Nació en Pinar del Río, pero vive entre La Habana y Lugano. Es abogada de formación, pero su única ocupación es la escritura. Es una lectora voraz de toda la vida, pero descubrió la vocación literaria a los 31 años, cuando obtuvo mención en un concurso de relatos. Duda de casi todo, pero no reniega de casi nada. Es Mylene Fernández Pintado, mujer sensible, de alegrías difusas, melómana y de inteligencia inquieta. Presencia constante, seis meses de cada año, en los muchos y muy buenos conciertos de jazz en La Habana.
Define en una frase el año y medio de encierro a que nos ha obligado la COVID-19
La precariedad del alma y la buena salud de los peces.
Sé que has escrito un relato sobre la pandemia. Muchos colegas lo han hecho; también crónicas, poemas… ¿Fue liberador enfrentarte al tema o te adicionó tristeza?
Mi relato forma parte del libro A-Sintomática. Relatos del encierro, una antología iberoamericana que incluye ficción y testimonio, coordinada por los profesores Mabel Cuesta, de University of Houston, y Hugo García, de Western Washington University, y saldrá en estos días por la editorial Hypermedia.
Escogí el testimonio porque me parecía que la realidad era tan irreal como cualquier ficción. Me alegra haberlo hecho; cuando esto pase, podré recordar detalles que habría olvidado de no escribirlos.
Fue en abril del año pasado, yo estaba en La Habana y en ese momento había muy pocos casos en Cuba. La situación era rara en todo el planeta y nosotros le dimos nuestro “toque local”, como otros países. Se cerraron los aeropuertos y se estableció la prohibición de salida a los ciudadanos cubanos residentes en Cuba, que abarcaba también a quienes teníamos una segunda ciudadanía. Nos enteramos de esto último cuando nos llamaron desde Berna, para comunicarnos el único “vuelo humanitario” que hizo Suiza, coordinado con Alemania, y que yo no podía abordar.
No quería irme. Europa estaba en lockdown, las noticias eran tristísimas y las temperaturas, bajas. Me sentía bien en mi casa, vivo allí hace más de 50 años, y es un sitio entrañable. Apenas salía.
Pero, una cosa es que no te quieres ir y otra es que no puedes. Le dije a Paolo que se fuera, pero no logré convencerlo. Nuestros amigos se iban, la ciudad tenía algo de capítulo final y eso me entristecía porque de alguna manera intuía que cuando nos fuéramos, íbamos a tardar mucho en regresar.
En ese momento no estaba escribiendo pero eso no me parecía importante. Sentía que formaba parte de un ánima colectiva y que, aislados, estábamos juntos, devorando las informaciones, llenos de preguntas, de expectativas. Me mantenía en contacto con muchas personas fuera de Cuba. Nada era tranquilizador en ninguna parte.
Me puse a dibujar mandalas. Pasaba mucho tiempo en mi balcón, mirando el mar. Leía; entre lecturas y relecturas debo haber devorado como 100 libros. Aunque estaba serena, me preocupaba que si algo cambiaba en nuestra rutina sin fatigas (eso iba a suceder, era solo cuestión de tiempo) no podríamos irnos sin un proceso que suponía pedir mi permiso y esperar a ver si me lo daban. Y luego, hacer malabares para comprar los pasajes en una de las pocas líneas aéreas que aún volaban (algunas solo llevaban a sus ciudadanos) hasta un país europeo y desde allí, planificar cómo llegar a Suiza, porque muchas fronteras estaban cerradas. Pese a todo esto, demoré en pedir el permiso y busqué pretextos para dilatarlo.
La invitación al libro me “puso las pilas”. Yo trabajo bien bajo presión, creo que algunos de mis mejores relatos han sido escritos con fecha de entrega, tema y extensión preestablecidos. Padezco algo que llamo “síndrome de la niña que hace la tarea”. Escribí Los dedos en el guante, y después que lo envié retomé un proyecto que tenía abandonado. Pero fue ese texto el que rompió la inercia, y lo agradezco a Mabel y Hugo.
