Diciembre está a las puertas. El último mes del calendario gregoriano, lejos de incitar a las celebraciones centrales de la cristiandad, viene cargado de incertidumbre. Las placas tectónicas del orden mundial establecido se han desplazado, y todavía no se vislumbra cuáles serán las consecuencias de tal estremecimiento.
Por lo pronto, este 2020 va dejando muchas más amarguras que satisfacciones. La pandemia del COVID-19 se expande y se ahonda tanto que uno pudiera llegar a pensar que a la enfermedad le queda pequeño el globo terráqueo. Los números aterradores de infectados y muertos están ahí. Cuesta trabajo manejar cifras, pues estas cambian, para mal, de segundo a segundo. Los especialistas hablan de un invierno pavoroso en el hemisferio occidental, pero será un plazo igual de duro para la otra mitad del mundo, que ahora entra en los meses de verano. El ataque del SARS-COV-2 no es estacional, como la gripe. Esa y otras peculiaridades lo hacen un enemigo aún más letal.
Según el Dr. Jonathan Reiner, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad George Washington, solamente en Estados Unidos en las próximas semanas se registrarán más de 3000 muertes al día, algo cercano a las 2.8 muertes por minuto…
La carrera por las vacunas preventivas de la COVID-19, al parecer, va con buen ritmo. Varios países reportan resultados de más de un 90 % de efectividad, y el mundo mira, esperanzado, hacia candidatos vacunales como los producidos por Pfizer/BioNTech (Alemania/USA), AstraZeneca/Oxford (Inglaterra), Sinovac (China), Moderna (USA) y Gamaleya (Rusia), que fue la primera institución en registrar su producto, la Sputkik V. Por su parte, Cuba prueba en pacientes las versiones autóctonas Soberana 01 y 02, que expresan el desarrollo alcanzado por los institutos de investigación científica y la industria farmacéutica del pequeño país. Si todo marcha bien, las campañas de vacunación en varios países podrían iniciarse antes de que concluya el año, y se proyecta alcanzar para mediados del 2021 la “nueva normalidad”, cualquier cosa que ello signifique.
Vil metal
Para Cuba, que está lidiando con la pandemia de forma ejemplar, se avecinan tiempos aún más tormentosos en lo económico. El mundo entrará en recesión, y el archipiélago nuestro no podrá sustraerse a esa ola. Lo que no queda claro del todo es si la “tarea ordenamiento” —el nombre amable que se le ha dado al intento de componer una economía mal herida desde los cimientos— cae casualmente dentro de ese panorama o debe su impulso a la crisis mundial.
Las autoridades han anunciado que, después de 26 años de su puesta en circulación, se suprimirá el CUC, moneda que se pretendía con un poder de cambio por encima del dólar estadounidense. Lo incomprensible es que se vuelva a introducir en el panorama el USD, eliminado del mercado oficial desde el 2004, pues muchos de los productos deficitarios de la canasta básica solo podrán adquirirse en tiendas para moneda libremente convertible —los precios están calculados en dólares— a las que se puede acceder exclusivamente mediante tarjetas de débito cargadas con divisas, y no con el equivalente de estas en CUP. ¿Suena enredado? Es que es enredado, incluso para los que han decidido “experimentar” con esa práctica.
¿Cuándo será la reforma monetaria? ¿Cuál será la tasa cambiaria peso-dólar —el pollo del arroz con pollo en este laberinto?— ¿La reforma salarial equiparará el alza galopante de los precios? ¿Qué proporciones tendrá la inflación? ¿Podrá el Estado “topar” la cotización del dólar e impedir el desenfreno del mercado informal de divisas?
Todas esas preguntas nos las hacemos a diario. Aunque no podemos sino aventurar conjeturas, la mayoría pensamos que, a pesar de que a la larga las medidas pudieran contribuir al despegue de la economía nacional, en lo inmediato tendrán un efecto más que traumático, sobre todo para los sectores desfavorecidos de la población.
