“La poesía, allá afuera, retándonos”

Diálogo con Alfredo Zaldívar, director de Ediciones Matanzas

“Si no supiera que Matanzas está en el mundo, que es parte de él y que yo quiero editar y escribir para ese mundo desde este punto, estaría perdido. No escribo ni edito para un lector matancero. Tampoco edito solo a matanceros, pues el lector de cualquier provincia no solo quiere conocer a los escritores coterráneos. Lo provinciano son esas reducciones que a veces se han hecho orientaciones, como lo de publicar exclusivamente autores de tu provincia…”

Solo por haber fundado Ediciones Vigía, en 1985, Alfredo Zaldívar ya tiene un puesto asegurado en la historia de la cultura cubana. Pero también es un fino poeta, un ensayista ameno y un editor de excelente gusto.

Hace treinta y cinco años, en la plaza matancera del mismo nombre, un grupo de alucinados ocuparon un caserón colonial para producir raras joyas bibliográficas, hechas con materiales modestos, en ocasiones reciclados, pero también con rigor y hambre de belleza. Como antecedentes, Vigía tiene las ediciones de La Tertulia, que por los años 60 creara y alentara Fayad Jamís, otro hacedor de milagros, y el movimiento de editoriales cartoneras, aún existentes en América Latina como un reducto contracultural.

Vigía atraviesa los oscuros años del Periodo Especial, y aún hoy, bajo otra dirección, sigue fiel a los presupuestos iniciales: dar a conocer lo mejor de la literatura nacional y universal en volúmenes de diversos formatos, con tiradas pequeñas, iluminados y cocidos a mano. La calidad de los textos, el cuidado de la edición y el alcance estético del objeto conseguido hacen cada uno de sus títulos apetecibles presas para lectores, bibliófilos y críticos.

Zaldívar es holguinero de nacimiento y matancero por apasionada elección. En esta provincia vive desde la adolescencia. Aquí ha crecido como hombre y artista, si es que ambos estamentos pudieran separarse. En el 2012 le fue conferido el Premio Nacional de Edición, que reconoce la obra de toda la vida. Desde el 2006 dirige Ediciones Matanzas, una de las principales editoriales del país. 

Alfredo Zaldívar ya tiene un puesto asegurado en la historia de la cultura cubana.

¿Te encontraste en la edición o la edición te encontró a ti?

Creo que la edición y yo nos encontramos mutuamente. La poesía me llevó a la edición. Asumí como propia aquella máxima de Labrador Ruiz: “Hay que publicar a toda costa”. Antes de atreverme a enseñarle a alguien un poema, ya había hecho un par de revisticas en el Instituto “Álvaro Reinoso”, que eran el “órgano” de nuestro taller literario estudiantil. Una se llamó Al margen de mis libros de estudios, título guilleniano; la otra, Deletreando. Ambas, muy efímeras. Ni siquiera yo las conservo.  

A finales de 1984 me veo al frente de la Casa del Escritor, que había abierto hacía más de seis meses, pero donde no pasaba nada. Entonces tomamos ese espacio casi por asalto. Estaba claro de que la literatura no vive sin el impreso, y lo que teníamos a mano (aunque no en nuestro poder) era un mimeógrafo, una máquina de escribir, esténciles y papeles pobres (gaceta y de estraza). Y con eso empezamos a producir sueltos, pergaminos, plaquettes y hasta libros de cierto volumen, muy artesanales, tratando de no hacer una caricatura del libro industrial, alejándonos cada vez más de las máquinas, haciendo un libro cada vez más humano, más cercano al hombre.

