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De la conjunción feliz de un poema de Eliseo Diego, los vínculos emocionales y prácticos de la curadora Sabrina Fanego con el Castillo de la Real Fuerza y la amistad de un grupo de artistas, surgió la exposición Contornos militares, clausurada el domingo.
Se trató de un intento por vincular el arte contemporáneo con piezas arqueológicas, poner a dialogar discursos de la modernidad con objetos que poseen, además de su belleza intrínseca, el valor de haber sobrevivido a la corrosión del tiempo, desde la colonia hasta nuestros días.
Fanego, la curadora, relata así la génesis de la muestra y sus aspiraciones:
Contornos militares es un proyecto muy íntimo que nace de mi interés por la arqueología de Cuba y de mi amistad y colaboración con los arqueólogos y museólogos del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana. Esta relación se remonta a mi infancia y se intensificó durante el breve tiempo de servicio social en que trabajé junto a ellos en el Museo de Arqueología. Son personas muy queridas y que admiro mucho. El director de ese museo, Antonio Quevedo, también dirige el Museo de la Real Fuerza y es, gracias a él, que esta exposición fue posible.
El propósito de Contornos militares ha sido intervenir el museo, de manera que convivan arte contemporáneo y arqueología, en igualdad de condiciones. En su diversidad, el conjunto de obras dialoga (afirmando y asimilando, cuestionando y rechazando) con el guion museológico y las colecciones, con las posibilidades del espacio-castillo y también con su historia reciente, que es tangencial a la historia del arte cubano.
Estas pautas fueron las que les transmití a los artistas desde el inicio, y todas de cierta manera se lograron. No obstante, como yo me siento más artista que curadora y prefiero operar de manera intuitiva y espontánea, les di la mayor libertad posible, con lo cual varias de las propuestas y emplazamientos más interesantes nacieron de ellos. Algunas obras ya habían sido exhibidas (no obstante, encontraron novedosas irradiaciones a través de la museografía) y otras crearon algo nuevo para la expo. Este último es el caso de artistas como Orestes Hernández, larry, Lisandra Isabel García, Sergio Marrero y Orlando Hernández. Paralelamente, los objetos pertenecientes a la colección de Eliseo Diego conforman una suerte de exergo-altar cuya sustancia poética es fundamental en la sensibilidad de este proyecto.

El texto de Eliseo en cuestión es “Oda a la joven luz”, en cuyos primeros versos se lee:
En mi país la luz
es mucho más que el tiempo, se demora
con extraña delicia en los contornos
militares de todo, en las reliquias
escuetas del diluvio.
El poeta no aludía al universo castrense cuando habla de “contornos militares”, sino a la rigidez —pienso yo— que tiene forzosamente el acto de reducir a las líneas exteriores las cosas todas que nos definen y nos fijan en un contexto determinado.
De manera que el título de la muestra y el ámbito escogido —una fortaleza— conducían al visitante en un sentido muy restringido, al intentar relacionar las “herejías” de los artistas circunscritas a lo militar. Más sugerente como título me habría parecido “las reliquias escuetas del diluvio”, que alude a las diversas catástrofes que enfrenta cualquier existencia, y la más terrible de todas: la muerte pasada y la que inexorablemente vendrá.
Salvado este aspecto, cabe decir que el empeño de Sabrina lo recibo más como un gesto artístico que curatorial. Esa suerte de exposición encriptada en el museo habla de su vínculo con el espacio y con la actividad de los hombres y mujeres que colectaron las piezas que conforman la muestra permanente. Todo ello vinculado a su propio desarrollo como persona de una sensibilidad que intenta expresarse por diversos causes.
Hay humor en ciertas piezas que “se cuelan” en las vitrinas y espacios solemnes del museo, y hay deseos de hacer patente —conscientemente o no— que la legitimación del arte comienza por el propio creador, que ha de estar convencido de su necesidad de comunicación con el otro y de su sano afán de permanencia. ¿Porque qué otra cosa es el arte si no un intento de vulnerar las devastaciones del fin de la existencia?
Así el espectador podía ir de piezas como “Hermético”, de Alina Águila, abstracta, a la obra de Ponjuán, “Recuerdo de la revolución triunfante”, que consiste en uno de aquellos vasos tan populares de 1959 con las imágenes de los protagonistas —cada uno en su nivel— de la gesta que desalojó a Batista del poder; en este caso, el Che, Fidel y Urrutia, aquel político que fue presidente de la república de Cuba solo por seis meses.

Estoy citando las obras no por el orden que tenían en la muestra, sino por el que ha quedado en mi memoria.
Siguiendo la poética de dar una segunda vida a las cosas, José Mesías utiliza en “La mano de Gerardo”, objetos encontrados. En un espacio inaccesible de la fortaleza, naturalmente oscuro, una resistencia eléctrica despide luz y calor.
Por su parte, Orlando Hernández cerca con un dibujo a tizas de colores una antigua pieza de artillería (“Contraataque”), y en un ángulo de la sala, circunscrita también por el trazo del artista, coloca una caja de cartón a la que llama “Pandora”. Son dos obras en una.

Ahorro mi lectura de cada pieza, pues este siempre es un ejercicio personal. Solo diré que muchas de las obras expuestas me llevan de la mano a los temas que hoy están en discusión en nuestro atribulado presente como nación.
Darena Pedroso enmarca en los espacios que contenían calcomanías, pequeñas joyas de oro. Su obra se llama “En su lugar”. Mientras, larry —así, con minúscula— arma prácticamente un retablo titulado “El pilluelo muerto (nube de la angustia)”, en una vitrina que contine objetos de probada antigüedad, lo que produce, como mínimo, un efecto de extrañamiento. Esta no es la única obra de larry que fue exhibida, pero sí la que más llamó mi atención.
Por último, quiero señalar la presencia de Eliseo no ya como demiurgo, sino como un simple mortal juguetón. Es conocido que el inmenso poeta que fue gustaba de jugar a los soldaditos con sus dos hijos ya adultos. Reescribían la historia a golpes de dados, y hasta entonaban los himnos de cada ejército contendiente, compuestos por ellos. Era un gozo verlos jugar, momentos que que se tomaban sus roles de la única manera posible, como hacen los niños: en serio. Hay un juego de naipes que fueron del poeta, tan sensible a “los designios de la suerte” y un delicioso ¿destroyer? pintado a mano.

Me quedan piezas por nombrar, pero el espacio no da para tanto. Ya en esta columna nos hemos referido a Sabrina Fanego como una joven artista en ascenso. Ahora saludamos su aparición como curadora. De su delicada y atenta sensibilidad cabe esperar más y mayores empeños.