El 23 de septiembre de 2011 ocurrió un hecho trascendente en el ámbito cultural cubano. En el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes se inauguró la exposición “Caravaggio en Cuba”, compuesta por una de las obras maestras del artista milanés, Narciso (1597-1599), y una docena de piezas de pintores asociados a él: Lionello Spada, Orazio y Artemisa Gentileschi, Giovanni Baglione, Tommaso Salini, Orazio Borgianni, Gerrit van Honthorst, Bartolomeo Manfredi, Carlo Saraceni, Ángelo Caroselli y Hendrick van Somer.
Las obras provenían de la Galería Nacional de Arte Antiguo del Palacio Barberini, la Galería Borghese, la colección Lampronti y del Convento de San Francisco en Ripa Grande, Italia. Era la primera vez que esa pieza, conocida también como “Narciso en la fuente”, viajaba a América Latina, en un periplo que llevó posteriormente al conjunto a México y Brasil.
La muestra tuvo una acogida multitudinaria, pues era la ocasión de ver a la distancia de tres palmos esa obra representativa del tenebrismo barroco, tendencia que tuvo en Caravaggio su exponente más notable.
Ignoro si Javier Barreiro (La Habana, 1986) pasó por allí; he olvidado preguntárselo. Lo cierto es que algunas de sus obras podrían emparentarse con el tenebrismo, por el acusado contraste entre luces y sombras. Esa iluminación que viene de abajo para subrayar una zona particular del cuadro, dejando el resto de la obra difuso, sumergido en una suave tiniebla, característica del tenebrismo, creo encontrarla en obras del artista cubano como Celebración artificial, El concierto y Al calor de los sueños.
Javier Barreiro, además, posee un sentido dramático que también resulta punto de contacto entre Caravaggio y él.
El cubano ha realizado doce muestras personales, todas en La Habana. Entre ellas, cabe citar: “Usando la cabeza”, Galería de arte San Miguel del Padrón (2007); “De lo abstracto a lo concreto”, Galería de arte Carmen Montilla (2017); “Entre muros”, Galería de arte Amelia Peláez (2020); “Creer o no creer”, Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño (2022), y “Espacio público”, Galería de Arte Fayad Jamís (2022).
Por considerarlo uno de los pintores cubanos más interesantes del momento, inmerso en un proceso creativo en franco ascenso, nos acercamos a él cargados de preguntas. Este es el resultado del intercambio.
¿Cómo ha sido tu trayectoria docente en el campo de las artes visuales?
Primero me gradué en la Escuela de Instructores de Arte, en La Habana. Debe haber sido por 2004 o 2005. Allí tuve un profesor clave: Francisco Javier Arteaga. Fue el Félix Varela de los que coincidimos en ese tiempo. Un tipo que nos ponía en situación, que nos obligó a pensar y nos desprejuició de tantos tabúes estudiantiles. Un mal día lo botaron de la escuela, pues no encajaba allí. Pero seguí yendo a su casa, y para siempre mantuvimos muy buena relación.
En todo aquello me acompañó el artista Adonis Muiño, uno de los grandes amigos que hice en la escuela y con el que tenía una conexión especial que ha durado hasta hoy. Tengo otros amigos de entonces que hoy son órganos vitales para mí. Pero Adonis es quien me escribe “esa pincha no me juega”, cuando publico algo o ve que estoy haciendo una pieza floja. Nos hablamos mucho de lo que hacemos, nos criticamos. Es muy importante tener a alguien que sabe decirte las cosas como son.
Luego ingresé en la Universidad de La Habana para cursar Comunicación Social, una carrera que, antes de comenzar a estudiarla, sabía que jamás iba a ejercer. No tengo aptitudes para ello. Era el tiempo de la llamada “universalización”, en que entrabas a la universidad sin hacer pruebas; y claro, no te iban a ofrecer carreras de puntería, sino las que nadie quería o tenían poco campo en Cuba.
Mi esperanza era que entre las “ofertas” estuviera Historia del Arte, que estaba relacionada con nuestro perfil. Mas no vino en el paquete. Solo se ofrecía Licenciatura en Instructores de Arte, como lo más cercano. Pero era demasiado “cercano” para mi gusto. Los instructores de arte tenían mala fama y me quería quitar un poco ese estigma de encima. El proyecto de los instructores de arte fue una buena idea; pero muy mal llevada a cabo.