En lo estrictamente editorial era neófito, no sabía nada de normas editoriales, pero sí era un lector atento y constante. Nuestras normas eran los libros hechos por grandes editores; bebíamos de ese saber, de la tradición de los maestros impresores. Éramos amantes del libro como objeto, sentíamos el regusto por el libro artístico. Teníamos el peso de ese portento de modernidad que fue La Aurora de Matanzas. Aprendimos sobre la marcha. Publicamos a noveles y consagrados. Aunque la poesía fue el más asiduo, trabajamos todos los géneros. Tuvimos los consejos de Fayad y Eliseo muy tempranamente. Los poetas de los ochenta eran presencia reiterada. Venían de toda la isla y se nos unían para trabajar en sus libros y en los de otros. Llegaban todo tipo de materiales. También desde el extranjero.

En mi concepto, el editor es promotor, gestor, estratega y literato. No necesariamente un escritor. No necesariamente un artista. Pero si debe ser alguien con una sutil intuición y una sensibilidad especial. Un creador crítico, riguroso y constante. Y algo esencial, con vocación de servicio, de facilitador. Alguien a quien no le afecte el anonimato que signa a esta profesión.   

Aunque enaltezco mi estancia en Vigía, creo que aquel fue mi ensayo. Ediciones Matanzas es la puesta en escena.        

¿Cómo se llevan el escritor y el editor en ti?

A pesar de que parecen —quizás lo sean— profesiones muy afines, para mí están bien encontradas. Yo hablaría de escritor contra editor. Y viceversa. Muchas veces uno se enfrenta al otro, lo suplanta. En ocasiones es terrible: escribo editándome y eso me hace torpe. También sucede que el escritor quiere meterse demasiado en el libro del otro, y eso es un grave error del editor. El editor que soy conspira contra el lector. Debo leer manuscritos que no me interesan, y relegar las lecturas que necesito y disfruto. Estuve un breve tiempo sin editar y me salieron tres o cuatro libros. El tiempo del escritor es absorbido por el editor. Pero todo esto es algo que se asume con naturalidad.

Aprendo editando libros. Editar a Fina, a Retamar, a Antón Arrufat han sido mis mejores lecciones. También los jóvenes enseñan.     

¿Qué es el Sistema de Ediciones Territoriales?

El SET surgió hace veinte años. Al principio era un proyecto para que publicaran aquellos escritores que no podían llegar a las llamadas “editoriales nacionales”. Se crearon en todas las provincias. Algunas ya tenían una tradición. Otras empezaban de cero. Y aunque muchas de estas ediciones no sirvieron más que para consentir la vanidad municipal, pronto esos preceptos se fueron subvirtiendo, y hoy algunas de estas editoriales están a la vanguardia del campo editorial cubano. No podía ser de otra forma, porque pensar en un escritor menor, en un libro menor, destinado a un lector menor no tiene nada que ver con el proyecto social que pretendemos. Se han formado sobre la marcha buenos editores, diseñadores, gestores editoriales. Hoy no me imagino el mundo editorial cubano sin la revolución que representó este movimiento. Claro que nos falta mucho para ser eficaces, desde lo material hasta el rigor. Pero se hacen esfuerzos en ambos campos, y seguimos.

¿Cuáles rasgos distinguirían a la Ediciones Matanzas de sus iguales del resto del país?

Es la más antigua de las editoriales territoriales. Cumplió ya 42 años, y eso pesa. Ha tenido una existencia muy sinuosa. Creo que su estabilidad en los últimos tiempos se debe a que han coincidido allí un grupo de artistas y creadores que aman el libro y la literatura. Casi todos son escritores reconocidos o profesores de larga data, artistas con una obra. Se trabaja con rigor. Creemos en el arte del libro. El diseño, la ilustración, la diagramación son cuidados. Los encuadernadores trabajan con igual responsabilidad en nuestro pequeño taller. Nos estimula que muchos autores, no solo cubanos, quieren publicar en Ediciones Matanzas. Hay un comité de lectores exigente. Creo que nos caracteriza a todos el orgullo profesional. Hay otras editoriales que trabajan con igual tenacidad. Creo que todo proyecto artístico —y una editorial lo es—, personal o colectivo, aspira a hacerse de una poética. Eso es lo que intenta Ediciones Matanzas.  

