Leidy se deja entrevistar. Responde rápido, con precisión y un dejo entre divertido y reflexivo. Casi no aporta datos sobre su vida; en cambio, nos provee de la lista detallada de los libros publicados, donde abundan los reconocimientos. A saber, los premios nacionales Hermanos Loynaz, Fundación de la Ciudad de Santa Clara, Eliseo Diego, Fundación de la Ciudad Fernandina de Jagua, Calendario, Ismaelillo y Reina del Mar. En 2023 se alzó con el premio regional El barco de vapor caribe, conferido por su novela Faruk y la cabra (Editorial SM Puerto Rico, 2023).
Parece que Leidy piensa que la biografía de los escritores son sus libros. La biografía recóndita, diría yo, la prueba de la existencia de ese estado de suspensión emocional que tan bien perfiló Eliseo Diego cuando escribió, palabras más o menos: “No podría decirles esta fue mi vida, y esto ha sido un sueño”.
Naciste en Vueltas (1988) y vives desde los 23 años en Santa Clara. ¿Cuáles sucesos de tu infancia pueden haber decidido tu vocación de escritora? ¿Alguna persona en esa etapa tuvo sobre ti una influencia positiva en lo que sería tu destino literario?
De niña me gustaban los deportes más que cualquier otra cosa. Leer era algo que hacía, pero no a diario. Mi primer vínculo con la literatura fue a través de la décima (oral y escrita). Mi abuelo paterno era un decimista a tiempo completo; uno de sus hijos le seguía la rima (superándolo con creces)… y esa otra manera de contar el mundo me interesaba muchísimo más que enfrentarme al texto. Y, como has de suponer, fue ese abuelo quien me llevó a mirar los libros desde la calma, a tomarme mi tiempo con ellos, a devolverlos a su sitio si no me interesaban o a obsesionarme con algunos que no tenían mucho que ver con la infancia. Por eso me aprendí varios sonetos de Sor Juana, amé un libro que tenía un título parecido a Curso de Literatura para Obreros Calificados, y releía las décimas de Chanito Isidrón entendiendo todos y cada uno de sus dobleces. Fue mi abuelo quien me animó luego a acompañarlo en plan cómplice a los talleres literarios y, cuando viví esa experiencia de que lo que creaba era analizado, Aries al fin, me propuse que tenía que escribir cosas grandiosas… (Aquí va risa).
¿Fuiste consumidora de literatura infantil y juvenil cuando eras exclusivamente lectora?
Además de La flauta de chocolate, Oros Viejos y dos libros de la antigua URSS: Toc-Toc-Toc y Las Aventuras de Lápiz y Tornituerqui, no tuve mucho contacto con la literatura infantil y juvenil en mi infancia y adolescencia. Ismaelillo y La Edad de Oro eran lecturas casi obligatorias y, quizá por eso, no me despertaron entusiasmo.
Realmente empecé a consumir este tipo de literatura a partir de los 23 años, cuando escribir se volvió mi prioridad. Y aunque va a sonar contradictorio, como autora me alegro de que haya sucedido así.
Estudiaste Licenciatura en Farmacia en la Universidad Marta Abreu, de Villa Clara; pero, según tus palabras, trabajaste poco en esa profesión. Luego, continúo citándote, has “ido rodando”. Cuántas vueltas ha dado la muchacha de Vueltas hasta acercarse a un perfil laboral que se ajuste a sus intereses artísticos. ¿Lo has encontrado finalmente?
Trabajé poco de farmacéutica porque lo que me entusiasma de esa profesión es tener mi propio dispensario, hacer mis cremas, jabones, mentoles, y como es inviable en el contexto actual del país, pues no me desgastaría en otra rama de la especialidad. No obstante, el deseo sigue, el título está bien ganado y nada es para siempre.
He vendido café de madrugada (agotador, pero dejaba mil historias), llevado las cuentas del bar de una amiga poeta (fuimos a la quiebra), hice mensajería en moto (descubrí la ciudad), trabajé en editoriales (quiero la mía), actualmente tengo un taller literario para niños (son unos cracks) y una heladería (que provee el sustento diario).
