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Bertha Caluff (Santa Clara, 1964) es de los miembros más destacados de la llamada generación poética de los 80, fértil grupo de autores que protagonizaron en su momento una renovación de la poesía cubana, y a partir de la cual realizó la antología Ellos pisan el césped (Ed. Vigía, 1988).
Estudió Filología en la Universidad de La Habana, y durante décadas se ha desempeñado como promotora cultural. Es autora de los poemarios Casa de Sabra (Ed. Vigía, 1988), Cumpleaños del pato (Ed. Vigía, 1990), Tiranía del mito (Ed. Sed de Belleza, 1994), Imagen tras la Imagen (Ed. Sed de Belleza, 2000), En las playas de todos los mundos (Ed. Vigía, 2007); El vigoroso trazado (Ed. Capiro, 2008), Últimos haikus (Ed. Matanzas, 2017) y Estadios de manzano silvestre (Ed. Unión, 2017).

¿Cuál es el origen de tu nombre?
Bertha Caluff fue el nombre que me dieron mis fervorosos padres. Bertha de Jesús, para mayor exactitud. Así mismo, con ese segundo nombre (genitivo, propiedad de Jesucristo), habían nombrado a los dos hermanos que me anteceden. Única hija, nacida al final de la vida de mi progenitora, no podía menos que llevar su nombre, ya que me trajo al mundo con enorme sacrificio, y se le fue la vida luego de eso. Es un nombre anglosajón cuyo significado me define bastante 1.
A mis lectores y alumnos me presento solamente con el primer nombre y el primer apellido. No deshonro la memoria de mi querida madre con eso, pero los dos apellidos juntos —el otro es Pagés— no me suenan para las portadas de libros; son palabras agudas y asonantes. Incluyendo en esto a “Jesús”, figúrate. No dejo de ser filóloga ni en eso.
Provienes de una familia de ascendencia árabe.
Soy nieta de un inmigrante libanés que arribó a estas tierras con el resto de la familia, de niño, buscando fortuna. Mi padre me contaba que mi abuelo se había “aplatanado” tanto, que hasta el idioma árabe olvidó, y se convirtió al cristianismo con tal de no sobresalir y abrirle paso a él en el mundo de la enseñanza, en la ciudad de Santiago de Cuba, donde las mejores escuelas estaban en poder de la Iglesia. Tuvo esa sola descendencia, a pesar del significado del apellido (“hombre pródigo en hijos”), y logró pagarle la universidad en Estados Unidos, de donde salió, en 1952, como Ingeniero Industrial.
¿Por cuáles caminos, existenciales y literarios, llegaste a la poesía? ¿A qué edad ocurrió esto?
Tengo que remitirme a mi infancia para hablar de los inicios en la literatura. No tuve una niñez fácil, y se me daba bien el español y tener libros entre las manos. Parecía normal en mi casa, donde mis mayores también los tenían, e igualmente eran aficionados a la lectura. El llanto y el dolor parecían ceder ante el mundo de los libros, las letras, los lápices y demás.
Sería que me fue absorbiendo, pero en la escuela el problema fueron los números. Todo lo tocante a calcular era una imposición ante la imaginación que me proporcionaban las letras.
Si hubo una influencia hacia la poesía, y el arte en general, me vino de mi padre. Era aficionado a escribir poesía rimada, y de verso libre también. Mi hermano Fernando, otro tanto. Perteneció al Movimiento de la Nueva Trova y a la Asociación Hermanos Saíz. Finalmente se definió por la plástica. Pero es un lector increíble, y yo le tomaba prestados los libros que traía a casa, lo mismo Dante Alighieri, los cuentos de Edgar Allan Poe que las novelas de Agatha Christie.
Crecí leyendo los tomos de El Tesoro de la Juventud, como mis cuatro hermanos menores, e infinidad de libros infantiles, cubanos y extranjeros. Mucha literatura rusa y alguna que otra pincelada de Dora Alonso, Antoniorrobles, Juan Ramón Jiménez, Julio Verne, Salgari y tantos otros. La infancia y la juventud fueron etapas de mi vida salvadas por la lectura voraz e incesante.
Mi padre fue una figura importante. Sus gustos definieron los míos, no solo en la literatura, sino también en la música. Era amigo de la pintora Sandra Agramonte, la conoció a través de su esposo, un colega suyo; recuerdo ir de pequeña a las exposiciones de ella. Esos ambientes no se me olvidaron.
Me gustaba el ballet, y mi padre lo notaba. Me llevaba al teatro La Caridad a menudo, para ver las temporadas que allí solían dar. Recuerdo vivamente el ensimismamiento que me causaban las pinturas del techo. Él me explicaba de qué trataban, pues era un hombre de una cultura integral. Pero no llegué a tiempo para ingresar en la especialidad de ballet ni tenía las condiciones requeridas. En cambio, hice un primer año de piano con tal de pasar la mayor parte del tiempo sentada en el tabloncillo extasiándome con las clases de ballet. Esto fue el colmo para el señor Caluff…
Luego, en la secundaria, estudié un poco de guitarra, influenciada por nuestro progenitor, que hacía estudios complicados en su cuarto, nunca en público. Y desde luego, por el desenfado de mi hermano, el joven trovador de casa. La guitarra siempre me ha acompañado, y la voz afinada.
Todas mis maestras me celebraban la facilidad para las letras y la lectura, así que ellas, desde el preescolar hasta el preuniversitario, fueron un aliciente importante para mi inclinación hacia la poesía. Tuve en mi poder libros de autores que no comprendía en mi juventud, como Gabriela Mistral y Sor Juana Inés de la Cruz. De ellos emanaba un misterio esencial que podía intuir a pesar de no entender; eso me iba guiando.
Los Salmos de la Biblia estuvieron desde mi niñez sonando en mis oídos, porque provengo de una familia católica que no dejó de llevarnos por el camino de la fe, el cual he continuado hasta hoy.

