Cuando menos, la obra de Ángel Ramírez es, para mí, desconcertante. Las piezas —grabados, pinturas, retablos, esculturas, objetos…— están realizadas con tal delicadeza y buen gusto que contrastan con su tono divertido, casual, como de andar por casa.
He escrito lo anterior, y ahora dudo. ¿Acaso la solemnidad es el empaque exclusivo de los contenidos “profundos”? En otras latitudes, tal vez; pero en Cuba, solemnidad y ridiculez son sinónimos. Y si algo tememos los cubanos es a hacer el ridículo. No quiere decir que no incurramos abundantemente en el ridículo, pero lo asumimos apesadumbrados, contritos: somos carne de telenovelas y boleros. Nuestro antídoto para el ridículo es la chanza, el comentario irónico, la cita mordaz, el autoreconocimiento chota. Y así nos va.
Que me desconcierte la obra de Ángel Ramírez no quiere decir que no me guste. La defiendo con pasión, pues hallo en su trabajo un denodado esfuerzo por dar condición de arte mayor a lo que creemos nada trascendente, ese aquí y ahora que nos anega y en el que debemos bracear, reinventándonos una y otra vez, para no irnos al fondo.
Ángel Ramírez (La Habana, 1954) es un cronista empático. Tiene la agudeza, inteligencia y sensibilidad para participar en el diálogo intenso del día a día desde el lado del “otro”, que es él mismo. Su arte, aunque en buena medida se nutre del gracejo popular, no es “folclórico”; si acaso, antropológico, pues hurga en los entresijos del ser colectivo, que constituye, en última instancia, su materia prima. Es arte razonado, de fina elaboración, donde hay un pequeño lugar para el albur. Es mental, pero no frío; es intelectual, pero no oscuro; rehúye la belleza convencional, pero genera gran placer estético. Es arte tan bueno, que resulta imposible de calificar.
Consigno aquí unos pocos datos de su currículo riquísimo, pues de lo que se trata es de darle voz, de mostrar parte de su trabajo.
Graduado del Instituto Superior de Arte (ISA) en 1982. Su obra forma parte de colecciones privadas y públicas de Cuba, Puerto Rico, México, Argentina, Estados Unidos, Finlandia, Japón, España, Suecia, Colombia, Holanda y Polonia.
Debutó profesionalmente en las artes plásticas en 1982, con la muestra Grafías (Galería L, La Habana). De 2018 es Marco blando, colateral a la XIII Bienal de La Habana. Entre aquella y esta exhibición se cuentan treinta o más exposiciones personales que lo han situado como figura de primer nivel dentro del panorama de la cultura nacional. Condición que no se la ha conferido nadie, sino su trabajo terco, callado, de eticidad espartana. Y no digo más. Ahí se los dejo.
En cierta ocasión te preguntaste si tu obra sería, acaso, algo más que un juego contigo mismo.1¿Sigues pensando así? ¿No le concedes importancia en la discusión de nuestra contemporaneidad? ¿No ves en la obra un camino más o menos espinoso hacia la trascendencia?
No creo haber marcado hito alguno que me permita soñar con la trascendencia. Eso sí, recuerdo con satisfacción buenos momentos del camino, obras específicas que, cuando las veo de nuevo, pasado el tiempo, me siguen gustando. Recuerdo con placer las oportunidades que me ha dado la profesión de ver arte de todos los tiempos y en distintos lugares, con los ojos y la cabeza abiertos. Tuve la suerte de contar con muy buenos alumnos, cuyos éxitos y trascendencia segura me dan, de verdad, mucho gusto. Últimamente —debe ser la edad— me he puesto a pensar en el destino de esas obras que he creado en estos 40 años del dale que dale; unas están mejor ubicadas que otras, también las hay sin destino a la vista; y sin embargo, no paro de trabajar en nuevas piezas.
¿Cuándo entra en tu obra la iconografía medieval, básicamente de los períodos románico y gótico? ¿Qué posibilidades expresivas te brinda este recurso?
