de este campo. Se originaron mis primeras interrogantes, mis primeros desafíos, mis primeras decepciones e ilusiones y mis primeros “encontronazos” en materia de arte.
También estudié Comunicación Social. Una de las bondades de la carrera de instructores de arte, una vez finalizada, es que garantizaba la continuación de estudios superiores. Podíamos optar por una carrera o licenciatura en humanidades.
Graduado de la Universidad, inicié un periplo por varios cursos y posgrados: fotografía creativa, en el Museo del Ron, con Alberto “el Chino” Arcos; también matriculé en un pequeño posgrado de diseño industrial en el ISDi, y pasé un mini curso de animación cinematográfica en el Icaic.
Fueron experiencias positivas a la hora de armar o de construir, desde lo pictórico, un tipo de propuesta en la cual estoy sumido hace años. En la EIA el programa de estudios era similar al de la Academia de San Alejandro. Muchos profesores, algunos muy jóvenes y capaces, eran graduados de allí. Recuerdo profesores que hoy tienen una obra importante, integrantes en su momento del Colectivo Artístico Galegría Dupp, por ejemplo; profesores egresados del ISA, exalumnos de figuras como René Francisco. Hubo algunos otros no tan buenos. Ese contraste me incentivaba a estudiar e indagar más.
Una consigna que me acompañó siempre fue la de “no puedo quedar estancado aquí”. Era un incentivo para seguir. Yo quería aprender más, y así empecé estudiar por mi cuenta. A día de hoy, creo que mi etapa en Instructores de Arte, unida a la de Comunicación Social, fueron imprescindibles en la creación de la persona que soy.
Una figura muy importante en mi formación y en mi trayectoria como creador es Francisco Javier Arteaga, un maestro en todo sentido. Egresado de la ENA en los 80, coincidió con figuras importantes en la escena visual cubana, como Flavio Garciandía, Julia Valdés, Yovani Bauta, Pedro Pablo Oliva y Nelson Domínguez; este último fue su maestro.
Llegó al aula como una especie Félix Varela, y nos enseñó a pensar a muchos; sus métodos nos exigían “mano”, pero también “cabeza”. Él no concebía una cosa sin la otra. Sabía cómo llegar a cada alumno, veía más allá; era algo que lo distinguía. Desde el primer momento se estableció una conexión especial que perduró hasta sus últimos días. Fue un padre para mí y para otros; él supo pulirnos. Sus métodos de enseñanza, a veces poco ortodoxos, eran una prueba constante, no se conformaba con un ejercicio bien ejecutado desde lo técnico, siempre nos pedía más. Le estaré eternamente agradecido.
¿Te importaría señalar las influencias que reconoces en tu trabajo, superadas o no, visibles o no?
Hay muchas, algunas más visibles que otras que andan merodeando por ahí.
Defiendo la idea de que en las artes plásticas todo está hecho. No casi todo, sino todo. Lo que existe detrás de las obras y de los artistas contemporáneos, de los pintores en particular, es un “proceso de reciclaje” en el cual se toman referentes, símbolos, estilos o visualidades de otras épocas. Las influencia y códigos que impone lo contemporáneo también son importantes; aunque por un lado exista mucho “show” y producciones sintéticas impulsadas por varios factores, como el mercado o los grandes circuitos.
En mi etapa esudiantil admiré y aún admiro a Francis Bacon; me sedujo esa pintura rara e irrepetible. Cuando empecé a tomar clases de dibujo, mi referente era la línea de Tolousse-Lautrec. Soy admirador de Wiliam Turner, de Monet, de Derain y Sorolla.
En el contexto nacional, nombres que no pueden faltar: Carlos Enrique y Fidelio Ponce de León. Estos dos son, al menos para mí, de los imprescindibles, de los que siempre llevaría conmigo. A través de las redes sociales he podido conocer más de cerca el trabajo de artistas como Phil Hale, toda una hermosa locura.
Hubo un hecho que marcó de manera importante mi etapa de estudiante, cuando primaba cierta inmadurez e incomprensión con respecto al “fenómeno del arte”. Esto fue la exposición El único animal que ríe, de Lázaro Saavedra, en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 2005.