Ha pasado más de un año desde entonces. Como casi todos, he sufrido la pérdida de familiares y amigos. He vivido la pandemia en La Habana y en Lugano. He visto arribar las vacunas y los no vax, ciencia y oscurantismo, altruismo y mezquindad. Abulia, depresión, ansia, soledad, desconfianza, egoísmo, miedo y violencia. Bondad, empatía, esperanza, serenidad, entrega, amistad, heroísmo y solidaridad. No creo que el “mundo post-COVID-19” será más acogedor, pero espero que llegue pronto.
Desde 1994, cuando se publica tu relato “Anhedonia” en La Gaceta de Cuba, a la fecha, han pasado 27 años. ¿Qué queda de las incertidumbres de la narradora que fuiste en los comienzos, qué ha variado sustancialmente?
Ahora tengo más incertidumbres.
La máxima es “volverse más viejo y más sabio”. Al envejecer, me he vuelto más consciente de todo lo que ignoro y dudo, también en términos literarios, y ese dudar más y ocuparse más de lo que no se sabe, me parece una forma sutil de sabiduría.
En estos días he estado revisando mi primera novela, Otras Plegarias atendidas, para una reedición que hará Ediciones Matanzas. Nunca leo mis libros después que se publican, creo que me da miedo descubrir que no están bien escritos cuando ya no hay remedio. Leyendo esa novela, me quedé sorprendida de la “seguridad” que emana de mis frases. Me sentía más confiada, arropada y eso tiene que ver con que tenía familia, aunque sea un hecho extraliterario. Uno es de alguna manera joven mientras es el hijo de alguien, y cuando mis padres murieron, me volví adulta de golpe, saturada de preguntas sin tener a quien dirigirlas, obligada a sopesar variantes y a tomar decisiones sin alguien que me aconsejara o enmendara mis desaguisados. Mi valentía, mis certezas, mi fe, mi despreocupación por el futuro o por las consecuencias de mis actos, desaparecieron junto a muchas otras cosas.
En 1998, mi primer volumen de cuentos ganó el “Premio David” de la UNEAC y por primera vez una editorial me mandó las correcciones de un libro de mi autoría para que yo las considerara; eran todas relativas a la puntuación y no fui muy flexible. No me ha sucedido más. Hace unos días terminé la revisión de la prueba de planas de Otras Plegarias Atendidas. Norge Céspedes, el editor, me hizo sugerencias iluminadoras que acepté y agradecí, y trabajamos mucho. Cuando me han traducido al inglés o al italiano, he podido leer las versiones y opinar, y tengo muy claro que la obra es mía pero el idioma es de ellos.
Ha variado mi manera de narrar, por las razones por las que todo cambia: por los años, por lo que en estos años he vivido, aprehendido, ganado y perdido, por lo que he leído y escrito.
Ahora soy más concisa. Quizás se debe a que lo que más escribo son cuentos y ellos son mi “calistenia” literaria. En el cuento, te las juegas todas en unas pocas cuartillas. La novela lleva otra arquitectura, otras reglas, pero también hay modos más o menos exuberantes de escribirla. Cuando Padura escribió su reseña para la edición estadounidense de mi novela La esquina del mundo dijo que la historia estaba contada“…in thoughtfully chosen words-just those need, and no more…” (…con las palabras cuidadosamente escogidas, solo las necesarias y ni una más…) Otras Plegarias Atendidas es completamente diferente. El cambio en mi escritura se nota mucho en estas dos novelas.
Entre las manías adquiridas con el paso del tiempo está mi obsesión de que el lector no se salte párrafos o páginas (algo muy normal entre lectores) y que cada frase diga algo que le interese. No es un empeño fácil y seguramente no lo logro, pero trato, y sopeso más las palabras. Como dudo más, soy más crítica.
Has obtenidos premios, traducciones, tus relatos se han dramatizado en la televisión y la radio; incluso hay planes cinematográficos por ahí. ¿Te consideras una autora de éxito? ¿Puedes vivir de tus royalties?