¿Del importante catálogo de EM, puedes citar cinco títulos prominentes?

Los cinco títulos pudieran ser (hay muchos otros):

Autobiografía de Juan Francisco Manzano. Allí aparecen los facsímiles del manuscrito; además del extraordinario trabajo investigativo del brasileño Alex Castro, cuenta con el necesario prólogo de Urbano Martínez, y también la importante iconografía.

La novela de mi vida, de Leonardo Padura. Su lectura de la impronta de Heredia en la historia de Cuba, la presencia de Matanzas en su vida. Para mí, la mejor novela de Padura.

Domingo del Monte y su tiempo, de Urbano Martínez Carmenate. Más que una biografía del controvertido intelectual, es una profunda indagación en el nacimiento de lo cubano.

Otro retorno al país natal, de Laura Ruiz. Poesía visceral, de autodefinición, revelaciones y fundamentos esenciales del ser. Poesía “sin poesía”, descarnada y, a la vez, plena. 

Cepos de la memoria, impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano, de Zuleica Romay, que alcanzó el premio de la Academia Cubana de la Lengua.

Leonardo Padura: con Cuba y con mi lengua a cuestas…

¿Cuántos Premios de la Crítica han recibido volúmenes de este sello?

Quince. Es la única entidad del Sistema de Ediciones Territoriales que tiene ese palmarés.  

¿Cuál es el título que más placer te ha dado editar?

Cambiar el mundo, mis años en Cuba, de Margaret Randall. Un hermoso testimonio de los primeros años de la Revolución, desde la perspectiva de una mujer apasionada y objetiva que mira el pasado, lo ama y lo cuestiona con la misma intensidad, desde la madurez artística y política. Aprendí tanto de ese gran ser humano que no me alcanzará la vida para agradecerle.

Esto, en Ediciones Matanzas; porque en Vigía no sabría escoger entre Créditos de Charlot, de Fina; Réplicas, de José Kozer, o mi antología de Gastón Baquero, Testamento del pez, su primera publicación en Cuba desde 1942.

¿Y el que más te ha hecho sudar?

La compilación de textos sobre mi queridísimo Antón Arrufat, En boca de otros, testigos /cómplices/ antagonistas, de Cira Romero. Contiene textos de autores muy distintos y distantes, algunos muy impresionistas, otros muy académicos. Unos muy actuales y otros con más de sesenta años de escritos. Trabajo gratísimo al que me entregué con rigor, in extenso. Todavía no se ha publicado. Espero salir airoso o descalabrarme frente a Antón. Ya sabremos.  

¿Tienes una fórmula personal para el trato con los autores?

Cada autor, ya lo sabemos, es un mundo, solo que algunos son “más mundos” que otros. Lo más placentero en mi vida editorial, aunque con susto, fue tratar a los grandes: Fina, Cintio, Dulce María, Eliseo, Retamar.

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Pero no todo habrá sido sobre un lecho de rosas

¡Qué va! Cierta artista notabilísima, que no es ni será jamás escritora, consiguió, mediante su merecido prestigio, que su aniversario 70 se lo celebraran con la publicación de sus memorias. Podían haberle hecho un documental, un programa de TV, toda una gala o una obra de teatro sobre su vida, pero no, ella quería sus memorias. Y las autoridades la complacieron. Para más suerte, ella dijo, señalándome: quiero que él, que es el mejor, sea mi editor. A toda sugerencia amorosa que yo le hacía sobre su “escritura”, ella me espetaba: es mi estilo, maestro, es mi estilo, déjelo así. Nunca supe desfacer tal entuerto. Para más desgracia, a la hora de imprimir el libro alguien se equivocó y mandó a los talleres una versión no corregida. Hubo que ponerle una larga fe de erratas. Un libro maldito. El peor que he editado en mi vida. Me juré que jamás aceptaría de nuevo una empresa así.