Cuando me gradué en el ISA, y ya desde antes, me movía dentro de cierto expresionismo, y todo lo que hacía eran grabados. El expresionismo, que de algún modo me venía de Antonia Eiriz vía Tomás Sánchez, ya no se usaba; y el grabado, menos. En los 80, al grabado se le tenía bastante ojeriza por aquello del “exceso de cocina”, por lo extremadamente técnico y porque se iba imponiendo la ruptura con la poética de los 70 (la lírica de la Revolución), lo que daba paso a un arte donde se valoraba más el contenido, lo conceptual, la investigación antropológica. Entonces, en ese contexto me propuse seguir haciendo grabado bajo la premisa de que el medio no es lo determinante en el carácter de la obra; y lo sigo creyendo, la razón me la daba mucho de lo que se estaba haciendo por el mundo. Por otra parte, creo haberle otorgado, desde los inicios, más peso al contenido, al cuento que cuento. Uso la forma como soporte; y el medio, como recurso.
En la crisis de los noventa sentí que estábamos metidos en nuestro medioevo (el tempo lento, las soluciones artesanales, la precariedad, la organización muy vertical de la sociedad…). En ese paquete de dificultades estaba, con mucho peso, el transporte. Así es que me quedé en casa y empecé a pintar, apropiándome del espíritu románico, gótico, bizantino, de personajes rotos, rayados, víctimas de incendios. Es decir, obras sobre las que había pintado el tiempo, como lo estaba haciendo con nuestras ciudades y con nosotros mismos. Toda esa imaginería medieval siempre me resultó atractiva. Prueba de ello es que estaba especialmente apertrechado de libros de donde beber durante el Período Especial. Con los años, he podido ver por el mundo mucho arte antiguo, de primera mano. De esas imágenes medievales, hay otras características que me han resultado útiles según el momento y la intención: el hieratismo inexpresivo, la inclusión de textos, la representación explícita de la jerarquía de cada personaje y el hecho de ser esta iconografía de conocimiento universal.
Las primeras pinturas tenían mucho del grabado, hasta que llegaron a ser más pintura. Desde hace un tiempo he vuelto a la visualidad gráfica, incluso en las esculturas que estoy haciendo, donde incluyo los tacos como objetos. Del grabado, tal vez lo que menos me interesa es la multiplicidad, pero no puedo ni quiero desprenderme de él, ni de su historia ni de su cultura.
Has realizado piezas al alimón con Belkis Ayón, Chocolate y Luis Cabrera, entre otros. ¿Ese diálogo con poéticas diversas tuvo carácter coyuntural o pudiera extenderse hacia el fututo?
Con Luis Cabrera realicé una tanda de piezas a cuatro manos bajo el título Una serie de cosas. Era todo un divertimento. De manera alterna empezaba uno a dibujar la litografía sin la presencia del otro, que luego la terminaba. Siempre aparecía, y en eso sí nos poníamos de acuerdo, la palabra “cosa”, con todo su arsenal de ambigüedad. Unos cuantos años después (en 1997), nos invitaron a Belkis Ayón y a mí a exponer en Japón, y el galerista nos pidió una pieza entre ambos para dar un amarre al conjunto de dos estéticas tan diferentes. El proceso fue muy divertido, concienzudo y producto del diálogo. La obra la titulamos Dando y dando.
En el 2004 fui atrayendo a un grupo de colegas, casi todos grabadores, para armar otra serie bajo el mismo nombre de Dando y dando, con la intención de poner a jugar el sello propio de cada uno con mi manera de hacer. Para el caso, propuse como constante la figura de un rey, así la muestra lograría unidad y razón de ser. Fue muy gratificante tener la respuesta positiva de más de veinte artistas, cosa que agradezco a todos. En la inauguración se brindó con café con leche y pan con mantequilla, por ser pares clásicos, como Adán y Eva o el dúo Los Compadres. La expo fue, además, un homenaje a Belkis, que había fallecido en 1999.
El proyecto está abierto; de hecho, ha crecido. Pretendo trabajar en nuevas piezas sobre la base de seguir confrontando estéticas con la intención predefinida, pensada, acordada.
Una zona central de tu obra puede ser calificada de humorística, irónica y hasta sarcástica. ¿Son esos rasgos de tu carácter o pertenecen al personaje que todo artista asume al enfrentar el hecho creativo? En teoría literaria se emplean muchos esfuerzos para explicar que el protagonista de la obra escrita en primera persona no es el autor, sino un personaje.
