En un statement que Bonachea (Sancti Spíritus, 1977) me hizo llegar se habla en tercera persona sobre su obra. Ahí se señala la pluralidad de géneros de las artes visuales que este ejerce y de su fascinación por lo ignoto, lo desconocido, lo esotérico y lo histórico. Sus fuentes temáticas, como se pondrá de manifiesto en esta entrevista, son plurales, y la mixturas de ellas abren campo propicio a la fabulación.
El artista investiga en culturas del pasado, pero su propósito no es contar lo que ya sabemos, sino proponer un ejercicio de fabulación, un “pudo haber sido” un tanto risueño que sorprende, pero no alarma, pues sus métodos son “poéticos”. Con varios elementos conocidos, al entrecruzarlos, arma la metáfora de un mundo posible donde, estoy seguro, le gustaría habitar.
He venido a conocerlo a Mérida, Yucatán, en pleno universo maya, vórtice de una cultura sorprendente de la que aún se sabe poco y por la cual se siente incitado. Va el diálogo, comenzado en México y terminado en La Habana.
Relátanos brevemente tu paso por la Academia de Bellas Artes Oscar Fernández Morera, en Trinidad. ¿Cómo llegaste ahí? ¿Qué tal la formación recibida a ese nivel?
Ingresé en la academia de artes plásticas Oscar Fernández Morera, de Trinidad, en 1993. Estaba apasionado por las artes plásticas y veía esta escuela como el lugar al que debía pertenecer. Era un guajirito de Banao, pequeño poblado rural, a medio camino entre Sancti Spíritus y Trinidad, Sierra de El Escambray, paisaje de gran belleza. Mis padres me apoyaron en esta aventura. La academia de artes era un paraíso para mí, y no me importaba nada más que estudiar y hacerme artista.
Tenía que sobreponerme a la tremenda crisis económica conocida como Período Especial. Sumergirme de manera seria en el estudio del arte me ayudaba a abstraerme de todas las penurias. En esta escuela conocí a colegas con los que luego continué los estudios superiores, y que actualmente pertenecen a la vanguardia del arte cubano. Nunca olvidaré esa etapa, la más pura y potente de mi formación. Me abrió la mente; me enamoré también de la literatura, la historia, la vida bohemia y el misticismo esotérico, mundos completamente nuevos para mí.
Del proyecto Galería DUPP, del profesor René Francisco, se tienen referencias vagas. ¿En qué consistió la experiencia? ¿Qué significan las siglas? ¿Qué representó para ti pertenecer a ese colectivo? ¿Cómo era el modo de selección de los estudiantes?
En 1998, luego de pasar un año de servicio militar obligatorio, entro al ISA, otro de mis sueños cumplidos. Era una institución de sobrado renombre. Otra vez me vi abocado a iniciarme en un nuevo mundo, ahora en la gran ciudad, que para mí era entonces la capital, lejos de mis seres queridos, aunque acompañado, por suerte, de colegas que ya en ese entonces eran buenos amigos, y que venían también de Trinidad.
Compartir con artistas cubanos de carreras sólidas fue una inyección de energía y optimismo para seguir el camino del arte. Estoy pensando en Eduardo Ponjuán, Lázaro Saavedra y René Francisco. Ellos fueron de gran importancia para mí, específicamente la relación pedagógica y profesional que sostuve con ellos, y la incorporación a un grupo de estudiantes liderados por René, que en ese entonces formaban el proyecto colectivo galería DUPP (Desde Una Pragmática Pedagógica), que era una experiencia de vivir y hacer el arte de manera lúdica, desenfadada y con plena conciencia de la historia, el contexto y la sociedad. Cada uno de los integrantes, más que compartir el mismo año de carrera, formábamos una tribu diversa que ingresaba en DUPP por interés común antes que por obligación curricular.
Luego perteneciste al proyecto Enema, del profesor Lázaro Saavedra. Cuéntanos sobre ese colectivo. ¿Qué prácticas se llevaban a cabo allí?
Simultáneamente yo estaba participando en otras experiencias creativas. La sed de ver y saber más de lo que se hacía y vivía como arte me convirtieron en una especie de doble o triple agente. En vez de “militar” en un solo bando iba sacando lo que más me interesaba de cada experimento pedagógico del cual tuve la fortuna de participar. Uno de ellos, por múltiples razones el más intenso, fue Enema, formado por poco más de una docena de estudiantes artistas con una energía increíble y muchas ganas de divertirse aprendiendo y viviendo en el arte.
