Antonio Gómez Margolles (La Habana, 1972) es un referente en el arte contemporáneo cubano. En 1992, cuando comenzaba sus estudios en el Isa, se dio a conocer con La estructura presente, muestra que acogió entonces la galería de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Desde entonces su trayectoria exitosa ha estado signada por la experimentación constante, el estudio de la historia del pensamiento occidental y la apertura desprejuiciada a los nuevos aires de la tecnología en el mundo digital.
Hasta el momento, cuenta con trece exposiciones personales, dos de las cuales se realizaron en Las Palmas de Gran Canaria. De 2023 es su exhibición antológica Un lugar para llamarlo mío, selección de obras producidas entre 1997 y 2022, que tuvo lugar en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de La Habana.
Como parte de presentaciones colectivas de artistas cubanos, las obras de Margolles (así lo llaman todos) se han visto en Cuba, Italia, China, Estados Unidos, Alemania, Portugal, España, Canadá, Guatemala, Nueva Zelandia, Francia, Nicaragua, Brasil y República Checa. Por su meritoria obra obtuvo dos residencias artísticas: en la Galería Miró, Berlín-Praga-Bratislava (1999); y en el Museo de Arte Contemporáneo, Universidad del Sur, Tampa, Florida (2015).
Margolles tiene su estudio en la margen derecha —mirando con el mar a la espalda— del río Almendares. Es un espacio amplio en el que la luz natural entra a raudales, silencioso como pocos lugares de la cada vez más convulsa Habana. Hasta allí me fui a ver sus más recientes obras. Fue una mañana que demasiado rápido se hizo mediodía. Queríamos hablar de todo: no lo logramos. Sin embargo, quedó esta plática y el compromiso expreso de seguir viéndonos para charlar de filosofía y arte; también para intentar arreglar el mundo, si no todo, al menos el nuestro.
La Escuela Elemental de Artes Plásticas 20 de Octubre (23 y C) ha sido durante décadas un centro de referencia en la enseñanza de las artes visuales en la primeras edades. ¿Cómo fue tu paso por allí? A la luz de tu larga experiencia como docente, ¿cómo valoras a los profesores y los planes de estudio de entonces?
“La elemental de 23 y C”, así le llamamos muchos de los que estuvimos allí. Recuerdo esa etapa como un período de gran optimismo. Todo estaba por conocerse y descubrirse. La fascinación por los oficios, aparejado a un crecimiento espiritual.
Los métodos de enseñanza, de manera general, eran muy buenos. Existía cierta bonanza de materiales, y los profesores podían vivir de su salario. Todo esto también contribuía al buen desempeño y a los buenos resultados de aquella “cantera” de aprendizaje.
Tu primera exposición personal, La estructura presente, la realizas a la edad de 20 años. ¿Cómo fue exponerse al público? ¿Lo consideras el inicio efectivo de tu carrera?
Fue una muestra discreta, con muy poca difusión y a la que asistieron principalmente familiares, colegas y amigos. Aun así, era la primera vez que intentaba proponer una tesis coherente.
Por entonces comenzaba a investigar y a cuestionarme aspectos conceptuales del arte contemporáneo. Tomé como inspiración la figura de René Magritte, un gran artista de las llamadas vanguardias del siglo XX, que se estudia dentro del movimiento del surrealismo, pero que a mi juicio fué muchísimo más allá de los postulados de ese movimiento, ya que su investigación fue más profunda y abarcadora, adentrándose de lleno en el dilema de la representación, de los signos, de los significados y del lenguaje.
Todas las obras que presenté en la muestra giraban en torno a esos cuestionamientos. El título hacía referencia a un tratado de Umberto Eco: La estructura ausente, relacionado con todos estos tópicos.
Te digo todo esto porque, a pesar de las deficiencias formales y conceptuales de aquellas tempranas obras, considero efectivo el hecho de un primer paso hacia otros niveles de complejidad en mi investigación. Aquella propuesta me condujo hacia futuros trabajos, a otras producciones simbólicas más allá de la pintura, pero con muchos de aquellos presupuestos que aún siguen vigentes.
