Kaloian Santos nació en Holguín en 1981. Después de recorrer varios países, decidió asentarse en Argentina, donde ejerce la profesión de fotorreportero. Realizó estudios de fotografía y de documentalismo fotográfico en el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” (2002) y en la Universidad de Buenos Aires (2010). Licenciado en periodismo por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (2008). Próximamente presentará la tesis para concluir el máster en Periodismo Documental de la Universidad Nacional “Tres de Febrero”, Argentina.
Kaloian ha trabajado en La Jiribilla y Juventud Rebelde, medios de Cuba. En la actualidad es fotorreportero del Ministerio de Cultura de la República Argentina y colabora con Le Monde Diplomatique y OnCuba.
Es autor de los ensayos fotográficos Con luz propia (Editora Abril, 2012) y Cuba viva (Ocean Sur, 2016), ambos publicados en Cuba y con prólogos de Fernando Martínez Heredia y Silvio Rodríguez, respectivamente.
Como fotógrafo documental, lo característico en Kaloian es que a él no le basta atrapar el hecho, fijar el instante irrepetible. Esto lo hace con absoluta solvencia. Sus imágenes tienen una cuidada composición, un halo artístico que trasciende las meras exigencias del oficio. Y esto —me parece— lo logra por la enorme empatía que siente con los sujetos que escudriña con su lente.
La objetividad, ya se sabe, es tema de controversia. ¿Quién que sienta, tenga ideas éticas y se considere un habitante de su tiempo puede ser objetivo? Como animal político, Kaloian traza sus fronteras. Definitivamente la suya es una angulación empática. No embellece la escena ni la dramatiza en exceso. La capta tal como la ven los ojos entrenados de su sensibilidad. Es compasivo, militante, veraz. No va a la escena de los hechos, sino que él mismo se constituye en parte de la escena: la capta, se capta.
Esto nos dice sobre su trabajo:
Tengo la inmensa suerte de haber encontrado una vocación en la fotografía y de tenerla como profesión. Esencialmente hago fotografía documental y fotoperiodismo. Sin ambigüedades, no vengo a inventar nada de esta profesión, sino a reivindicar una mirada que cuenta mi ángulo de la realidad. Creo que el hecho de haber escogido este oficio me permite adentrarme en la membrana social de cada lugar y, a la vez, compenetrarme, al vivir las diferencias que descubro en ellos. Sentir cada una de esas cuestiones y llevarlas a la fotografía es lo que me ha hecho tener un sentido sobre qué hago en este paso fugaz por la vida. Descubrí que podía ser útil con mi mirada fotográfica, y ponerla al servicio de preocupaciones colectivas. No soy objetivo. Por encima de todo soy ético, y eso lo dejo claro desde el lugar donde enfoco mi mirada. Siendo fotógrafo vivo muchas vidas.
Me enamoré de la fotografía a finales de los 90, con los últimos vestigios de la era analógica. Un grupo de amigos y yo comenzamos a viajar de mochileros por Cuba, y solo quería una cámara para fotografiar recuerdos de cada viaje. Una máquina digital me era imposible. Mi presupuesto de estudiante solo alcanzó para comprar una Zenit, de rollo 35 mm. Aprendí lo mínimo para manejarla, y me lancé. Con el tiempo y los viajes, me di cuenta de que, hasta ese entonces, no conocía Cuba más allá de los libros, de lo que te contaban en la escuela y los programas de la televisión. Entendí que con mis fotos podía contar mis propias historias de viajes y, sobre todo, mi propio país, que no necesariamente era el de los libros o la televisión. Que podía tener una mirada propia y convertirla en una instantánea. Me enganchó. Comencé a estudiar periodismo con el sueño de dedicarme al fotoperiodismo. La instantánea del zapatero de Maisí es una de las imágenes tomadas con rollo, con esa máquina. Debo haber sido uno de los últimos en Cuba en usar una cámara soviética analógica, cuando ya era inminente la revolución digital.