Éramos como un cuerpo multiforme, una bestia de muchas cabezas que respiraba tabaco y transpiraba alcohol, aparte de funcionar como una plataforma multimedios. Primero fue una revista, una modesta publicación donde bombardeábamos ideas de cómo ver de otra forma la enseñanza del arte, cuestionando los métodos y contenidos vigentes hasta el momento en el Instituto.
El performance, este tipo de arte que sucede en presente, de carácter efímero y sentido experiencial, fue el gran interés común en Enema. Aprendíamos performance haciéndolo, reeditando obras clásicas del género, enriqueciéndolas con el nuevo contexto y los nuevos integrantes que las reeditaban.
Aquí toca hablar de Lázaro Saavedra, nuestro profesor y amigo, que se entregó a la experiencia como uno más. Con la humildad de un monje y la sabiduría de un gran maestro, nos hacía cuestionar todo y ponía el pie forzado para subir al otro nivel.
Por último, estuviste también con Tania Bruguera en el Taller Arte de Conducta. ¿Puedes referirte a las peculiaridades de lo que se hacía allí?
Poco antes de graduarme entré a la cátedra Arte de Conducta, impartida por la artista Tania Bruguera, otra de las experiencias de andar saltando de rama en rama, de maestro en maestro, sin despreciar a ninguno, pero con el deseo de conocer otros puntos de vista sobre el mismo fenómeno, el arte de acción, de performance, conducta, o como quiera llamarlo cada uno de los que lo practica.
Esta etapa funcionó como el fin de un ciclo; ya dejaba de ser estudiante y me enfrentaba al mundo cruel del arte como un artista más, con ganas de comerme el universo. Tania ofrecía una visión madura de lo que se supone debe ser un artista, te ofrecía la visión y experiencia desde el epicentro del fenómeno, era la artista cubana del medio tal vez con más proyección internacional; nos mostraba obras y artistas que daban un impulso inspirador para seguir haciendo arte.
En 1999 expusiste con Wilfredo Prieto en la Galería Oscar Fernández Morera, de Sancti Spíritus. El título de la muestra fue Conceptualismo aditivo. ¿Sobre qué trató la exposición, y en qué consistió tu participación?
Yo estaba en segundo año del ISA, compartía con Wilfredo amistad e intereses, y decidimos hacer esta expo a cuatro manos y dos cabezas. Fue una de las muestras que más he disfrutado. Cada pieza era supuestamente pensada por una mente primitiva o naif. Nos montamos un personaje que hacía arte desde la supuesta ingenuidad y desenfado; cada obra era una experiencia divertida: objetos, pinturas, fotos, video y performance; era todo un experimento multimedios.
En el año 2000 vuelves a exhibir piezas junto con Wilfredo Prieto: Pie de Obra, Fundación Ludwig de Cuba. ¿Constituían ustedes un dúo artístico? ¿Creaban en conjunto las piezas?
En el año 2000 decidimos reeditar la experiencia de una expo bipersonal, y con el apoyo de la fundación Ludwig presentamos Pie de obra, una muestra también basada en medios diversos, pero ahora las piezas eran más inteligentes, por así decirlo. Ya la risa era más discreta y se hermanaba con el asombro, las formas se cuidaban más. En el fondo, era un conjunto de ideas compartidas a las que llegábamos, por diferentes caminos, al mismo punto final.
Desde 2008 resides en México. ¿Cómo caracterizarías tu obra hasta ese momento? ¿Qué significó para tu trabajo artístico el encuentro con la rica y variada cultura mexicana?
2008 fue un parteaguas en mi vida. Como muchos de mi generación y de los que me antecedieron, decidí emigrar, con cinco años de graduado, una carrera emergente y siendo profesor de la academia de artes San Alejandro, lugar que me ayudó a seguir estudiando y ejercitando el sentido crítico y pedagógico en el arte. No me quedó otra opción que irme sabiendo que era definitivo.