NO y NO. Las dos, con mayúsculas.
En los premios, traducciones, publicaciones y adaptaciones, hay mucho de azar, de buena fortuna, además del innegable esfuerzo por concebir una obra que los merezca. Pienso siempre en La Conjura de los necios, de Kennedy Toole. Casi nos quedamos sin leerlo y ahora no imaginamos un mundo sin él. ¿Cuántas necias conjuras nos están privando ahora mismo de libros maravillosos? ¿Cuántas veces el talento no encuentra mecenas o receptores?
En el caso de los premios, algo que conozco bien porque soy jurado muy a menudo, un libro que gana un concurso significa, casi siempre, que es mejor que el resto de los que estaban en liza ese año. Puedes tener un libro magnífico que concursa en una edición llena de excelentes concurrentes y gana otro. Puedes tener una obra discreta que no encontró rivales de gran vuelo en otra edición y resultas ganador. Los jurados somos seres humanos y tenemos nuestras preferencias como personas y como lectores. No estoy hablando de favoritismos, sino de esa subjetividad inevitable que posee hasta el lector más imparcial.
En el caso de las editoriales y las traducciones, a veces tienen que ver con estar en el lugar oportuno en el momento oportuno. No estoy negando la calidad de las obras exitosas; digo solo que hay muchas otras a las que les ha faltado solo una oportunidad. Si tuviera una editorial, publicaría ahora mismo dos manuscritos que leí el año pasado. No digo los títulos porque espero que sus autores los envíen a concursos y ganen.
Mi camino editorial es como un déjà vu. En estos momentos, hay editoriales interesadas en una nueva novela, incluso una me pidió una sinopsis y se la mandé, pero no seguí escribiendo el libro. O sea, que me va a pasar lo mismo de siempre: primero, aparece una editorial que espera una novela pero no la escribo porque estoy inmersa en otras cosas o mi autoestima literaria tiene la presión baja; el segundo paso es que la escribo años después por lo cual pierdo esa oportunidad. Hasta ahora ha habido una tercera parte: la he terminado, con mis tiempos y mis dudas, han aparecido otras editoriales interesadas y el libro ha llegado a buen puerto. Ojalá que este nuevo capítulo de la serie “la novela que no he escrito” tenga un final feliz.
Escribes básicamente sobre cubanos de las dos orillas. ¿Tanto tiempo viviendo en Suiza no ha desplazado el eje temático de tu narrativa hacia ámbitos más “universales”? ¿Qué es lo universal en la literatura?
La pataleta de Ignatius 1 por la falta de teología, geometría, decencia y buen gusto del mundo, es universal. La tristeza mezclada con carcajadas que recorre La Conjura de los necios, se escapa de las callecitas de New Orleans, y sigue recorriendo el planeta y reclutando lectores. Ignatius trasciende, anacrónico y desafiante, las barreras nacionales o lingüísticas. Y uno se pregunta: ¿qué tiene que ver con nosotros ese gordo estrafalario, desaliñado y grosero que va por la vida creando problemas y convencido de ser un genio? No tengo la respuesta. Quizás, el Ignatius que llevamos dentro, sin saberlo.
Cuando tienes la sensación de que la historia está escrita para ti, pensando en ti, que las páginas encierran un mundo que no quieres abandonar y se vuelven tu otro hogar o el único que deseas; cuando quieres que el libro sea plástico para leer mientras te bañas y que se siga leyendo en tu cabeza mientras duermes, y esos sentimientos son compartidos por muchos lectores a través de los años y los siglos, y degustados en lugares y realidades distintas, lo que cuenta [la historia del libro] es universal. No importa que el ejemplar sea prestado o que nunca más lo volvamos a leer; está dentro de nosotros como si fuéramos la biblioteca o uno de los personajes de Farenheit 451.
