Daylene es matancera. En esa provincia descubrió su vocación, su misión en la vida, y se impuso el largo camino a recorrer en pos de lo inefable: desentrañar esencias, retratar esos destellos de la realidad que, de tan visibles, apenas percibimos.
Se dio a conocer en 2006 en el Salón Provincial “Imagen”, realizado en la Galería de Jovellanos, Matanzas, donde obtuvo el Gran Premio. A partir de ahí, son hitos señalables en su ascenso artístico las exposiciones personales Otras memorias del subdesarrollo, Fototeca de Cuba, 2011; y Aliento de Cenizas, en Zona Franca, espacio colateral de la Duodécima Bienal de La Habana, Fortaleza San Carlos de la Cabaña, 2015. Además, ha participado en exposiciones colectivas realizadas en Italia, China y los Estados Unidos.
Desde hace un tiempo, Daylene ha puesto casa y estudio en La Habana. Este hecho, si bien pudiera haberle abierto el marco referencial, al tiempo que le otorga mayor visibilidad como fotógrafa, no ha alterado su propósito esencial de dar testimonio, documentar lo que en este instante somos, con nuestras muecas y nuestras sonrisas.
Esto nos contó cuando seleccionamos en conjunto algunas imágenes para compartirlas hoy aquí. Es su credo, su brújula:
Persevero en reflexionar sobre los destinos del hombre contemporáneo que afronta la soledad y la incomunicación. Para ello, no construyo ambientes específicos, ni preciso citar la historia del arte. La anécdota prácticamente queda diluida, y solo me interesa presentar una escena congelada en la propia circunstancia que la envuelve.
La preferencia por el blanco y negro, y una especie de regusto por el estatismo, hacen que mis personajes parezcan detenidos en el tiempo. Insisto en la imagen del individuo en escenarios desoladores, fortificados en la irrenunciable dignidad que le provoca su circunstancia. Incansable en mi empeño de cristalizar una imagen rotunda, parto tras los protagonistas de las historias en un intento fugaz de reciprocidad. Cada cual luego cruzará la calle desandando los enigmas eternos de la salvación. Incuestionablemente actuales, mis personajes comparten un hálito de irrealidad, una actitud que va más allá de lo difícil de sus problemáticas para revelar la perspectiva de quien no se resigna a su destino, pero tampoco espera mucho más de lo que posee.
Los contextos particulares me han hecho testigo de realidades divergentes y paralelas, explícitas en su descarnada humanidad, sujetos y escenarios inmersos en una cruzada de sobrevivencia que precisa toda sensibilidad humana.
Muerte, desolación, desamparo, asoman como protagonistas de una contienda inconclusa donde persisto, no obstante, en subrayar cierto aliento de esperanza.
Perseverante en cuestionamientos que en ocasiones se tornan álgidos y luego se orientan hacia un lirismo más intimista, desarrollo mis propuestas en varias series que realizo al mismo tiempo para luego recombinarlas de acuerdo a las exigencias de los escenarios donde se exhiban. Ángeles de las calles, Desesperanzas, Miradas, Más allá de la piel, Aliento de cenizas, son aristas de una misma necesidad de expresión.
Historia de las fotos contadas por Daylene
Me intrigan los seres humanos, su naturaleza y sus circunstancias. Mas, son los perros callejeros quienes, desde el inicio de mi carrera, han sido protagonistas de las imágenes; en ellos centré la mirada, en un intento de concederles un valor que nadie más alrededor parecía otorgarles.
Sometido la hice un día cualquiera. Iba caminando por la calle y vi un grupo de personas alrededor de una cabina telefónica, todos en sus ocupaciones, hasta que percibí detrás de aquellos pies un can de mirada triste y solitaria, como en busca de refugio lejos de la indiferencia y la desidia que lo rodeaba. Por eso mi encuadre fue sólo para él. Con esos primeros Ángeles de las calles recibí mi primer premio de fotografía en Matanzas ese mismo año.
Uso los altos contrastes, son las luces y las sombras los dueños de la imagen, espacios que parecen congelados en el tiempo, un niño, como una escultura, frente a unas ruinas de una memoria escamoteada. La locación es el antiguo Hotel Europa, en la ciudad de Cárdenas, provincia de Matanzas.
¿Qué futuro ha de erigirse sobre las ruinas? ¿Quiénes somos ahora y qué esperamos que sean nuestros sucesores? ¿Cuántos sueños hemos sembrado, y cuántos hemos decidido simplemente posponer? ¿Tenemos acaso el derecho de dejar caer las sombras de la inminente catástrofe sobre el porvenir?
Esta es una de las fotos que forma parte de mi trabajo con los niños. Me gusta explorar nuevos lugares que me muestran historias particulares, únicas, y que a la vez que me recuerdan narrativas eternas, repetidas a lo largo de los tiempos.
En esta ocasión me acerco a cuatro niños que han encontrado escenario para sus juegos en las viejas calderas de un central azucarero desmantelado. Hierro de pasada prosperidad, mugre bajo las uñas, capturo sus miradas y culmino en un encuadre de sus pies descalzos dentro del agua empozada, donde alcanzo a ver nuestras tragedias cotidianas mejor o peor sobrellevadas, que merecen una suerte de exorcismo que nos libere de todo fatalismo. Nuevas vidas en espera, siempre en espera de un futuro prometido.
Era un cálido día de marzo. En las inmediaciones de la terminal de ómnibus de Matanzas, observo un vagón abandonado. Las texturas del metal y la madera expuestos a las inclemencias el tiempo me llamaron la atención, y decidí acercarme. Entonces me percato de que hay una escalera que conduce a una puerta entreabierta; había indicios de ser un espacio habitado, a pesar de no tener ventanas.
Dentro encontré un hombre de mirada cansada y pecho apretado por el asma: Heriberto. Asustado por la cámara e intrigado a la vez, me permitió entrar. Fue impactante.
Perseverancia, así llamé la foto del día, que una vez más me dejaba con nuevas interrogantes. ¿Cómo subvertir el abandono con un simple acto de generosidad? ¿Qué iniciativa personal, íntima, humana podría modificar el equilibrio de esta funesta balanza? Esta foto formó parte de la exposición Fuerza y sangre. Imaginarios de la Bandera en el Arte Cubano (Pabellón Cuba, La Habana, 2016).
En Marzo del 2020 el COVID-19 invadió el mundo. Con él se hicieron patentes todos los temores y las incertidumbres.
Tengo dos hijas. Con ellas resistí el confinamiento por cuatro meses. Me sentía limitada para hacer mi trabajo, y por primera vez las convertí en el objeto a fotografiar. Buscaba hablar de sus sueños pospuestos: la pequeña Isabella estudia Ballet, y cada día se ponía sus zapatillas para practicar, a solas, su danza. En esta foto, las zapatillas se convierten en los barrotes que le impiden el vuelo.
Sombras que clandestinamente nos invaden, y cercan nuestros cuerpos y nuestras mentes. ¿Cómo alzarme del piso, cómo volar si nos impele una fuerza inasible obligándonos a caer nuevamente? Tiempos de alarmas, de acatamientos y aislamientos pertinaces. Con las alas replegadas y alertas, espero. Espero.