¿La poesía es para ti una vocación o un destino?
Poesía como vocación incuestionable, destino y tabla de salvación, al mismo tiempo. Yo solo quería estudiar Filología, los demás espacios de la boleta de solicitud de carreras universitarias que había que llenar fueron un dilema para mí. Puse lo que se me ocurrió, advirtiéndole a mi padre que no me iba a forzar a estudiar otra cosa. Era tan obvio, que la única carrera de esa especialidad que vino a mi escuela fue para mí. Filología, literatura, arte y poesía eran más o menos el mismo camino. Venía trillándolo ya.
Defino la poesía como don y destino que vienen de Dios. Atravesé terrenos difíciles para lograrlo y lo conseguí. Me sostengo de esa cuerda que me ha lanzado Dios. Era mi único destino; no la música, el ballet o la plástica.

Por lo que entiendo, has desarrollado tu obra y tu vida personal en Santa Clara, tierra pródiga en poetas de calidad. ¿Cómo era el ambiente cultural de la ciudad en tus inicios?
De mis inicios en Santa Clara a acá pasé por el fogueo de estudios finales de la carrera en la Universidad de La Habana, con profesores “monstruos”, y laborar después en Matanzas, en plazas culturales importantes como el Museo Farmacéutico Botica Francesa Triolet- Figueroa y Ediciones Vigía. Aún así, aquí me siguen subestimando, y es algo que nunca termina…
También hay cierta misoginia de base y la grupalidad a lo “piñas” de las cuales me mantengo muy al margen. Siempre hay un “pero” hacia mi persona y obra.
Nadie es profeta en su tierra; ya Cristo, mi mentor, transitó por ahí.

¿Qué echas en falta de aquel tiempo?
No echo nada de menos de mis inicios porque el tiempo no es el mismo. Si tuviéramos aquellas facilidades para viajar a la capital con poco dinero, no serían los momentos que corren. Uno tampoco tiene la juventud de forma vitalicia. Es bueno pisar la tierra de la realidad, por cruda que esta sea.
Los comienzos fueron medio hostiles y aún es así. A pesar de que ahora los funcionarios están más cercanos a los creadores que entonces; era atroz.
Comencé dentro de un taller literario que era el único en la ciudad y radicaba en la Casa de Cultura. Allí las especialistas eran licenciadas, pero ineptas.
La Generación de los 80 era un grupo machista; yo era la única mujer, o casi, de aquel grupo en la ciudad, y chocaba mucho con la oficialidad. Quien no tenía carrera de Letras quedaba al margen de la inclusión laboral en la promoción cultural. Era todo muy provinciano, y aún lo es; si no ostentas premios, viajes y copiosa bibliografía, no serán capaces de juzgar bien tu obra.

