De este fotógrafo, el curador cubano Jorge Peré ha dicho:
“Sin duda estamos ante un poeta visual. Uno surrealista como Apollinaire, Breton y Robert Desnos.Sin embargo, a diferencia del automatismo y la liberación del inconsciente, Gabriel Guerra Bianchini (La Habana, 1984) se desliza en torno de una poderosa sensibilidad que le conduce a imaginar nuevos sentidos, y cuya virtud primera se expresa en solapar la dureza de lo cotidiano. La realidad, según su credo, merece ser reinventada; debe traérsele a los predios de la imagen con tal de depurar sus miserias y, en cambio, ensayar el ritual de lo bello. En ese sentido, el símbolo es su mejor aliado, y la alegoría, su templo. Casi toda su obra se justifica en el culto a esas dos instancias. Y digo casi porque a veces lo vemos metido en la piel común del fotógrafo documental, en los gajes del oficio, y entonces le descubrimos ese otro costado de ‘carne y hueso’, profano, en que puede confundirse con cualquier otra firma, desde luego, sin descuidar el rigor estético”.
Son palabras que describen con bastante exactitud la estética y el posicionamiento de Bianchini, alguien que busca el lado menos doloroso de la realidad en un intento por atrapar no solo lo que se pone delante de su lente, sino, además, lo que él mismo concibe en intrincadas elucubraciones. En resumen: es un inconforme, un artista que se niega a reflejar la realidad como es, sino como él está convencido que es.
Ha exhibido siete colecciones, algunas de ellas en más de un país. Es el autor de aquellas fotos instaladas en la Plaza de la Catedral en 2018 bajo el título Es la esperanza. Y, además, de la serie Utopía, que pudo verse en el Paseo del Prado habanero al siguiente año, como parte de la XIII Bienal de La Habana.
Por lo demás, su trabajo se ha expuesto en Cuba, Estados Unidos, Italia, España, Paraguay, México, Suiza y Brasil. El 16 de febrero va a someter a la consideración de público y crítica los derroteros más recientes de su quehacer: Digamos que son muchos mundos, en Calle de San Lorenzo 3, Madrid.
Eres autodidacta. ¿Cómo se dio en ti el descubrimiento de la fotografía?
La fotografía llega de manera accidental a mi vida. Recuerdo momentos en que algún familiar sacaba una cámara y yo aprovechaba para pedírsela prestada. Así fue como tomé mis primeras instantáneas, de las cuales no guardo nada más que el recuerdo. Luego, cerca de los 21 años, precisamente en Madrid, pude comprarme la primera cámara.
Cada día, al salir de mi casa camino al trabajo, veía la publicidad de una Canon, la 400D, y fui víctima del mercado, sí, pero también de un deseo que más tarde me haría disfrutar de esa pasión que te empuja a leer, curiosear, trabajar por amor al arte.
Lo que se desató después fue el cúmulo de todo eso: dedicar tu día a día a contar historias maravillosas. Principalmente, retratando la música en bares, teatros, salas de conciertos y festivales.
¿Por qué adoptaste la fotografía como medio de expresión?
La cámara fue mi primer instrumento de expresión. Creo que asumí este arte por el deseo de entender y lograr capturar la luz; y, más que la luz, las historias que se vestían con ella.
Luego, con el tiempo, me he dado cuenta de que tal vez la fotografía fue más bien la entrada a un mundo en el que expresar es el fin. El medio puede variar, y es solo eso: el medio.
Ahora sueño con el video, la instalación, a veces con otras disciplinas que no domino, pero que anhelo aprender.
¿Quiénes contribuyeron a tu formación profesional? ¿Reconoces paradigmas en la historia de la fotografía cubana?
Al inicio me uní a un grupo de fotógrafos que se reunían en Madrid. ¡Aprendí tanto! Entre ellos estaba Tonymadrid; que, como fotógrafo creativo, fue una revelación para mí. Adoro su humor y su manera de expresarlo con la cámara.
Más tarde me enamoré de tantísimos maestros que fui descubriendo. A veces pienso que me atraen más los que hacen esa fotografía que tanto me cuesta, por atrevida, repentina, callejera, como Henri Cartier-Bresson, Elliott Erwitt, el mismísimo Cañibano. Pero también me atrapan los creativos, cual pintores, como Gjon Mili o René Peña. El alma que capta la música, como Iván Soca o Jesús Cornejo. Todos los días descubro talentos que contribuyen a que los límites de la fotografía se desplacen más allá…
A nivel internacional, ¿la observación de la obra de cuáles fotógrafos ha contribuido a la conformación de tu poética?
Principalmente, Elliott Erwitt, Gjon Mili, Sebastião Salgado. Además, pintores y artistas como Miles Johnston, Olafur Eliasson, por mencionar algunos.
Hago referencia a pintores porque siempre he sentido que si hubiera tenido el don de pintar, tal vez ese hubiese sido mi medio. Gracias que puedo hacerlo a través de la fotografía.
¿Qué significa la frase “reinventar la realidad”? ¿Cómo puede la fotografía, siendo una realidad en sí misma, interactuar con la realidad-realidad para contribuir a su transformación?
De un mismo punto de vista puedes tener muchísimas realidades a nivel fotográfico. Cambiando el punto de vista, puedes crear otras tantas. Es infinito el cómo se puede contar un momento. Incluso, solo variando la configuración de la cámara, para vivirlo a oscuras, o en movimiento con una larga exposición.