Hoy se te considera un artista multigenérico, un tanto inclasificable —ese vicio de la crítica normativa.
Desde muy pequeño cualquier objeto mecánico o electrónico que caía en mis manos lo desarmaba, no con el objetivo de destruirlo, sino por la curiosidad de ver qué tenía dentro y cómo funcionaba. Creo que viene en mi información genética ese afán por explorar y desentrañar casi todo lo que esté a mi alcance. Desde mis 15 o 16 años, y simultáneamente al dibujo y a la pintura, hacía otras cosas. La fotografía, por ejemplo, me fascinó a muy temprana edad. Es una práctica que no he abandonado. Quiero decir con esto que nunca fui solo un pintor.
¿Cómo fue el proceso de pasar de ser un pintor “convencional” a un explorador de los nuevos medios?
Creo que fue en la segunda mitad de la década de los 90 cuando me enfrenté a las primeras versiones de Photoshop. Mientras aprendía de manera autodidacta a editar, justamente, una pintura para un dossier, me di cuenta de las potencialidades que tenía aquella herramienta para expresar algunas ideas que con la pintura no podía conseguir. Comencé a incursionar en el video y el llamado “arte digital”. Comencé a implementar ideas en esas plataformas y con esos medios.
¿Cuál es la exposición personal en donde das a conocer ese giro de tu trabajo?
No puedo precisar alguna exposición personal en la que mostrara por primera vez esa nueva etapa de mi trabajo. Más bien las obras de ese corte se fueron exhibiendo de manera paulatina en bienales, eventos y en cuanta muestra colectiva participaba. Más adelante, a mediados de la década de los 2000, diseñé un par de exposiciones personales en las que la mayoría de las instalaciones versaban y se estructuraban desde los llamados “nuevos medios”. Me refiero a Fuego fatuo, una bipersonal con Luis Gómez en el Centro de Arte La Casona (2012) y Dialelos (2015) en la galería Villa Manuela, ambas en La Habana.
Enseñas a los estudiantes del Isa, hoy Universidad de las Artes, a trabajar con los nuevos medios. ¿Cómo fue la introducción de la materia dentro de esa casa de estudios?
Fui cofundador del laboratorio de los nuevos medios en el Isa, conjuntamente con Luis Gómez. De manera simultánea, impartíamos taller de crítica, que devino en “prácticas artísticas”, y que constituye la asignatura medular de la carrera.
En el laboratorio desde 2007 y hasta hace muy poco impartíamos clases con un programa que incluía varias asignaturas. Tuvimos que aprender sobre la marcha muchísimas cosas que vienen de otras esferas del saber: la física, la electrónica y la programación, por mencionar los más importantes.
Todo comenzó así, con mucho entusiasmo, mucha adrenalina y muchas ganas de hacer. La creatividad adquiría otras connotaciones.
Con el laboratorio de los nuevos medios, se trataba de mostrarle a los estudiantes que pueden utilizar en sus procesos de creación herramientas que vienen de otras disciplinas. En medio de toda la precariedad material en que desarrollamos nuestra labor, obtuvimos resultados muy enriquecedores, tanto para los estudiantes como para nosotros, los profesores.
¿Llegará a haber una cátedra con ese nombre?
Desafortunadamente, y por disímiles razones, dicho laboratorio nunca constituyó una cátedra. Ya hoy no existe.
Define “nuevos medios”.
Hay una definición de lo que son los “nuevos medios” en las artes visuales, que básicamente consiste en el empleo de herramientas no convencionales, no tradicionales o que no son propias de las bellas artes. Para mí, estas prácticas siempre han existido. Cuando estudiamos la historia del arte podemos constatar que artistas transgresores e innovadores siempre han incorporado a sus procesos diferentes herramientas que no han sido clasificadas o catalogadas dentro de las bellas artes.