Junto a La Habana, Miami es el escenario más frecuente de mis textos. Allí se desarrollan la mitad de los cuentos de mi primer libro, y mi primera novela. Sus protagonistas siguen apareciendo en mis relatos, como si no pudiera abandonarlos.
A veces, he ubicado personajes y tramas en otros países: una en España, una en Canadá, y hay tres en las que no digo el nombre pero se nota que son ciudades europeas. También le dediqué un cuento a Suiza, se llama Sprungli, y es una historia de nostalgia y extrañamiento, narrada como una aventura de Alicia en el país del chocolate. Pero los protagonistas son siempre cubanos, aunque viven fuera de Cuba. En otras historias, que suceden en Cuba, coloco cubanos junto a personas de otros lugares; me interesa el modo en que cada uno ve las cosas, lo que los acerca y se vuelve zona de confort y lo que sigue siendo el coto amurallado de cada uno. Otro tema que abordo es el de los reencuentros: el de quien se fue y quien se quedó; también aquí se establecen zonas comunes y otras en las que el tiempo y la distancia han cambiado códigos y maneras de percibir la realidad.
¿Cómo es vivir a caballo entre dos ciudades, dos culturas: La Habana y Lugano? ¿Tienes que despresurizarte cuando viajas de un mundo al otro? ¿Hay alguna estrategia para ello? ¿Qué extrañas de Lugano en La Habana? ¿Qué extrañas de La Habana en Lugano?
Cualquiera podría considerarla una situación idílica, y a lo mejor tiene razón, aunque a mí me provoca un poco (a veces un mucho) de stress. Me parece que no paso suficiente tiempo en ninguna de las dos ciudades. Como tengo “una vida en cada una”, esa vida sigue aunque yo no esté ahí para vivirla, se acumula, espera que yo regrese para actualizarme y no lo hace de manera gentil. Cada vez que llego, tengo que hacer mucho más que adaptarme al nuevo huso horario, debo repasar el país que quedó atrás cuando me fui, ponerme en sintonía y aprenderme las últimas noticias de la nueva realidad. Son lugares tan distintos, que viajar de uno al otro es como caerse en el hueco del árbol o atravesar la niebla del espejo.
Por otro lado, esta dualidad me retroalimenta. Cuba es la fuente de mis desvelos, pero también me interesa mucho lo que acontece aquí. Suiza es un país que cuenta y sus decisiones tienen consecuencias a nivel global (ahora mismo, ha donado 4 millones de vacunas y 145 millones de francos al programa Co Vax). Aquí tengo acceso a mucha información sobre este mundo al que pertenecemos pero del que no somos el centro y eso me ayuda a mirar y pensar esa realidad que sigue siendo foco de mis preocupaciones de cubana. A su vez, lo que vivo en Cuba me da coordenadas para evaluar lo que me rodea cuando estoy de este lado.
En Lugano, extraño mi casa habanera, significa mucho para mí. Extraño el mar todo el tiempo; los bosques, los lagos y las montañas tienen mucho encanto, pero es una cuestión de gustos. Echo de menos la ciudad, que es linda pese a todo, la luz, el sonido, las personas, mi pasado en cada esquina y la sensación de pertenecer, de que me tocan cada acierto y cada metedura de pata, que lo que no sé lo puedo imaginar, deducir, intuir. Soy una nostálgica incurable, una adicta a la melancolía. Es verdad que cuando regreso y me enfrento a los problemas de todo tipo me desespero y me parece un empeño superior a mis fuerzas. Pero basta una mínima cosa buena para que la perdone, hasta el próximo capítulo kafkiano.
