José A. Figueroa (La Habana, 1946) comenzó en el mundo de la fotografía por los años sesenta del pasado siglo. Entre 1964 y 1968 fue asistente en los míticos Studios Korda, creación de los amigos y colegas Luis Pierce Byers1 (Manzanillo, 1912- La Habana, 1985) y Alberto Díaz Gutiérrez, Korda (La Habana, 1928-París, 2001), que durante la década de los cincuenta estuvo a la cabeza de la fotografía publicitaria y de moda en la isla.
En 1968 se incorpora al staff de la revista Cuba Internacional, que marcó un hito en el periodismo cubano, tanto en lo gráfico como en la elaboración de contenidos. Periodistas y fotorreporteros de esa publicación recorrían durante semanas el país, a la caza de historias que mostraran el perfil humano de los cambios sociales que se iban operando. Ya desde esa época empieza a perfilarse en Figueroa lo que sería su marca de autor, un estilo donde lo testimonial se amalgama con la densidad conceptual y estética.
Camarógrafo de cine (1976-1982), corresponsal de guerra en Angola (1982-1983), a Figo se deben importantes ensayos fotográficos que fijan momentos cruciales de la historia contemporánea de Cuba y del mundo, captados en su esencia cotidiana, en ese instante fugaz antes de ser codificados como tales. Quizás su trabajo más extenso es la serie Exilio (1967-1994), que testimonia diferentes momentos de la salida individual y masiva de los cubanos rumbo a los Estados Unidos, a partir de 1959. También son notables las colecciones El camino de la Sierra; Señor, retráteme; Compatriotas; Esa bandera, y las dedicadas a la caída del Muro de Berlín (Und jetzt?, 1990) y al derrumbe de las Torres Gemelas, en Nueva York (2001).
Para la curadora Cristina Vives, su esposa y principal crítico, desde 1990 hasta la fecha la mirada introspectiva de Figueroa se centra en develar el azaroso y traumático camino que va de la utopía a la dura realidad, lo que da como resultado imágenes de gran poder de síntesis, esplendentes en su complicada sencillez.
Con obras en importantes colecciones públicas de instituciones como Casa de las Américas, Consejo Mexicano de Fotografía, Museo del Barrio de Nueva York, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Maison de la Culture, La Seine Saint-Dennis, París, Walker Art Center, Minneapolis, y el International Center of Photography ICP de Nueva York, entre otras, Figueroa ha expuesto su trabajo en innumerables muestras colectivas. De su catálogo de exhibiciones personales destacamos José A. Figueroa. Fotografien, Haus der Jungen Talente, Berlín, 1990; José A. Figueroa. Proyecto Habana, Museum der Kulturen, Basilea, 1997; Mis 60, Fototeca de Cuba, La Habana, 2006; Und jetzt?, Casa de América, Madrid, 2016; José A. Figueroa. Un autorretrato cubano, Caixa Cultural, Sao Paulo, Brasil, 2018 y José A. Figueroa: A transitional Generation, Cornell Fine Arts Museum, Rollins College, Florida, 2019.
Le he pedido a Figueroa que hurgue en su copioso archivo y nos “relate”, brevemente, cinco imágenes de distintos períodos. Aquí las ordenamos cronológicamente. Esto fue lo que nos dijo:
En los ya lejanos sesenta del siglo pasado, cuando me iniciaba como fotógrafo en los Studios Korda, Diana y Navarro eran, de entre todos los amigos, la pareja que prefería para muchas de mis fotografías. Eran años en que estaba prohibida la música cantada en inglés, constituía un pecado oír a los Beatles, y por llevar pantalones estrechos te podían meter preso. A pesar de estas circunstancias, tratábamos de estar al día con la moda y la música, y, la verdad, la pasábamos muy bien. Creo que esta imagen de Diana y Navarro recoge el espíritu de aquella época. La vida nos dio la razón, los equivocados siguen siendo “ellos”.