Muchas de tus obras suponen un despliegue de recursos técnicos. ¿En qué medida la “orfandad” tecnológica que padecemos ha interferido en el alcance conceptual de tu trabajo?
Gran parte de mi trabajo que, como dices, ha requerido de ese despliegue de recursos técnicos, constituyó un reto. Ante toda esa “orfandad”, la manera en que nos enfrentamos, diseñamos y solucionamos este tipo de obras, es lo que las hace diferentes a las que se pudieran producir en otro contexto. Pienso que el medio determina el resultado.
Nuestro contexto es muy inspirador, sus precariedades nos hacen vivir y actuar en los extremos, en los límites, y eso, al menos a mí, me obliga a ser más creativo.
Un número importante de tus piezas tienen un punto de partida sólido en el cuestionamiento del conocimiento racional de la realidad, objeto de estudio específico de la Filosofía. ¿Desde cuándo te interesan los distintos posicionamientos de los filósofos sobre las preguntas fundamentales?
Supuestamente lo que nos diferencia del resto de los seres vivos y nos hace “humanos” es el pensamiento racional. Mis cuestionamientos se enfocan hacia esas cuestiones que la ciencia, como herramienta de ese pensamiento racional, no ha resuelto aún.
La filosofía comencé a leerla en mi adolescencia, aunque te confieso que no entendía mucho, lo cual me creaba alguna confusión. Siempre tuve obsesiones con la nada y con el infinito, eran conceptos que no comprendía. Fueron tópicos que plasmé en mi obra posterior, y que aún sigo abordando.
¿Te adscribes a una filosofía en particular?
Tengo un pensamiento progresista, no me considero conservador, pero luego de tantas lecturas me es muy difícil definir mi ideología, también me es difícil aferrarme a un filósofo o un pensador en específico. Soy un compendio de muchas influencias. No profeso ninguna ideología ni ninguna religión.
¿Es el amor a la sabiduría un sentimiento trascendido en el mundo de hoy?
El amor a la sabiduría es intrínseco en mí; no sé de dónde me vino, pero aún persiste. Es algo fascinante, aunque no esté muy de moda en estos tiempos.
Me has dicho que tu interés primordial es comunicar. Sin embargo, tus piezas más conceptuales oponen no pocos obstáculos a la comprensión del espectador. ¿Cómo explicar esa contradicción aparente?
El arte y su comprensión siguen siendo elitistas, es un lenguaje que no todos comprenden. Hay muchos elementos, códigos y relaciones del propio lenguaje que hay que conocerlos, pero, independientemente de todo esto, es imposible no comunicar, y en esto pongo mucho interés. Para ello me valgo de disímiles estrategias. Es algo bien complejo y que, por supuesto, genera contradicciones.
Coméntanos someramente las siguientes obras: “Make a Statement”, “Miopía”, “Odisea” y “Resonancia”.
Las realicé entre los años 2009 y 2017. Pertenecen a la etapa en la que muchos me etiquetaron como un artista de los “nuevos medios”, porque estaba trabajando con la programación y con la interactividad. Responden a esos presupuestos, instalaciones y video, instalaciones interactivas.
En el caso específico de “Make a Statement”, utilicé un programa de mapping muy empleado en espectáculos dónde se hacen proyecciones in situ, sobre las fachadas de los edificios. Me pareció una herramienta muy efectiva para animar decenas de nombres de filósofos y pensadores occidentales y colocarlos dentro de cientos de cajas de cartón en una galería, a modo de un gran altar, algo así como el almacenamiento encajonado de todo un legado de pensamiento.
La fotografía ha estado presente a lo largo de toda tu carrera. En cambio, la pintura ha sufrido largos período de hibernación. Sorprende ver en tu estudio gran cantidad de piezas recientes de este género. ¿A qué se debió que retomaras tu antiguo medio de expresión? Si partimos del concepto de que los nuevos medios te permiten expresar conceptos hasta donde no podías llegar con la pintura, ¿este nuevo momento supone una simplificación en tus presupuestos artísticos? ¿Combinarás en lo adelante las entendidas como artes convencionales con las que puedas ejecutar con los nuevos medios?