Hay con Fayad una anécdota que no tiene desperdicio. El gran poeta, el gran artista, el padre de la plaquette en Cuba, me había propuesto hacer una edición de sus poemas en Vigía. Yo, casi temblando, le digo: maestro, me gustaría que fueran poemas inéditos. Él, con esa parsimonia que lo caracterizaba, me clavó los ojos y me dijo: Yo no escribo poemas inéditos. Quise que la tierra me tragara. Tardé en darme cuenta de que no existen poemas inéditos, que uno escribe sobre una tradición, que la tan citada página en blanco ya trae toda una historia anterior. 

¿Cómo se decide en EM la publicación de un título?

Los libros se reciben cada año en el mes de marzo, del 1 al 30. Se exige un ejemplar manuscrito. Un comité de lectores anónimo, en cada género, compuesto por 3 o 5 miembros, valora los inéditos. Con los resultados de esos avales editoriales se conforma el plan. Los dictámenes suelen ser muy rigurosos. Esa propuesta se lleva al Consejo Editorial Provincial y es allí donde se discute finalmente y aprueba el plan que se propondrá al Instituto del Libro. Se tiene en cuenta el balance de géneros, que haya presencia de autores inéditos, de la diáspora, de la literatura universal, clásicos cubanos. Prima la calidad del texto por sobre cualquier otro criterio. Tampoco estamos sentados esperando inéditos. Muchos los solicitamos directamente. Una gran cantidad de los mejores libros “llegan solos”. Cada vez son más los que desean confiarnos sus manuscritos.

¿Cuál es el momento más difícil para un editor?

En mi caso, cuando voy a entregar el libro a la imprenta. Tiemblo ante ese acto. Siempre pueden irse erratas y errores. Puede haber tropiezos en el proceso… Ese momento es agónico para mí.

¿Trabajar en provincia es una limitación?

La limitación no es trabajar en la provincia, es el provincianismo. Si no supiera que Matanzas está en el mundo, que es parte de él y que yo quiero editar y escribir para ese mundo desde este punto del mapa, estaría perdido. No escribo ni edito para un lector matancero. Tampoco edito solo a matanceros, pues el lector de cualquier provincia no solo quiere conocer a los escritores coterráneos. Lo provinciano son esas reducciones que a veces se han hecho orientaciones, como lo de publicar exclusivamente autores de tu provincia, o de que haya presencia de cada municipio en tu catálogo, aun cuando en ese territorio no exista un buen escritor, un libro valioso. Por suerte, esas ideas no prevalecen. También lo provinciano es, y mucho, creer que tu provincia es la mejor, que tiene los mejores escritores y publica los mejores libros. Que el mundo gira alrededor de ti.

Me gusta la provincia, trabajar desde ella. Proyectarlo todo desde mi lugar en el mundo. Te repito: en el mundo.

¿Qué tal si anunciamos los títulos más atractivos que cabría esperar para un futuro próximo?

Los Beat: una poética de la rebelión, antología de Margaret Randall con traducción de Edelmis Anoceto; El enigma de los módulos, del escritor chileno Eduardo Labarca; Nada más que perder, del poeta palestino Najwan Darwish; Del silencio al grito, de Adelaida de Juan; Un cuento de negros y blancos, de Reynaldo González. Hay más. Dejémoslo aquí.

¿La poesía es una secreción del alma, un prisma, un ejercicio del desgarramiento, palos de ciego iluminado?

Creo que todo eso y también nada. Algo inasible y, a la vez, el único bien espiritual que se materializa, se corporiza. Poesía no eres tú y mucho menos yo, pero es nosotros. Si pudiéramos atrapar el hecho poético, entonces no trataríamos de traducir sus imágenes con palabras y sonidos. Lo mejor es que hay miles de intentos de definirlas, tantos como poetas, tantos como personas, y como no logramos tal definición, ella sigue ahí afuera, retándonos.

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