Marcó un antes y un después para mí, constituyó un hallazgo; fue una clase que me obligó a repensar, me llevó a plantearme qué eran “esos ñequitos” con una carga conceptual, humorística, irónica, crítica e inteligente que lo convertían en algo genuino como producto artístico. Comprendí que el arte es más que pintar una manzana que casi la pudieras comer por lo bien lograda técnicamente. Me di cuenta de que va más allá del oficio, de la técnica, del artificio, de la habilidad personal.
Trato de no pegarme mucho a los referentes; intento no marcar mi trabajo con influencias directas, tampoco me afecta que el espectador reconozca en algún momento tratamientos similares a pintores que se destacaron en la historia del arte. Admito que los estudio, los investigo y los admiro; son ingredientes necesarios en la búsqueda de un lenguaje propio. No me interesa seguir modas o repetir fórmulas visuales, lo considero muy dañino. Me respeto mucho al momento de crear, soy consciente de lo que hago.
Entre tu primera exposición personal (La excepción de la regla, Casa de la Cultura de 10 de Octubre, La Habana, 2005) y la más reciente (Un día antes de lo absurdo, Galería Uprint, Santiago de Chile, 2023) median dieciocho años. ¿Cómo han evolucionado tus inquietudes estéticas de uno a otro extremo?
Mis pasos iniciales en las exposiciones estuvieron muy alejados de la pintura. Lo instalativo fue lo primero que empecé a mostrar en galerías. La excepción de la regla fue una pequeña exposición de ese carácter. Estaba compuesta por objetos instalativos que dialogaban acerca del contexto cubano o de mi percepción del contexto cubano en ese momento. Estos estaban esparcidos por la galería y formaban un ambiente arqueológico que jugaba también con el environment. Las piezas contenían textos, imágenes pintadas, y funcionaban como pistas que ubicaban al espectador en una especie de laberinto visual e interpretativo.
Hace más de quince años empezó a cambiar mi rumbo dentro de las artes visuales. Alejado cada vez más de lo instalativo y lo objetual, comienzo una nueva etapa experimental con la pintura como centro. La tela se convirtió en mi soporte principal.
Comencé a realizar pinturas de técnicas mixtas, coqueteando con la abstracción, lo informal, lo gestual que a día de hoy preservo y aplico como proceso previo o primeras manchas. Fue y es un ejercicio importante a la hora de enfrentarme a una pieza.
Todo lo anterior coincidió con un momento de análisis personal en el que asumí “el riesgo” de la pintura como sustento económico. En algún momento me dije: “Esto es lo que voy a hacer, ¡y listo!”. Posteriormente, llegó la parte figurativa, que se mantiene hasta hoy. Describo conceptos apoyados en imágenes reinterpretadas, con una paleta cerrada, empastes, efectos de pintura húmeda…
Trazando una línea en el tiempo desde aquella exhibición de 2005 hasta la más reciente exposición personal, en abril de 2023, es notable el cambio en los discursos, tanto visuales como poéticos. Al principio, mis inquietudes estaban ligadas a un tipo de arte más contextual, más de galería y menos coleccionable. Al día de hoy, practico una pintura con intereses parecidos a mis comienzos, esta vez transformados en pinturas que juegan con la descontextualización para generar nuevas historias más allá de lo reconocible.
Las imágenes que propongo y recreo pueden ser conocidas o no, navegan por ahí, yo las reciclo, las reutilizo y las adapto a otras historias. De eso va esta nueva etapa. Me interesa pintar historias, mi interés no va en el cómo lo pinto, sino en el como te lo digo desde la pintura. Tengo bien claro que mi pintura tiene que “contar algo”, no pintar por pintar. Ese es mi reto.
Mis inquietudes estéticas pasan por un filtro más estrecho, estoy en constante búsqueda de información, de imágenes, de literatura, de hechos, trato siempre de practicar una visualidad genuina, sincera, que tenga relación con lo que está pasando alrededor, desde una visión personal crítica, la cual puede ser entendida o no. Como individuo y creador, arrastro deudas conmigo mismo, necesito sentirme bien, creer en lo hago, para poder poner mi obra a disposición de otros.