Me enrumbé por el grabado, un recurso o medio lleno de sorpresas que requiere de unos tiempos, disciplina tecnológica, orden. Está la costumbre de ponerle a la estampa un título al pie; para mí resultó el despertar del interés por relacionar texto e imagen, y de hacerlo evadiendo títulos descriptivos del tipo paisaje con perro, donde se puede ver un perro en una pradera. La idea fue, entonces, buscar la unidad, un diálogo que recurre al absurdo, al sarcasmo, a la ironía. Claro que pesa y mucho que el humor formara parte de mi entorno desde la infancia, especialmente por la línea de mi padre y su familia, unos guajiros dicharacheros, ocurrentes, de frases punzantes, a pesar de tener, en general, poca instrucción.
Temprano pensé que el humor era un componente sustancial de lo cubano, pero después he podido ver que no es para creernos los únicos. La verdad es que el humor, con sus guiños locales, está en el ADN de la humanidad e, incluso, en otras especies.
Buscando hacerme de la forma apropiada para contar mis cuentos he venido casando imágenes conocidas con refranes, frases comunes, o provenientes de una u otra retórica. Es puro reciclaje, tanto como cuando sumo objetos o soportes prestados. En varias ocasiones el conjunto puede despertar sonrisas, pero lo que me gustaría es mover ideas. Tengo, sin embargo, entre muchas limitaciones, que esos textos, juegos de palabras no se logran traducir, al menos sin perder el punto. ¿Qué significa para un chino, un polaco, o hasta para un colombiano, aquello de Café de la bodega?
Declara la familia artística a que perteneces, aquellos autores, cubanos o no, que te han influido notablemente, aun cuando eso no se haga explícito en la obra.
Solo te pondré un grupo de nombres. De bellas artes, los retratos de Fayum, Acosta León, Antonia Eiriz, Raúl Martínez; las esculturas de Díaz Peláez. Del mundo, mucho de México, Les Luthiers, El Greco, Mondrian, bastante cine, el arte africano, Toledo (la ciudad), La basílica de San Basilio en Moscú, Nueva York, los esclavos de Miguel Ángel, un hotel en Suecia lleno de arte. Se me queda el 90% de lo que pueda haberme dicho algo al oído.
No me siento parte de ningún grupo. Llegué viejo a la escuela de arte, así que era un poco más joven que los profesores en la ENA, y no asumí la estética de esa generación. Tampoco la negaba. No formé parte de la generación de los 80, con los que compartí aulas en el ISA. En fin, he dicho que soy un degenerado. En todo caso, me siento más afín con la diversidad que se da a partir de los años 90.
Has representado varias veces a San Jorge, el personaje católico que está en perpetua lucha con los dragones. ¿Por qué la predilección por ese santo? ¿Cuáles son los dragones de Ángel Ramírez?
Hay dragones por todas partes; y cuando no, se inventan. Parecería que el mal sostiene y justifica al bien; y viceversa. En una etapa usé bastante la figura de San Jorge justo por ese carácter maniqueo del mito, pero lo que buscaba precisamente era desdibujar los límites del bien y del mal (¿hasta dónde uno está dentro del otro?). También usé al santo para enfrentar otros dragones de la cotidianidad, del aquí y ahora. Los problemas esenciales de la humanidad vienen siendo los mismos desde el principio de los tiempos, cambia más o menos cómo se manifiestan y las herramientas con que se les enfrentan. Dada la cantidad de representaciones que he podido ver de San Jorge (las más, despojadas de dramatismo y sin esfuerzo físico aparente de las partes que contienden), me hace dudar de la eficacia del santo en su empeño, o también es probable que resucite el bicho maligno, aunque con apariencia renovada.
Por lo elaborado de tus piezas, por la densidad conceptual que muchas de ellas poseen, es difícil asociarte con la idea romántica del artista inspirado, arrebatado por un soplo de creatividad reveladora. ¿Piensas las obras antes de realizarlas? ¿Existe la inspiración? Si existe, ¿qué es para ti la inspiración?