En La Habana, echo de menos cosas tan simples como beber el agua de la pila o tomar café con leche usando la fórmula elemental de ir al supermercado; o la facilidad con la que se va de un país a otro. Hay otras cosas más profundas, tienen que ver con la vida sin sobresaltos, con hacer planes, con saber que hay una vía para cada cosa, porque aquí “todo está pensado”. Pero ese mismo conglomerado de reglas que abarca desde la altura de los arbustos del jardín hasta los pormenores de un seguro que cubra los daños a la propiedad ajena, puede resultar agobiante. El modo de prever cada detalle, le escamotea al azar el más mínimo chance, y la cotidianidad conlleva montañas de papeles y normas, planificando todo, sellando cada grieta por la que pueda filtrarse la casualidad. Este es un país pragmático y caro, de bancos y compañías de seguros. Como el personaje de El pequeño príncipe, Suiza se ocupa de cosas serias.
En otros aspectos, parece ciencia ficción. He visto agromercados sin vendedores; los clientes compran y nadie roba. Cuando paseo por el bosque, veo juguetes, gafas y chaquetas colgados en las ramas de los árboles o posados en los bancos, porque quien los encuentra los coloca allí para que su dueño los recupere. Hace poco, de un vagón de tren cayeron a las vías cientos de miles de francos, la gente se detuvo a recogerlos y se devolvió casi todo. Hay tanta disciplina como chocolate.
Desde niña, he pasado largos períodos en el extranjero, he echado de menos La Habana y cada regreso es como “tocar base”. Quizás por eso, está en mis textos desde Anhedonia: rota, rumorosa, caótica, cálida, húmeda, perezosa y tenaz, ausente o presente, edulcorada y desenfocada por la distancia y el tiempo de quien ha emigrado, escenario de fatigas y esperanzas de quien la habita. La Habana, es mi hogar y el lugar donde escribo.
Te manejas con bastante fluidez en italiano. ¿Has intentado escribir narrativa en esa lengua?
El italiano se ha convertido en mi segunda lengua. El hecho de manejarlo con cierta fluidez ayudó mucho a mi libro en Italia, porque los editores podían contar conmigo para la promoción, para establecer la relación con la prensa y para hacer la gira de presentaciones, sin necesidad de traductores. El idioma incentiva la relación con el lector; la hace más cercana cuando puedes bromear en la presentación, cuando firmas los libros, cuando preguntan y les respondes en su idioma. A veces creo que he hablado tanto de La esquina del mundo en italiano que las palabras justas salen en ese idioma.
Pero, no he escrito narrativa en italiano. Solo las respuestas a las entrevistas en la prensa escrita y un texto para la nota de contracubierta de un libro de cuentos de una escritora cubana radicada en Zurich.
Cuando imparto conferencias en las universidades, redacto el texto en italiano. A veces los profesores me piden que hable en español, cuando son estudiantes de lenguas. Entonces, empiezo la conferencia en español y a los pocos minutos cambio al italiano, porque siento que mejora mi comunicación y los relaja, se establece el diálogo y todo se vuelve fácil.
Colaboro con el Seminario di Traduzione Letteraria de la Universitá degli Studi di Milano, y ese trabajo me parece fascinante. Lo último que tradujimos al italiano fue Nuestra América, el ensayo de Martí, un texto muy complicado. Me gusta traducir. El año pasado hice dos traducciones del inglés al español y lo disfruté mucho. Dick Cluster, traductor que ha llevado mis textos al inglés y a quien me une una gran amistad, me propuso un acuerdo magnífico que hemos siempre respetado: él me escribe en inglés y yo le contesto en español.
El español es mi idioma y mi refugio, la lengua en la que mis emociones, sueños y pensamientos encuentran las frases que los evocan y describen. La casita que construyo para mis personajes y en la que vivo con ellos. Cuando estoy en La Habana, disfruto hablarlo y escucharlo. Cuando estoy aquí, es mi gran certeza, mi tesoro más egoísta.
Entre todos tus libros, ¿hay alguno que prefieras particularmente incluso por motivos extraliterarios?
Anhedonia y Otras Plegarias atendidas, pertenecen al tiempo en el que yo era joven y mis padres vivían; mi madre leía lo que yo escribía y lo pasaba a la computadora, mi hermana estaba en Cuba, Mauricio era pequeño y mi casa, un sitio alegre y lleno de amigos. A veces echo de menos la persona que escribió esos textos.