El dólar, que hasta ahora se había emparejado oficialmente con el CUC, tiene en este momento en el mercado sumergido un precio 50% superior: 1.50 CUC = 1 USD. La tendencia es al alza. Lo mismo sucede con el peso, que oficialmente equivaldría a 0.0416 USD, pero que en la calle ha descendido a 0.0166 USD, o lo que es lo mismo: un dólar representa 60 pesos.
Bienvenido, míster Biden
Las turbulentas elecciones presidenciales en los Estados Unidos nos han mantenido en vilo. De este lado del mar, las simpatías están con Biden, vicepresidente en los dos mandatos de Obama y, por ello, relacionado con los esfuerzos de distensión que este emprendiera, a partir del 17 de diciembre de 2014, para normalizar las relaciones entre ambos países.
El actual ocupante del despacho oval deshizo de un manotazo todo lo avanzado en esa dirección, y ajustó a un más el lazo que ciñe el cuello de la economía nacional. Lo que unos llaman bloqueo y otros, embargo, mírese por donde se mire, constituye un claro acto de guerra.
Desde su implementación por John F. Kennedy, en 1962, el bloqueo es una medida extraterritorial que ha pesado sobre la vida de la nación, como impedimento para el libre establecimiento de negocios con empresas de Estados Unidos y sus aliados, y como excusa para dislates económicos endógenos y para la férrea política interna de plaza sitiada.
Durante el período en que Cuba estuvo incorporada al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), entre 1972 y 1991, los efectos del bloqueo fueron atenuados. Con la abrupta disolución del campo socialista, nos vimos desprovistos de nuestros casi exclusivos socios comerciales, con una industria obsoleta, y sin liquidez para enrumbar hacia otros mercados. En 1996, Bill Clinton firmó la Ley de Libertad Cubana y Solidaridad Democrática (conocida como Ley Helms Burton), que coarta las inversiones extranjeras en el país, sobre todo si estas se operan alrededor de “propiedades confiscadas” a estadounidenses. Otra vuelta de tuerca.
En declaraciones de campaña, Biden ha manifestado que retomaría la distención con Cuba en el punto donde Obama la había dejado, para lo que tendrá que derogar las múltiples medidas hostiles que Trump ha tomado con respecto al gobierno cubano, en sus tormentosos cuatro años de reinado.
En la prensa oficial y las redes sociales se perfilan claramente dos tendencias. Por un lado, están los que creen que la nueva administración hará mucho menos agónica nuestra cotidianidad, y por el otro, los que opinan que el político demócrata no es sino una pieza más en el engranaje imperial, por antonomasia enemigo de los fundamentos que sustentan al socialismo, y que no hay que fiarse de sus buenas intenciones. Los primeros dicen de los segundos que, con su posición crítica hacia Biden, resquebrajan el necesario clima de confianza que debe acunar cualquier negociación. Los segundos opinan que los primeros son ingenuos, cuando no entreguistas, que es una fea palabra que se usa para descalificar a cualquiera que se aparta, aunque sea un centímetro, del discurso oficial. Aun así, ambos grupos coinciden en que cualquier presidente futuro de los Estados Unidos será menos nocivo que el actual.
Según unos y otros, el tema de las simpatías por Biden se plantea en términos casi excluyentes: los protagonistas de Bienvenido, Mister Marshall, aquel memorable filme de Berlanga (1953) y los que representan el cuento del gato.
El próximo 20 de enero, si antes no ocurre un cataclismo, Joe Biden, con más de 80 millones de votos a favor, asumirá el timón de la nave del norte. Su antecesor le va a dejar la pista caliente, por decir lo menos: un país absolutamente dividido, una situación sanitaria de miedo, el convencimiento para no pocos norteamericanos de que las elecciones 2020 fueron amañadas, y un Partido Republicano que va de cabeza hacia posiciones irreconciliables con la democracia representativa. No lo va a tener fácil JB, sobre todo si los demócratas no consiguen hacerse con la mayoría de los escaños del Senado.
Bravo!