En abril de 1980, después de largas semanas de espera, recibí el permiso para realizar un ensayo fotográfico en el Hospital Siquiátrico de La Habana, históricamente conocido como Mazorra. Quería documentar el universo de los enfermos mentales y sus condiciones de vida en ese entorno.
Los primeros días de ese propio mes, un grupo de cubanos asaltó la Embajada de Perú en La Habana para pedir asilo: que les fue concedido. El gobierno, en represalia, retiró la guardia de esa sede diplomática, y en cuestión de días más de 10 mil cubanos entraron en ella. Luego de este suceso, se abrió el puerto del Mariel para que fueran recogidos en embarcaciones provenientes de Florida todas aquellas personas que quisieran irse del país. En pocas semanas más de 100 mil cubanos partieron hacia el norte; entonces empezaron los abominables “actos de repudio”.
Después de varias visitas, nunca más regresé a Mazorra, porque, en definitiva, los locos estaban afuera.
En cada escuela cubana, cada oficina, cada fábrica, hay un busto de Martí en yeso, y un rincón martiano. En los solares yermos se hacen jardincitos, que después no se atienden, también con un busto de Martí.
En 1988, en la Avenida Carlos III de La Habana, donde hoy está el centro comercial en MLC (Moneda Libremente Convertible), radicaba la Empresa de Medios de Enseñanza, que “fabricaba” los bustos del Apóstol. Me encontraba ahí fotografiando los juguetes didácticos que producía la instalación, cuando descubrí el almacén de bustos. Quise fotografiarlos, pero el administrador no me lo permitió; no entendía por qué estaba interesado en capturar aquella imagen, desconfiaba. Ezequiel, el diseñador de la empresa, un día que el administrador no estaba, me dejó acceder al almacén y tomé la foto. La primera copia que imprimí se la obsequié a Titón (Tomás Gutiérrez Alea), con esta dedicatoria: “En memoria de una pelea cubana contra los burócratas”.
En el otoño de 1991 visité por primera vez Estados Unidos, donde vive la mayor parte de mi familia. Estando en Miami, mi prima Ángela y su esposo Raúl -que se habían ido en los años sesenta- me invitaron a conocer, en Key West, el punto más al sur de Estados Unidos, donde comienzan las 90 millas que separan ese territorio de Cuba. Al rato de estar allí me di cuenta que mis primos estaban sentados a orillas del mar, concentrados, silenciosos, mirando al sur: a Cuba.
La llamada “crisis de los balseros” se produjo en 1994, después de que el gobierno cubano anunciara que no detendría a quienes quisieran irse por mar, por sus propios medios, rumbo a los Estados Unidos. En pocos días La Habana se llenó de fotógrafos y periodistas de todo el mundo que querían documentar aquel acontecimiento inédito. Más de 30 mil personas se echaron a navegar en cualquier cosa que flotara. Solamente fui una vez a fotografiar aquel fenómeno. Era muy doloroso para mí. Nunca sabré si ese joven con la cámara de camión, mirando al norte, a Estados Unidos, se decidió. Y si lo hizo, ¿habrá sobrevivido?
En diciembre del 2008 fui invitado por una casa editorial japonesa a participar en el proyecto fotográfico “This Day of Change. HOPE”, junto a 131 colegas de 79 países. El plan consistía en fotografiar, en el país de cada uno de los invitados, el 20 de enero del 2009, día de la toma de posesión de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos.
Esa jornada terminé mi recorrido por La Habana frente al edifico de la Oficina de Intereses, actual Embajada de los Estados Unidos. El gobierno cubano había construido frente a ese lugar la Tribuna Antimperialista —popularmente llamada “protestódromo”— con un centenar de astas de banderas para tapar la cinta lumínica instalada en el edifico que daba noticias sobre derechos humanos, libertad, etc. Ese día anunciaban al nuevo presidente Obama…para mí una Revolución.
Notas:
1 Firmaba sus fotos como Luis Korda. Autor de la famosa foto de Fidel entrando a La Habana en un vehículo, fusil al hombro, con Camilo Cienfuegos, metralleta en mano, al lado. Durante años esa imagen se le atribuyó, erróneamente, a Alberto Korda.