¿Cómo definirías tu trabajo actual?
Tiene tiene muchas variantes. Trato de no repetirme en cuanto a fórmulas visuales, algo que se antoja difícil. Tengo una parte del camino recorrido, pero cuando miro hacia adelante noto que queda mucho por andar. No poseo la verdad absoluta en mi trabajo, ni pretendo evaluarlo, eso lo dejo a consideración de otros ojos, mas siento que existe una evolución en mi obra, soy consciente de que el arte es un producto. Conservo además un lado romántico, pero intento ser más práctico. Al final, trabajo para un público muchas veces desconocido, el cual puede disfrutarlo o rechazarlo.
Soy, ante todo, un observador empedernido. El proceso de seleccionar las imágenes es un ejercicio que requiere una interpretación y análisis previo, nada es fortuito. Las ideas asociadas a elementos visuales que encuentro en diversos medios llegan a mí en un contexto determinado y con otras lecturas. Mi propuesta consiste en descontextualizarlas o provocar otras posibles a partir de la pintura; entonces pueden aparecer trabajos ilustrativos, abstractos, sueltos, algunos con más interés en el diseño o la composición.
Todo gira en torno del diálogo que se establezca con la pieza en el momento de su ejecución. Intento siempre no “complacerme” del todo. Evito las zonas de comfort y el estancamiento desde lo visual. Disfruto el proceso de creación, aunque en ocasiones no llegue a feliz término. La parte procesual supone, al menos para mí, una enseñanza. No existe un guion preestablecido, pero si una idea previa, una obra ya concluida a la que aspiro a llegar, y que puede o no irse develando, descubriendo o alejando durante la marcha. Nunca se sabe.
¿Reconoces temas o asuntos recurrentes?
En mi trabajo conviven varios temas recurrentes. Como cubano al fin de este tiempo, que ha sufrido y sufre todos estos acontecimientos de nuestra cotidianidad, resulta casi imposible no tener, aunque sea, una pequeña cuota de participación en el debate. Los temas salen solos, a veces “sin querer”. Pudiera mencionar la emigración, la nostalgia de un pasado próspero, los sueños y anhelos, las divisiones, las ausencias…; la soledad también marca un poco mi pintura, desde lo poético hasta lo visual. No soy un pintor de composiciones barrocas ni abigarradas. Disfruto más el tener que componer desde los espacios, donde menos es más. Muchas personas que siguen mi trabajo, comentan que han logrado descifrar esas posibles lecturas.
Intento en todo momento, a la hora de enfrentarme a una pieza, construir un mensaje desde la sinceridad, esa misma que hoy supone un riesgo que muy pocos están dispuestos a correr. Es un compromiso que, como individuo y creador, asumo.
¿Reconoces un componente onírico en tu pintura?
El componente onírico existe por momentos. Me interesa jugar con elementos que rozan lo irreal o surreal. Hay un símbolo al que recurro con frecuencia dentro mi lenguaje, el conejo blanco. Si bien es un elemento de fácil comprensión por su tradición en la cultura occidental, lo reutilizo basado en Alicia en el País de las Maravillas. Todos en algún momento perseguimos un conejo blanco, sin saber a qué lugar o lugares nos llevará. De esta interpretación surgió una serie titulada “El síndrome de Alicia”.
¿Trabaja sobre la superficie con la obra concebida en lo esencial o improvisas?
A la hora de enfrentarme al soporte que sostendrá la obra, tengo claro todo (al menos en un principio). Así comienza todo un ritual alrededor de la tela. Creo saber cuánto necesito de antemamo, desde el color hasta los medios necesarios.
Trato de no dejar margen a la improvisación, aunque siempre queda espacio para hacerlo. Algo que disfruto mucho en el proceso creativo son los efectos y accidentes que se van produciendo durante la ejecución; algunos se quedan, otros se pierden. Me divierte el acto de pintar, trabajo sobre esa dinámica, desde lo energético, lo positivo. Es fundamental mantener una vibra que guíe todo el proceso.