Lo único que se me parecía un poco a lo que quería, al menos como algo complementario, era la carrera de Comunicación Social. Luego, de viejo, ingresé en la Academia de Bellas Artes San Alejandro.
Lo demás lo aprendí a los cocotazos y botando lienzos.
¿Quién es Javier Barreiro? ¿De dónde viene su pintura? ¿Hacia dónde intenta encaminar su obra?
A veces no sé muy bien quién es. Esa es la verdad. Y me gusta. Sí puedo decir con certeza cómo quisiera que fuera Javier Barreiro: alguien que quiere hacer pensar a los demás sobre nuestro tiempo y nuestra especie, y que lo único que es capaz es de hacer para lograrlo es pintar.
De niño viví en San Miguel del Padrón, medio al que me costaba adaptarme por su naturaleza hostil. Entender mi alrededor e involucrarme era complicado. Aunque siempre ha sido para mí un problema socializar en cualquier contexto.
El dibujo, las historietas, la pintura, fueron un refugio muy efectivo y una especie de terapia reflexiva. Uno va madurando, y al dedicarse profesionalmente al arte, aprende a manejar la creatividad y el oficio. Pero, en esencia, el arte continúa siendo para mí esa suerte de refugio, armado ahora. Pero no quiere decir que tenga control de hacia dónde quiero encaminar mi obra.
Tus cuadros, más que sugerentes, no se detienen en el mero hecho representacional. Aspiran a narrar algo. ¿Te consideras, además, un contador de historias?
De niño me fascinaban los Palante, las tiras cómicas, y trataba de imitarlas y hacer mis propios cómics. Luego, como dije, estudié seis años Comunicación Social. Quizá por eso concibo mi trabajo como una historieta, como una viñeta. Me he ido dando cuenta con el tiempo. O sea, que es algo prácticamente inconsciente. Eso me convierte en un contador de historias. Decir algo, aludir a una idea o a una sensación, es para mí lo primero.
Tu obra tiene una profunda vocación cívica y beligerante. ¿Contra qué luchas como ciudadano y como artista? ¿Pueden separarse ambos planos de tu identidad?
Dijo el escultor Henry Moore: “El arte es una forma de vida”. Esta idea, que me convence muchísimo, aclara el hecho de que los artistas somos personas tan comunes como cualquier otro ciudadano, somos parte de un fenómeno social, y más en Cuba.
Me resulta hasta un poco contradictorio que las personas me identifiquen como artista, porque uno queda como aislado de la realidad.
Por muy subjetivo que pueda ser, el arte se alimenta de la vida real. Y nuestra vida real, a la cual pertenezco, más conflictiva no puede ser. De modo que mi trabajo es, cuando menos, una provocación. Es una manifestación en contra de todo aquello que nos impida cuestionarnos nuestro entorno, y un reflejo de esos conflictos.
El concepto de belleza es más que discutible. En última instancia es una construcción social condicionada por siglos de devenir. Tus obras participan de una peculiar belleza, la de lo terrible. ¿Es algo conceptualmente elaborado o se da sin más?
Creo que no puedo evitarlo, por más problemas comerciales que me trae. Dentro del miedo hay cierta belleza que me absorbe.
De igual modo, pienso que es muy difícil hoy hablar de belleza. Esa belleza de lo terrible sería quizá un código que me conecta con determinado público interesado en consumir un arte que lo interrogue, que vaya más allá de colgar un cuadro en la pared.
Por otra parte, considero que el color tiene una importancia primordial en ello. Eso lo estudio bien antes de hacer una obra. Paso largo rato preparando el color antes de empezar. Muchas veces abandono ideas porque simplemente no logro descifrar una clave cromática adecuada. Es en este punto en el que ese tenebrismo comienza a ser algo más pensado, más elaborado.
¿Cómo surge, en tu caso, una obra? ¿Bocetas? ¿Vas al lienzo con una idea general de lo que intentarás conseguir? ¿Aprovechas los accidentes que ocurren en el camino de la gestación pictórica: manchas, pinceladas que se escapan, zonas “emborronadas”?
Surge igual que aparece un tema de conversación. Ves una imagen o una escena, oyes una frase, sucede algo. Lo más ingenuo del mundo puede aportar un contenido interesante y contundente. El proceso creativo es un misterio que nunca podrá ser desentrañado; no se desarrolla siempre de la misma manera.
Sucede todo aquello que has mencionado y más. Por ejemplo, he comenzado a tapar un trabajo y a mitad de borronazos paro, pues he descubierto que lo he arreglado. Trabajando se me ocurren ideas también. Puede pasar de todo.