El taller lo imparto en una escuela primaria. Forma parte de mi trabajo como especialista literaria en la Casa de Cultura de Santa Clara. Trato de que el grupo de niños, no más de diez, se familiarice con la literatura infantil a través de la lectura. Algunos también escriben y los ayudo a limpiar y a mejorar sus textos. Con otros solo puedo ser espectadora porque dibujan y escriben mangas coreanos.
Y la experiencia gastronómica ha venido a la fuerza. En medio de una crisis financiera brutal, tras el paso de la pandemia, mi pareja y yo decidimos abrir una ventana de la casa que da a la acera y vender café. Comenzamos con un humilde termo y seis tazas. Ya hemos llegado a la nevera y con ella al helado. Sinceramente no tengo idea de qué será lo próximo, pero te aseguro que no me sorprenderá. Es muy gracioso que, en ocasiones cuando estoy vendiendo, algunos de mis alumnos del taller pasan y me llaman “profe”, y los otros clientes se quedan muy perdidos.
Pero lo único que se ha mantenido a través de todo ese periplo laboral, con temporadas altas y bajas, ha sido mi verdadera profesión: escribir. ¿Me ha dado dinero?: sí. ¿El dinero se esfuma?: también. Por eso navego en varias aguas, para que el alimento y las letras siempre salgan a flote.
A tus 36 años puedes exhibir una obra copiosa: por mi cuenta, 15 títulos, publicados en Cuba, Colombia y Puerto Rico, todos en la categoría de literatura para niños y jóvenes. ¿Por qué escogiste ese segmento de público para proyectarte como escritora, siendo como es un género que por lo general recibe poca atención de la crítica? Ahora mismo no recuerdo ningún Premio Nóbel que se haya distinguido por escribir exclusivamente para niños y jóvenes.
Empiezo por el final de la pregunta: cuando me enfrento al fenómeno del fútbol o de la literatura, para mí el Ranking de la FIFA y los Premios Nóbel tienen la misma importancia: ninguna. Sencillamente, porque hay demasiados factores externos influyendo y, en muchas ocasiones, la esencia del asunto toma matices raros.
Por supuesto, si buscas el pronto reconocimiento del gremio, de la crítica, y hasta de muchísimas editoriales, no vayas por el camino de la literatura infantil y juvenil (LIJ). No hay escritores para niños y jóvenes en la gran escena, donde están los flashes y las ceremonias de investidura.
¿Que soy más humilde que nadie y por eso elegí la LIJ?: nada que ver. Es que fue la LIJ quien me eligió a mí (y hablo sin misticismo). Fue la LIJ quien me dijo: tu sensibilidad entronca con mi esencia. Y tuvo toda la razón, porque mi intuición, mi creatividad se encienden cuando hablo/escribo en códigos LIJ, porque mi forma de mirar, desentrañar y enfrentar el mundo está en ese terreno.
¿Cuáles son los códigos?: eso daría para otra entrevista. ¿Y por qué los grandes escenarios literarios no están preparados para la LIJ?: para otras cien.
¿Quiénes son para ti los escritores modélicos del género, los paradigmáticos con los que sientes que tendrías que emular?
Tengo un altar con cuatro nombres: Stevenson, porque la Isla del tesoro es la gran escuela de la aventura como género literario; Michael Ende, porque trabaja la distopía y la fantasía con crudeza y ternura por igual; J. K. Rowling, porque ningún fenómeno literario perdura en el tiempo si no existe calidad, elegancia y conocimiento (añadir a este caso, un humor exquisito); Deborah Ellis, maestra del realismo, El pan de la guerra le dio mucho sentido a la escritora que pretendo ser.
¿Revisitas los libros que fueron importantes para ti en tu infancia? ¿Qué tal esa experiencia?
No vuelvo a ellos, solo a los sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz.
En los inicios de la literatura para niños y jóvenes en Cuba está ese monumento que es La Edad de Oro. Ya más cercanos en el tiempo, recuerdo a Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso y Nersys Felipe, que lograron un indiscutible nivel de excelencia en el tratamiento de temas para esa franja de lectores. ¿Con qué otros nombres destacados completarías el top ten cubano del género?
Soy muy futbolera, y hay ciertas cosas que las explico mejor desde esos términos. Te daré mi Once Ideal, que incluye narradores y poetas (formación 3-4-3).
