Inteligencia y voluntad

De la pandemia tendremos que salir juntos. De nuestros acuciantes problemas económicos y sociales, también. Quien opina distinto o contrario al discurso oficial no tiene por qué quedar al margen, ni mucho menos ser demonizado.

Foto: Alex Fleites

Hay una escena en Thelma y Louise en que el personaje de Susan Sarandon le dice al policía que las sigue: “Bueno, no estamos en el fin del mundo, pero desde aquí se ve.” Esta frase del espléndido filme de Ridley Scott me viene una y otra vez a la mente por estos días de pandemia. Quizás no estemos asistiendo al fin del mundo, pero sí, con toda seguridad, al fin de un modo de percibirlo.

Ya lo he dicho en otra ocasión. Aquel párrafo martiano sobre el “aldeano vanidoso” que piensa que el mundo entero es su aldea no ha resistido al paso del corrector de la realidad. Efectivamente, la comarca, cualquier comarca es el mundo. O dicho de otro modo, el efecto mariposa, la sinergia, la concatenación de hechos aparentemente aislados, son de las pocas certezas que podemos esgrimir en esta etapa desolada. Debido a la globalización, lo que antes parecía vanidad es, al instante, un imperativo de supervivencia. El mundo es un único territorio indivisible.

Estos tiempos agónicos dejarán varias evidencias reveladoras. Una de ellas develará que las epidemias no andan creyendo en el grado de desarrollo económico de los países. Hacen mayores estragos no sólo donde más pobreza encuentran, sino, además, donde los sistemas de salud son menos equitativos y eficientes. Y si antes lo intuíamos, ahora lo sabemos: las malas decisiones políticas en tiempo de paz también pueden costar centenares de miles de vidas. Así es que en lo adelante debe aumentar la vigilancia ciudadana sobre los detentadores del poder, legítimos y no. No es un tema de ideologías, sino de supervivencia.

Por estos días sobre el horizonte veraniego de la Isla va perfilándose una luz. Llevamos varias jornadas con números favorables (más altas que nuevos ingresos, control y superación de episodios de contaminación autóctona…); nuestra curva de incidencias anda, incluso, por debajo del modelo pronosticado como favorable. En la población hay percepción mayoritaria de que el estado cubano está gestionando bien la crisis. Los científicos han cobrado un protagonismo inusitado; se les oye, se les atiende, se les ofrece el lógico protagonismo que la situación demanda.

Obvio que ese capital político renovado deberá ser utilizado para, una vez que pase la emergencia, atacar con decisión aquellas caducas concepciones políticas y económicas que nos tienen sumidos desde hace décadas en un empecinado estancamiento.

Muchos clamamos por la erradicación de las indisciplinas sociales que, fuerza es decirlo, no las trajo la pandemia. El desabastecimiento de víveres, la dura cotidianidad, no nos hace propiamente tolerantes ni amables. Quien debe formarse en más de una interminable cola al día para “capturar” la proteína imprescindible o los productos que contribuyan al mantenimiento de la higiene en la casa, no está para “sutilezas”. Tenemos una larga historia de colas. La diferencia es que antes perdíamos años de nuestras vidas intentando palear la escaseces, y ahora podemos perder la vida toda en una quincena a causa de no evitar esos mismos tumultos.

Si salvamos el ingente temor a morir infectados con el Covid-19, nada de lo que nos afecta por estos días es nuevo en el panorama nacional. Durante decenios y decenios hemos probado fallidos mecanismos económicos. Incluso la libreta de racionamiento, esgrimida en ocasiones como un logro de la equidad, resulta, al decir de más de un especialista, un elemento inhibidor de la producción.

En verdad quisiéramos que, tal como se han escuchado a los epidemiólogos, en lo adelante se les dé su lugar a los científicos de todas las otras ramas del saber. Ellos trabajan con los distintos ángulos de la realidad, la investigan para conocerla. Y si se conoce el escenario, entonces se puede accionar sobre él para propiciar el tan necesario desarrollo.