La esquina del mundo me permitió poner en negro sobre blanco la pérdida de mi madre y un montón de tristezas acumuladas, y gracias a su buena acogida he conocido personas maravillosas, en vivo y a través de las redes, y ellos, desde la lectura, sus experiencias y opiniones, me siguen acompañando.
4 Non Blondes me recuerda algo muy divertido. Cuando lo escribí, me hallaba inmersa en varias “tareas de choque”. Estaba haciendo reposo por una caída, había contratado un carpintero (en realidad era un técnico de ultrasonidos que no ganaba lo suficiente) que me tenía trajinada pese a que yo era la empleadora, Mauricio estaba en vísperas de las pruebas de ingreso y yo pagaba repasos privados cada tarde cuando regresaba de los repasos de la escuela. Mientras escribía el libro, intentaba que el carpintero trabajara y hacía reposo, supe que Mauricio no iba a los repasos. Me dediqué a llamar a sus amigos y como sabían que no los iba a delatar, me contaron las idas y vueltas de Mauricio. Pienso en 4 Non Blondes y me veo hablando con el carpintero sobre la madera, escribiendo en la computadora, y haciendo llamadas. Cuando tuve todo listo, esperé a Mauricio y nos sentamos a hablar mientras el carpintero probaba los paneles para los ciclones. Resultó que en la mochila no había libros sino la pelota y la ropa de fútbol y que el dinero destinado a los repasos era para refrescarse y festejar los goles. El carpintero entró en la conversación y sermoneó a Mauricio, le contó cuánto me veía trabajar, lo preocupada que estaba, lo que sería su vida sin estudios.
Tuvimos un final feliz. El carpintero hizo el trabajo, Mauricio aprobó, mi salud mejoró y terminé el libro. El carpintero fue a la presentación con su novia. 4 Non Blondes será publicado dentro de poco en México.
Tu novela La esquina del mundo, con ediciones en Cuba, Italia y los Estados Unidos, ha tenido bastante resonancia de crítica y público. ¿Es tu mejor obra?
Por lo menos es mi libro más afortunado. El que ha tenido más difusión, más eco y más lectores. Las editoriales que lo publicaron son sólidas, prestigiosas y con gran poder de convocatoria. La prensa se interesó, se escribieron reseñas, artículos, me entrevistaron en la radio y la TV, se le hizo publicidad, me invitaron a Festivales importantes. Hicimos muchas presentaciones, lo incluyeron en los planes de estudio de algunas universidades. Una cosa ha llevado a la otra. Hemos tenido suerte.
Escribo sobre todo cuentos. Sé que las novelas tienen más aceptación pero me gusta mucho escribir cuentos. Quizás tenga relatos mejores. Como lectora me pregunto: ¿puede un cuento competir con una novela? ¿”Un día magnífico para el pez plátano” puede compararse con El guardián en el centeno?
La esquina del Mundo, nace de la tragedia de mi vida, la muerte de mi madre. Está escrita en un lenguaje simple, muy íntimo, con una ironía sutil que se alterna con una gran melancolía. La protagonista es una anti-heroína, gris, sin empuje, éxito ni fortuna. Alguien en quien muchas personas pueden reconocerse. Habla de la tristeza, la desesperanza, la soledad, las dudas. De La Habana, su pasado y su presente. De querer irse, por muchas razones. De escoger quedarse, por muchas otras. De ser cubano, de ética y oportunismo. De amor, de amar y amarse. De perder y asumirlo.
El próximo año saldrá en España. Además de la satisfacción porque tendrá una nueva plaza, esta publicación es importante porque en esa novela, La Habana es la esquina y España, el botón de muestra del resto del mundo.
Un amigo común suele decir que es arduo ser cubano. ¿Compartes este sentimiento?
