La última exposición de Guillermo Portieles en La Habana tuvo, para mí, un sentido críptico. Encapsulando el verbo es expresión difícil. ¿Encapsulándolo en cada pieza pictórica? Quizá por ahí haya ido la intención del artista, que partió, para la creación de sus obras de proverbios que, por serlo, la tradición ha fijado a lo largo del tiempo.
Las obras estaban ahí, con gran solvencia visual, y el título de cada una proponía un acercamiento conceptual a las mismas, el ángulo de sentido desde donde “deberían” ser leídas. A mi juicio, una reducción de las posibilidades polisémicas inherentes al arte. Es evidente que Portieles no quiso que el espectador se pusiera a interpretar por su cuenta y riesgo, y así lo condujo de la mano por un camino que le depararía no pocas sorpresas agradables.
Es criterio unánime que su muestra estuvo entre los acontecimientos artísticos del año, que se trataba de la puesta al día de este pintor en plena madurez creativa con su público natural, ese con el que comparte un trayecto común, un sentir codificado por el devenir histórico y por la “riqueza” de los hablares.
He tenido la ocasión de observar el trabajo de Portieles en su casa-estudio de La Habana, conversar sobre su alquimia, sus motivaciones y el venero al cual se debe, y algunas cosas he sacado en limpio. La más importante de todas es que, exhibiendo un estilo o marca personal, ganado con trabajo a través de los años, para él el eclecticismo, más que una operatoria, es una filosofía.
Cada obra le plantea un problema, y la solución la busca donde esté, sin prejuicio, sin detenerse a calibrar la filiación estética ni la procedencia de la misma. Es Portieles un pintor que resume y contiene a varios pintores, de ahí la gratificante diversidad de sus resultados.
Esta conversación se ha ido tejiendo con los meses, en La Habana y Miami, y un poco es el resultado de la asistencia, además, a sus muestras cubanas más recientes. A saber: Existencia natural… como elefantes blancos (2017), Centro de Desarrollo de las Artes Visuales; La rueda recreada (2015), Hotel Florida, 12ma Bienal de La Habana, y Habana: enigma de las ruinas (2013), Fototeca de Cuba.
Portieles escucha más de lo que habla. Este es el resultado del intercambio.
En noviembre de 2022 inauguraste Encapsulando el verbo, una exposición, bastante exitosa por cierto, en la galería Artis, de La Habana. Algunos asitentes al evento me han escrito pidiéndome detalles sobre ti y tu obra. Podríamos empezar por presentarte. ¿Quién es Guillermo Portieles? ¿De dónde le viene la “vena” de artista?
Nací en La Habana, en 1963. Desde niño me quedaba dibujando y pintando en casa, mientras otros muchachos pasaban la mayor parte de su tiempo libre jugando en la calle. Los adultos que veían mi inclinación le sugerían a mi madre que me llevara a una escuela de arte. Y por ahí se encaminó mi vida.
Entre 1980 y 1986 asistí al Taller de Bellas Artes Eduardo Abela. En 1981, con 18 años, me gradué en un tecnológico de Ciudad Libertad en Rotulado y Diseño Interior. Justo en 1986 termino los estudios en San Alejandro. Ingreso en el Instituto Superior de Arte (ISA) y allí estoy hasta 1988. También cursé el Seminario de Serigrafía del Taller de Gráfica René Portocarrero, de La Habana, en 1990.
En la década del 90 te trasladas a la Florida. ¿Cómo ha sido tu inserción en el mundo cultural de Estados Unidos?
Al principio fue difícil, muy duro. Empezar de cero en otro país, con otra cultura y otra lengua. No me permitieron llevar conmigo ninguna obra. Tuve que adaptarme a Gringolandia… Con el tiempo logré colocarme en el gremio artístico de la ciudad de Tampa. Vinieron algunos premios y muestras personales y colectivas. Y un buen día me sentí “asimilado”. Empezaba, también, a ser de otro lugar.