Relata brevemente tu genealogía poética. ¿De dónde vienes? ¿A que autores, nacionales o no, te sientes más cercana?
Como toda poeta de los 80, me siento muy afín a la Generación de Orígenes y a algunos otros autores cubanos, como Dulce María Loynaz y José Zacarías Tallet; supongo que por la esencialidad del verbo y la aridez de la palabra contundente, libre de subterfugios. Aunque no toda la obra de esos autores me parece legible. Excepto Lezama. De él todo me interesa. Hasta lo que puede parecer más abigarrado. No sé por qué, supongo sea el trasfondo y la fuerza misteriosa que emana.
¿Cómo sería tu vida sin el ejercicio, detección y divulgación de la poesía?
Me preguntas algo inaudito. No me imagino mi vida con la poesía como razón secundaria. Siempre habría escogido el arte, sin duda, pero el ejercicio poético es un pilar importante en mi vida, de los que me sostienen.
¿Para qué te sirve la poesía en lo personal?
La poesía es la vida, parte esencial de ella, su sustancia y esencia, profundidad a la cual no todos llegan. Me siento afortunada de haber sido dotada de ese don. Todo lo demás es ordinariez prácticamente. La poesía es esencial para vivir sin vulgaridad.
¿Aceptas que en poesía ya todo ha sido dicho? Si la respuesta fuera positiva, ¿por qué seguir “persiguiendo” el poema?
Todo tiene su diferencia. Sus matices. Aunque existen todas las formas en la naturaleza, todos los colores, la diferencia radica en el modo en que son presentados. La vocación atrae de manera inevitable, no es posible desprenderse de ella. Descarto cualquier cosa inconsustancial que se me ocurra, o demasiado negativa. No me siento todos los días a escribir, eso es forzar a las musas y ser irreverente hacia lo que ya han dicho nuestros mayores. No voy a convertirme en “fabricante” de libros de poesía, sólo para ganar concursos y dinero. Respeto mucho a la “señora” poesía.

¿Existe algún poema, tuyo o de otro autor, que hayas tomado como mantra, que te asista en momentos difíciles?
No sé. A veces pienso en algunos versos míos, y los cito en conversaciones con los demás. Como “Lloro en el hombro de Dios, / en su mano reposo mi coraza” (para argumentar la soledad profunda y real). O “Tú trazas el puente / y yo cruzo el pantano” (para resaltar la fe radical). Pero no para mis adentros, es en el diálogo con los otros, creo que quien me conoce a medias puede completar su conocimiento de mi persona leyendo mi poesía.

Cortesía de la entrevistada.
Entre tus libros, ¿cuál crees que te expresa más cabalmente? ¿En cuál de ellos piensas que has alcanzado la mayor estatura artística?
Estoy muy apegada a El vigoroso trazado. No sé si porque fue el primero que cambió mi estilo hacia el minimalismo, o porque es el primero de una trilogía. No creo tampoco que haya dominado la técnica minimalista completamente ahí. Pero marca el inicio de un estilo escritural, sin duda. Pasé de ser una persona sana a una marcada por la enfermedad.
Lo detestaba por entonces, no estaba conforme. El libro fue la prueba y el testimonio de la evolución de mi alma a través de una especie de “noche oscura del espíritu”, a lo San Juan de la Cruz. Esa etapa marcó un antes y un después en mi vida. Será por ese pequeño testimonio que me apego tanto a él. Es la prueba fehaciente de todo lo que pasé. Tal vez otros libros posteriores sean más perfectos, no sé.

