En Venezuela, a la mala suerte le llaman la pava. Nada que ver con nuestros melancólicos guanajos (siempre de moco caído), sino que alude a una suerte de lechuza que existe en ese país. La pava puede anidar en o ser provocada por actitudes, lugares, personas, objetos y un nutrido etcétera donde lo feo, lo inauténtico, lo grosero, lo tenebroso y lo inquietante se hacen patente.
El fabuloso folclorista, poeta y humorista venezolano Aquiles Nazoa hizo el inventario particular de lo que para él resultaba “pavoso”. Cito algunos ejemplos: es pavoso que la mujer llame al esposo por su apellido, pintar un mueble con la brocha de afeitar, tomar café en vaso y usar sandalias con medias…
El año pasado, por estas fechas, debí dar una charla sobre grabado cubano a un grupo de estudiantes extranjeros. Antes de salir de casa, tomé el café del estribo (uno de los placeres al que no he querido renunciar)… en vaso. Por algún defecto de fábrica, mis labios dejan escapar gotas del oscuro líquido si lo tomo en taza, y aquellas, invariablemente, van a dar a mi camisa.
Una lesión en un dedo me impedía usar zapatos cerrados, y como no era aconsejable que la herida se contaminara (más) con el polvo de la calle, me vi obligado a calzar mis sandalias de “existencialista” con… medias.
Nada más tocar el pomo de la puerta, a la salida de casa, se rasgó el cielo para dejar caer un palo de agua. El hipertrofiado sentido del deber me lanzó así mismo a la calle, y a duras penas llegué, en tiempo, al punto donde me iba a reunir con los jóvenes. Ninguno llegó. Por teléfono me comunicaron que la inclemencia del tiempo y el lamentable estado del transporte público de la ciudad los obligaba a cancelar la cita.
Dos horas después, empapado, aterido, cansado y con dolor físico, regresé a mi casa, convencido de que esto de la pava es algo serio. No la pava en sí; ignorar sus señales es lo riesgoso.
En Cuba el ñeque es lo que la pava, la jettatura y el gafe en Venezuela, Argentina y España, respectivamente. Aunque en esto de las supersticiones resulta difícil hallar equivalencias exactas de país a país. Lo que puede ser gafe en Madrid no tiene por qué entenderse así en Santa Clara. Y un jettatore en Buenos Aires, en Ciudad de México o Santiago de Cuba pueden pasar como sonrientes personajes folclóricos: estoy pensando en las catrinas y en La Muerte en Cuero, figura imprescindible en los carnavales de esa oriental provincia.
En un intento panamericanista, me he propuesto detectar situaciones pavosas en mi hábitat natural, que es La Habana. Ojo: no hablo de ñeque aquí porque entre un aspersor de maleficio y otro hay sutiles diferencias que, pienso, darán para un próximo “estudio”.
Siento que es pavoso ir a los carnavales con un libro de filosofía alemana bajo el brazo, oír reguetón en ayunas, encontrarse a primera hora en la calle a una mujer que conserve los rolos (más si están hechos con tubitos de papel higiénico) debajo del pañuelo de cabeza, tirarse en una piscina vestido y con zapatos, beber agua para “bajar” una paella, silbar una melodía de Miles Davis en el P5, ir al estadio con corbata, ponerle una rodaja de pepino al pan con guayaba, cometer cotidianamente las mismas incorrecciones en el habla (verbigracia: “fanático a”, “devenido en”, “sabor de boca”, “joven de 17 años”), cepillarse los dientes con jabón, tomar café debajo de la ducha…
Z, mi colega de los años, que todo lo politiza, tiene su “pavorosa” lista particular. Le aclaro que el adjetivo acuñado es “pavoso”, pero él insiste en que son situaciones que le infunden pavor, y de ahí no hay quien lo saque. Hago una criba en su inventario, que es muy largo.
Es pavoso para Z escuchar a un ministro gordo hablar de la imposibilidad de producir más alimentos, pagar con pesos “machos” la cuenta del agro, ver el fin de semana la reposición de la Mesa Redonda, usar nasobucos con la cara de Trump, especular sobre la devaluación del peso en Varadero, a la hora del ángelus, discutir la política interna de la Yuma y no referirse a los problemas del país natal, leer la misma noticia con idéntica redacción en los tres periódicos nacionales, buscar recetas de cocina en revistas españolas, expurgar la historia de personajes incómodos…
La supersticiones, lo sabemos, inmovilizan. Muchas son manías, interpretaciones apriorísticas, como lo de la mala onda de los gatos negros, pero otras veces emanan de la correcta observación del entorno. Pienso que no habría que explicar por qué trae mala sombra pasar por debajo de una escalera que sostiene a alguien que trabaja en el tendido eléctrico.
La pava, lo tengo comprobado, no cree en aquello de poner mente positiva, ni en el manido ejemplo de la copa a medio llenar. Ocurre o no, con arreglo a una esotérica dialéctica. Y no sigo por aquí porque puede ser pavoso usar dos palabras esdrújulas en una misma oración, y mi editora anda cerca.
Pergeñada la prosa, acude el verso.
Un paseo por las transparencias de la tarde
no busco
los signos
ellos me cercan
ponen en mi mano
la pica
herrumbrosa
me recuerdan
canciones
que no
podría saber
hacen que
verse
amores
que nunca
estuvieron
entre el lecho
y mi sombra
el gato ciego
la rosa
pisoteada
una paloma
torva
en el alféizar
la pelota
que sortea
la avenida
y se detiene
junto a lo que
era hace
un instante
me piden
a gritos
que esté atento
quieren
un poco
del infinito
de la tarde
sólo un poco
para dar
de comer
a los presagios
Simplemente muy bueno.