Portero: Enrique Pérez Díaz; Defensa: Dora Alonso, Nersys Felipe y Julia Calzadilla; Mediocampo: Gumersindo Pacheco, Nelson Simón, Elena Beatriz Corujo y Maylén Domínguez; Delanteros: Mildre Hernández, Onelio Jorge Cardoso e Hilda Perera.
Con ese equipo me atrevo a competir en cualquier Champions Literaria. Si te interesa, podemos hablar luego del banco de suplentes.
Entre todos tus títulos, ¿cuál es aquel donde crees haber alcanzado mayor estatura literaria y cuál el que sientes que te expresa mejor? Sobre lo primero, no acepto respuestas como “eso debería decirlo la crítica”; y sobre lo segundo, “todos me expresan de alguna forma, cada uno es la mejor versión de mí en ese momento…”.
Mayor estatura literaria: Faruk y la cabra, sin duda alguna. El que me expresa mejor: ¿A quién le importa un perro pinto?
En cuatro de tus libros aparece la palabra “perro” en el título. ¿Sientes una afinidad especial por esos animales afectivos? ¿Has tenido perros? ¿Alguno de ellos se caracterizó por su temperamento o “personalidad” extravagante?
Soy muy de perros. He tenido muchísimos y, como pinta la cosa, seguiré sumando. Entre todos ha existido Silas: fue, es y será mi otra alma. Hay conexiones que están predestinadas y la nuestra fue de esas. Lo tuve desde cachorro, aprendió a conocer mis estados de ánimo, a observarme. Era un perro muy cobarde, pero sabía de mi temor a las ranas y las ahuyentaba por mí. También les tenía miedo, pero el amor se trata de eso, de enfrentarte a lo que sea por proteger a quien amas. La única vez que he pensado en tatuarme fue cuando murió. Quería dejar su nombre en alguna parte de mi cuerpo. Al pasar el duelo entendí que no era necesario, ya la marca había quedado para siempre.
Y aparecen tantos perros en mis libros porque nunca será suficiente mostrar lo vulnerables y necesarios que pueden llegar a ser. No entiendo la vida sin los animales.
¿Cómo es vivir en Santa Clara? Relátanos brevemente uno de tus días.
Santa Clara es pequeña, ruidosa y polvorienta. Se está quedando vacía. Ya se perciben los silencios en sus noches de luces amarillas, como escribiera alguna vez una poeta querida. Aún quedan amigos (cada vez menos), escritores, trovadores, artistas, actores, revendedores, motoristas, los que pasean chivos, un largo etcétera… y mi familia, mis gatos, mis perros. Ese es mi día a día en Santa Clara: mi casa.
¿Tienes manías, supersticiones a la hora de sentarte a crear? ¿Emprendes un nuevo proyecto literario cuando, en lo fundamental, lo tienes resuelto en la cabeza o dejas que el azar vaya dirigiendo tu mano en la escritura?
Solo necesito el cuarto organizado y que nadie se encuentre o camine a mis espaldas (eso puede ser un TOC, ahora que lo pienso). Y en cuanto a los proyectos, hay algunos que van al azar y otros que requieren de investigación. Lo que sí te garantizo algo: nunca tengo el título desde un principio.
No escribo a diario, pero sí leo todos los días, porque también forma parte de mi estado creativo. Leo periodismo, ensayo, temáticas deportivas, históricas, literatura infantil, poesía… lo que vaya necesitando. Y entonces cuando me enfrento al escritorio con su página en blanco ya hay una predisposición, un “no estoy buscando la inspiración del aire”, porque ya vengo curtida, con ideas, sensaciones, universos y el resto cae solo, como los goles del Madrid después del minuto 80.
¿Hay algún nuevo libro tuyo próximo a salir?
Las lunas de Gaza, por la Colección Veintiuno de la Editorial Gente Nueva. Una novela juvenil que escribí hace unos cuantos años y se desarrolla en un campo de refugiados palestinos, cuando simultáneamente ocurre la ofensiva israelí de 2014 y el Mundial de Fútbol de Brasil.
¿En qué trabajas ahora?
Trabajo en tres novelas y dos poemarios. Instintivamente trato de equilibrar emociones y energías a la hora de crear. Porque estas novelas requieren de mucho estudio debido a los contextos en que se desarrollan, y los poemarios vienen a ser ese bálsamo que divierte y calma.
Además, voy de heladera, vendedora, instructora literaria y escritora. Más no se puede pedir.