Tropecé con las fotos de Didier, por casualidad, en las redes sociales. Sus imágenes rebasaban el marco de lo biográfico para constituirse en verdaderas obras de arte. Hay en su mirada, compasiva, empática siempre, ese no se qué que distingue una captura afortunada de una pieza artística.
Su modo original de observar el entorno es, a la vez, inédito y heredero de una larga tradición dentro de los fotógrafos cubanos. Didier se descubrió descubriendo a sus congéneres. En ese sentido, su valioso trabajo es un selfie interminable. Por eso no lo considera un homenaje: sería pretencioso, con el perdón de Whitman, celebrarse, cantarse a sí mismo.
En aquella ocasión, ponga el lector tres años atrás, lo invité a estas páginas. Declinó amablemente. No creía tener algo importante que mostrar. Sus fotos eran el modo que encontró para situarse en el mundo, y, pensó, no está bien hacer de lo natural gala.
Ahora Didier anda por Houston, a donde ha ido a dar con sus cámaras, en lo que puede ser el inicio de una nueva etapa de vida. He vuelto a insistir, y la respuesta en esta ocasión ha sido afirmativa. Quizá esté sintiendo nostalgia por sus guajiros y sus niños, y le gustaría verlos “publicados”. No se lo pregunté; tampoco hay que saberlo todo.
¿Puedes presentarte a nuestros lectores?
Soy Didier Cruz Fernández. Nací el 9 de julio de 1986 en el caserío Castaño, municipio Ranchuelo, provincia de Villa Clara.
Mi interés por la fotografía se me despertó al ir a una escuela al campo en el Escambray y ver esos paisajes maravillosos y esas formas de vida de montaña. Sentía que debía guardar esas imágenes, cosa que entonces fue imposible para mí.
En 2017 pasé un curso de fotografía general en la Asociación de Comunicadores Sociales de Villa Clara, con la reconocida fotógrafa Carolina Vilches Monzón. Pero mi verdadera formación dentro de este arte es autodidacta. Me inicié viendo y estudiando la obra de los fotógrafos que considero mis referentes.
No estudié carrera alguna. De hecho, solamente tengo 9no grado.
En 2020, un amigo fotógrafo me sugirió enviar mis obras a la editorial argentina Bex Fotografía Latinoamericana, donde me hacen una edición digital de Vidas Rurales. El mismo año, algunas de mis imágenes formaron parte del anuario de dicha institución. En 2021, me editaron un libro digital con la serie A menos que sean como niños, y nuevamente me tuvieron en cuenta en el anuario.
Desde entonces formo parte de Lente Artístico, una agrupación de fotógrafos guiada por el Centro de Patrimonio de La Habana, bajo la tutela del excelente amigo Gerardo de La Yera. Con su ayuda pude exponer Vidas Rurales en el Cine Yara, como mi primera muestra personal, lo cual significó mucho para mí.
He colaborado con publicaciones como la revista literaria El Gato Negro, OnCuba, entre otras.
En 2022 fui invitado a participar en el evento Fotonoviembre, organizado por el Consejo Provincial de Artes Visuales de Matanzas, donde expusieron una treintena de artistas del lente, entre nacionales y extranjeros.
Háblanos de la génesis de estas dos series de las cuales hoy mostramos algunas capturas.
Nací en un bohío como ese que aparece en una de las fotos. Siento una atracción especial por la ruralidad, por el estilo de vida ligado a ese contexto. Con las series que aquí comparto intento rescatar y preservar en lo posible un mundo que está en peligro de extinción. Siempre habrá que trabajar la tierra; pero las costumbres, los modos de vida irán cambiando inexorablemente con el desarrollo.
La mayoría de las personas que aparecen son amistades, conocidos de muchos años o toda la vida, por eso me fue fácil acceder a ellos para lograr fotos más íntimas, sin que hubiera temor o recelo de su parte.
Las capturas fueron hechas en el poblado La Esperanza, una parte; y otra, en el caserío de Castaño, ubicado entre Ranchuelo y La Esperanza, donde nací y pasé parte de mi vida. Mi hogar fluctúa entre La Esperanza y Castaño. Allí está mi círculo de amistades, los recuerdos, las vivencias de tantos años.
La serie Vidas Rurales se inició hace ocho años, y no es un homenaje, pue me estaría exaltando a mí mismo. Comencé a hacer esas fotos por instinto, sin el más mínimo conocimiento de fotografía; tampoco tenía una finalidad “artística”. Hacía fotos y guardaba. Solo eso.
Con el tiempo me di cuenta de que podía hacer algo más profundo sobre los campesinos, y se fue perfilando la serie. Muchos meses caminando por los campos, por aquí, por allá, sin una finalidad expresa, por el mero placer de fotografiar. Espero que ese placer no desaparezca nunca.
Haciendo una selección rigurosa, pienso que de Vidas… se pueden señalar alrededor de veinte fotografías publicables.
Durofrío, 2019. De la serie “A menos que sean como niños”. Esperanza, Villa Clara.
La otra serie, A menos que sean como niños, se concentra en los pequeños de mi comunidad; algunos, incluso, son familiares míos. Los tomé en su día a día, sin interferencias, sin pedirles que posaran. Aparecen en los momentos más felices, y creo que eso se trasmite.
Los temas de los campesinos y de los niños campesinos se han trabajado muchísimo. Pero eso no me detuvo. Hice lo mío, lo que me tocaba. No sé si mejor o peor. Hay obras maestras en Cuba con estos temas, como las fotos de Raúl Corrales; Cañibano, con su Tierra guajira… Pero eso no me desalentó. Al contrario. Yo retraté mis campesinos, mis niños, los que me tocaron, los que son muy importantes para mí. Solo eso.
Sencillamente espectacular!!!
Muchas gracias Alex, muchas gracias OnCuba por la oportunidad de dar a conocer mi humilde fotografía!!