Tu libro El vigoroso trazado tiene fuertes referencias bíblicas. Sin entrar en asuntos teológicos, podemos convenir que La Biblia tiene pasajes de una belleza literaria inigualable. ¿Hay algún libro o fragmento que conecte particularmente contigo?
Las referencias bíblicas de El vigoroso… tienen que ver con la situación dramática por la que atravesé en esa etapa en que estaba por primera vez sola y marcada por limitaciones físicas y mentales. Por más que quise, no pude ser ya la misma en ningún aspecto y me volví completamente hacia la fe y La Biblia.
Los pasajes de Isaías y Elías, los grandes profetas del Antiguo Testamento, me atrajeron mucho. Estaba ante mí la encrucijada del “Angosto sendero” del Evangelio y también las enseñanzas de los místicos cristianos, en los que me apoyaba. Fue una necesidad como ser humano religioso la que marcó mi escritura. No al revés.
¿Tienes una relación armónica con la ciudad de Santa Clara?
La ciudad donde nací es esta, donde vivo ahora. Como dije, me fui por cinco años a Matanzas, que me cautivó por su paisaje, sus aguas; las amistades que allí hice fueron muy importantes para mí. Fue tiempo de consolidación de mi estilo literario también. Volví por razones familiares y prácticas, no por otras. Sentí dejar todo aquello, pero había que hacerlo.
Aquí volví a retomar todo poco a poco. Pude haber nacido en cualquier otro lugar. Mis padres, de hecho, vinieron de La Habana, donde vivían por motivos laborales de él, y antes en Santiago de Cuba, de donde eran oriundos, y Holguín creo.
No me parcializo por los lugares. Y sí, aquí estoy tranquila. Pero a Santa Clara le faltan muchas cosas. Fue un lugar de paso para mi familia que luego se convirtió en definitivo. Yo fui la primera en nacer aquí.
Queda claro que te consideras una persona de fe
He nacido con ella, como el profeta Isaías, “desde el vientre de mi madre”. También él decía que su lengua era “filosa como flechas…”; eso también me caracteriza. Fe es aquello en que creemos por habérnoslo dicho otras personas. Así de sencillo.
Haber decidido seguir ese camino ha sido para mí algo muy natural. No se trata de manifestaciones externas ni grandilocuencias. Se lleva internamente y se incorpora involuntariamente. Tengo apego al “camino de seguimiento” evangélico, pasé por la prueba y necesité estar más comprometida. Acepté prepararme como Franciscana Seglar y profesé en esa orden religiosa para laicos, única en su tipo, como único y universal es y su creador, San Francisco de Asís. Desde 2002, hace 23 años. Representa un máximo compromiso de fe para mí, como debe ser. Soy de la “gente con tau 2 al cuello” y silencio por delante.
Cinco poemas de Bertha Caluff
Espejismo de la caída
¿Es que realmente
habrá caído la ciudad?.
Hacia el norte cabalguemos,
Contemplémosla desde allí.
Sea tal vez un espejismo,
Un falso presagio de muerte.
No puedo creer que sucumbirá Babilonia,
Que no quede en ella
Ni luz de lámpara,
Ni palmera
A la que recostarse.
Huyamos,
Tal vez así olvidemos
Y se disipe
El infortunio imaginario.
Volemos,
Divisemos sus torres,
Formemos un ejército para defenderla,
Si su muerte
De los vivos depende.
Ay de sus valles solazables,
De sus ríos anchurosos,
De sus magníficos campos.
Aguas clamorosas que en todas direcciones
Repartían las gracias de Ishtar.
No hubo reposo entre piedra y piedra
Levantando sus paredes.
Pero aquí nacieron nuestros hijos,
En las escasas horas de la felicidad.
¿Qué ciudad es semejante a esta gran ciudad?
Ap 18,18
¿Qué ciudad es semejante
a esta gran ciudad?
La piedra de molino ha sido arrojada.
Zozobran las barcas
Y los pescadores
Pierden sus riquezas.
En una hora han sido consumidas
tantas riquezas,
cuanto pudiéramos imaginar.
Es el fuego quien devasta,
El mismo que antes
Nos regocijara.
Llega el miedo de decir
Lo que se piensa,
Y a las palabras temo
Como a la misma muerte.
Esta ciudad parecía sin par,
Cómo hallar una semejante.
Ángel, poderoso ángel,
Castigas a la ciudad por sus hechicerías.
Y yo me duelo de mi,
Torpe, sin valor,
Cansada
De huir de los misterios.
Ni luz de lámpara
¿Cómo podrían salvarse los esposos
de no serlo más,
si está anunciada la destrucción
en la hora de la justicia?
El oro, la plata, el marfil,
Los frutos codiciados por tu alma
Que huirán en breve tiempo
Como si la culpa
Sobre sus cabezas pesara.
Nada puede brillar por su valor
Si no se salvan.
No ha quedado
Ni luz de lámpara
Que ampare la casa y la ciudad.
Esta es el precio del que funda,
De quien todo sacrifica.
Camino de Damasco
“…y Saulo consentía su muerte”
Hc 7,8
Hacia Damasco,
Saulo
Se encamina.
Distraído,
Acaso pensando.
Va a su rutina,
Saulo,
El judío,
El de Tarso
Quien hacia la ciudad cabalga
Y ya se ha olvidado.
No sabe Saulo,
PERSECUTOR,
Que no verá las puertas
De la entrada,
Sellada con escamas
Su indocilidad.
Saulo,
El que la piadosa muerte
De Esteban
Ya ha olvidado.
Con los ojos de María de Betania
“Pero solo una cosa es necesaria”
Lc 10,38
He querido amanecer
Con los ojos
De María de Betania,
Los hermosos
Que de ti
No se apartaron.
Yo te amo,
Pero a veces
Me comporto como Marta.
Quiero mirarte así:
Con los ojos simples
De María de Betania.
(De El vigoroso trazado)
Notas:
1 Bertha es nombre germánico, y significa “la brillante”. (N. del A.)
2 Es la última letra del alfabeto griego. Los cristianos primitivos la usaban como símbolo del amor de Cristo.