A este asunto de la creación artística se le llega por muy distintos caminos, con objetivos diversos, y todos han dado grandes obras y también obras prescindibles. En mi caso, quedan descartadas la pasión, la inspiración, la búsqueda de la belleza en sí misma; también, el respeto a cierta fórmula. Mi trabajo va más por lo pensado, aun cuando en el proceso exploto el accidente, lo casual en la factura. Lo azaroso de la realización que me impongo me deja tiempo para pensar, armar mi cuento. Disfruto mucho el proceso, son varios momentos: el titulo o texto que formará parte me toma días, y puede estar perfilándose hasta el último momento; buscar la imagen, plantearla. Luego la realización es cuestión de oficio. También disfruto la parte técnica, el idear mecanismos, asumir retos en ese sentido. Me han dicho que tengo cabeza de ingeniero (fue un ingeniero). No creo que tanto.
Entre los ejes temáticos de tu obra está el del uso, aceptación o rechazo del poder. Cualquier poder. ¿Fuiste un adolescente rebelde? ¿Tienes problemas para aceptar la autoridad? ¿Consideras que desde el principio de los tiempos el ejercicio del poder es práctica generalmente abusiva?
Mi madre tenía su componente autoritario, controlador. Para más, soy hijo único. Desde el final de mi niñez, y por un buen tiempo, estuve vinculado a la iglesia católica, que puso más énfasis en temer a Dios que en creer en él. En todo caso, mi rebeldía ha sido de baja intensidad y ha estado en ser poco sociable, en ser, a día de hoy, profundamente ateo, y en el gusto por no parecerme a otros. Nunca he seguido moda alguna, y la que me parece peor es la moda de vivir cuidadosamente desaliñado. Me molestan las poses y el exceso de perfección, justo por eso.
Buena parte de mi obra trata el tema del poder, del patriarca, que puede ser un padre de familia o un emperador, y sigue siendo una persona con sus ideas, sus dolores y sus miedos. Claro que a distintas escalas. La bondad de un rey puede llegar a muchos, al igual que el caos, la crueldad o el desbarajuste del que sea capaz. Estamos marcados por los poderes que nos sobrevuelan y, a la par, por el poder que desde nuestra escala ejercemos.
Si te fuera dado coleccionar arte cubano, ¿Cuál artista, período, escuela o género privilegiarías? ¿Por qué?
Poseo una muy pequeña colección de obras de amigos, casi toda gráfica. Pero no dispongo de espacio ni de economía para coleccionar arte. No tengo esa afición del coleccionismo, es la verdad, cuando estoy delante de una obra de arte creo que en ese momento es mía, y la disfruto al máximo.
Lamento que no tengamos un gabinete de estampas donde se pueda conservar y consultar lo más relevante del grabado cubano. Esa sería una institución para la que trabajaría a gusto. Si pudiera permitírmelo (espacio y economía), me gustaría tener un montón de herramientas antiguas, de esas que son extensión de la mano gracias a la inteligencia.
¿Cómo te relacionas con el mercado y con la crítica? ¿Te sientes suficientemente atendido por uno y otra?
Con el mercado me he relacionado mal. Padezco, como mínimo, un par de detallitos en contra: 1) Pertenezco a un grupo que creyó en la utopía, estaba lo colectivo por delante de lo personal y el arte era más para comunicar, encantar, participar, que una mercancía. Somos varios los que no hemos sabido manejar el tema, este oficio lleva tanto o más trabajo fuera del taller empujando la obra, que dentro. 2) Soy dado a hacer obras con una diversidad formal muy marcada, cosa que no gusta al mercado. Mucha gente (también galeristas y otras instituciones) buscan un cuadro como el que se compró su vecino el mes pasado, y rara vez lo tengo.
Por otro lado, los críticos, haciendo uso de su perspicacia, no me han prestado demasiado asunto. Igual te puedo decir que he podido vivir de mi trabajo y alimentar a mi familia. Y en cuanto a la crítica, cuando han dicho algo, cabe dentro de lo favorable.
***
Notas:
1 Catálogo AR, Italia, 2003. Pg. 2.
ver tu obra és verte a ti mismo. Donde cada cosa importa . Las grietas son oportunidades para crear …
Excelente entrevista. La obra de Ángel es combinación de genes, talento y ejercicio constante