Mis deseos de poder vivir más allá de “el agua por todas partes” me llevaron, primero, a una residencia artística en el norte de Escocia; y luego de regresar a Cuba, decidí irme para México, país en el que tenía una galería que me representaba, MYTO, propiedad de Gonzalo Méndez, que ya trabajaba con varios artistas cubanos.
Llegar a Ciudad de México fue un shock, una inyección de adrenalina y una aceleración del tiempo y la mente. Me volteó el contexto, me hizo replantearme muchas filias y fobias que vivían dentro de mí sin darme cuenta. Mi obra antes de México era un accionar de gestos y momentos que provocaba sorpresas y risas sarcásticas; en cambio, mis obras de esa primera etapa en México evidenciaban un reordenamiento interno donde se analizaba una idea y objeto que desmontaba su apariencia para llevarlo hasta sus últimas consecuencias.
Apariencia perfecta fue el título de esa muestra de recién llegado a un mundo inédito para mí, donde respiraba un nuevo olor y veía una nueva realidad.
¿Cómo definir, desde el punto de vista estético, los caminos por donde discurre tu obra actual? ¿Cuáles son tus principales líneas investigativas?
Mirando en retrospectiva, comprendo mejor la dimensión del choque cultural a causa del cual mi obra cambió hacia una nueva dirección. Conocer las culturas autóctonas me enamoró de la magia y el arte antiguo. Estudiar las historias y los grandes mitos de la humanidad y fabular con ese material me permite mostrar una visión poética, lúdica y absurda del pasado; para esto empleo el dibujo, fundamentalmente, y otros medios, como la instalación, la creación de objetos o la video animación.
Mi frecuentación de esas temáticas provoca que cada proyecto surja como un hallazgo arqueológico donde se demuestra la emoción y la sorpresa del descubrimiento.
¿Podrías señalar tu genealogía artística? ¿De cuáles fuentes ha bebido con mayor delectación el artista James Bonachea?
Por mi formación profesional, nunca pequé de ingenuo a la hora de hacer arte. Estudiar la historia del arte y los artistas afines con tu pensamiento o sensibilidad te permite saber los límites y las zonas comunes en donde no se debe caer. En un inicio las influencias eran diversas, desde los artistas clásicos del performance hasta nuevos artistas —para mí— latinoamericanos que tenían un interés conceptual y disruptivo en sus obras.
Pero me ocurrió algo que no esperaba. Luego de asumir mi nueva cultura adoptiva, me interesó estudiar el arte prehispánico, desde los olmecas hasta las culturas clásicas mesoamericanas. El mundo maya, en particular, fue un emocionante descubrimiento. No solo me interesaron las culturas de este continente; puse mi mirada también en el pasado remoto, desde Mesopotamia, Egipto y Grecia, hasta ir más allá de la historia, al mundo platónico de la Atlántida y su misteriosa civilización, los anunnakis y su colonización hasta el misterioso mundo megalítico global.
Quince años viviendo en México, ¿cómo han influido en la construcción de tu identidad? ¿Te sientes vinculado aún al arte cubano?
Once de esos quince años los viví en Ciudad de México, y estos últimos cuatro, en Yucatán. Del mundo azteca al mundo maya, que, aunque son similares en muchas cosas, son paralelos y distantes en otros tantos aspectos. Me siento integrado a la cultura mexicana, enamorado de su historia, comida, costumbres y paisajes. Un país diverso donde construí mi familia y encontré y reencontré amigos. Me siento afortunado y agradecido por también ser mexicano. Como diría la gran Chavela Vargas: “Los mexicanos nacemos donde nos da la chingada gana”.
Cuba seguirá siendo mi primera patria. Es mi tierra, a la cual agradezco quien soy, mis antepasados, mi familia, mis primeros recuerdos…; allí viví treinta años marcados por una realidad compleja y difícil de la cual escapé y a la que ahora observo con tristeza desde la visión foránea.
Creo que perdí la fe en un cambio en Cuba; observo con tristeza como se van los pocos amigos que me quedaban allá, y como se deteriora el país. Es muy triste. No tengo interés por exponer en Cuba. Voy solo de visita familiar, y cada vez voy menos, pero bueno…, nunca dejaré de ser cubano, y a mis hijos trato de transmitirles un poco de ese mundo del cual ellos también tienen herencia genética.