Como decía al principio, la fotografía es algo que vengo haciendo desde muy temprana edad, primero analógica, porque era la que existía; luego, digital; y desde hace unos años, ambas.
La pintura es mi pasión. Si volviese a este mundo en otra vida y pudiese elegir un oficio, creo que volvería a pintar. Dejé de pintar por aquellos años en que el vídeo y los nuevos medios se acoplaban mejor a mis propuestas. También, y algo muy importante, es que para mí las prácticas artísticas constituyen una constante experimentación. En ese momento quise experimentar con algo novedoso, algo que nunca había hecho.
La pintura la retomé recién comenzaba el confinamiento provocado por la pandemia del Covid. Aún guardaba algunos rollos de lienzo y pinturas acrílicas. Fué un pie forzado, porque solo contaba con esos materiales para lograr resultados tangibles, y fue un nuevo reto replanteármelo todo; o sea, qué decir y cómo decirlo desde la pintura. Pinté compulsivamente por más de dos años, desde 2020 hasta principios de 2023, hasta que se me agotaron los materiales. De esta etapa surgió una gran serie llamada Non sequitur, que esencialmente, aborda muchos de los cuestionamientos que ya existían en mí.
Non sequitur es una frase que sirve, en lógica, para decir que los resultados o conclusiones de un proceso de pensamiento no se corresponden con las premisas en que éste se funda. Remite a conceptos como “falacia”.
Sí, así es. Las falacias, en muchos de los órdenes del saber, constituyen parte de mi “objeto de estudio”.
¿Es tu obra un continuo?
Mi obra en gran medida es el resultado de mis circunstancias. No tengo un statement rígido e inamovible. Yo evoluciono y así evoluciona mi trabajo. Muchas veces tengo una idea de lo que voy a hacer, y parto de apuntes y bocetos previos; pero otras veces me vienen ideas supuestamente inconexas o impulsos que aprovecho y luego conceptualizo. Tenemos un gran cúmulo de información almacenada en nuestra mente que muchas veces encuentra detonantes en lo que menos nos imaginamos, y eso hay que aprovéchalo. Creo que ambos métodos son válidos.
¿Qué resulta más motivador para ti, el proceso de concepción de la idea o la concreción de esta en la obra?
Disfruto mucho todo el proceso, desde la concepción hasta la realización de la obra, que casi siempre sale de mis manos. En el caso de las instalaciones, por ejemplo, las construyo yo, desde cero, en mi taller. Todo esto me proporciona mucho placer.
¿Qué importancia tiene para ti el trabajo académico? ¿Qué te enseñan los alumnos?
Bueno, todo esto de impartir clases comenzó como una especie de aventura. No tenía idea de cuan importante sería para mí vida. Llevo ya más de quince años de docencia, y entre una cosa y otra ya son varias generaciones de artistas las que han pasado por nuestras clases. Ha sido muy enriquecedora esa práctica, tanto personal como profesionalmente. En todos los aspectos he aprendido muchísimo.
La enseñanza me ha obligado a tratar de comprender cualquier fenómeno antes de juzgarlo, y creo que eso me mantiene joven. Los alumnos, la enseñanza y la pedagogía en el arte me han llevado a estar en un constante aprendizaje, a ser tan creativo en cada clase como si de la misma creación artística se tratase.
En momentos de tanta penuria material como los que vivimos ahora en Cuba, ¿tiene sentido empeñarse en hacer arte?
Imagínate, llevo más de la mitad de mi vida en este mundo del arte. Creo que no podría pensar de otra manera, ni podría dejar de generar ideas, imágenes o artefactos traducidos como “arte”. A riesgo de parecer ridículo, te diría que hacer arte bajo cualquier circunstancia es mi gran pasión.