Se dice científicos y pocas veces se piensa en politólogos, historiadores y sociólogos. Si el agrónomo puede determinar el mejor suelo para tal cultivo, los científicos sociales están en capacidad de alertar sobre cómo se recibe el discurso oficial, ellos saben si el relato que baja verticalmente resulta creíble o es expresión de concepciones elaboradas por una burocracia que se estratifica, retarda la evolución e intenta una y otra vez la práctica aviesa de dictar normas de conducta a la realidad: gobernar a partir de lo que uno quisiera que fuera y no sobre la base de lo que es; la mejor manera de ampliar la brecha entre emisor y receptor.

El bloqueo norteamericano es un dato inobjetable. La filosofía de plaza sitiada, de guerra fría, también. Hemos sido, por temporadas, más o menos pobres. Las relaciones entre Cuba y EEUU a nivel de estado han vivido etapas malas y peores. Es algo que, parece, no está próximo a cambiar. Lo que sí puede cambiar es nuestra actitud ante los problemas que demandan soluciones creativas, flexibles y valientes. Por temor a equivocarnos no podemos incurrir eternamente en equivocaciones con las que estamos dramáticamente familiarizados.

Una rémora como Acopio, en el sector de la agricultura, aún sigue ahí, presumiendo su talante ineficiente. Al trabajador privado se le llama “cuentapropista”, que es un modo de expresar que se le ve, en el mejor de los casos, como un compañero circunstancial, siempre sospechoso. La fórmula de hacer más con menos hay que someterla a urgente análisis: si se hacía menos con más, sencillamente se estaban derrochando los recursos. Tampoco es plausible la consigna “siempre se puede más”; si esto funciona, entonces es que se ha hecho menos de lo posible; quien tenga una simple noción sobre el coeficiente de resistencia de los materiales sabe que, a partir de un punto crítico, todo colapsa, desde un cable hasta un saltador de longitud; ergo: no siempre se puede más.

De la pandemia tendremos que salir juntos. De nuestros acuciantes problemas económicos y sociales, también. Quien opina distinto o contrario al discurso oficial no tiene por qué quedar al margen, ni mucho menos ser demonizado. Los dirigentes, funcionarios y cuadros políticos son falibles, y están en la obligación de dialogar con el amplio espectro de la nación. Ni la prensa oficial ni la independiente son buenas y veraces per se. La excelencia no es exclusividad de nadie, y todos tenemos derecho a intentar alcanzarla. Nuestra Constitución, perfectible también, no debe someterse a interpretaciones sesgadas de acuerdo a los vaivenes de la política; está en juego que sea una herramienta eficaz para ejercer derechos y tributar deberes, o simple letra muerta. 

La población cubana se pregunta cuándo acabará la pandemia, pero no sólo. Quiere saber qué vendrá después, cómo saldremos adelante en medio del durísimo contexto que se avecina. Puede que las estrategias no estén aun claramente formuladas. Con más razón debemos contribuir en bloque a encontrar los derroteros que nos garanticen una vida menos sacrificada que hasta hoy. Hemos seguido día a día las estadísticas de la pandemia. Queremos continuar teniendo acceso a otras estadísticas que nos ayudan a conformarnos una opinión de cómo el estado distribuye los escasos recursos de qué dispone, y opinar sobre ello. Se ha hablado de la necesidad de terminar con el síndrome del secreto, pero es difícil lograrlo cuando el que tiene la información es, al mismo tiempo, quien debe decidir si es pertinente o no divulgarla.

Pienso que estamos unánimemente de acuerdo en que los problemas nuevos, que pueden ser los mismos de siempre en un contexto otro, no deben atacarse con soluciones viejas.

Es momento de dirimir de una forma definitiva, al menos entre los cubanos de hoy y de cualquier lugar de residencia, el viejo conflicto entre pesimismo y optimismo. Un camino certero, pienso yo, es ver la dificultad como oportunidad. Creo que el largo intento de crear un modelo propio, justo y, sobre todo, eficiente, nos pone en capacidad de decir con Gramsci: “Soy pesimista debido a mi inteligencia, pero soy optimista debido a mi voluntad.”

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