En 2008 estudié a fondo la denominada fotografía épica cubana, esa que retrató los hechos alrededor del triunfo de la Revolución. Me concentré en lo publicado por el diario Revolución y su suplemento cultural, Lunes de Revolución; diario Hoy y la revista INRA, entre otras publicaciones de aquel momento. Todo contribuía para escribir mi tesis de grado de la Licenciatura en Periodismo, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Al mirar cientos de fotos de esa época, advertí cómo las personas que salieron a las calles a festejar el triunfo revolucionario llevaban, como símbolo identitario, la enseña nacional de las más disímiles maneras. En 2009, medio siglo después de aquel hecho histórico, decidí recorrer Cuba para registrar la forma en que mis compatriotas usaban la bandera. Entre todas las instantáneas que hice, esta, la del perfil de un busto de Martí a contraluz, tapado por la bandera, es la que mejor expresa de manera conceptual y estética mi mirada particular sobre nuestra identidad y nuestra memoria. La foto y ese trabajo fue motivo de mi libro Con luz propia, dedicado a los fotógrafos de la épica revolucionaria.
Este es un diálogo intergeneracional sobre las dos orillas, sobre la maldita circunstancia de estar rodeado de agua por todas partes, sobre una problemática constante entre cubanas y cubanos, como es la emigración. Es una imagen que se repite, sin importar quién la tome. Nos atañe a cubanas y cubanos más allá del espacio geográfico en el que habitemos. En particular, esta foto de los jóvenes mirando hacia el horizonte desde el malecón de La Habana, la pude ver y hacer porque ya conocía una fotografía de José Alberto Figueroa, en la cual sus primos aparecen sentados en el malecón de Cayo Hueso, mirando hacia el mar, hacia el sur, donde está La Habana. Décadas después, cuando vi esta escena, me resultó imposible no sentirla como un diálogo con la foto de El Figo.
“Beso”, una canción de Santiago Feliú, fue el detonador para realizar una muestra que nombré La Revolución es un sueño eterno. En ella reúno fotos tomadas en diferentes países, y en las cuales aparecen personas besándose. El tema que atraviesa la serie puede ser, a simple vista, el beso.
Lo interesante para debatir, profundizar y analizar tiene que ver con lo metatextual, es decir, las reflexiones que se desprenden del beso en sí: ¿Quiénes se besan? ¿Qué hace del beso un símbolo tan fuerte, que trasciende códigos y convenciones culturales? ¿Por qué nos besamos? ¿Podemos hablar del derecho al amor, a la expresión corporal de ese amor, como síntesis de muchos otros derechos latentes que hoy se encuentran fortalecidos?
En mi formación como fotoperiodista, y con la oportunidad de poder viajar, vivir fuera de Cuba y conocer otras realidades que trascienden las fronteras sociológicas y geográficas, entendí que lo que más me apasionaba en la fotografía era contar, precisamente, aquellas cotidianidades que van de una historia individual al ámbito colectivo.
Así fui encausando mis últimos años, donde, más que armar series fotográficas, intento contar con imágenes historias o problemáticas sociales con las que me voy cruzando. Siento que es una responsabilidad dejar mi mirada —entre muchas que hay sobre lo que acontece en mi tiempo— como memoria para el futuro. Algunos de esos trabajos llegan a ser ensayos que demandan investigación y tiempo.
Otros solo son registros que, desde mi humilde perspectiva, creo que no deben quedar en el olvido.
Uno de esos trabajos es San Roque, cuatro historias y seis días de un hospital en pandemia, publicada en mi Columna habitual en OnCuba. Llegó la COVID-19, y si todos cambiamos nuestras vidas vertiginosamente, imaginemos lo que fue para el personal de un hospital. Fotografié a cuatro personas, durante todo un día, en sus respectivas actividades, desde la sala de terapia intensiva para enfermos con la COVID-19, hasta la guardia de Ginecología y Obstetricia, de donde es la foto anterior.
Mientras ocurría el nacimiento, en el piso de arriba una anciana moría por las complicaciones causadas por el virus.