Arduo nos describe muy bien. Me recuerda el film La Muerte de un burócrata, donde el personaje que representa Salvador Wood va de un lado a otro, de una mesa a otra, de una persona a otra para solicitar una orden de exhumación, un cuño, una firma, alguien que lo escuche, lo atienda, lo entienda. Hay una escena en su casa en la que, exhausto y de pie junto al ataúd de su tío vanguardia aún sin enterrar, se dice a sí mismo: “todo se me hace demasiado difícil”.
Me vienen a la mente palabras (como cuando el psicoanalista te dice una para que respondas con otras) apagón, bloqueo, cola, contingencia, escasez, improvisación, memes, paciencia, provisionalidad, sacrificio, sobresalto; y una cotidianidad signada por todo esto.
Tenemos problemas externos, sobre los que no ejercemos ningún control. No son pocos, non son simples y la realidad de ahora mismo, marcada por una pandemia que sigue cobrando vidas en el mundo entero, es terrible en todos los sentidos. Sufrimos un bloqueo reforzado, la economía ha colapsado y ni siquiera los países ricos han salido indemnes de esto. Los suizos dicen que esta pandemia es la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Si ellos dicen eso ¿qué vamos a dejar para nosotros?
Tenemos problemas internos, que sí nos tocan, de organización, economía, finanzas, centralización, deformaciones estructurales, legales, torpezas, inmovilidad. Ignorarlos no los evapora. El primer paso para solucionar algo es reconocerlo.
Hemos logrado muchas cosas en circunstancias difíciles. El ejemplo más reciente es la vacunación contra la COVID-19; significa un esfuerzo inmenso y sin recursos, de muchísimas personas consagradas, que no están exentas de las fatigas de cada día.
También hemos hecho que muchas cosas sean duras, complicadas, a nivel político y social. “Estamos ‘fuera de training’ en lo que concierne al debate respetuoso y la diversidad de criterios. No ser capaces de aceptar esa diversidad, sin dinamitar o demonizar, es negar que de la contradicción, de los diferentes enfoques, de las opiniones contrarias, de las distintas observaciones y de la discusión, surge la verdad.
Lo dijo Hegel, cuya visión de la realidad en su complejidad sentó las bases de toda la filosofía posterior, y lo dijo Ignacio Agramonte, patriota, jurista, humanista, al que estoy citando casi textualmente. La idea de una sociedad con pensamiento homogéneo es antinatural. A veces no escuchamos porque mientras la otra persona habla, estamos organizando nuestra defensa, convencidos de que su parlamento es una ofensiva. El diálogo es un ejercicio de democracia y en él tiene que haber lugar para todas las voces, es el único modo de construir un espacio donde quepamos todos. Necesitamos hablar y dejar hablar, escuchar y ser escuchados, argumentar y refutar, exponer los problemas, proponer las soluciones. Sin guantes, espadas ni pistolas.
Hace unos meses, un grupo de cubanos en EEUU (que no pertenecía a ninguna organización) se puso de acuerdo para enviar medicinas a Cuba. Los impulsores de esta donación usaron las redes sociales, sumaron personas y pusieron en función de esto dinero, tiempo, energía, contactos. Las medicinas están llegando y se están distribuyendo, los centros que las reciben mandan fotos y testimonios de la distribución. Son cubanos haciendo todo lo que está a su alcance por los cubanos. El momento es tremendamente delicado, el país es de todos, y nadie se salva solo.
¿Cómo vives a la distancia los sucesos de Cuba a partir del 11 de julio?
Nunca estamos lejos de las personas ni del país que amamos. Y de amar intensamente desde la lejanía, por encima y a pesar de muchas cosas, los cubanos sabemos bastante. Me importa todo lo que sucede en Cuba, como si estuviera allí. En estos días, que ya se vuelven semanas, he vivido sumida en una especie de aturdimiento angustioso, una avalancha de información que se mezcla con la orfandad de quien no lo está viviendo in situ.
