Parece ser definitivo. Ernesto García Peña se ha pasado al abstraccionismo. Aquel figurativo de la épica mambisa de los años 70 (exposición ¡A la carga!, Galería Habana, 1976), el pintor de las parejas danzantes en cortejo eterno de las últimas décadas, tributa ahora a un género que, si bien se prefiguraba en muchas de sus piezas anteriores —la creación de fondos, mayormente—, no había alcanzado el protagonismo pleno que encuentra en este segmento de su trabajo.
A los 76 años, nuestro artista se decide por la no figuración, un salto arriesgado para algunos; una muestra de lozanía creativa, para otros. Desde mi perspectiva, no hay arte sin riesgo. Lo que ya se sabe hacer, aun con alto grado de excelencia, deviene gesto repetitivo más que marca personal, manierismo en el sentido sicológico del término. Y el arte es lo que hay que inventar —descubrir— cada día.
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2024 es el año de la asunción plena de la abstracción lírica por parte de García Peña. Los historiadores del arte cubano del futuro rastrearán el camino que él ha transitado hasta aquí; mostrarán, como antecedentes, las soluciones amorfas de muchos fondos pictóricos resueltos con manchas que solo aluden al gozo de pintar. Su trazo suelto, su paleta apastelada, subordinada hasta este momento a los rigores de la temática, transmutan ahora en lienzos en los que lo narrado es la pintura misma, sin alusiones al mundo material. No intentan representar nada, solo ser.
De marzo del pasado año es la muestra Quitar o poner (Taller 62, Mérida, Yucatán), su primera exhibición absolutamente abstracta. En noviembre, Villa Manuela acogió Pintar al desnudo, exposición que estuvo a la vista hasta finales de enero de 2025. Dos exposiciones en un año sin duda demandan un esfuerzo notable, pero en su caso el resultado se recibe con naturalidad, pues la segunda prolonga las búsquedas y hallazgos de la primera. El laboratorio creativo de EGP está más que caldeado, y de ahí van surgiendo piezas veloces, no porque se facturen con prisa, sino porque expresan una de sus características de siempre: la intención de atrapar el movimiento. La “velocidad” con que antes se movían los cuerpos, los caballos y las frutas por sus telas y cartulinas ahora se expresa, con la misma sutileza y cuidado de siempre, en la sucesión de manchas que conforman los cuadros.
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Ernesto se aparta de la obligación de narrar y se concentra en el empeño de perfilar los detonantes de la emoción pura. Su pintura actual es distinta, pero no tanto como para que no se reconozca en ella su marca personal. Aun las piezas más desasidas de la referencialidad transcurren por el onirismo que le es peculiar, y las soluciones pictóricas —veladuras, transparencias y texturas visuales— siguen siendo las mismas. Vuelve a aflorar, en este nuevo momento, su apego al expresionismo de un Monet, artista que tiene entre sus más queridos paradigmas.
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En conversación previa a la elaboración de esta nota, García Peña me contó que la abstracción le brinda un espacio irrestricto de libertad. Y también le infunde vitalidad. Es como si extrajera del fondo del pigmento una alegría recóndita. Hay automatismo en este plazo, pero la mano, largamente entrenada, no termina de decidirse por el gestualismo. Figurativo o abstracto, EGP es un artista de la sutileza, de la observación morosa, del paladeo sensible de su circunstancia vital.
En 2014 curé una exposición bipersonal de Ernesto García Peña y Ernesto García Sánchez, su hijo (Convivencia, galería de la Aduana Vieja, Barranquilla, Colombia). Se trataba en esa ocasión de mostrar cómo dos estéticas diametralmente opuestas podían convivir armónicamente —es literal— bajo un mismo techo. García Sánchez por entonces ya era un artista entregado a la abstracción, que daba sus primeros pasos como profesional; en tanto que García Peña, figurativo, contaba con el reconocimiento de los consagrados. Parecía bastante posible que la abstracción del hijo fuera una reacción a la figuración del padre, el necesario distanciamiento generacional.
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Tras largas temporadas de permanencia en el taller de García Sánchez —hoy, a mi juicio, uno de los más importantes artistas concretos de Cuba—, el padre, por ósmosis, ha absorbido esa energía y esa aparente despreocupación de la creación que intenta no sujetarse a la tiranía de las formas reconocibles. Hay ahí un curioso y alentador caso de influencias inversas.
Pintura al desnudo, tal como leo su gesto, es creación desprovista de argumentos preconcebidos, impuestos por la tradición y por la necesidad ancestral de referir la materialidad circundante.
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Hay que saludar este nuevo momento en la larga y enjundiosa obra de García Peña, que no niega la pertinencia de todos los caminos que lo han conducido hasta aquí. La creación artística no es una meta, sino un tránsito perenne en la búsqueda del sentido trascendente de la existencia. En eso continúa él, expresando y compartiendo el éxtasis y el regocijo de ser, sin tener que andar explicándose.
Excelente comentario. Conocer las nuevas propuestas de Ernesto García Peña me reconforta. Conozco sobre sus líricas y sensuales obras de delicada factura a las que dediqué un comentario hace muchos años. El contagio ha sido de hijo a padre,. interesante.