Ernesto Granado (Antilla, 1952) es el director de fotografía de los largometrajes de ficción La noche de los inocentes (2007), Amor crónico (2011), Se vende (2013), Fátima (2015) y Antes de que llegue el ferri (2018). Como operador de cámara trabajó, entre otros, en los multipremiados filmes Fresa y chocolate, Madagascar y Guantanamera. Es, asimismo, el guionista, productor y director del documental Hubo una vez un pueblo (2017), que discursa sobre el pasado y el presente de su pueblo natal, notable esfuerzo por sus valores tanto testimoniales como artísticos.
Imposibilitado por el confinamiento pandémico de salir a filmar, se ha puesto a bucear en sus archivos, y ahí ha encontrado no pocas perlas que lo revelan como un artista, también, de la foto documental. Cabe esperar de él nuevas sorpresas.
Soy del medio cinematográfico cubano. Me inicié como asistente, después fui foquista y operador de cámara. Hoy soy director de fotografía, con varios largometrajes, documentales y videos en mi currículum. Esta carrera de más de 40 años en el ICAIC, me ha llevado a visitar innumerables lugares y a vivir momentos históricos de nuestra nación.
Cada rodaje proporciona un motivo diferente, escenarios y espacios con emociones distintas, y eso me impulsó a adquirir una cámara de foto fija. Quería “atrapar los instantes”. Comencé captando imágenes en los entretiempos del rodaje. Aprovechaba las locaciones diversas, los tipos humanos más interesantes que me salían al paso. Era mi modo de mezclar el arte coral del cine con el individual del fotógrafo.
A partir de entonces, la cámara de fotos pasó a ser parte de mis incursiones en el cine y en la vida. Las capturas en negativos y en digital que iba realizando se fueron acumulando en cajas y discos duros.
Con la llagada de la jubilación y, seguidamente, de la pandemia de la COVID-19, confinado en casa, busqué motivos para estar ocupado, así fue como acudí a aquellas memorias. Trabajar las fotos digitales era relativamente fácil, solo organizar y clasificar; para las analógicas necesitaba un escáner. Tuve que inventar mi propio equipo: una caja con luz interior para iluminar por un orificio al fotograma, y con una cámara fotográfica captar aquellas imágenes, posteriormente llevarlas a Photoshop, ajustarlas, y así hacer revivir aquellos momentos atrapados que por más de 30 años permanecieron apilados en un rincón de la casa.
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El monumento a José Martí está situado en La Plaza de la Revolución, antigua Plaza Cívica. Lo conforman la estatua de José Sicre y la torre en forma de estrella, que es la elevación más alta que posee la ciudad de la Habana: 141.995 metros sobre el nivel del mar, desde la base hasta las banderas y las luminarias de la cúspide.
Un primero de mayo me fui con mi cámara para captar momentos del desfile ante el monumento a Martí, devenido tribuna de los actos que se organizan en la Plaza. Son imágenes que hacen patentes el fervor de esas multitudes por la Revolución.
Años después estaba fotografiando una ceremonia dedicada a La Milagrosa, en el Cementerio Colón. Ya se conoce la leyenda que hay alrededor de la tumba de Amelia Goyri. Los devotos, principalmente mujeres, acuden allí para pedir por su fertilidad y por la salud de los hijos. Viene gente de muchos países, y las celebraciones son floridas.
Al intentar hacer un plano general, siento una presencia inquietante, pero no me detengo en ello. Terminado el rito, regresé al lugar para ver qué era aquello que me había “arañado” el subconsciente. Se trataba de la torre del monumento a Martí, que desde ahí se divisaba, por encima de unos árboles.
En la parte inferior del plano, una estatua, de frente a la torre, establecía un diálogo con ella; por su actitud parecía estar reclamando algo.
La torre se puede ver desde distintos puntos de la ciudad, es una constante en nuestra vida de los últimos 60 años, con toda su carga simbólica. Entonces comencé esta serie, aún en formación, a la que he titulado Presencia.
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En el 2010 fui invitado para grabar el making-of de Boleto al paraíso, filme de Gerardo Chijona. Con una cámara de video y mi cámara fotográfica Nikon D90 comencé aquel proyecto. En Guanabacoa, después de grabar algunos planos de la secuencia que se rodaba, me aparto, miro y busco algo más que me motive y pudiera aportar, pero nada nuevo me cautivaba; entonces me separo una cuadra del set de rodaje. Después de un rato parado en una esquina, me percato de que en la acera del frente una pared arruinada formaba parte de una casa sin techo; una ventana de madera maltratada por el tiempo, en el centro de aquella pared, acentuaba la imagen de abandono. Disparo una foto. Al verla en el reproductor de la cámara descubro que en la esquina de la pared estaba el nombre de la calle: DESAMPARADO. Esa palabra me resumía la imagen que había capturado, pero más aún, me di cuenta de que la foto creaba una clara intertextualidad con la historia de la película. Le propuse a Chijona a y Raúl Pérez Ureta repetir la foto, pero con los actores. Y resultó la imagen utilizada para el cartel promocional de la película, una obra que cuenta la historia de una generación de jóvenes que en un momento dado pierde el rumbo.
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Niño que mira al horizonte y Cementerio de embarcaciones son fotos tomadas durante el proceso de filmación del documental Otra pelea cubana contra los demonios, de Tupac Pinilla, en el poblado de Carahatas, villorrio de pescadores muy deprimido, al noroeste de Sagua la Grande. La primera motivación era que Carahatas me recordaba a Antilla, mi pueblo; el mar y aquella paz que se respira en la brisa húmeda. El arraigo de sus moradores a la orilla del mar y a la pesca, en lucha contra los huracanes y las dificultades económicas, imponía su propio carácter, y en efecto, en el rodaje la realidad proporcionaba las imágenes para el documental y para mis fotos. Aquí muestro sólo dos.
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Gran parte de mi trabajo como foquista en largometrajes lo desarrollé con el director de fotografía Mario García Joya (Mayito), juntos estuvimos en numerosas producciones en Cuba y en el extranjero. Cartas del parque es una de aquellas películas, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, y se rodó en Matanzas. En esa filmación no poseía cámara fotográfica. Mayito me prestó una, la que cargaba con negativos a color de la película que rodábamos, y negativo blanco y negro suministrado por Pepe, el fotógrafo encargado de las fotos fija del rodaje.
Se rodaba la secuencia del escribano en la mesa de trabajo. En un momento de espera, algo común en los rodajes, Titón se sentó en el lugar del personaje protagónico y allá fueron la mirada y el disparo fotográfico.