La poética de reinventar la realidad radica en ese poder que te concede el congelar una imagen, o sea, la cámara. Tú decides cómo se cuenta.
La muestra personal más remota que se consigna en tu currículo es Habáname —muy exitosa, por cierto—, que tuvo un largo recorrido: Madrid (2009), La Habana (2009), Leguevin (2011), Toulouse (2012) y Miami (2012). ¿Qué vínculo tuvo con la canción homónima de Carlos Varela?
Es curiosa la pregunta, ya que Habáname nació de la añoranza, de esos poquitos momentos que lograba llevarme de Cuba cuando iba de visita. Fue mi primera exposición, en la Asociación Cultural Yemayá, de nuestra querida Pilar Zumel.
Pensando en el nombre, me venía la imagen de un abrazo de mi ciudad; de hecho, el cartel de la muestra se basó en esa idea.
Poco después de inaugurar, busqué la palabra en Google, y descubrí esa hermosa canción del grandísimo Carlos. No me da pena decir que no la conocía entonces. Hablamos de un himno.
Al ser productor de arte tú mismo, ¿qué tipo de arte consumes?
El arte que consumo es tan variado que las ganas de aprender no me alcanzan. Quisiera poder dominar tantas técnicas, de tantas disciplinas, que muchas veces sueño con obras que duran lo que dura la emoción de crearlas en mis adentros.
Si te fuera dado coleccionar fotografía cubana, ¿cuáles serían los cinco nombres que no podrían faltar?
Siempre es un compromiso escoger un número finito en una pregunta como esta. Sin embargo, esta es mi lista: Raúl Cañibano, René Peña, Evelyn Sosa, Alejandra Glez y Manuel Almenares.
Después de haber recorrido varios países, ¿te sigue pareciendo La Habana una ciudad muy fotogénica? ¿Qué vínculo emocional tienes con la ciudad? ¿Continuarás fotografiándola?
No es solo que sea fotogénica; es que La Habana es todo para mí. A veces soy tan esclavo de la ciudad, de la añoranza cuando la tengo lejos, de la pasión que me produce sentir que la entiendo, que eso me ciega ante la posibilidad de mirar más allá, al menos en cuanto a lo que me conmueve o inspira.
La Habana es el eje de mi trabajo; incluso del que tanto tiempo realicé con la música. ¿Cómo puede uno liberarse, siquiera un poquito, de ese amor, para fotografiar otro lugar del mundo con la misma emoción?
Vamos a compartir con los lectores cinco fotos de tu muestra personal Digamos que son muchos mundos, a inaugurarse en unos días en Madrid. Son ellas: “Cryptocuban Social Club”, “El colmo de la abundancia”, “Hombre cayendo en la profundidad del cuerpo de una mujer que flota”, “Hotel Habana” y “Mi Quimera”. Es usual en nuestra sección que los autores dediquen un párrafo a cada obra que se inserta. Nos interesa conocer qué presupuestos —estéticos, filosóficos, antropológicos…— las sustentan. ¿Cómo llegaste a concebir cada una y qué significados tienen dentro del corpus de tu obra?
Entre todas narran cerca de ocho años de mi vida. Empezando por “El colmo de la abundancia”, que nació en 2014, es una fotografía que para mí retrataba la Cuba de aquellos años de acercamiento con EE. UU. Parecía que todos querían tener o vivir un poquito de aquel almíbar. Dibujé la isla con agua y azúcar. Primero lo intenté en Francia, y nunca funcionó; las hormigas no eran tantas. Luego lo intenté llegando a Cuba, y en menos de tres horas las hormigas llenaron el contorno de la isla de azúcar que había dibujado.
Luego mencionaría “Hotel Habana”. Me llevó casi un año conformar la obra final, retratando fachadas y balcones de La Habana Vieja y Centro Habana. Lo que más me costó fue “soldar” cada imagen con la siguiente para que fuese lo más realista posible. A veces desistía de la idea; otras, las encontraba entre los archivos, me maravillaba y volvía a meterle. Así, hasta conseguirla.
Después llegaron “Mi quimera”, y “Hombre cayendo en la profundidad del cuerpo de una mujer que flota”. Nacieron durante la cuarentena, como ejercicio de supervivencia creativa entre mi esposa, Denise Roque, y yo.
Por último, “Cryptocubans” fue un experimento nuevo destinado al mundo del arte digital, y que me llevó al estudio y al retrato como no lo había hecho anteriormente.
¿Qué buscas mediante el ejercicio de la fotografía?
La Libertad. Esa necesidad de respirar, tan vital e inconsciente. La fotografía es mi escape. No hay momento en mi vida, de felicidad y plenitud, que no haya sido acompañado de la fotografía.
¿Qué encuentras?
La utopía de estar regalándole algo al mundo; y tal vez así sea.
¿Tienes temáticas recurrentes?
No sabría decir. Bueno sí, lo dije antes: La Habana, Cuba. Pero nunca siento recurrente la manera de contarlas.
Ahora me encuentro aterrado porque en esta expo una pieza es una instalación, algo tan nuevo para mí, que entre prueba y prueba descubro el resultado casi con la misma sensación con que la vivirán los que puedan estar presentes.
¿Las colecciones, una vez exhibidas, se cierran o permanecen en construcción?
Las colecciones se construyen constantemente. Esto es, apenas, el inicio de algo nuevo; y así será cada una de las veces que decida exponer un sentimiento, una experiencia.