La primera noticia de Lily Ojeda la tuve por las redes sociales. En medio de la pandemia, aquejada, como todos, por la incertidumbre, se permitía ironizar con su doble condición desesperada de madre de dos y música en paro.
Así es que comencé a seguirla. Descubrí en ella a una mujer de viva inteligencia y posiciones cívicas casi siempre coincidentes con las mías: un ser solidario, creativo y crítico en lucha cotidiana por remontar el desaliento.
Lily, nacida Liliam en La Habana y 1983, es graduada de Dramaturgia por el Instituto Superior de Arte (ISA), promoción de 2011. También es actriz, cantante de rock desde 1998, asistente de dirección y asesora en conjuntos dramáticos, editora, promotora cultural…
En 2006 obtuvo el premio del Festival Internacional de Teatro Femenino “La Escritura de la/s Diferencia/s” con la obra musical Yo no soy Charlot, y en 2008 recibió el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas por Afuera. Ambas piezas, junto con El hombre que no estaba (2011), fueron representadas por las compañías Metec Alegre (Nápoles, Italia), Rita Montaner y un proyecto independiente de El público, respectivamente.
Puesta a elegir, ¿cantante o actriz? ¿Cuál de las vocaciones se expresó primero?
Lo ideal sería no tener que elegir. Lo óptimo sería tener talento suficiente como para llevar ambas carreras de forma coherente, sostenible y con calidad. ¿Superior a eso? Hacer musical; dígase teatro, cine… Me encanta el musical, no porque sea lo que prefiero consumir, sino porque es lo que me gustaría hacer.
Es difícil para mí determinar qué emergió primero, porque de niña cantaba, incluso en sueños, pero también aprendía poemas y los declamaba. El chiste en mi familia era que yo sabía leer con 3 años: la realidad era que me aprendía los libros de cuentos y los recitaba como si estuviera leyéndolos.
Prefiero ser amable conmigo misma y pensar que eso era una forma de actuación. Porque no se puede ser tan manipulador a esa edad.
Últimamente tu trabajo como intérprete musical está muy presente en las redes. ¿La dramaturga está en pausa? ¿Tienes piezas por estrenar? ¿Cómo ubicarías tu obra dentro de la dramaturgia nacional? Preferencias genéricas, temas recurrentes, filiaciones estéticas.
La dramaturga se convirtió en otra cosa que aún no logro descifrar. Fui una grafómana desde que aprendí a escribir. Escribía de todo: cuentos, poemas, adivinanzas, cartas, fotonovelas (recortaba fotos de personas y de escenas de las revistas y les inventaba historias), guiones. A medida que iba creciendo e iba descubriendo estilos, formas y géneros, al instante me apropiaba de mi último hallazgo y me lanzaba de cabeza a la creación.
Cuando descubrí que existía alguien que escribía todo lo que los actores decían en las novelas y en las películas, quise ser esa persona. Esa fiebre me duró hasta los 30 años, aproximadamente. No sé qué pasó, y ya no intento explicármelo.
Mi obra de tesis del ISA me tomó casi dos años, entre investigación y escritura. Fue un proceso intenso, y luego tuve la suerte de que fuera llevada a escena por Anaysy Gregory con un elenco de lujo que agradeceré toda mi vida. Ahí la más novata era yo.
Por alguna razón, no he sentido la necesidad de volver a escribir teatro. Sin embargo, posteriormente seguí vinculada a las tablas como actriz, o asesora, o como organizadora del Festival Internacional de Teatro Femenino “La Escritura de la/s Diferencia/s”.
Es un misterio hasta para mí el hecho de que no desee nuevamente escribir teatro. Por eso no ubico mi obra en ningún lugar de la dramaturgia nacional, al menos en ninguno relevante. Supongo que mi lugar está junto a los que esbozó Borges cuando escribió A un poeta menor de la antología: “(…) de ti solo sabemos, oscuro amigo, que oíste al ruiseñor, una tarde”. Tengo casi 40 años, alrededor de quince obras de teatro escritas (algunas de ellas perfectamente olvidables) y la gran mayoría está por estrenar, así que no estoy siendo modesta.
Como dije antes, el musical es algo que me encanta. La primera obra de teatro larga que escribí fue un musical llamado Yo no soy Charlot, que me trajo muchísimas alegrías porque, además de ser premiada en Italia, también fue publicada y representada en Nápoles, y marcó el principio de mi amistad y mi colaboración con Alina Narciso, una creadora napolitana a quien tengo que agradecer un largo e intenso aprendizaje. Luego, en el ISA, escribí otra obra con ciertas pretensiones de musical, y por último me tiré de cabeza a crear una ópera rock que se llama “¿Quién mató a Sherlock Holmes?”, para cuya escritura me hubiera gustado contar con más tiempo y ayuda. No creo que sea producible en este país; pero ahí queda, aunque solo sea para “una línea en un índice”.
El miedo es un tema recurrente en mis textos. Opino que es la fuerza más poderosa del universo, aun cuando no sea la más positiva. Hay eventos, actitudes y acciones que no tienen explicación sino desde el miedo. Supongo que me ha fascinado siempre, y no ha estado precisamente en mi voluntad recurrir a él una y otra vez.