No soy un pintor de caballete, no va conmigo estar horas frente a una tela poniendo color; no puedo, no funciono desde la calma o lo estático. Quizás tenga que ver con mi personalidad intranquila o con mi carácter, lo cierto es que gozo en todo momento mi trabajo, al que me entrego tanto que hay veces empiezo en un lugar y termino en otro. Se crea una conexión que solo los creadores o los pintores en este caso pueden entender; es muy frágil, y cuando se interrumpe por algún motivo se pierde la emoción. Entonces, es mejor no seguir.
Ahora andas por Chile, otro ámbito cultural. ¿Cuáles son tus expectativas? ¿Llegarás a establecerte como artista en un medio tan competitivo y, en ciertos aspectos, ajeno a ti?
Chile me ha abierto muchas puertas. Sin embargo, hay otras que logré abrir desde Cuba, y una vez fuera me ha costado trabajo encontrar la llave de esa cerradura. El ámbito chileno en artes visuales se torna por momentos muy complicado; poseen un circuito de galerías importantes, con nóminas cerradas y casi inamovibles.
El mercado de arte también se antoja muy estrecho y reducido, aunque existe poder adquisitivo. El circuito del arte chileno es elitista en grado sumo. Las figuras reconocidas se repiten tanto que llegan a saturar los espacios de exhibición. Esto es un análisis desde mi corta estancia en el país.
Chile posee ferias y circuitos importantes, como Chaco, Art Santiago y Art Week Chile. Esta última es mi primera experiencia importante aquí. Sería muy positivo una apertura en el panorama artístico chileno, sobre todo para los extranjeros, que vienen con otra visión del arte.
Establecerme en este país como artista con cierto reconocimiento a mediano o largo plazo no es una meta u objetivo de momento, aunque sí tengo en mente tener un espacio donde trabajar y poder exhibir mis piezas, algo que en Cuba se tornaba muy difícil, tanto como el acceso a los materiales de arte. Pretendo seguir trabajando, lograr encauzar mi obra y que goce de aceptación.
El arte cubano tiene un prestigio ganado en esta parte del continente, y es algo que me beneficia. Nombres como Wifredo Lam y Mario Carreño son reconocidos por las personas vinculadas al medio. Carreño tuvo una contribución importante en la enseñanza artística chilena.
Javier Barreiro me sugirió que conociera tu trabajo, que lo considero espléndido. ¿Saber esto te provoca algún sentimiento especial?
Javier es de esos hermanos que la vida me regaló. Cuento con su amistad desde que estudiábamos en la Escuela de Instructores de Arte. Este lazo se fue consolidando cada vez más hasta llevarlo a un nivel de fraternidad. Compartimos desde un inicio el mismo camino; él sabía, al igual que yo, lo que quería lograr, y apostamos por ello. Entendíamos que no iba a ser fácil, mas decidimos arriesgarnos. Aceptar el reto era parte del proceso.
Y aquí estamos, como siempre, compartiendo información, criticádonos mutuamente “por privado”. Mantenemos una comunicación constante. No importa que vivamos en países diferentes, seguimos estando cerca. Algo muy importante a la hora de repasar nuestra amistad, es la afinidad y gustos artísticos en los cuales coincidimos.
Muchos de los puntos que yo manejo, asumo y practico desde las artes visuales, ya sea como creador o espectador, Javier los comparte también; esto hace más fácil aún el entendimiento y contribuye a seguir forjando una conexión especial. Nos hemos visto crecer en el medio uno al otro, nos ayudamos y nos “empujamos” mutuamente en caso de ser necesario. Sentimos orgullo por los logros obtenidos por cada uno, pues vemos en ellos parte de los dos. Javier es de los necesarios, de los que inevitablemente forman parte de mi vida, alguien que siempre “está ahí”.
Tengo la dicha de contar con alguien así, que, además, admiro como artista por lo consecuente, laborioso y disciplinado que es con su trabajo. Le auguro un porvenir importante, que ya se empieza a ver.