Cuando vas más allá de los “parapetos” que reducen los sucesos a “mercenarios”, “oficialistas”, “vándalos” y “represores”, las “sillas” se acaban y el camino de la búsqueda se alarga y ensancha, nos remite a una realidad muy difícil para muchas personas y a la imposibilidad de manifestar honestamente su inconformidad con un estado de cosas que no supone bienestar en sus vidas. Nada es en blanco y negro, ni las fotos ni las películas, porque en ellas hay muchos tonos de grises. En los sucesos del 11 de julio hay acumulación de problemas antiguos, deterioro de las condiciones materiales, empobrecimiento y frustraciones de diversa índole, catalizadores y detonadores, eventos endógenos y exógenos, y una gota que rebosa la copa. La realidad no es simple de explicar cuando uno tiene la pretensión de incluir todas las aristas que conoce. Son muchos los factores que se unen para que algo suceda y no siempre es posible discernir cuál de ellos detenta el primado.
Estudié Derecho y aunque hace 20 años que no ejerzo, miro además, desde la Constitución, las garantías jurídicas, la transparencia en los procedimientos, la independencia de las instituciones y su obediencia a la ley. A veces hay que luchar por dotar una sociedad con leyes justas, a veces hay que luchar porque esas leyes justas se cumplan. La democracia es frágil y trabajosa, una eterna cuesta arriba que siempre vale la pena subir.
He visto intolerancia, agresividad y descalificación de parte de los practicantes de la doctrina de “100 porciento como pienso yo”. Gente que se alimenta de verdades monolíticas y que no admite glosas, matices, puntos suspensivos ni signos de interrogación. He visto violencia y esa, que es siempre inaudita e injustificable, se agrava cuando quien la ejerce lo hace desde una posición de poder.
En el sendero del encuentro real, razonado, sin dogmas, y en la búsqueda del acercamiento y el convite a resolver juntos, a movernos hacia un otro que también haga lo mismo, se me ocurre un ejemplo naif: lo que sucede cuando hablas con alguien en otro idioma. Te esmeras para comunicarte aunque tu fonética no sea buena o tu vocabulario no sea amplio, y con esas imperfecciones llegas hasta un punto en el medio del camino. Hasta ese punto arriba también el otro, supliendo las fallas de las frases y poniendo de su parte. Tú te avecinas con tu voluntad de hablar su lengua y la otra persona, con la de entender. Hay algo que rompe las barreras: el deseo de dialogar.
Intentando abarcar un escenario que no desestime nada de lo que conozco y he vivido, me he sentido como si, al armar un rompecabezas, comenzara por componer unos ojos con las piezas del puzzle, para luego darme cuenta de que la figura del rompecabezas es más que eso, que los ojos pertenecen a un rostro y al componer ese rostro, resulta que pertenece a una persona y que la persona está sentada en un banco, que a su vez forma parte de un parque que pertenece a una ciudad y, así, cada vez entran más piezas que agrandan la imagen, aportan nuevos pormenores y le dan una visión más amplia, en la que cada detalle cuenta. Busco información, artículos, conferencias, testimonios, y reflexiono sobre todo lo que leo, veo y escucho. Hay mucho en juego: el futuro de un país, con jóvenes que quieran y exijan cambiar cosas en vez de pensar en irse porque “la vida está en otra parte”.
En estos días, leyendo a Vito Mancuso, un teólogo italiano contemporáneo, encontré una cita de Simmaco sobre la búsqueda de la verdad, que transcribo aquí (la traducción es mía):
Contemplamos las mismas estrellas, vivimos bajo el mismo cielo, somos parte del mismo universo, cada uno busca la verdad de manera diferente. No se puede arribar por una sola vía a un misterio tan grande.
Nota:
1 Se refiere a Ignatius J. Reilly, personaje protagónico de La conjura de los necios.
He disfrutado la entrevista. Un saludo y abrazos para Milene y para Alex, ambos me transportaron a secuencias de historias compartidas en la esquina de 23 y 12 (para no robarle la frase a Milene, la esquina del mundo, ja ja ja) y ahora dispersas por el mundo.
Excelente entrevista
Me ha gustado mucho la entrevista, la agradezco!!