Tres años con el CAC Korimakao. ¿Qué tal esa experiencia? ¿Cómo fuiste a dar a la Ciénaga de Zapata?
No solo tres años, si no cuáles tres años. Llegué a Pálpite unos días antes de cumplir 17 años. Me fui de allí cuatro meses antes de cumplir los 20. Fui a “echar mi suerte con los pobres de la tierra”, pero en realidad ignoraba que los pobres de la tierra existían verdaderamente. De Miramar a la Ciénaga, un cambio raro.
Allí fui independiente (tenía obsesión con ser independiente desde hacía un par de años, vaya usted a saber por qué), allí trabajé y aprendí hasta el límite de mis fuerzas y de mis capacidades; allí me enamoré, y tuve amigos fantásticos a los cuales hace veinte años que no veo, y aún extraño.
Llegué a Korimakao después de haber sido rechazada en dos ocasiones en las pruebas de ingreso de actuación de la Escuela Nacional de Arte. Creo que en ambos exámenes llegué hasta la última ronda. No sé cómo será ahora, pero en aquel momento había que tener toda una estrategia para presentarse a exámenes de ingreso en la ENA. Por La Habana, al parecer, era inútil hacerlo. Muchos postulantes habaneros que se presentaron hicieron un cambio de dirección a la antigua provincia Habana, o a Matanzas. Otros tenían algo de lo que escuchaba hablar por primera vez a mis tiernos 14 años: palanca.
Llevaba tiempo vinculada a un proyecto que, hasta donde recuerdo, nunca llegó a tener nombre. Lo dirigía Hugo Reyes, y allí tuve el privilegio de trabajar muy duro junto a Rachel Pastor, Yuliet Cruz, Yeandro Tamayo, Leandro Sen, Alina Molina, y otros colegas muy queridos. Yo era como una mascota; todos eran tres o cuatro años mayores que yo; desde la distancia y el tiempo asumo que fue mucho lo que no estuve en condiciones de entender en aquellos años frenéticos.
El nuevo milenio empezó con el final de aquel proyecto, con la segunda vez que me poncharon en la pruebas de ingreso de la ENA, y con el final de una relación de adolescentes de esas que acaban con el universo. Supongo que estaba la mesa servida para que yo me fuera a vivir a 150 kilómetros de todo los que conocía.
Aquello era salvaje para mí. Durante las giras de verano nos quedamos en pequeños pueblos donde no había corriente eléctrica más que un par de horas al día. Llegábamos y hacíamos nuestros espectáculos en ese momento de luz, y luego dormíamos en los portales de las bodegas o en las escuelitas, arrullados por un coro cósmico de mosquitos asesinos. Quien no lo haya vivido no puede entenderlo.
Participé en tres de aquellas giras, además de una más corta que se hizo cuando pasó el huracán Michelle, un categoría 4 que partió a la Ciénaga por la mitad y la convirtió en el paisaje más triste que había visto en mi vida.
Actuamos a la luz de las fogatas para aquellos seres desolados que lo habían perdido todo; comimos lo mismo que ellos, dormimos junto a ellos en pueblos sin casas. Fuimos “los pobres de la tierra” por unos días.
Perteneces a la Compañía del Cuartel, que dirige la maestra Sahily Moreda. ¿Cómo haces para simultanear ese trabajo con el del grupo musical Pyra?
En realidad es más complejo: tengo cinco trabajos. Soy asesora en El Cuartel, instructora de Teatro en la Casa de la Cultura de Playa, cantante en Pyra y Los Kents, y corista con Luces Verdes.
¿Cómo logro simultanear todo eso? No lo sé. Me gusta mucho todo lo que hago (además de que los precios suben y los salarios no). Organizarme es a veces un problema, sobre todo teniendo dos hijos pequeños que son mi prioridad. Casi siempre logro cumplir con todos mis compromisos planificándome con tiempo, aunque a veces no pueda dormir todo lo que me gustaría.
Más allá de la música, el rock supone una actitud ante la vida. ¿Cómo se da en tu caso? ¿Hay una manera cubana de vivir el rock?
Creo que en Cuba el rock siempre se ha vivido desde la resistencia y a la defensiva. Un género que ha sido masivo en el siglo XX de todo Occidente, en este rincón del mundo fue, durante muchos años, la “música del enemigo”. La historia la sabemos, no voy a revictimizarnos. El resultado: en la Isla de la Música, los graduados de las escuelas de música eludieron el rock durante años.
¿Quiénes hacían rock? Pues los roqueros. Gente que un buen día cogía una guitarra y empezaba a aprenderse canciones. No los músicos. El público de rock. Los simples roqueros perseguidos y escarnecidos.
Si esa no es la forma más hermosa de resistencia, no sé cuál será. Aún hoy, cuando hace años que las bandas de rock pueden profesionalizarse, ser representadas por empresas del Estado y cobrar por su trabajo, son pocos los músicos egresados de conservatorios que cultivan el género.