En declaraciones a la prensa dejaste sentado lo siguiente: “Me expreso abiertamente, no tengo una definición de una técnica específica y uso cualquier medio siempre y cuando me satisfaga el resultado”. Cabría preguntar, ¿cuáles resultados son esos a los que aludes? ¿El valor específico de la obra por sus cualidades artísticas o la comunicación de un mensaje determinado?
No creo que se puedan separar ambas cosas. Si el resultado de la obra es estéticamente válido, se dará la comunicación con el que pueda apreciarla. Se trata del equilibrio entre lo que busco y lo que encuentro, y hacia dónde termina por inclinarse la balanza. Ahora siento que es una forma muy “fría” de referirnos a un proceso tan complejo como es el de la creación artística. No sé si notas que lo mío no son las palabras.
¿Pueden señalarse temas recurrentes en tu trabajo?
El desarraigo, la memoria, las raíces, la ciudad como ámbito existencial. Ningún árbol se sostiene si no está bien afincado en la tierra.
Eres dibujante, pintor y artista instalativo. ¿En cuál de esas tres especialidades crees que te expresas mejor?
Todas me valen para expresarme artísticamente, pero privilegio la pintura y el dibujo. En muchas ocasiones estas disciplinas se fusionan con objetos de madera, entonces surge la obra instalativa como resultado de un proceso natural. Cada pieza trae en un mismo cuerpo forma y contenido, se condicionan una a la otra, son partes indisolubles de lo mismo.
¿Quiénes son aquellos artistas que más han influido en tu peculiar manera de ver el mundo?
Desde Anish Kapoor a Francis Bacon, un montón. Incluso más.
Tu primera exposición en Cuba es de 1981, en el Tecnológico Amistad Cuba-URSS, de Ciudad Libertad, lugar donde estudiaste. ¿Cómo te sentiste en aquella ocasión?
Fue como una aventura y un reto. No tenía experiencia. Pero me divertí mucho. ¿Te parece esta respuesta una frivolidad?
Para nada. Buscar el lado alegre de cada momento es una excelente filosofía de vida.
En reiteradas ocasiones has sido profesor de arte. ¿Qué te llevó a ello, la necesidad o una real vocación por el magisterio?
Fue circunstancial. Me ofrecieron la oportunidad de dar clases, y la tomé. Creo que aprendí mucho más que lo que enseñé. Gocé la experiencia en La Habana de esos años.
Una buena parte de tu vida está relacionada con Marianao. ¿Cómo era el Marianao de tu infancia y juventud? ¿Tienes algún sentimiento especial por lugares específicos de allí?
Imagínate. Nací en Maternidad Obrera, edificio emblemático del buen art déco cubano, en el cual hay una excelente escultura del maestro Teodoro Blanco: arte del mejor en el lugar por donde aterricé en este planeta. Quizá haya sido una predestinación.
Marianao tenía los clubes de playa del litoral, tan atractivos para los niños y los jóvenes, el Coney Island, fuertes manifestaciones de la cultura popular…
Agrega que, en Marianao, hoy Municipio Playa, están el ISA y San Alejandro, dos centros donde pasé los importantes años de la formación. No puedo ser objetivo con Marianao. Mi memoria afectiva nace ligada a ese territorio.
Recientemente has establecido casa y estudio en La Habana. Compartes tu tiempo de vida y de trabajo entre Miami y la capital de Cuba. ¿Qué circunstancias te llevaron a ello?
Incluso viviendo tanto tiempo afuera, nunca dejé de pensar en Cuba. Las primeras veces tenía que venir como turista a mi propio país, luego cambiaron las leyes. Ya no nos etiquetan de traidores a los que emigramos. Siempre acaricié el sueño de poder permanecer largos períodos de tiempo, como ciudadano y artista, en el lugar por donde llegué al mundo.
¿Cómo ha sido tu relación con la crítica? ¿Crees que se ha ocupado suficientemente de tu obra?
El mundo del arte es inabarcable, un espectro amplio de teorías, tendencias, grupos de influencias, intereses creados, batallas gremiales… No me ocupo de la crítica; dedico mis neuronas a crear y existir, dos palabras que para mí dicen exactamente lo mismo. Y, créeme, no es poco el esfuerzo que pongo en ello.