No obstante, acudo a determinados procedimientos que me dan seguridad conceptual y formal. Me gusta ir al lienzo con las ideas claras, lo cual no quiere decir que siempre lo haga. Por lo general hay que resolver problemas en el camino, aprovechar accidentes (o provocarlos), dejar zonas a medio hacer, pero aún así todo puede ser un fracaso. Todo esto convierte el proceso en algo fascinante, al punto de que cuando termino una obra, es algo así como el fin de la fiesta.
Fernando de Szyszlo, el inmenso pintor peruano, dijo en una ocasión, palabras más o menos, que toda obra de arte es un asesinato. Se refería al inmenso abismo que se abre entre las ensoñaciones del artista y lo que al final éste logra plasmar. ¿Qué piensas de su afirmación? ¿Te ha sucedido que una obra tuya que sientes que no llegó a rozar siquiera lo entrevisto, logra gran aceptación por parte de colegas y amigos?
Creo que mis mensajes llegan. De cualquier forma, son abiertos, la gente al final los adapta a su realidad, y eso es lo que busco. Me funciona mucho también que de pronto la gente intérprete cosas que yo no pretendía decir. El arte no es para leer. Por tanto, me siento muy incómodo cuando tengo que explicar mi trabajo. Ese sería el asesinato en mi caso: ser traductor de mi propia obra.
¿Para qué explicar con palabras algo que concebí en otro idioma? Para eso dejo de pintar y me dedico a escribir o hacer monólogos en YouTube. No demerito estas prácticas, soy consumidor de literatura, aunque no de YouTube. Simplemente no son mi idioma, mi lenguaje es la pintura, el dibujo, y que los traductores sean otros. El misterio de una imagen da riqueza a lo que te puede hacer sentir una obra, develarlo no te resuelve ningún problema de interpretación, aunque esto pueda parecer contradictorio.
¿Puede trazar tu genealogía dentro del arte cubano? ¿De cuáles artistas te sientes más cercanos? ¿A cuáles admiras particularmente, aunque no hayan dejado trazas en tu obra?
Varios artistas me hacen preguntarme qué estoy haciendo ahora, en pleno siglo XXI, como Fidelio Ponce de León, Wifredo Lam, Servando Cabrera y Antonia Eiriz. Esta última, una plataforma fundamental en mi trabajo.
Pero hay algunos artistas vivos que, digamos, me han abierto las entendederas con su obra. Lázaro Saavedra, con su lenguaje apoyado en el cómic; Pedro Pablo Oliva, con sus personajes oníricos y caricaturescos llevados a la pintura, y Rafael Zarza, con su potente lenguaje gráfico.
¿Cuáles son tus paradigmas dentro del arte internacional de todos los tiempos?
Goya. Hay otros, como Daumier, Francis Bacon, Frida Kahlo, Ilya Repin… Los estudio a cada rato. Pero es Goya, sin duda, ese paradigma.
¿Por qué pintas? ¿Consideras que el arte es una fatalidad, algo que va a darse o no inexorablemente?
No me lo he preguntado mucho. No sé hacer nada más. Quizá sea por eso. El arte no resuelve ningún problema práctico de la vida. Es una necesidad, sin embargo. Una necesidad espiritual que cada cual satisface a su manera. Pero también es una necesidad espiritual que se educa.
Me resulta complicado hacer estas definiciones. Yo solo soy parte del juego, no soy árbitro. Igual, de tanto jugar uno hace arbitraje sin percatarse.
Pinto porque me gusta, porque me estreso si paso muchos días sin entrar a mi estudio. Es mi forma de vida, mi forma de socializar, mi forma de pensar también. A veces es de lo único que hablo, y eso influye en mi vida personal, pues descubro constantemente que no me interesa nada más. Es como una burbuja de la que me cuesta salir, y me trae problemas. Mis trabajos solo son un resultado inevitable, y en ese sentido, fatal.
¿Te consideras artista? ¿Desde cuándo? ¿Tienes una definición de artista?
Va a parecer que me contradigo. Creo que soy artista. Y peor aún, siempre me lo he creído. Y entre más me descubro como tal, más crisis existenciales me surgen. El artista es una suerte de persona con una condición especial que encontró una manera de funcionar en algo que le apasiona. Se dice hoy que todo el mundo puede ser artista, y esa frase se presta para hacer falsas definiciones si no se completa: todo el mundo puede ser artista, pero no todo el mundo lo es.