Seguimos siendo una pandilla de entusiastas con poca presencia en los medios, con un mínimo registro fonográfico y con un desinterés exponencialmente creciente de las disqueras. Y nos siguen atribuyendo todos los vicios y las adicciones que, en este país, no pueden permitirse más que los músicos de la alta farándula.
¿A dónde habría podido llegar la producción de rock nacional si hubiera competido en igualdad de condiciones con los demás géneros, si más instrumentistas y compositores con preparación académica se hubieran decantado por hacer rock en un país en el que el programa de formación artística solía ser excelente y estar al alcance de todos?
Esa es la manera cubana de vivir el rock: no olvidar.
¿Te gusta el rock en español? ¿Puedes mencionar tres grupos o intérpretes de tu preferencia?
Sí y sí. En respuesta a la segunda pregunta puedo mencionar muchos. Las top lists no me gustan porque es más lo que dejan fuera que lo que incluyen, y hay épocas en que determinadas estéticas me atraen más que otras. Pero una lista de tres, que no sea top, hoy por hoy puede incluir perfectamente a Charly García, Aterciopelados y Molotov.
Señala las cinco bandas cubanas de rock más significativas.
Imposible contestar la pregunta de la forma en que está planteada. Antes de mi nacimiento hay toda una historia sonora que me ha sido vedada por las razones antes descritas. De la mayoría de los grupos que nunca vi en vivo solo existen pésimos registros fonográficos y las referencias de quienes sí lo vivieron.
La historiografía del rock en este país es un trabajo de Sísifo; de ellos pueden dar fe brillantes investigadores como Humberto Manduley o Joaquín Borges Triana, entre otros, cuya incansable labor ha revertido en parte la pátina de olvido que cubre al rock en Cuba. De los años 60 datan muchos de los más importantes discos de las más importantes agrupaciones del mundo. En los años 60, en Cuba, fue el comienzo del fin.
Lo que puedo hacer es mencionar a las bandas e intérpretes que he disfrutado (en vivo y/o en buenas grabaciones) y que merecerían estar en una lista selecta a la hora de hablar del rock cubano.
La primera en mi lista personal sería Tanya, roquera en cuerpo y voz en una época en la que todavía era valiente lanzarse a ciertas lides con una imagen tan poco “cubana”. La segunda mención, sin dudar, es Extraño Corazón, en cuyas canciones se encuentra una parte de la banda sonora de mi adolescencia, y que ha sobrevivido a todos los obstáculos, al menos a través de Javier Rodríguez y el Keko Fajardo, mi hermano de los años.
Zeus es una banda que no puede faltar en ninguna lista de rock cubano.
La tercera y la cuarta vuelven al plano de mi percepción personal, y no están en la top list porque sean mejores que otras, sino porque las viví más intensamente que a otras: son Havana y Garaje H.
En el panorama cubano, ¿cuál es la diferencia entre un roquero y un friki? ¿Ambos son entes sociales al margen?
Los roqueros cubanos nos llamamos a nosotros mismos “frikis”. Hay un divorcio entre el significado original del término y su connotación en este rincón del mundo, pero al menos en Cuba, hasta donde he vivido, un friki y un roquero son lo mismo.
Si todos estamos al margen de algo o no es difícil de afirmar, científicamente hablando. Pero un espíritu de tribu nos incluye a todos, que tampoco es que seamos muchos ni que vayamos en aumento.
Cuéntanos de tu proyecto autoral Exit. ¿Será un fonograma? ¿Puro rock o se mezcla con otros géneros? ¿Por qué el nombre?
Exit es un sueño aparcado. Una necesidad en pausa. La misma circunstancia que impulsó la creatividad mía y la de mi esposo, Rubén Ruiz. El aislamiento por la pandemia terminó frustrando nuestro impulso inicial de hacer un proyecto con canciones propias y, al menos, producir las maquetas que nos sirvieran de punto de partida. Sin dinero ni trabajo, ni recursos técnicos, solo teníamos la creatividad y el deseo. Y el apoyo de nuestros colegas y amigos de Luces Verdes (Reinyer Robles, Daniel Hernández y Víctor Rivera), que nos acompañaron en la composición y los arreglos desde su experiencia como creadores.
Quedó, al menos, esbozado el material para un fonograma. No puedo aventurar grados de pureza porque la producción musical no es cosa de coser y cantar, y sé que hay otras personas que tendrían mucho que aportar.
El nombre… Necesitábamos (aún la necesitamos) una salida. La pandemia acabó con muchas cosas, con muchos planes, sueños, proyectos y objetivos. Pasé de ser una persona social y muy activa a pasarme los días encerrada con un bebé y un niño, sin trabajo ni ingresos, intentando no volverme loca. Fue una época muy difícil, que vino sin manuales de uso. Era una pesadilla que no acaba. Exit nos describía con toda justicia en aquellos momentos.
¿Es muy heavy ser dramaturga, actriz, cantante, compositora y madre de dos niños?
Lo más heavy de todo es ser madre de dos niños. Heavy es poco: es metal extremo, hardcore del duro. Todo lo demás es llevadero y humanamente manejable: es solo trabajo económicamente retribuido.
Qué hermosa entrevista. Lili es una fuerza de la naturaleza